Crónica de Teenage Fanclub: Explosión descontrolada de felicidad

28 febrero, 2017 12:48 pm Publicado por  1 Comentario

Kafe Antzokia, Bilbao

Uno nunca ha sido muy dado al contacto físico, no porque nos repugne la gente (bueno, a veces sí), sino por la firme creencia de que cada cual debe tener su propio espacio vital libre de injerencias externas. Y si alguna vez nos atrevemos a traspasar ese umbral es evidente que la persona en cuestión nos gusta mucho, nos cae bien o simplemente hemos establecido un imaginario cordón umbilical con su inefable visión del universo.

Conectar almas no es como hacer churros, es bastante más complicado de lo que lo que se suele creer. Entrar en un recinto y sentirte en un momento hermanado con toda una multitud que salta y grita las letras a pleno pulmón es una de las sensaciones más maravillosas que existen. Empiezas a pensar de inmediato en el karma, en esa energía que fluye y se ramifica en cada uno de nosotros y entonces dar un beso o un abrazo no significa nada más que devolver esa energía a su punto originario, permitir que el río vuelva a su cauce natural y que las cosas sigan su inevitable curso.

Tal ambiente de inaudita positividad nos encontramos en un Kafe Antzokia abarrotado con entradas agotadas desde hace varios meses en el que no cabía ni un alfiler. Pero allí no había malos rollos ni subespecies de las que se quejan porque perturbas su sagrado campo de visión. Parecía que había pasado por allí el Espíritu Santo o cualquier otra deidad cósmica, la peña te cedía el paso, las numerosas chicas que poblaban el recinto te daban abrazos espontáneos (sí, en Euskadi, donde la mayoría de las hembras piensan que les quieres bajar las bragas solo por hablarlas), y claro, había que corresponder a tanta efusividad.

Teenage-fanclub-directo-Bilbao

Por estar viendo antes a Gotthard, nos perdimos a los mallorquines Beach Beach y unos cuatro o cinco temas de Teenage Fanclub, pero nada más llegar abrazamos sin reparos su mundo de ensueño y melodías celestiales. Han dicho de ellos que son unos enamorados de las Bs, es decir, de The Byrds, The Beatles o The Beach Boys, de hecho, sus cristalinos juegos de voces beben en especial de estos últimos, y por sus movimientos leves de lado a lado uno a veces tenía la sensación de estar contemplando a un grupo de los sesenta, de esos que son puro candor y que su timidez en escena resulta casi enternecedora.

Porque una de las claves de tanto buenrollismo residía en esas caras de felicidad que portaban los escoceses en las tablas, creo que nunca hemos visto a nadie con esas sonrisas de oreja a oreja, a excepción de fumados, por supuesto, daban ganas de llevártelos de inmediato de cañas. Supongo que ellos también fliparían con los exultantes ánimos del personal, que no cesaba de botar y cada dos por tres se escuchaban silbidos y gritos de “uhhhh”, de esos de fans enfervorizados a pocos centímetros de sus ídolos. Así cualquiera se sentiría a gusto.

Pese a que algunos reclamaron mayor volumen al asunto, nosotros nos encontrábamos ya en otra dimensión con las melodías de elevarse de “About You” o “I Need Direction”. ¿Qué importaba eso cuando tenías al lado a féminas extasiadas que se sabían las letras de principio a fin? ¿Puede haber algo más adorable que eso? Esto era sin duda aquel mundo donde las canciones se convierten en realidad del que hablaban en ‘Dinero caído del cielo’.

Las emociones estaban desbordadas y uno se preguntaba cómo era posible que no hubiera captadores de ONGs a la salida de sus conciertos, donde serían más efectivos que en calles concurridas. Es de justicia mencionar que se trataba de una de las WOP Special Night, veladas caritativas que organiza la asociación Walk On Project, dedicada a recaudar fondos para la investigación de enfermedades raras. No podrían haber seleccionado a un grupo que inspirara mayores toneladas de bondad por metro cuadrado.

Su repertorio podría adolecer de linealidad en determinados momentos, pero lo cierto es que el conjunto fue bastante equilibrado en general, con por lo menos un corte de sus álbumes más recordados y con especial preponderancia a lo último editado ‘Here’, el motivo de la gira. En este aspecto, muchas composiciones brillaron con una luminosidad que en estudio cuesta apreciar, caso de “The Darkest Part Of The Night” o el indie rock de regusto folk de “I’m In Love”, que fue acogido como un auténtico himno.

Y si piezas recientes provocaban el delirio, ¿qué pasaba cuando se arrancaban con verdaderos clásicos? Pues que explotaban los pogos, sí, los pogos de felicidad absoluta, nada que ver con la violencia gratuita y los instintos primarios. Si tanta dicha no provocaba un ataque cardíaco, poco faltó en “The Concept”, con abrazos, besos y todas formas de efusividad que a uno se le puedan ocurrir. Aquello desde luego fue para brotar lágrimas, con su estribillo elevado hasta el infinito y su soberbia parte flotante final en la que a más de uno se le humedecieron los ojos, alguno hasta hizo el símbolo de la paz o intentó surfear entre la multitud. Un fiestón en toda regla.

Podrían haber seguido tocando eternamente y seguiríamos en ese estado de enajenación mental a perpetuidad, pero a pesar de su naturaleza agradable, son humanos, tienen ya sus añitos y en algún momento debían despedirse. Regresaron para los bises con “Easy Come Easy Go”, versión de Go Betweens, en homenaje a la última vez que coincidieron con ellos en Bilbao, antes de volver a acariciar el corazón de los asistentes con “Star Sign” y su rock alternativo sin complejos que no desentonaría tampoco cuando fueron teloneros de Nirvana en la capital vizcaína hace ya la tira de años.

“Ha sido un gran concierto”, dijeron visiblemente emocionados y no nos sonó en absoluto a palabrería barata, pues apenas habían abierto la boca durante el bolo. Su primer single “Everything Flows” puso la guinda ensimismante en clave shoegaze y provocó casi la misma nostalgia que los romances inacabados. Pero nada puede durar para siempre, ya lo decía Gustavo Adolfo Bécquer: “¡Ah, barro miserable, eternamente no podrás ni aun sufrir!”.

El gurú Kiko Amat no mentía lo más mínimo al definir los conciertos de Teenage Fanclub como “karaokes tamaño Vía Láctea”, vaya explosión descontrolada de felicidad y bienestar, con cosas así se alcanza la paz interior fijo. Joder, qué bonito.

Texto y foto: Alfredo Villaescusa

Redacción
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