Crónicas
Ana Curra: Acto fundido a negro
«Hay determinados placeres de los que conviene desprenderse llegado a cierto punto»
Kafe Antzokia, Bilbao (Bizkaia).
Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Marina Ruano
Un proceso de higiene mental necesario para no acabar sumido en la locura absoluta. Abandonar algunas sustancias, dejar de ver a ciertas personas cuya presencia se asemeja más bien a un vicio malsano, nunca han escaseado las formas en las que cada cual se autodestruye como considera conveniente, bálsamos con los que soportar eso que llamamos vida.
Quizás la recreación del influyente disco ‘El Acto’ de Parálisis Permanente suponga un poco de todo esto último, un homenaje indispensable y a la vez una catarsis colectiva para pasar página, cerrar un capítulo y dedicarse a otro proyecto ya con el espíritu calmado. Porque pese a que en un inicio el mentado debut gozara de un halo vanguardista otorgado por su condición de puerta de entrada de los sonidos más oscuros en la llamada Movida Madrileña, con el tiempo se ha convertido en una especie de testamento inapelable y reconocimiento hacia la figura de Eduardo Benavente, mártir por antonomasia del siniestrismo patrio.
No hace demasiado Vitoria acogió una apoteósica misa negra de este tipo de la que no hubiéramos cambiado ni un solo milímetro en cuanto a repertorio, ambiente o puesta en escena. Pero siempre debería agradecerse a los artistas conscientes del verdadero sentido de ese término que no se limitan a reproducir lo mismo noche tras noche y tratan de introducir una nota discordante dentro de sus propias limitaciones, todo un acto de valentía que merecería el aplauso unánime en una época plagada de funcionarios del rock que se comportan como vulgares oficinistas fichando cada mañana.
Pocas horas después de que se iniciara la Semana Grande bilbaína, el sacrosanto Kafe Antzokia acogía un oficio enmarcado en la tenebrosidad con el concurso de las neófitas Serpiente, unas chavalas que siguen la senda de Belako que ya habíamos contemplado con anterioridad y que necesitan con urgencia un chute de entusiasmo en escena. Vale que el género deudor de Joy Division tampoco admita demasiadas alegrías, pero algo de ímpetu ya se agradecería para no caer en el sopor infinito, que se fijen en sus colegas Vulk, por ejemplo. Era una pena porque poseían potencial que se palpaba cuando su vocalista bailaba a lo Nick Cave o en esos momentos en que pillaban carrerilla y zas, terminaban y te dejaban a medias. A la próxima que se tomen unos chupitos antes de salir, dicho con amor, ¿eh?
Frente a divas contemporáneas vacías de contenido rendidas a la comercialidad, Ana Curra representa la integridad en estado puro, la fidelidad a unos principios que no dejan de ser las propias ideas, trataron de hacer de ella en los ochenta una suerte de Madonna española, pero prefirió dar plantón a los pesebreros y labrarse un camino sin rendir cuentas a nadie, a lo sumo, al pasado, para lo que se tomó un tiempo más que razonable. Mucha polémica hubo en su día por su decisión de revivir el legado de Parálisis Permanente, aunque a un servidor no se le ocurre a otra persona más legitimada para hacerlo y así brindar una oportunidad única a los miles de fans que existen tanto aquí como en el otro lado del charco.
Demostrando que eso de vivir de las rentas no va demasiado con ella, tras la intro clásica “Miserere” de Zelanka, se decantó por un tema inédito llamado “Fundido a negro” mientras se paseaba cual sacerdotisa de lo oscuro envuelta en una capa y capucha. Esa noche tendría lugar la consumación del acto por todos los ausentes, “por los nuestros y los vuestros”, una afirmación que nada desentonaba a pocas horas de la masacre terrorista en Barcelona.
Pero no habíamos venido allí a llorar, sino a celebrar, por ejemplo, la colisión de los seres que propone “Quiero ser tu perro”, pura pulsión sexual que ganó enteros por los contoneos de Ana en un estado físico envidiable, un verdadero cuerpo incorrupto que merecería estar en un vitrina más que cualquier monigote de madera.
Piezas como “Yo No” o “Nacidos para dominar” no necesitan presentación alguna por su condición de salmos indispensables en el evangelio del siniestrismo patrio, ni tampoco “Te Gustará”, que tal vez rememore el descaro del Batcave londinense al tiempo que en su época rasgaba vestiduras por su temática sadomasoquista en una pacata sociedad todavía en esencia franquista. Y el inevitable “Heroes” de Bowie desató los ánimos como solo podría hacerlo un himno de esas características.
Hubo espacio asimismo para Los Seres Vacíos, aquel proyecto paralelo a Parálisis Permanente en el que también intervenía el bajista original Rafa Balmaseda, con “Más” o “Ratas”, que Ana definió como algo “de actualidad”. “Tengo un pasajero” atronó incluso antes de que comenzara con el personal gritando la letra y desencadenando pogos que realmente parecía que un extraño organismo se hubiera apoderado del cuerpo de los presentes.
“Esa extraña sonrisa” y la piedra angular “Quiero ser santa” reincidieron en ese puro siniestrismo que a veces echaba para atrás a la facción más punk de la concurrencia, hasta el punto de que un conocido nos soltó: “¡Estoy por ponerme una sábana de fantasma!”. Aunque por estos lares muchos lo hayan asimilado como un derivado más del espíritu del 77, lo cierto es que existe una distancia abismal entre Sex Pistols o Buzzcocks y Joy Division o Bauhaus, aquí las fronteras nunca estuvieron tan definidas como en otros lugares de la península, solo hay que fijarse en Eskorbuto, que en cuanto a letras tampoco se diferenciaban demasiado de Eduardo Benavente y compañía.
Sin perder impulso, “Pájaros de mal agüero” se quedó algo más lenta que en disco, pero se sigue agradeciendo en directo. “Vamos a cortar cabezas” dijo Ana antes de que corriera la “Sangre” y marcar una diferencia entre el repertorio anterior y lo que venía ahora, más centrado en el punk. Así fue con una enérgica revisión del “Desnúdate” de Los Seres Vacíos o con la tralla sin contemplaciones de “Jugando a las cartas en el cementerio”. Apelar a Eskorbuto con “Adiós Reina Mía” en esta tierra supone un triunfo seguro, aunque uno hubiera preferido alguna otra rareza difícil de escuchar en directo, caso de aquel “¿Por qué?” incluido en las primeras grabaciones de Parálisis Permanente o “La casa de la imperfección” de Alaska y Pegamoides, tema cantado por Eduardo Benavente que luego Ana recuperaría en directo junto a Los Seres Vacíos.
Ya no habría margen para pasos en falso con un impepinable “Unidos” que levantaría como nunca a la parroquia, y tras una breve pausa, regresarían para un interludio clásico cuyo silencio se respetaría más en Vitoria. Menos mal que no hizo falta pedir rendir la devoción debida a “Adictos a la lujuria” o al primer mandamiento nihilista “Autosuficiencia”, con la peña a punto de invadir el escenario y el micro rulando por ahí hasta que acabó en manos de un tiarrón que se desgañitó a gusto.
Y la guinda al pastel solo se podría entender con “Un día en Texas”, con la que todavía resuenan cuchillos en directo y que transformó la sala en un inmenso pogo para el que hubo que tomar medidas de protección. Muchos se quedaron tan extasiados con semejante despliegue de amor que no dudaron en solicitar más temas a pesar de que ya se había alcanzado hace tiempo la madrugada. El desfallecimiento tampoco sería bueno.
Quizás con este concierto se cierre ya un capítulo antes de que Curra retome su trayectoria en solitario, como le han pedido algunos fans, y ‘El Acto’ quede ya fundido a negro a perpetuidad. En toda película siempre tiene que haber un momento para un último plano panorámico desde una perspectiva aérea en el que la escena se difumine y volvamos a nuestra tediosa existencia. La caída del telón definitiva. O no.
Texto: Alfredo Villaescusa
Fotos: Marina Ruano
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