Crónicas

Duendelirium + Hora Límite + Sigulka

«Apología de la diferencia»

27 enero 2018

Sala Copérnico, Madrid

Texto: Jason Cenador. Fotos: Nerea Mayor

El mundo cada vez está más deshumanizado. No es raro echar un vistazo a la terraza de un bar y ver grupos enteros de personas con la mirada fija en las pantallas de su teléfono móvil en lugar de mirarse en los ojos y hablarse de la vida, de las venturas y las desventuras, de los sueños y las esperanzas. A veces incluso cuesta: se lo habían contado ya todo por WhatsApp.

La tecnología genera en muchas ocasiones una paradójica sensación de mayor libertad, muchas veces ejercible solamente en el mundo virtual – y a veces ni eso, véase los condenados por escribir tuits –, cuando en el real sufrimos toda clase de retrocesos en libertades y derechos civiles. Estamos tan ocupados ejerciendo una suerte de libertad ficticia entre las paredes de la jaula de cristal que conforman nuestros dispositivos conectados que perdemos la perspectiva de lo real, de lo humano, de lo que verdaderamente importa.

Por suerte, sigue habiendo soñadores que nadan a contracorriente, que no tienen miedo a los dedos acusadores ni a pecar de extravagantes con tal de ser ellos mismos. Por suerte hay fantasías que trascienden las redes sociales y sirven para canalizar mensajes humanos, pasiones, reivindicaciones, emociones. Por suerte, el arte y la creatividad no hay mordaza que lo acalle. Por suerte, existe Duendelirium.

La banda madrileña es una rara avis, un grupo diferente, imposible de clasificar, y así volvió a dejarlo patente ante una Sala Copérnico que gozó de una buena afluencia de público, todo pese a que la banda que iba a encabezar la velada, AmigOz, canceló semanas atrás su gira por una serie de razones.

Abrieron la lata los capitalinos Sigulka con su heavy rock empapado en influencias celtas y melódicamente muy ágil y vibrante. Su propuesta elegante y divertida a partes iguales convenció a una audiencia cuya predisposición era ya de por sí estupenda, dado que, además, encajaban a la perfección con el estilo de los protagonistas de la noche. Con dos violinistas en escena, el grupo presentó su última placa, ‘Symbols’, y caldeó el ambiente con temas como “On the Top of the Mountain”, “Run & Go” o “Black Storm”, que da título a su primera obra.

Los siguientes en aparecer sobre las tablas fueron Hora Límite, un conjunto que exhibió una buena colección de canciones de rock luminoso y accesible que incitaban a ser coreadas desde su primer estribillo. El peso escénico del grupo recaía en su vocalista Sara, un animal de escenario cuya líquida y juvenil voz dotaba de cierta personalidad a su propuesta, y cuyo imponente carácter resultó crucial para contagiar de entusiasmo a un personal que no pudo evitar dar saltos y palmas animado con insistencia por ella. La actitud en escena puede ser crucial en un concierto de rock, y a la cantante no le faltaba ni un ápice, transmitiendo simpatía y energía a partes iguales, sin renunciar a una presencia magnética frente al micrófono.

Fueron cayendo así canciones como “Todo lo que pierdo”, “Diferente”, “Lárgate”, “La Ilusión” o “Cuerdo o no”, con una efectividad sorprendente no empañada por cierta bisoñez interpretativa que sí quedó más de relieve en la versión del “The Kids Aren’t Allright” de The Offspring, más floja que la del “Días de escuela” de los inmortales asfalto, elocuente reflejo de la variedad generacional de los integrantes del grupo. La traca final arribó con “Matar lo muerto” y “Todo lo hago por ti”, en la que Sara aprovechó para presentar al resto de sus compañeros, felices a rabiar por los resultados de una noche que tardarán en olvidar.

Finalmente llegó el turno de Duendelirium, con una puesta en escena tan peculiar que provocó cierta desorientación en algunos de los sectores del público que acompañaban a la banda anterior, cuyo estilo de rock más directo y sencillo es harto diferente al concepto que cultiva el cabeza de cartel de la noche. En la variedad está el gusto.

Ataviados para la ocasión de una manera cuando menos vistosa y pintados como seres de otra galaxia ajena, quizás más humana y afable, los cuatro integrantes del conjunto de folk rock gótico – por aproximarnos mínimamente y con improbable exactitud a la descripción de su sonido – se postraron ante la audiencia gesticulantes y dispuestos a defender como se merece su última obra, ‘Ovum: Crónicas del cuervo ciego’, la cual no se ha prodigado apenas por los escenarios debido a los cambios acaecidos últimamente en la formación. Pero no hay obstáculo que los frene, y desde el minuto uno, el entusiasmo y el cariño por lo que hacen, propulsado por un público que los arropaba con insospechado énfasis, salieron a relucir. La química era desbordante.

El show comenzó con evidentes problemas de sonido que hacían complicado escuchar con nitidez el magnífico juego de voces que propone la banda entre la grave y elegante voz de su piedra angular, el también violinista y guitarrista Madsen, y las límpidas y hermosas tonalidades de las vocalistas femeninas Selene, que es la última incorporación, y Thazz, que también interpreta la flauta aunque la ecualización no nos permitiese escucharla con claridad. Las pistas disparadas, que en el caso de Duendelirium son trascendentales, tapaban lo que se desarrollaba en vivo, pero con el paso de los minutos se fue solventando y el equilibrio fue poco a poco alcanzándose. No debe de ser fácil ecualizar una propuesta tan distinta a lo habitual.

El concierto de Duendelirium fue una apología de la diferencia, de la positividad y de la fantasía de principio a fin. Una válvula de escape a los problemas de la realidad, un bálsamo ante las cuchilladas del falso progreso y un cristal a través del cual vislumbrar la cara luminosa de estar vivos. Ah, y una constante arenga a exprimir cada segundo y disfrutar cada instante. Transmitiendo todo eso y creyéndoselo, es imposible no contagiarlo. La propia batería K’s, que agradeció con sorna la posibilidad de presentar varias canciones desde su batería electrónica, comentó que llega un momento en el que tenemos que decidir si aceptamos las normas de la sociedad y nos volvemos grises o tomamos otro camino y nos tornamos más aventureros, ensalzando el valor de los cuentos antes de una de sus piezas más señaladas, “The Witch and the Wolf”, primera en la que Madsen cambió el violín por la guitarra.

De principio a fin lograron descorchar sonrisas, arrancarnos de las garras de la quietud y sumergirnos en su particular mundo con canciones tan evocadoras como “El exilio de las hadas”, la más contundente “Huargos” o la majestuosa “Adamas”, con un memorable estribillo imposible de no corear a viva voz. También nos relataron el sabor de la lluvia dejando bien claro que la locura prima en su idiosincrasia en “The Taste of the Rain”, y nos hicieron cantar como locos en la hímnica “Panzerkaiser”, sin descuidar animadas y efectivas canciones de su primer trabajo, ’13 Tales’, muy celebradas por la vieja guardia de sus seguidores.

No debe ser fácil canalizar una propuesta tan atípica, pero esta ganará aún más enteros cuando la realidad, sí, la realidad, cobre más protagonismo en su interpretación en vivo. No en sus temáticas ni en sus canciones, pero sí en aquello que hace que suenen. Una cosa no quita la otra, y la acuciante inclusión de un/a guitarrista, un/a teclista y un/a bajista desembocarían en la armonía absoluta de los elementos, en una mayor presencia y consistencia del sonido en vivo y en una experiencia más completa. Su merecida buena acogida tiene que viabilizar cerrar el círculo.

Aun con todo, el violín de Madsen nos hizo volar con esas melodías exquisitas y las irresistibles combinaciones vocales nos transportaron a una dimensión paralela cuya musicalidad flota en niveles de cátedra. Contaron también con la colaboración de un invitado vestido de guerrero con más armas alrededor de su cota de mallas que los caballeros de Juego de Tronos, quien alzando el cuerno vikingo alabó a Odín mientras el respetable lo secundaba en la enérgica “Unleash the Beast” y que volvió a aparecer hacia el final de concierto, una vez estrenaron su piratesca, muy bien acogida y genial nueva canción, "Sangre y ron", para tocar la gaita en la concluyente “The Wild Hunt”, otra de las ineludibles que sirvió también de pretexto para presentar con la originalidad que se merece a los componentes del grupo, que guardan una contagiosa amistad entre ellos.

Con esa convicción por su música, con esa facilidad para sacarse de la manga canciones llenas de magia y emoción, y con esa perspectiva distinta de lo que nos rodea, Duendelirium está destinado a marcar la diferencia. Porque eso es lo que, en esencia, es este grupo de locos, de zumbados, de maravillosos trovadores de fantasía: la gran exaltación de no ser un píxel más en la pantalla de un mundo cada vez más deshumanizado.

Jason Cenador
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