Crónicas

Flamin’ Groovies: ¿Fantásticos? ¡Ni por asomo!

«Lo hemos dicho ya en infinidad de ocasiones, pero es que los niveles actuales de cutrería y zafiedad son tan desproporcionados que nunca está de más recordar la conveniencia de una buena retirada digna a tiempo»

Kafe Antzokia, Bilbao. 

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Sin aspavientos ni dramas, igual que un tren se aleja poco a poco de una estación y tampoco se acaba el mundo por ello. Quizás dentro se encuentre alguna persona que nos importe mínimamente, aunque ese tipo de cosas tampoco sean muy frecuentes en nuestros días. No se lleva preocuparse por nadie, menos aún hacer favores y otras formas contemporáneas de autoflagelación.

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Allá por principios de los setenta, Flamin’ Groovies gozaban de un estatus envidiable como precursores del llamado power pop y no tardaron en ser reivindicados escasos años después también por el incipiente movimiento del imperdible a raíz de su mítico bolo londinense junto a los Ramones el 4 de julio de 1976. No era de extrañar que se convirtieran en una referencia fundamental de ese limbo entre el punk y la new wave que tantas alegrías ha dado a los amantes de la tralla y las melodías contagiosas.

Pero mantenerse en unos niveles aceptables de decencia no está al alcance de todo el mundo. Aquella noche algunos acudirían con la intención de sustituir el olvidable recuerdo de su lamentable actuación del Azkena del 2004, en la que achacaron los problemas a que repartieron “ácidos muy malos” y por eso la peña se marchaba, por una velada memorable que no se produjo ni de coña. Porque allí lo que nos encontramos al llegar a cierto punto fue a un señor cabreado porque le habían lanzado un lapo, según unos, o un tapón de botella, en opinión de otros. Los hay que iban más lejos y reducían el motivo del enfado a un cochambroso cuaderno que se llevó un aficionado, debía de tratarse de una reliquia semejante al Santo Grial porque no dudaron en acusar a la pobre Amaia de sustraerlo, que ese día además tenía al karma conspirando en su contra tras haber sufrido el desprecio de un fotógrafo machirulo con más ínfulas de estrellita que los que estaban sobre el escenario.

Por estar en un homenaje a Burning nos perdimos gran parte del bolo del trío vascofrancés The Lookers, pero los breves minutos que catamos nos dio la impresión de que encajaban con acierto en la velada con su power pop de manual que tampoco se apartaba demasiado de los parámetros estipulados. Habían grabado además un siete pulgadas junto a los cabezas de la noche, así que no puede existir mayor testimonio de compenetración absoluta.

La gratitud hacia otros está muy bien y tal, pero que un grupo con una trayectoria más que longeva como Flamin’ Groovies siga recurriendo a versiones ya pasa de castaño a oscuro. Pues eso es lo que hicieron desde el mismo inicio con el “Down Down Down” de Dave Edmunds antes de su clásico “You Tore Me Down”. Y al cuarto tema vuelta a desenterrar cancionero ajeno con “I Want You Bad” de NRBQ, incluida en su nuevo disco ‘Fantastic Plastic’, que todavía no ha salido a la venta, aunque andaba rulando por el puesto de merchandising.

Había que tenerlos cuadrados para llevar unas botas tan estrafalarias como las del guitarrista Cyril Jordan, una especie de híbrido que lo mismo podría servir para ir a pescar que para montar una revolución en los bosques al estilo Robin Hood. Y su compi a la voz Chris Wilson, que a la postre pasaría a ser conocido como “el cabreado”, no se cortó con un conjunto de esos blancos que hasta dolía mirarlo. Suponemos que será una herencia del descarado glam rock setentero.

Mira que teníamos ganas de verles, pero aquello se antojaba un despropósito de difícil digestión. Los temas se sucedían uno detrás de otro sin alma ninguna, como unos vulgares funcionarios que fichan cada mañana y luego se repantigan en su asiento hasta la hora de la salida. El sonido embarullado y sin pegada alguna tampoco ayudaba demasiado, y que suceda esto en el Kafe Antzokia es algo tan inusual como un eclipse solar por lo menos.

El espolio a lo ajeno continuó con “Don’t You Lie To Me”, popularizada por Chuck Berry aunque atribuida originalmente al bluesman Tampa Red, y “Hungry” de Paul Revere & The Raiders, desde luego, por versiones no iba a ser. ¿Qué chaladura les entraría en la cabeza para tanto préstamo? Cualquiera diría que se trataba de unos primerizos sin apenas discos en estudio, menos mal que sus comienzos solo se remontan a 1965, antes de ayer, vamos.

Los cortes de su inminente trabajo en estudio no solucionaban la papeleta, si se hubieran omitido tampoco se habrían echado en falta. En semejante tesitura, la guinda ya la puso el habitual discursito demagógico de “tenéis una ciudad muy bonita” del voceras Chris Wilson y aludió al Guggenheim o a las impresionantes vistas que le proporcionaba el hotel. Por favor, no se haga el guiri con nosotros, señor, la gente no viene a los conciertos para eso.

La inevitable “Teenage Head” caldeó los ánimos y el punto de inflexión lo marcó el clásico absoluto “Shake Some Action”, donde se produjo ese extraño incidente que llevó a Wilson a maldecir como un descosido y señalar a alguien entre la multitud. Se les notó a partir de entonces encabronados y con ganas de huir cuanto antes de allí, pese a que un servidor apenas se dio cuenta del desagradable percance. Era tal el sopor que nos invadía con su bolo funcionarial que hasta desconectamos para pensar en cosas más agradables.

La piedra angular antidroga “Slow Death” ni siquiera servía a esas alturas para salvar los muebles y su retirada del escenario solo se pudo interpretar como un alivio ante tanto desatino generalizado. Con el mosqueo que llevaban, pensábamos que no iban a regresar, pero se estiraron con un rácano y anodino “Let Me Rock”, tralla incendiaria a lo The Who que les sirvió hace poco para celebrar su 50 aniversario, aunque a la mayoría nos sonó a chino mandarín. Recojan sus  bártulos y traten de ensuciar lo menos posible.

En fin, una decepción total que demuestra que los de San Francisco están ya para mirar obras y poco más. Quizás en una suerte de ironía del destino, su reciente disco se llama ‘Fantastic Plastic’, pero por lo que contemplamos aquella noche su directo dista bastante de alcanzar la excelencia, nada de autenticidad, artificialidad a granel. ¿Fantásticos? ¡Ni por asomo!

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Redacción
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