ROSA SALLERAS: RELATO

26 mayo, 2010 3:53 pm Publicado por  – Deja tus comentarios

Una visita inesperada
Acariciarte es sentir el placer y tus curvas serán para mí
Cuando emites tus gemidos o hablas con tu voz

Siempre en mis brazos cuerpo de mujer
Eres néctar que me haces vivir
Dame tu magia hazme sentir como un dios

Tu, cuerpo de mujer
Ven, hazme sentir tu placer

De Cuerpo de mujer, Lujuria.

— Hola Rai, he venido en cuanto he podido.

— ¡Hey, que rápido tronco! Gracias por venir. ¿Qué tal?

— Bien gracias.

Rosa Salleras, la autora del relato

— Entra, entra. ¿Quieres un cubata? Por cierto, tengo una primicia para ti, me acaba de llamar el manager para decirme que este año nos han fichado en el Rock in Rio 2010 de Madrid. ¡A nosotros! Y compartiendo cartel con Sôber, Bon Jovi, RATM y Metallica, y no sé quien más. Dos días de rock, puro rock en Madrid. ¡Ya era hora de que el Rock in Rio hiciera honor a su nombre! ¡Viva el rollo, sí señor!

— ¿Puedo publicarlo?

— Pues claro que puedes. La primicia es toda tuya.

— Pero no me has hecho venir sólo para explicarme eso, ¿no? Llevas desaparecido casi una semana, desde que volvisteis de México, y de repente me llamas y me pides que venga a verte. ¿Qué pasa?

— Necesito contárselo a alguien, por eso te he llamado. No te lo vas a creer, es lo más chungo que me ha pasado en la vida, y treinta años en este mundillo del rocanrol dan para mogollón de cosas raras. Tú lo sabes muy bien.

— ¡Explícamelo ya de una puta vez!

— ¿Te acuerdas del último bolo de México la semana pasada, el sábado? ¡Vaya caña que dimos! Le calentamos bien el público a Metallica.

— Sí, eso me dijeron.

— Claro, tú no estabas ahí, pero desde que un cabrón lo colgó en You Tube, mi cagada ha dado la vuelta al mundo. Aquel día me perdí dos veces, ¡dos, tío!, mientras tocábamos el Rockin’ in the free world y Pepe, el bajista, tuvo que venir a darme caña después de la segunda. “¿Qué coño te pasa, cabronazo? ¡Te has vuelto a perder!”, me soltó al oído, sin perder la sonrisa.

— Si, eso, ¿qué pasó?

— ¿Que qué pasó? Todavía no me lo creo. A ver cómo te lo explico. ¿Te acuerdas de aquella canción, Cuerpo de mujer?

— Pues claro que sí, cómo no me voy a acordar, fue una de las del primer disco, ¿no?

— Sí, un vinilo todavía. Fue el único tema que he podido componer yo solito, sin ayuda de ningún letrista. Y vaya éxito que tuvo, ¡si hasta la ponían en los 40!, los 40 criminales, cómo los llama mi colega el Mariskal ¡Ja, ja!, vaya un honor ¿no? Lo que no sabes es cómo la compuse, ni cuándo ni por qué.

— Cuenta.

— La compuse en recuerdo de una piba que conocí en el 74, tendríamos los dos unos veinte años, una chavala que me encandiló y que un buen día desapareció de mi vida, sin despedirse, sin decir nada, así, por las buenas. Aunque sospecho que sería más bien por las malas. La chica era una niña de una familia de la clase alta, pijería a tope, y yo todavía trabajaba de albañil con mi padre, de obra en obra, para poder mantener a mi mujer y mi hija de meses. ¿Te acuerdas? Vivíamos en una chabola de Vallecas, antes de ser Vallekas, la cuna del mejor rock del país.

— Al grano, tío, que se te va la pinza otra vez.

— Es que… no veas cómo estoy. Vale, sigo. Pues eso, Cuerpo de mujer era para ella, aunque nunca llegó a oírla, o eso creía yo. La compuse cuando supe que no la vería nunca más, cuando todavía me dolía el cuerpo de no poder tocar el suyo, y el corazón de no verla, y ella no supo nunca que le había hecho una canción. Creo que en el fondo, cuando compuse ese tema, seguía esperando que volviera. Desde que la perdí de vista, de vez en cuando me he acordado de ella, y desde que se fue mi chica —ya sabes, Lili, la teclista que tuvimos hasta hace poco y que me plantó para liarse con el batería de Gamma Ray—, he pensado en ella bastantes veces, y me he preguntado qué habría sido de su vida.

— ¿Y nunca la volviste a ver?

— No. Pero una noche, hará algo más de veinte años, soñé con ella, un sueño tan raro que se me quedó grabado, no se me ha olvidado. La vi, con su pelo castaño claro casi rubio por el sol, y muy morena, con algunas arruguitas en los ojos, y me decía “nunca me pude despedir de ti, lo siento” y se acercaba y me besaba. Me desperté con una sensación muy rara, ¡parecía tan real! Parecía que todavía sentía sus labios sobre los míos. ¡Chungo, chungo! No sé, me parece que a lo mejor, sin darme me cuenta, pensaba en ella cuando me empeñé en volver a incluir en el programa de la gira esa canción, Cuerpo de mujer, y en hacer una nueva versión.

— Ya, ¿y qué tiene eso que ver con el bolo de México?

— Pues resulta que aquella noche, mientras tocábamos ese tema, de repente me puse a pensar en ella, y mientras iba recitando la letra, se me iban apareciendo imágenes de ella, sus curvas, sus pecas, en las pantallas del escenario la veía a ella en mis brazos, la sentía junto a mí, muy cerca, era como mágico, y me sentí como un dios. Fue como una especie de trance…

— Joder Rai, ¿se puede saber que te habías tomado antes de salir a escena?

— ¡Nada! ¡Ya no tío, que no, para nada! Antes de salir, sólo me había tomado un chupito de tequila y me había fumado un peta ligero, que uno es un profesional como la copa de un pino y los años de carretera y bolos me tienen ya muy curtío. Antes de salir ahí fuera, sólo lo justo para calentar la voz un poquito y entonarnos, nada de ciegos y borracheras, eso la Amy, nosotros no.

— Pues me contaron que ese tema os salió, a ti especialmente, más que bordado.

— ¡Ya! Pues la verdad es que sí. Pero sigo con mi rollo, te vas a creer que estoy zumbao. Al terminar Cuerpo de mujer tuve que salir del escenario a toda leche, intentado esconderme bajo la guitarra bien puesta sobre el bajo vientre, difícil con mi vieja Gibson Flying V blanca… la tenía tiesa, pero tiesa, tiesa, era demasiado, tenía la sensación que me iba a correr de un momento a otro. Pedí una bolsa de hielo y me la puse en los huevos un rato, hasta que la cosa volvió a un tamaño más presentable, mientras el resto de la banda improvisaba algo allá fuera. El Andy, nuestro road manager, se descojonaba:

“¡Joder, tío! Sí que te has metido en el tema, si es que lo habéis bordado, pero vaya, te has pasado un pelo… ¡Cuando lo cuente…!

“¡Cállate, coño, Andy!,” le contesté, “y acércame la botella de agua, anda, porfa.”
Agüita fresca y una respiración honda, me volví a colgar la guitarra (le tengo mucho cariño a mi vieja Gibson, esa de ahí, colgada en la pared), y ya recuperado, volví a salir, recibido por un improvisado tapping a dos manos digno del mejor Van Halen. “¡Gracias, Oscar!, eres un hacha” pensé. Saludé al respetable y pedí perdón por la escapada con alguna excusa estúpida que acogieron con una carcajada general, con el cachondeo habitual presenté el siguiente tema, ¡temazo!, el Rockin’ y lo atacamos. De repente, la vi. Te lo juro por esas, tío, la vi, ahí estaba ella, sacudiendo la cabeza, bailando, botando y desgañitándose como el que más en las primeras filas del público.

— ¡Ella, ella!, ¿no tiene nombre?

— Es verdad, no te lo he dicho. Claudia, se llama Claudia. Y, como te iba diciendo, ¡me perdí!, ¡y de qué manera! La letra, la guitarra, todo. Tenías que haber visto la cara del Paco, un poema, hasta el Oscar, que casi nunca se inmuta, arqueó las cejas, y Pepe, siempre un guasón, cuando me di la vuelta para recuperarme, hizo un gesto amenazante con las baquetas y me sacó la lengua. Al ponerme de cara al público otra vez, la volví a ver, y ¡la madre que me parió!, me volví a perder.

— ¿Y…?

— Ya no la vi más. A partir de aquel momento dejé de mirar en dirección al público más cercano. Terminamos, y bajamos a los camerinos y allí estaba ella, un par o tres de metros más allá de la puerta, apoyada en la pared, esperando. ¡No había cambiado casi nada! Seguía llevando su media melenita castaña tirando a rubia, vestía unos tejanos gastados y unas deportivas de esas de colores, camiseta rosa con un peazo d’escote que le dejaba ver algunas de las pecas hasta el canalillo y una chaqueta algo anticuada. Y unos pendientes y un collarcito de plata y lapislázuli que resaltaban el profundo azul de sus ojos y su piel morena por el sol. Parecía como si el tiempo hubiera pasado despacio para ella, si no fuera por las pequeñas arruguitas en los ojos. Después de más treinta años, las mismas curvas, la misma mirada, la misma sonrisa… ¡increíble!

Me saludó de lejos, y me lanzó esa preciosa sonrisa suya, que yo recordaba igual de bien que las pecas que cubrían todo su cuerpo. Oscar, Paco y Pepe entraron charlando entre ellos en el camerino, y yo me quedé parado en la puerta.

“Hola, Rai”, saludó. Metallica salía al escenario y el rugido del público no me dejó oírla bien. Le estampé un beso en toda la boca, la cogí por la cintura, avisé a los colegas que pasaba de copas y garitos y me fui con Claudia al hotel, donde… bueno, ya te lo puedes imaginar, follamos como conejos, que parecía que no me había tirado a una tía en años. Después de muchas horas en la cama y algunos buenos polvos, y con una cervecita bien fresca del mini bar para pasarme la sed, por fin me atreví a preguntar.

“¡Esto es la leche, Claudia! ¿Qué haces aquí?”

“Lo mismo que tú, Rai, tomarme una cervecita en pelotas en un hotel de Guadalajara,” se reía.

“No, venga, en serio, dime, ¿Qué haces aquí, en México? ¿Y qué has hecho para estar así de joven, casi igual que la última vez que te vi?”

Se levantó de la cama, ¡qué buena estaba en bolas la condenada!, y se fue a buscar otra cerveza al mini bar.

“¡Venga ya!, que me tienes muy intrigado,” insistí.

“Así que quieres saber por qué estoy aquí.”

“Sí.”

“Por ti.”

Se abrazó a mí y me dio un beso y me acarició, siguiendo con las yemas de los dedos los dibujos de mis tatuajes… ¡otra vez al tajo!, y después me quedé dormido abrazado a ella. Sí, como lo oyes, dormido como un angelito, pero chico, es que yo estaba ya un poco cansado, primero el concierto y luego polvo tras polvo... Cuando me desperté, se había ido. Había dejado una nota “Nos vemos pronto, no te preocupes”. ¡Había vuelto a desaparecer! Hecho polvo me quedé, y nunca mejor dicho.

— ¿Y qué pasó luego?

— Me pareció verla en el avión de regreso a Madrid, pero lo recorrí todo, de arriba abajo, y no estaba a bordo. Al aterrizar el lunes por la tarde en Barajas, me pareció verla en la cola del autobús, pero cuando me acerqué a ver, el autobús ya se había dado el piro, y ella también. No me la había podido quitar de la cabeza ni un momento. Me despedí de los colegas, volví a casa en taxi, abrí la puerta, entré las maletas y las guitarras y estaba a punto de irme al catre, cuando sonó el timbre de la puerta. Fui a abrir y, ahí estaba Claudia, sonriente, con sus tejanos gastados y su escotada camiseta rosa, y una pequeña y gastada mochila de cuero a la espalda.

“Te dije que nos veríamos pronto otra vez.”

No pude ni preguntar nada, la abracé y le hice entrar en casa. ¡La gloria, no te lo puedes ni imaginar! Desde el lunes sintiéndome como un dios, toda la semana de cama, comer, ducha, cama, comer, ducha, cama, comer, algo de dormir, acariciándola y sintiendo sus curvas, contando sus pecas…

— No te cortes Rai, sigue, venga

— ¡No tío, no más detalles! Está ahí detrás, e igual nos oye y se mosquea.

— ¿Está ahí? ¿Dónde? No la veo.

— No, claro que no la ves. Pero espera, espera, que la cosa sigue. Claudia me explicó su vida. Desapareció de la mía porque ya no podía soportar la presión. Nos vimos pocas veces, pero cada vez que nos veíamos, tenía que inventar toda una serie de engaños y mentiras, y el hijoputa de su viejo le puso un sabueso que la seguía. Era una rebelde que pasaba de la pijería y de su familia de lo más carca, alta burguesía y todo eso, y encima, quería ser músico profesional, igual que yo, pero, en su entorno, a mediados de los 70, de eso, ni hablar. Tocaba el piano que daba gloria. Llegó un día en que ya no pudo aguantar más y en cuanto se le presentó una buena ocasión, metió cuatro trapos en una pequeña mochila, se largó a Ibiza, se embarcó en una goleta y consiguió darles esquinazo a los grises el tiempo que le quedaba hasta la mayoría de edad. Se dedicó varios años a navegar, curraba de cocinera en yates de vela y motor, y le encantaba la vida del mar.
Y le volví a preguntar,

“¿Cómo me has encontrado?”

“Ha sido fácil. Además, eres famoso”

“¿Y por qué reapareces ahora, después de tanto tiempo?”

“Tú me lo has pedido.”

“¿Que…”, me quedé parado, con la boca abierta sin saber qué decir, “… qué? ¿Que yo te lo he pedido?”
Se tomó un sorbo de café. Sonreía, qué guapa estaba la cabrona, y le brillaban los ojos.

“Sí, me lo has pedido, me lo llevas pidiendo desde que te dejó Lili, y me lo pediste durante el concierto de México.”

“¿Te lo he pedido? ¡¿Desde que me dejó…?! ¡Será pos…! ¿Cómo coño sabes tú eso?” Era como para volverse loco, ¡qué mosqueo! Nadie sabe lo de Lili, sólo tú y algunos de mis amigos más cercanos.

— Por suerte, los roqueros no interesamos a la prensa basura.

— Suerte, sí. Y luego siguió, “lo sé, de donde yo vengo, esto se sabe.”
“¡Yo alucino! ¿Qué… qué quieres decir? ¿Qué significa eso?”
“Significa lo que tú quieras. No importa.” Hizo una pequeña pausa. “Me pediste que viniera y he venido, y me quedaré hasta que tú quieras que me vaya, y entonces me iré y ya no podré volver más. El viaje es un poco… complicadillo, y no se puede ir y venir muy a menudo.”
No te lo vas a creer, yo tampoco me lo podía creer cuando me lo ha explicado ella esta mañana. Entonces… ¿Todas esas caricias, esos polvos, esos labios tiernos, las pecas…? Por eso te he llamado, porque necesitaba contárselo a alguien de confianza.

— Déjate ya de rodeos y acaba de una maldita vez, que me tienes con la mosca en la oreja. Te has encontrado una tía buena que te gusta y llevas una semana follándotela. ¿Dónde coño está el problema?

— Vale tío, allá voy, pero píllate algo fuerte de beber y siéntate bien sentado, que te vas a caer de espaldas. Yo llevo todo el día intentado entenderlo y convencerme de que no estoy loco.
En el 89, Claudia se embarcó a trabajar en uno de esos yates de algún tío montado en el dólar. Les pilló una tormenta tropical de la hostia y el barco se partió en dos en la Fosa de Puerto Rico. Dice Claudia que allí el mar es profundo que te cagas, una pasada, casi 9.200 metros. El barco se hundió con toda la tripulación. No les dio tiempo a salir, y cuando un par de horas después llegaron los de rescate, toda la peña y el barco estaban ya casi a medio camino del fondo. No encontraron a nadie, ni vivo ni muerto, ni tampoco el barco. ¡La palmaron todos, colega, todos! Y no pudieron recuperar los cadáveres.

— No entiendo Rai, ¿se puede saber qué estás intentando decir?

— ¿Que no entiendes? ¡Joder!, ¡pues anda que yo! ¡Es la ostia, tío!, ¿no lo ves? ¡Un fantasma!, ¿te das cuenta?, ¡hace una semana que me estoy follando a un fantasma!

Nota de la autora:
Salvo el fusilamiento de la canción de Lujuria, el cartel del Rock in Rio de Madrid 2010, el concierto de Metallica en México (ni idea de si llevaron teloneros ni de quiénes fueron) y las frases robadas al Mariskal, cualquier parecido de las escenas o de los personajes de este relato con la realidad es pura coincidencia.

Etiquetas: , , , ,

Categorizado en:

Esta entrada fue escrita por

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *