Menos es más de toda la vida, ya lo decían con sabiduría los punks allá por el 77. Pero existe un notable empeño en la época contemporánea en ponerse “intensito” y soltar brasas al personal, del mismo modo en que los babosos acuden a los bares en busca de almas solitarias a las que perturbar con conversaciones intrascendentes.
Admitámoslo, que te cuenten cosas interesantes hoy en día resulta algo harto complicado y en determinados contextos casi una quimera, una utopía semejante a la implantación de la dictadura del proletariado. Como si fuera una película de David Lynch ante la que debes situarte en frente de la pantalla con palillos en los ojos atento al extremo para no perder ni un detalle, así se presenta esta nueva entrega de los británicos comandados por Dani Filth. Es un trabajo espeso, no apto para canturrear en la ducha y con multitud de matices incapaces de apreciar en su totalidad en una primera escucha, en ese aspecto estaría más cercano al prog que a cualquier obra de metal extremo.
Hay empero un considerable esfuerzo por reverdecer laureles y evocar la época de ‘Cruelty And The Beast’, con fragmentos de guitarras dobladas realmente sobresalientes en “Wester Vespertine”, solos espectaculares o los punteos a lo Iron Maiden de la homónima “The Seductiveness Of Decay”. Y en el primer adelanto “Heartbreak And Séance” uno puede encontrar rasgos fundamentales del catálogo de Cradle of Filth, como la pomposidad fantasmagórica cargada de dramatismo o esa conocida alternancia en las voces que va desde lo chirriante o gutural hasta espectrales tonos femeninos que evocan camposantos de inmediato, con mención especial para ese inquietante coro que aparece salpicado por aquí y allá.
Quizás sea en este último tema donde se revelen tanto las carencias como los aciertos de este redondo, lo positivo, ya lo hemos dicho en el párrafo anterior, y aparte de eso, añadiríamos la presencia de la siempre angelical Liv Kristine en “Vengeful Spirit”. En cuanto a lo negativo, aquí sobra minutaje por doquier, cuatro temas que superan los siete minutos ya se antojan demasiados y la puntita que te da al final “Death And The Maiden” al llegar casi a los nueve termina por provocar cierto vértigo. Se han pasado tres pueblos con los cambios de ritmo hasta el punto de que pillar el hilo se transforma en algo similar a una sesión de cine de autor experimental. A ver quién lo aguanta.
Un problema parecido sufría ‘Death Magnetic’ de Metallica por su excesiva duración y uno no deja de preguntarse cómo habría sido el resultado si varias piezas se hubieran recortado dos o tres minutos. Se agradece la intención de volver la vista atrás a los tiempos gloriosos en los que todavía daban miedo a los biempensantes, pero un buen rasurado no hubiera venido mal, no.
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