Crónica de Ilegales: Todo lo que dicen que son

29 noviembre, 2016 6:34 pm Publicado por  2 Comentarios

Sala La Riviera, Madrid

La fama de pendenciero puede resultar abrumadora. Pese a que en ocasiones no pase de ser un mero ejercicio de provocación, hay que reconocer que impone cierto respeto y crea un silencio sepulcral a su alrededor, al igual que cuando uno suelta opiniones políticamente incorrectas en el lugar menos apropiado. Es el invitado no deseado que muchos desean esconder en el armario a la espera de que aparezca por allí el yerno perfecto, el buenrollista pusilánime que siempre sonríe de manera hipócrita y no se sale un milímetro del tiesto estipulado.

Unos mimbres que jamás sirvieron para domesticar a Ilegales, que ya desde muy temprano hicieron gala de una temida fama de tíos broncas, engrandecida por sucesos épicos como aquella vez en Punta Umbría, Huelva, en la que mandaron al hospital a un nutrido grupo de gitanos que acostumbraba a pegar a los grupos que tocaban por allí. No menos conocidos fueron los sonados episodios alusivos a Desechables, que según Jorge, “se pusieron muy gilipollas y estupendos por cuestiones de compartir el equipo y cosas así” o respecto a Gabinete Caligari, cuyo bajista Ferni acabó con un derechazo en la cara.

Y eso por no hablar de los pifostios que se montaban en sus bolos, como el célebre “vamos a darle por el culo a todos estos hippies” que pronunció Jorge antes de que se desencadenara una batalla campal. Una violencia congénita que ellos mismos explicaban por el carácter transversal de su público al conseguir congregar a rockeros, punks, heavys o pijos. “Era imposible que no se liara el pollo en los conciertos”, ha rememorado Jorge en más de una ocasión.

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Con un ambiente de maduritos eminentemente respetables de treinta para arriba, uno no hubiera imaginado ni puesto de tripis que aquella noche en La Riviera despedirían la gira de dos maneras, por una parte, exhibiendo esa fortaleza musical que tanto les caracteriza, y por otro, desencadenando una pelea que pudo haberse tornado campal por la lamentable actuación de los miembros de seguridad, que se les ocurrió la brillante idea de ponerse a repartir hostias en medio de la sala como si fueran vulgares macarras de bar. Lo adecuado para serenar ánimos, vaya.

Antes de detenernos en ese aciago episodio, centrémonos en la soberbia descarga que ofrecieron Ilegales como broche de oro a su regreso a los escenarios. En un estado de forma espectacular, arremetieron de primeras con golpes tan contundentes como “Los chicos desconfían”, “Voy al bar” o ese “Chicos pálidos para la máquina” en el que sientan cátedra al decir aquello de “Si no hay odio, no hay rock n’ roll”. Amén.

Cualquiera no se hubiera levantado después de semejante embestida, pero los asturianos guardaban todavía armamento de sobra, caso de la arrogante “Suena en los clubs un blues secreto” o el himno “Agotados de esperar el fin”. Sorprendieron al incorporar al repertorio “África paga” o la antisistema “No me gusta el trabajo” y no faltaron tampoco clásicos inevitables como “Yo soy quien espía los juegos de los niños”, con la muchedumbre aplaudiendo a rabiar en esa estrofa que dice “nuevos cantantes hacen el ridículo en viejos festivales como Eurovisión”.

Sonaban como un cañón, aunque el ambiente era más quinqui en su última visita a Bilbao, la última vez que les vimos en esta gira. El personal empero estaba tan desatado como Jorge encima del escenario, que no dejaba de poner poses autosuficientes y demostrar que su pretendida soberbia queda de lejos justificada al exhibir el apabullante nivel en escena que les caracteriza.

ilegale-bajista-la-riviera-madridNo se cortaron en “Saber vivir” a la hora de desafiar a la muerte, que tantos estragos ha hecho este 2016 en el sector musical y evocaron el post punk sombrío en “Enamorados de Varsovia”, cuyos punteos del comienzo retumbaban con una intensidad cristalina que sobrecogía. Como primicia, legaron un tema nuevo de su inminente documental ‘Mi vida entre hormigas’ que hacía referencia al mentado título con cierto aire de cantautor canalla de entrepierna.

“El norte está lleno de frío” era otra de las que no se suelen prodigar a menudo, por lo que la agradecimos en demasía, y los gritos se elevaron hasta el infinito en la políticamente incorrecta “Eres una puta”, una de las piezas más macarras jamás escritas en la que una pareja hasta bailó en plan rock n’ roll en el solo de guitarra. Sin espacio ni para respirar, enlazaron con la reivindicativa de su eterna esencia “Todo lo que digáis que somos” y en “El número de la bestia” nos sumergieron en un surf rock hipnótico al que se antojaba complicado abstraerse.

“Regreso al sexo químicamente puro” tocó la fibra sensible con esa dulce violencia que es una de sus principales señas de identidad, parece mentira que una misma persona pueda componer algo tan delicado como “La chica del club de golf” y a la vez preparar el bidón de gasolina en “Revuelta juvenil en Mongolia”. Quizás estuvieran los pogos prohibidos en la sala, al igual que otras cosas absurdas típicas de la capital como no poder sacar las bebidas de los garitos, pero no pudimos evitar pensar que si muchas de las piezas que cayeron esa noche hubieran sido interpretadas en Bilbao, las consecuencias habrían alcanzado un mayor grado de devastación.

En esta línea Jorge afirmó que “Ser manso es peligroso, si no luchas, te matas” antes de su cántico guerrero “Tiempos nuevos, tiempos salvajes”. Y pisaron el acelerador a fondo en “Dextroanfetamina”, en la que algún subversivo lanzó un katxi. Era el ambiente etílico propicio para que se arrancaran con “Caramelos podridos” y la multitud coreara aquello de “Soy un borracho”, previamente a que se alzaran los puños en “Bestia”. “Hemos venido a sudar, pero no a morir”, dijo el voceras a modo de despedida.

El clamor para el regreso fue universal y complacieron enfatizando su naturaleza diabólica en “El demonio” y en “Problema Sexual” se desató el incidente que relatábamos al principio cuando alguien debió de empujar a otro y los seguratas intervinieron a porrazo limpio, encabronando más al personal y creando así una situación de riesgo innecesaria por no tener dos dedos de frente, cuando hubiera sido más efectivo inmovilizar al sujeto peligroso entre cuatro o cinco y echarle ipso facto de la sala. Una decisión equivocada de bombero torero similar a la de los que mandaron cargar contra la peña en una estación de metro durante una manifestación.

En semejante tesitura, el “busco pelea y estás a mi lado” de “Soy un macarra” cobró pleno sentido, aunque la banda siguió a lo suyo, sin siquiera inmutarse, no sería la primera ni la última vez que sucedían cosas de esas en sus recitales, por eso se definieron como un grupo que “supera situaciones adversas”. Y después de que otros repartieran hostias, Jorge también nos dio su bendición de manera pacífica “pero sin tanto oficio como un cura” antes de un soberbio “Destruye”, que ralentizaron casi como un pasodoble y aceleraron luego a su antojo.

Parafraseando una de sus canciones más emblemáticas, durante esa noche quedó claro que todo lo que dicen que son, lo son y aún peor, pues hicieron honor a su leyenda negra respecto a sus bolos accidentados y así otorgaron de paso carácter memorable a otra ocasión histórica en su trayectoria. Esperemos que su parón no sea demasiado largo. Hacen falta tipos como ellos. Chicos pálidos locos de rabia.

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

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