Crónicas
Bilbao BBK Live con Arctic Monkeys, Idles o Pavement: La gran verbena
«Conviene no hacerse mala sangre por la popularidad, aceptarlo con naturalidad, sin aspavientos. Lo malo nunca fue la versatilidad, sino la falta de opciones para elegir. Que cada cual luego ya escoja su menú.»
Del 6 al 8 de julio de 2023
Kobetamendi, Bilbao
Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Darío Bravo. Foto Arctic Monkeys: Sharon López (Bilbao BBK Live)
A un servidor siempre le parecieron bien los festivales eclécticos. Frente a actitudes cerriles que no se estilan ni se comprenden en pleno siglo XXI, que vivan los carteles heterogéneos, pues constituyen una prodigiosa manera de desarrollar la tolerancia mucho más efectiva que los programas electorales de partidos políticos que solo buscan arrimar el ascua a su sardina y quemar el chiringuito del de enfrente, pero sin rencor, eh. Ojalá algún día se valore en su justa medida el privilegio que supone ver a un grupo de electrónica en un momento dado y desgañitarse con rabia punk pocos instantes después. El sueño de cualquier melómano.
Pero para que suceda esto último hace falta una cualidad que escasea bastante en el país donde “de diez cabezas, nueve embisten y una piensa”, que decía el poeta. Hablamos, por supuesto, del respeto y la educación, esa misma que te incita a abandonar el lugar si la música no resulta de tu agrado en vez de quedarte ahí dando por saco al personal que realmente quiere ver el concierto. En el Bilbao BBK Live de este año, por ejemplo, abundaban los corrillos de gente que decía que no le gustaba algo, pero ahí permanecían cotorreando y molestando al resto. Ese era el nivel, señores.
El año pasado ya asumimos que este festival era un acontecimiento social al que la mayoría iba como a las fiestas de cualquier pueblo, por lo que tampoco dedicaremos demasiado espacio a señalar que muchos van allí a hacerse la fotito para presumir en redes sociales y que la música cobra un aspecto insignificante en esta variable. Con una afluencia total de más de 120.000 personas, el tema del aforo tal vez se haya desbordado en esta edición, en especial el día de Arctic Monkeys, aunque en otros momentos la rutinaria tarea de alimentarse o ir al baño fuera comparable a conseguir sangre de unicornio. Salvo que quisieras perderte varios conciertos, claro.
Perreo gótico
Sin más dilación, vayamos a lo más interesante que nos topamos en una primera jornada marcada por la electrónica en la que las guitarras fueron más bien escasas. Uno de esos reductos de autenticidad lo encontramos en los locales Txopet, que le daban al post punk enérgico en la senda de Vulk, un estilo que ya se ha convertido en algo característico de la zona. Lo mismo apelaban al halo ruidista de poso Joy Division que experimentaban con el autotune. Ganaron el concurso de maquetas de Euskadi Gaztea, y por lo que catamos, ese premio estaba justificado por completo. Grupazo.
El primer combo al que acudíamos con expectación era el de los chilenos Friolento, considerados precursores del perreo gótico, pues cuentan con toda una colección de versiones de reggaetón o trap en clave post punk. Su espectacular revisión de “Bichota” de Karol G se ha convertido en un fenómeno en redes sociales y sin duda fue de las más coreadas en el escenario Beefeater.
Por desgracia, el sonido que se montó en dicha carpa se asemejó a una bola de ruido en la que no se distinguía nada. Una verdadera lástima, pues tenían un vocalista con un punto freak a lo Robert Smith de The Cure y a nivel instrumental acusaban recibo de los primeros Caifanes, los Héroes del Silencio aztecas. Si las condiciones sónicas hubieran acompañado, seguramente estaríamos hablando de uno de los mejores conciertos del festival, pues lograron que la peña se agachara, que cantara a pulmón canciones como “La santa”, original de Bud Bunny y Daddy Yankee, y que se desviviera por ellos como si fueran auténticas estrellas. Todo un antídoto contra sectarismos. Deseando verles en una sala en condiciones.
Sin apartarnos del post punk, los británicos Dry Cleaning aportaron otro refugio para los fanáticos de las guitarras, pese a que tuvieran un enfoque marcadamente experimental, con partes recitadas en plan spoken word. Quedaba claro que era un grupo de contrastes nada más ver el aire de cuadro prerrafaelista de su vocalista y justo al lado a un guitarrista con camiseta de Morbid Angel. Comenzaron muy lánguidos, pero fueron adquiriendo consistencia a medida que avanzaba la actuación. Para apuntar su nombre.
Una espectacular paleta de sonidos manejan del mismo modo M83, pues su rollo va desde el indie rock o la electrónica hasta el shoegaze o el post rock. Ya les habíamos catado en otras ocasiones, por lo que sabíamos que molaban. Su show inició grandilocuente con “Water Deep”, evocando las recargadas atmosferas del disco ‘Disintegration’ de The Cure, y subieron un peldaño monumental con esa maravilla para elevarse de “Teen Angst”, todo un subidón emocional, piel de gallina total.
Muchos despertaron de la burbuja onírica a la fuerza cuando cayó una importante tormenta en el recinto, pero los franceses volvieron a recuperar fuelle con un himno de la envergadura de “Midnight City”, un llenapistas indie como pocos. Nunca defraudan. Su universo es tan vasto que no resulta descabellado que te cautive alguna de sus facetas. Imprescindibles para rockeros electrónicos.
Frenesí hedonista
A Florence + The Machine no les quitamos el mérito de contar con una vocalista que oficia descalza, mantiene los tonos a un nivel encomiable, y se mueve como si estuviera en una clase de ballet. Lo cierto es que piezas como “King” o “Free” no están mal, pero tampoco entendemos el entusiasmo desmedido hacia la formación. Son garantía de un directo espectacular, por lo que no debería extrañar que su presencia sea recurrente en festivales. Los foráneos seguro que les pillaron más el gusto.
Nosotros preferimos apostar por el synth pop oscuro de Desire, que contó con miles de guiños a la década de los cardados, como los movimientos aeróbicos de su vocalista, el uso de un teléfono fijo de los de antes o la versión de “Bizarre Love Triangle” de New Order. No fueron los únicos elementos que llamaron la atención, pues la inquieta cantante hasta besó a un cráneo mientras sonaban ritmos reminiscentes al “Thriller” de Michael Jackson. Luego también dio de beber a su Yorick particular, no sea que estuviera seco.
“Telling Me Lies” o “If I Can’t Hold You” podrían gustar a cualquier fan de la música de los ochenta, mientras que “Sad Ibiza Song” hasta encajaría en una sesión gótica aperturista. ¿Que en la electrónica todo parece frío y carente de alma? Vayan a ver un show de esta artistaza y luego me cuentan. Frenesí hedonista para perderse entre desconocidos.
No menos impactante se tornaba el espectáculo de Fever Ray, con un escenario plagado de niebla en un inicio y hasta con alguna farola que parecía de los tiempos de Jack el Destripador. El rollo de esta otrora componente de The Knife no estaba nada mal, pero ya empezábamos a sentir aquello que decían Eskorbuto de que las multitudes son un estorbo, así que emprendimos la bajada con el buen sabor de una visión vanguardista que desde luego no dejaba para nada indiferente.
Tontipop y una fumada en el desierto
En plena eclosión del indie patrio surgieron Los Fresones Rebeldes, a los que se les asoció con la etiqueta de “tontipop” para minusvalorar una propuesta de espíritu punk y sensibilidad pop, pero también cargada de matices mod o de música de los sesenta. Su encarnación actual poco tiene que ver con aquella formación que grabó el recordado vídeo de “Al amanecer” en el Parque de Atracciones de Madrid allá por 1997, pero todavía sigue al frente a la guitarra el líder Felipe junto a su esposa Ana, ahora a la voz, y el hijo de ambos, Quinito, al bajo. Todo en familia.
La última vez que estuvieron en Bilbao aún estaba en sus filas Cristina, otra de las componentes míticas de la banda, pero ese inmortal catálogo de canciones redondas al final se sitúa por encima de ellos, son himnos que ya pertenecen a la gente, como a todos aquellos que abarrotaron la bilbaína plaza del Arenal el viernes a la hora de comer.
Pese a que en un comienzo dieron cancha a composiciones recientes como “Cada San Valentín” o “Tu y yo, un barco y el mar”, muy ramoniana esta última, no tardaron en arrancarse con esos temas con los que la afición quería dejarse la garganta, caso de “La inocente”, “Medio drogados” o la imprescindible “Al amanecer”. Y para recordarnos que su intención inicial siempre fue hacer un grupo de punk rock, el líder Felipe se marcó un “Teenage Kicks” de The Undertones muy decente. Siguen conservando algo especial.
La segunda jornada en Kobetamendi, por otra parte, la arrancamos con Morgan, todo un grupazo al que en mi opinión el formato de los grandes festivales no le favorece demasiado. Menos todavía si hay tanta cotorra y gente maleducada como allí arriba. En tales circunstancias atreverse con un corte intimista como “Sargento de hierro” es casi un suicidio, otros como “Blue Eyes” o “The River” mantienen mejor el tipo.
En cuanto a repertorio, fue un concierto similar a los que hemos visto en su último periplo por salas. Brilló su aproximación al hard rock en “Paranoid Fall”, pero también el aire soul de “Thank You” o ese inevitable final con “Marry You” casi a capela. No hubo sorpresas, pero molan más en garitos.
Nadie diría que la banda tuareg Tinariwen posee un Grammy y hasta ha llegado a ser telonera de Red Hot Chili Peppers, ahí es nada. Ya solo en el aspecto visual, llamaba bastante la atención ver a estos señores en un escenario, con sus túnicas, sus ropajes y sus historias. En lo musical, su conglomerado de psicodelia, rock y folk puede que desconcierte en un comienzo, pero una vez que pillas el punto, te enganchan de manera hipnótica. No hablemos ya de lo curioso que resulta una propuesta de estas características, pero cualquiera no tiene el ánimo para una interesante fumada en el desierto.
A la otrora componente de Moloko, Róisín Murphy, también era para darle de comer aparte, pues apostó por un show transgresor en el aspecto visual, con tocados y trajes cada vez más atrevidos, algunos que parecían papel de regalo y otros con formas geométricas. “Es música de peluquería, pero me lo sube todo”, decía uno de los espectadores y lo cierto es que en ese aspecto fue una especie de viaje que comenzó en lo electrónico, paró en consolidadas estaciones de aroma blues o soul, en las que la vocalista se calaba estiloso sombrero de ala ancha, e incluso evocó el cabaretero “Money, Money” de Liza Minnelli. No nos aburrimos, no.
Antisistemas de festival
Pensar que un nombre como Pavement pueda considerarse un cabeza de cartel en 2023 de pleno derecho, quizás sea suponer demasiado. El amplio espacio que había en el lugar donde oficiaban certificaba que no quitaban demasiado el sueño a las nuevas generaciones, pese a que en su día tuvieran un importante predicamento en el mundillo indie hasta el punto de casi dar la vida a movimientos como el Getxo Sound.
Porque aquí no estamos hablando de grandes estrellas de rock como Arctic Monkeys, sino de los típicos colegas que montan un grupo y este al final se vuelve tan grande que lo desborda todo. Confesaremos que antes de leer ‘Vives en las cintas que me grabaste’ de Rob Sheffield este combo nos importaba un comino, pero aquello cambió tras leer una obra en la que los californianos formaban una parte fundamental de la banda sonora de una vida.
Al margen de nostalgia, disfrutamos de clásicos como “Shady Lane” o “Cut Your Hair”, pero antes los de Stephen Malkmus se reivindicaron como unos antisistemas de festival, que van a su rollo y les da igual que las canciones lentas no peguen demasiado en recintos multitudinarios. Al que no le guste, que se vaya a menear el culo a otro sitio.
Ya solo por esa actitud auténtica de gente sencilla habría que respetarles, pese a que no fueran pocos los que desertaron durante su actuación. Lo cierto es que tuvieron momentos, pero que me diga alguien que no resultó emocionante verles arrancarse sin atisbo de grandeza con temones mayúsculos como “Stereo” o “Range Life”, que precisamente criticaba el mesianismo de algunas bandas alternativas como Smashing Pumpkins, algo por lo que Billy Corgan se cabreó con ellos de por vida.
Eran unas leyendas del indie, claro, otro debate sería si realmente pintaban algo en un cartel heterogéneo que trataba de mirar hacia el futuro. Adecuados o no para el Bilbao BBK Live, se agradeció ese oasis en el que no sentías el sudor del vecino ni había que soportar al enésimo chorra del móvil con vocación de documentador. Qué alivio.
El indie rock de los franceses Phoenix también marcó a unas cuantas bandas de post punk contemporáneas, caso de los valencianos La Plata, por ejemplo. Y por lo que contemplamos aquella noche, no han perdido ni un ápice de su capacidad para conectar con las generaciones más jóvenes, las gargantas elevándose en un himno como “Lisztomania” lo confirmaron. Pese a proceder del país vecino, en realidad poseen un rollo muy británico tipo Kaiser Chiefs, por lo que su propuesta nos resultó más entretenida que muchas otras cosas del cartel endeble de aquella jornada.
Por motivos laborales, tuvimos que perdernos tanto a The Murder Capital como a La Élite, que acaban de sacar todo un manifiesto de un movimiento musical como ‘Nuevo punk’. No obstante, respecto a los segundos, nuestro fotógrafo Darío Bravo estuvo en su bolo y nos contó que la seguridad se vio desbordada ante los desmedidos pogos que proliferaban en la carpa Beefeater a eso de las tres de la madrugada y que además sonaron muy bien dadas las circunstancias, por lo que no les sucedió lo mismo que a los prometedores Friolento. Bravo por ellos.
Caricia y guantazo
Toda una sorpresa que los madrileños Menta congregaran a tanta peña a primera hora del sábado. Se cascaron sin duda uno de los comienzos más trepidantes del festival con “Fatal, gracias”, puro punk en cuyo estribillo se entonan las palabras “No hay futuro, no hay mañana”. La vocalista Meji conquistó por su naturalidad y expresó a la perfección esa dicotomía entre caricia y guantazo presente en su música, con un contundente muro de guitarras y letras de poso nostálgico, como la genial “Lo que me falta”.
Beben lo mismo del noise rock chirriante de The Jesus and Mary Chain que de la mala leche de Los Punsetes, no en vano su primer single se llamaba “Ojalá te mueras”, lo que ya daba cuenta del descaro de su propuesta. Fue otro de los mejores conciertos del festival que se quedó corto en cuanto a ubicación, pues se juntó más gente de la esperada. A Meji de la emoción hasta se le salió un zapato.
Muy rompedora era del mismo modo la propuesta de Merina Gris, uno de los grupos del momento en el País Vasco que ha colgado ya el cartel de entradas agotadas. Llaman a su palo “pop violento”, pero la verdad es que se acercan más a Crystal Castles, o incluso a Aviador Dro por el enfoque futurista, a pesar de lo inclasificable de sus canciones. El anonimato de sus componentes añadía todavía mayor atractivo a piezas que son como manifiestos demoledores contra el encasillamiento y las maneras de una sociedad predominante.
Los que madrugaron no olvidarán a buen seguro las explosiones de rabia de “Ardi Latxen Herrian”, “sAIATZEN nAIZ :)” o “Besteek Zer”, perfectas para un subidón pastillero con conciencia de clase. Si piensas que la electrónica es un género bastante predecible, evidentemente nunca has visto a estos jóvenes donostiarras. Cañonazo.
La Paloma no se esperaban tampoco de ningún modo semejante multitud a las puertas del recinto, pero no se acobardaron en absoluto mientras desgranaban piezas generacionales como “Todo esto” o “Bravo Murillo”, que desató algún “¡Aúpa Tetuán!” entre la concurrencia. Decían de ellos que eran el secreto mejor guardado de Madrid, aunque si siguen partiendo la pana en festivales, su noise rock no tardará en alcanzar altos vuelos. Fans de Biznaga o Carolina Durante, aquí tenéis a unos nuevos dioses a los que adorar.
Un viajero del tiempo llamado Alex Turner
La propuesta de las británicas The Last Dinner Party se antojaba atractiva de primeras, pues combinaba cierto halo romántico o gótico, sobre todo en sus vestimentas, con el indie rock a lo Dum Dum Girls. Al igual que sucedió con otros combos, se pensaron que tocar en un gran recinto es lo mismo que hacerlo en un garito, por lo que no se cortaban a la hora de presentar temas lentos.
Esto nos hizo desertar y echar un vistazo a Cala Vento, que se lo montaban bastante mejor, incluso desbordando la capacidad de su reducido enclave. Eso sí que parecía un bolo de festival, con la multitud entregada coreando canciones como “Equilibrio” o “Conmigo” y hasta llevándoles a ellos en volandas. ¡Muy grandes!
Love of Lesbian siguen contando con un importante grupo de fieles, lo cual no es ninguna sorpresa dada la espectacular puesta en escena en directo o el impresionante chorro de voz de Santi Balmes, que realmente bordó cortes de su último trabajo como “Sesenta memorias perdidas” o “Cosmos (Antisistema solar)”.
Al margen de novedades, el frontman alertó sobre el auge del fascismo: “Están enseñando las garras y no van de broma. No volvamos a 1800”. Y Kobetamendi seguramente hasta tembló cuando se arrancaron con “Club de fans de John Boy” o “Allí donde solíamos gritar”. Podrán gustar o no, pero lo que no debería discutirse es que ofrecen un show de alto nivel en el que se cuida hasta el más mínimo detalle.
Lo de hacernos mayores nos pasa a todos, pero fijo que la mayoría no se lo toma tan a pecho como Arctic Monkeys, que llevan ya un tiempecito considerable facturando discos que podrían calificarse como “maduros” con cierta afectación. Es evidente que desde que lanzaran la piedra angular ‘AM’ hace una década no han vuelto a ser los mismos y eso ha llevado a que trabajos como ‘Tranquility Base Hotel & Casino’ o ‘The Car’ parezcan más propios para intimar que para el desenfreno de un concierto de rock.
Con todo, un servidor admite que la reencarnación actual del viajero del tiempo Alex Turner en crooner no le sienta nada mal y eso tal vez le haya convertido en uno de los más grandes vocalistas contemporáneos del planeta, con permiso de Matt Bellamy de Muse. Lo cierto es que el tipo cuando no se atusaba el cabello o se subía los cuellos de la camisa, clavaba cada estrofa, ya fueran temas pretéritos como “Snap Out of It” o más recientes del calibre de “Four Out of Five”.
Para el público de a pie el sumun llegó con “Why’d You Only Call Me When You’re High” de su laureado álbum de 2013 y poco después con la celebérrima “Do I Wanna Know?”, que levantó todavía más los malditos móviles. Ojalá hubiera en este sentido más cruzados como Bob Dylan. Y ya en los bises, otro colofón fue “I Wanna Be Yours”, donde escuchamos a un tipo haciéndose el interesante explicando a su pareja la letra de la canción. Obviamente, ni mencionó que se trataba de una adaptación del poeta punk John Cooper Clarke.
“I Bet You Look Good on the Dancefloor” enfervorizó todavía más los ánimos, pero no se podían marchar sin “Arabella”, otro guiño al disco más importante de su carrera. Fue un repertorio equilibrado en líneas generales, aunque, al igual que sucedió con Pavement, uno se preguntaba si era realmente necesario revisitar determinadas piezas de su reciente ‘The Car’ más proclives para arrimar cebolleta que para darlo todo en un concierto. Cuestión de gustos.
Puñetazo antifascista
Qué necesario era en el Bilbao BBK Live un bolo de esos de los que te limpian el forro. Los británicos Idles encarnaron esto último por completo con un recital tan salvaje que provocaba la huída de algunos tras acercarse y comprobar lo chalados que estaban Joe Talbot y compañía, que al segundo tema ya estaban dando vueltas por el espacio destinado al público.
Los que nos quedamos experimentamos un derroche de “amor y energía” sin precedentes, con movimientos gimnásticos por parte de su explosivo frontman y cañonazos del calibre de “The Wheel” o “Crawl!” que levantarían a cualquiera con sangre en las venas. Hubo además ocasión de gritar “Fuck the King” a petición de Talbot y hasta se atrevieron a versionar en clave punk moñadas como “Up Where We Belong” de Joe Cocker o “Nothing Compares 2 U” de Sinéad O’ Connor. Estos tipos no tenían vergüenza.
La actuación de unos de los máximos exponentes del post punk contemporáneo fue un auténtico puñetazo antifascista en el que hubo mensajes a favor de los inmigrantes, en contra de los totalitarismos, así como apelaciones a la “empatía”, algo tan necesario en un lugar con tantos irrespetuosos por metro cuadrado. Lástima que aquí no se incida tanto en compañerismo o en conciencia antifascista como en festivales tipo Rebellion, donde a los asistentes se les considera familia, por lo que uno siempre debería comportarse con educación ante sus semejantes.
Con Arde Bogotá volvieron a desbordarse todas las previsiones en cuanto a afluencia de personal. Observando la impresionante marabunta que reunieron, uno se preguntaba qué hacían tocando en un escenario de dimensiones tan reducidas, pero supongo que a la próxima ya se reparará dicha injusticia. Dieron cancha a temas de su reciente ‘Cowboys de la A3’, como “Los perros” o “Besos y animales”, que funcionan muy bien en las distancias cortas, y demostraron que muchos venían con la lección aprendida respecto a las letras. “Abajo” o “El beso” de su debut continúan manteniendo el tipo, por lo que el aburrimiento no aparece en ningún momento. Es impresionante la progresión que han tenido los cartagineses desde que les descubriéramos en un Sonorama de hace un par de años. Éxito justificado.
Pues hasta aquí llegaron los tres días de convivencia en esa gran verbena en la que se ha convertido el Bilbao BBK Live, un espacio heterogéneo que hace pocos años tomó la decisión de seguir creciendo incorporando sonidos del gusto de las generaciones jóvenes. Conviene no hacerse mala sangre por la popularidad, aceptarlo con naturalidad, sin aspavientos. Lo malo nunca fue la versatilidad, sino la falta de opciones para elegir. Que cada cual luego ya escoja su menú.
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1 comentario
Gran como extenso resumen hacia los grupos que descargaron en uno de nuestros festivales más longevos e históricos como es el BBK Bilbaino.