Crónica de Mundaka Festival: El nuevo Rock N’ Roll
2 agosto, 2017 12:27 pm 1 ComentarioPenínsula de Santa Catalina, Mundaka (Bizkaia).
Uno nunca entendió a esos agoreros que bordean la soplapollez. Esos tipos que se quejan con justificaciones tan endebles que dan hasta risa y además apelan a ideales elevados como la preservación del medio ambiente, a tope con lo verde. Basta que un evento comience a despuntar para que surjan inventores de todo tipo de teorías conspiranoicas que aluden a una supuesta falta de transparencia, intereses espurios y quién sabe qué niños muertos con un delirio semejante al que apareció tras el 11-S.
Es lo que ha sucedido con el Mundaka Festival desde su primera edición con gente que se lee una crónica y la primera reflexión que le suscita es saber si se cumplen los permisos medioambientales pertinentes, con un idéntico celo al de ese señor mayor gris y aburrido que avisa a las autoridades en cuanto un leve ruido perturba su miserable existencia. Ojalá en este país aplicásemos ese mismo tesón para denunciar la corrupción institucional. Pero no, lo que nos preocupa son los inmigrantes que cobran ayudas públicas.
Contra viento y marea se celebraba de nuevo esta cita que pretende aunar lo más destacado de la música y gastronomía autóctona y foránea con un cartel no tan espectacular como otros años, pero con algunos diamantes brutos escondidos en su interior. Después de haber acudido a festivales multitudinarios como el BBK Live, resultaba un alivio acercarse al marco incomparable de la Reserva de Urdaibai, aunque los paisajes no nos emocionen demasiado, y saborear la lentitud, sin agobios ni colas de ningún tipo y con actuaciones que no se atropellan unas con otras. Bienvenidos a la vida tranquila.
Eso sí, a pesar de su corta trayectoria, hay todavía aspectos susceptibles de mejora, por ejemplo, la cacareada oferta gastronómica en el interior, que se limitaba a salchichas, hamburguesas y atún, por lo menos los dos primeros días. Y luego también habría que resaltar la dificultad para seguir la recomendación de la organización de no tirar colillas al suelo, puesto que por ahí no se veía ningún cenicero, salvo que aceptemos las papeleras como tales. A la colega que iba con nosotros solo le faltó guardarlas en el bolso en su empeño por no perjudicar la flora y fauna local. Los nihilistas preferimos tirarlas al suelo y así arda todo.
El abrazafarolas y los guiris borrachos
Como nos criamos gran parte de nuestra juventud y adolescencia en un municipio costero acomodado, sabemos de sobra de qué va ese rollo surfista megaguay, por lo que tampoco nos sorprendió lo más mínimo el ambiente eminentemente pijotero registrado en el Mundaka Festival. Peña que está ahí de vacaciones, le ponen un concierto al lado como en las verbenas del pueblo y por supuesto acude, faltaría más. A muchos la distancia entre Bilbao y Mundaka todavía les sigue pareciendo una epopeya comparable a un viaje a Marte, aunque la tortuosa carretera con curvas dignas del París-Dakar no deje de poseer cierto aire de aventura épica hacia terrenos desconocidos.
Abrir un festival siempre requiere una enorme responsabilidad y en esta ocasión ese honor recayó en Peter Harper, profesor universitario, artista visual y el más pequeño de una saga musical en la que destaca el reconocido cantautor y productor Ben Harper. Y si su hermano hace un par de años en el BBK Live nos legó un peñazo de proporciones bíblicas, no puede decirse algo diferente de este otro representante de la familia Harper con su inocente folk para premamás. No eran ni por asomo horas para aguantar a un tipo con su acústica, menos su discurso pseudohippie y empalagoso apto para personal con niveles bajos de azúcar.
Quizás salvaríamos su revisión pureta al extremo del “I Won’t Back Down” de Tom Petty, un tema que sonaría bien hasta con flauta travesera. Y lo cierto es que el hombre no tenía mala voz, pero es que su excesivo buenrollismo se hacía verdaderamente insoportable. Y lo peor es que al final le dio la chaladura de bajarse del escenario y empezar a repartir besos y abrazos como Albert Rivera a todo aquel que encontraba a su paso, daba hasta pavor. Menos mal que nos apartamos, ya que preferimos el contacto físico con chicas guapas y ese señor moreno no nos ponía demasiado.
Lo de Julián Maeso en directo continúa siendo una experiencia de otra dimensión, con una descomunal paleta estilística que abarca el rock de los setenta en su sentido más amplio, jazz, blues o ese soul que remueve entrañas que bordaban sus coristas femeninas. Arropado por una banda espectacular, el ex The Sunday Drivers repasó su último trabajo ‘Somewhere Somehow’ con “Back To Me, Back To You” o “I Wonder and Wonder” y demostró su magisterio absoluto ya sea sentado al piano, pillando guitarra o emulando a Sam Cooke en el terreno vocal. Después del sopor anterior, agradecimos de veras un repertorio dinámico sin momentos para dormir la mona.
El aire dylaniano de “It’s Been A Hard Day” provocó salvas de aplausos tras el solo que se marcó, por lo que encontramos complicado que este aristócrata del rock sea capaz de ejecutar algún bolo malo o mediocre. Una exquisitez para paladear que terminó por todo lo alto, esto es, saltando encima del piano, como un grande. Basta verle en directo para convertirse de inmediato en fan suyo.
El rollo americano vía Tom Petty de Quique González & Los Detectives tendría mayor atractivo si el almíbar no se desbordara en ocasiones hasta lo indecible y también si no predominara ese público de radiofórmula que enfanga todo lo que toca y provoca que se nos inflame la vena true. Cierto es que el tío se lo curra en las distancias cortas, tiene unos acompañantes de lujo como Carolina de Juan, vocalista de Morgan, a los coros, y hasta temas decentes como “Kamikazes enamorados” o “La ciudad del viento”, pero no podemos con su poso baboso tipo Los Secretos y su acumulación de penas hasta desbordar la paciencia de cualquiera.
Pero habrá que valorar la opinión del respetable y en ese aspecto no se notó a la concurrencia tan volcada como con ningún otro artista a lo largo de la primera jornada, de hecho, nos encontramos hasta a una conocida de estética psychobilly admiradora suya, lo que hay que ver. Mucha emoción se palpaba en el ambiente con “Vidas cruzadas” o “Y los conserjes de noche”, pero en ese campo del rock para FMs quizás nos quedaríamos antes con Leiva por su lejano tono macarril, aunque sea impostado. Cuestión de gustos.
Uno a estas alturas ya ha contemplado casi de todo en directo, aunque pocas cosas tan lamentables como la fiesta sin camisetas mojadas de Mando Diao, que por su comportamiento en escena podrían haber sido un grupo de guiris borrachos en Lloret del Mar, pesados, irrespetuosos, y seguro que también malolientes. Y eso que la cosa pintaba bien porque poco antes había sonado por los altavoces el “Nowhere Girl” de B-Movie, clásico absoluto del ambiente gótico madrileño, y andábamos contentillo. Con un escenario decorado con flores, el voceras y ahora líder Björn Dixgård en un inicio derrochó energía con “All The Things” y “Dancing All The Way To Hell”, prometedoras piezas de su reciente largo ‘Good Times’ que auguraba un halo de esperanza tras la marcha de Gustaf Norén, uno de sus miembros fundadores que también compartía tareas vocales en vivo.
Pero cuando uno de los gallos abandona el corral, el que queda se convierte en el mandamás y el resto actúa de palmeros, que es lo que sucedió aquella noche. Cuando el cantante se quitó la camiseta para que las féminas lo admiraran, ya se empezó a mascar la tragedia, que llevara botas camperas por fuera para ir a pescar tampoco ayudó demasiado a que conservara la dignidad, y el despropósito alcanzó su cota máxima con el set electrónico de “Sweet Wet Dreams”, en el que al guitarrista le entró un sofoco de calor tan repentino que le obligó a desprenderse de su camiseta también. Aquello era más bien una juerga de hotel, solo les faltó hacer balconing.
Y eso por no hablar de los frecuentes parones que intuían la caraja de espanto que llevaban. “Esto es una mierda”, decían por ahí y un servidor no podría sino suscribirlo con todas las letras. Algunos se entregaron a su despropósito, que con una cantidad considerable de alcohol podría ser soportable, y otros se tomaban el bolo como lo que era, una puta broma, y gritaban al desvergonzado cantante cosas como “¡Ponte una rebequita!”.
Alargaron su hit “Gloria” hasta la eternidad y para entonces uno ya no tenía ganas de nada, sino de que acabaran de una vez con semejante ponzoña, así que su himno “Dance With Somebody” no sorprendió a nadie con criterio y dos dedos de frente. Para colmo, su guitarrista no tuvo reparo en acercarse a las primeras filas, no para sentir el calor del público, sino para pedir bebercio, un auténtico guiri borracho en su hábitat natural, especie protegida pero ya. El amigo Gus sabía lo que se hacía al abandonar a esa panda de impresentables, unos colegas de esos escandalosos a los que uno evitaría saludar.
Y para cerrar la jornada, un tanto aletargados por el disparate anterior, teníamos a los veteranos Zea Mays, que este año cumplen dos décadas en activo y hace tiempo que ya son por derecho propio una referencia del rock alternativo euskaldún. Nunca les hemos pillado excesivamente el punto, pero se agradeció contemplar a un grupo serio y muy competente sobre las tablas, con la inconmensurable voz de Aiora elevándose hasta límites indecibles y resonando en varios metros a la redonda, tal cual, porque se la podía escuchar incluso al alejarse del recinto y adentrarse en el pueblo. Un chorro de energía descomunal.
Exprimieron su reciente lanzamiento ‘Harro’, producido por Dave M. Allen, responsable de algunos de los mejores discos de The Cure y también conocido por haber prestado sus servicios a estrellas del calibre de Depeche Mode o luminarias del rock gótico como The Sisters of Mercy, y no dudaron en reivindicar sus esencias rockeras con un fragmento del “War Pigs” de Black Sabbath. Garantía de solvencia total.
No minusvalorar a una hembra herida
Recurrir al rodado power trío Last Fair Deal para abrir la prometedora jornada del sábado era una apuesta segura, sin riesgo alguno de amuermamiento, pese a que en su estilo tampoco es que inventen la rueda con sus indisimulados guiños a Led Zeppelin o Rory Gallagher. Tal vez se les quedara un tanto grande el escenario y su música brille más en garitos reducidos, pero su blues progresivo a la vieja usanza de Cream conseguiría llenar hasta el último rincón gracias a la soberbia labor de Gonzalo Portugal a la voz y guitarra.
Sin despegarse demasiado de lo contemplado en otras ocasiones, saldaron deudas con el pasado con las revisiones del “Shakin’ All Over” de Johnny Kid & The Pirates o el “Oh Well” de Fleetwood Mac, a la par que desgranaron material de su último plástico ‘Odyssey In The Key Of Three’ como “N.L.D.” y piezas más pretéritas del estilo de “Nobody”. Algún asistente se quedó tan satisfecho con su bolo que no dudó en exclamar: “¡Brutal, pavo!”. Lo compartimos.
No conseguimos entrar en la fumada psicodélica de Allah-Las, pese a que nos los habían recomendado encarecidamente. Pero por mucho que hubiera chicas playeras moviéndose de lado a lado, no nos parecieron un grupo para un festival, salvo que uno plante un sofá de dimensiones gigantescas en frente del escenario y regale marihuana por doquier. Muy sositos se antojaron los californianos y seguramente en la intimidad de una sala podrían dar mucho más de sí. No obstante, el afortunado que conecte con su rollo, tiene un viaje placentero asegurado.
Menos mal que lograron levantar el pabellón Lee Fields & The Expressions, capitaneados por un negrazo con una pedazo voz de esas que se te cae el alma a los pies. Soul de quilates ante el que no cabe otra cosa que rendir pleitesía, máxime si además conecta con una parroquia deseosa de gritar, dar palmas y sacudirse la modorra anterior. Era además un tipo simpático de los que cuentan interesantes anécdotas y no brasas irrelevantes que no vienen a cuento, como cuando relató sus desventuras en los casinos en “Just Can’t Win”. Tan deslumbrante como su brillante chaqueta.
Hay cosas que nunca pasarán de moda como los corazones rotos, las adicciones o esas relaciones destructivas a las que se aferran los que nada tienen que perder. La vida de Beth Hart no fue precisamente un camino de rosas por sus tempranos coqueteos con las drogas y un tardío diagnostico de trastorno bipolar que explicaba gran parte de su comportamiento errático hasta entonces. Su representante Scott Guetzkow consiguió que sentara la cabeza hasta el punto de casarse en el 2000 y tras rehabilitarse por completo, su carrera por fin despegó hasta alcanzar picos sublimes como sus colaboraciones con Slash o Joe Bonamassa.
Y en Mundaka se reveló como una diva del blues de los pies a la cabeza, cuya portentosa voz se asemejaba a un vendaval que te desbarataba por dentro y del que costaba recuperarse. Una mujer de armas tomar que debería convertirse en un emblema del feminismo con mayor derecho que cualquier resabiada machirula de nula preparación académica. Había que pellizcarse de vez en cuando, porque ante tanta vulgaridad reinante no estábamos acostumbrados a semejante despliegue de clase, una elegancia innata como la de Rita Hayworth en ‘Gilda’ que no requiere explicación alguna. Se tiene o no se tiene.
Con taconazos y ceñidos vaqueros rasgados, se acordó en “Baby Shot Me Down” de las féminas abandonadas por otra tía más joven, hecho que suele suceder en demasía a las mujeres de cierta edad. Algún fotógrafo comentó si se había puesto o no tetas, pero tales consideraciones carecían de relevancia mientras desgranaba un repertorio pletórico, lleno de fuerza, aunque también con momentos dulces como “Coca Cola”, que evocaba aquellos lejanos tiempos en los que miraba machos pasar junto a la playa en California. Y todo ello aderezado de whisky. Como una señora.
En los cortes más sosegados se volvió a demostrar que vivimos en un país de ignorantes cacatúas, pero piezas del calibre de “Love Gangster”, que dedicó al inmenso y siempre recordado Leonard Cohen, podrían conmover hasta a los surfers. Cuando se desabrochó esa chaqueta en la que sobresalía su prominente delantera, hubo sofocos masculinos, como atestiguaron algunos silbidos, pero la tía no tuvo reparo en sentarse al borde del escenario como si fuera a cantarnos una nana y así echar al traste cualquier rasgo de carácter altivo. Tan cercana como una colega con la que te tomas tranquilamente unas cañas.
Y cuando uno se encuentra con una compañía envidiable casi se detiene el tiempo, o se suceden los minutos a velocidad relámpago, eso mismo sucedió aquella noche, pues la diva tuvo que preguntar a ver qué hora era y al percatarse de que apenas le quedaba tiempo de actuación corrió al piano para marcarse un “Monkey Back” en la que recordó por su poderío a Tina Turner al tiempo que mandaba al público cantar el estribillo “Give me my money back” (ndr: Devuélveme mi dinero), es decir, lo que habría que haberles gritado a Mando Diao el día anterior. Nota mental: no minusvalorar a una hembra herida. El conciertazo absoluto del festival.
Y después del subidón de Beth Hart encontrarse de nuevo en un festi con Ocean Colour Scene podría considerarse hasta una broma de mal gusto, la última vez en el Azkena del 2015 no pegaban ni con cola y tampoco encontraron su sitio en Mundaka con un respetable en progresiva estampida. Recurrieron de entrada a “The Riverboat Song”, uno de sus temas más guitarreros y de los pocos alicientes que se nos ocurren para verles en directo, así que no extrañaba que pocos quisieran quedarse para contemplar a un cantante que por su desgana podría estar tranquilamente sentado en un sofá. El tipo se debía aburrir tanto que no se le ocurrió otra cosa que croar a mitad de canción. Ante tal panorama no cabía otra opción que saltar escopetado como una rana de allí.
La pedrea
A modo de despedida de este evento gastronómico-musical, durante la mañana del domingo teníamos al verdadero cabeza de cartel en la sombra, un atún de 200 kilos que despedazaron para deleite de una seguramente entregada multitud. La última jornada era de puertas abiertas, así que el recinto se llenó de niños, algunos como moscas cojoneras, que brotaban y saltaban casi por cualquier lugar en el que uno decidía sentarse. Una invasión para la que había que estar mentalizado.
En este contexto de fiestas populares, no desentonaba la inclusión de Seiurte, veterano combo formado en 1997 por el actualmente pluriempleado Ekain Elortza (Dinero, Cobra, Morgan) que celebraban con su presencia sus dos décadas en el mundo de la música. Mandaron acercarse a la peña, que respetaba una imaginaria barrera de separación, y entretuvieron en un principio con su rock alternativo con empuje a lo Berri Txarrak como “Lau Akordeen Matxinada” o explotando su vertiente más comercial en “Robinson Crusoe”. Eso sí, no sé lo que pensarían Arnaldo Otegi o Aitor Gorosabel de su versión popera del “Jo Ta Ke” de Su Ta Gar desprovista por completo de la garra de la original. Por lo menos eran divertidos. Para petarlo en la verbena.
A The Rad Trads los consideran “una de las bandas más entretenidas de Nueva York”, pero no alcanzamos a pillar el punto a su mezcla de blues y jazz pureta que incluyó hasta un solo de trompeta para echar una buena cabezada. Se entendía su inclusión como espectáculo para todos los públicos, con sonidos accesibles y no demasiado estridentes, no sea que a algún señor se le moviera el peluquín. Había que estar preparado mentalmente para ellos.
Y a modo de pedrea, teníamos a Willis Drummond, unos veteranos de la escena que llegaron a dar alrededor de 200 conciertos de Baiona a Berlín con su disco “A ala B”, se tomaron un periodo de descanso indefinido y recientemente regresaron a la actividad con ‘Tabula Rasa’. Apenas los pudimos catar por la limitada oferta de transporte público en domingo, pero nos causaron grata impresión su descomunal energía, con un bajista-animador que espoleaba cada dos por tres a los fieles y el coloso de las seis cuerdas Joseba B. Lenoir aportando esa solvencia habitual en cada proyecto que participa. Rabiosos.
Por algo dijo el prestigioso chef Ferrán Adriá aquello de que “la gastronomía es el nuevo rock n’ roll” e iba incluso más lejos al considerar a la comida la red social más importante. Sin caer en la exageración, no cabe duda de que en ocasiones ambas disciplinas pueden realizar maridajes muy interesantes y deseables. Degustar un suculento atún a la plancha escuchando a la enorme Beth Hart. Eso fue posible en Mundaka.
Texto y fotos: Alfredo Villaescusa
- Muere Willy Quiroga, miembro fundador de Vox Dei, pioneros del rock en español - 21 noviembre 2024
- Helloween agota las entradas de pista para su concierto en Madrid en 2025, único del año en España - 21 noviembre 2024
- Albertucho estrena la nueva versión y videoclip de “El pisito” junto a La Pegatina poco antes de su concierto especial en Madrid - 21 noviembre 2024
1 comentario