Crónicas
M Clan
«Así pasen 30 años»
28 diciembre 2017
Kafe Antzokia, Bilbao
Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Marina Rouan
Acudir a tantos conciertos a lo largo del año conlleva varias ventajas. Aparte de vivir más feliz, como afirman unos cuantos estudios de dudosa procedencia, hace que desarrolles un espíritu crítico a prueba de bombas y de prejuicios bobos sin razón de ser de los que conviene desprenderse cuanto antes. Y uno entonces se plantea qué es aquello que permite a ciertos grupos subirse a un escenario y que el personal coma de su mano y se quede prácticamente hipnotizado. Ese “no sé qué” que decía Bunbury en ‘La actitud correcta’ y que en realidad “es lo único que importa”.
Por mucho que algunos abominen de su enfoque comercial y de sus temas más pastelosos, lo cierto es que M Clan sigue conservando ese toque indescriptible que convierte sus bolos en auténticas fiestas multitudinarias y su poso rockero primigenio no se ha diluido ni un ápice ni aunque hubieran compuesto cien mil “Carolinas”. Y eso lo dice alguien que abomina como la peste de cualquier concesión al público de radiofórmula, ese pijerío iletrado que solo conoce una canción y se dedica a dar por el culo el resto del recital con sus conversaciones de pescadería.
Al conocerse la noticia de que los murcianos habían agotado entradas dos días seguidos en el Kafe Antzoki, uno ya se iba preparando para lo peor, una congregación de cotorras más molestas que una bandada de moscas cojoneras. Pero nada de eso, hubo un respetable exquisito, con muchas chicas guapas “bien”, de esas que podrían presentarse sin problemas en cenas familiares y todo el mundo quedaría encantado con ellas.
La verdad es que Carlos Tarque gusta bastante a las féminas, con esa chulería innata de viejo galán de Hollywood que mira a los ojos, sujeta o besa manos y a veces levanta tantas pasiones que hasta hace “cobras”, como le sucedió cuando se recorrió de punta a punta el piso superior del Antzoki. Un tipo con clase que ha nacido para subirse a las tablas y que la peña lo admire sin cesar. ¿Quizás se pase de vanidoso? ¿Quién no lo haría en semejante situación?
Con el recinto a punto de ebullición y sin apenas sitio para moverse, una intro bluesera con slide y sabor añejo sirvió para que M Clan reivindicara a los Black Crowes o a los Stones más sureños con “Usar y tirar” y apelara al rock sin aditivos. Bueno, admitimos esas botellas de ron de las que hablan en la canción. Todo un derroche de poderío que acabó con la pandereta volando por los aires.
Esa noche habían decidido emplear artillería pesada desde el comienzo, pues acto seguido se arrancaron con la popular adaptación de Steve Miller Band “Llamando a la tierra”. Nunca se nos olvidará aquella imagen de cuando estuvieron en fiestas de Bilbao el verano en el que se radió dicha pieza hasta la extenuación y en cuanto la tocaron una muchedumbre huyó como alma que lleva el diablo. En esta ocasión eso era imposible que sucediera, porque teníamos gente respetable, y aparte además, con su ya considerable discografía, no es que tengan un único tema bueno, sino una ristra de ellos más que abundante.
Siguieron mirando hacia el pasado con un “Souvenir” que hacía lustros que no les escuchaba en directo, aunque por lo que me comentaron posteriormente debía de ser una de las fijas en la presente gira que no pudimos catar el pasado verano. Tarque estaba disfrutando el baño de masas y se le notaba en la cara pidiendo continuamente “manos arriba” y estableciendo gestos de complicidad con el personal, especialmente con el sector femenino. Dedicaron “Perdido en la ciudad” a “Polako”, eterno mánager de Fito y algunos asistentes se preguntaron quién era ese tipo. Como luego explicó el vocalista, la vinculación de M Clan con Bilbao viene ya de lejos, en torno a unas dos décadas por lo menos.
Carlos jugueteó un rato con la percusión antes de “Calle sin luz”, otra pieza directa a la yugular, pocas veces les habíamos catado con un repertorio tan rockero, aquella noche desde luego estaban inspirados. Con un arranque tan espectacular, les perdonábamos que aflojaran un poco el ritmo con “Para no ver el final”, aunque la impecable voz de Tarque no perdió nada de garra. Y “Basta de blues” les quedó muy stoniana y chulapa, con el carismático frontman regalando sonrisas a las hembras y un solo de guitarra al final de los de levantarse del sitio.
Teníamos miedo de que nos abrasaran con cortes de su último disco ‘Delta’, que no es que sea malo, sino que se hace demasiado largo, pero no cayó esa breva. Aguantamos sin problemas el aire country de “La esperanza” y también “Roto por dentro”, de los pocos temas tranquilos que tocaron. Tiraron de armónica bluesera en el inicio de “Delta” y algunos aprovecharon para hacerse selfies y las parejas para darse el lote. Era el momento adecuado.
Todos despertaron de un plumazo con la incendiaria “Las calles están ardiendo”, con electricidad a borbotones y una aceleración vital similar a la de “La mataré” de Loquillo. Sin duda uno de los momentos álgidos del show en el que aprovecharon para acordarse de la casta política “que se sigue llevando la pasta” y hasta alargaron para favorecer la participación del público, unas mierdas que no nos gustan nada, pero ni se hizo pesado, oiga.
Con el almíbar reducido a su mínima expresión, tolerábamos también guiños a las masas como su celebérrima adaptación de Rod Stewart “Maggie despierta”, en la que Tarque se subió por la escalera hacia el segundo piso y amagó con saltar desde allí antes de decir: “No, que mañana tengo concierto”. Y en “Pasos de equilibrista” el que se arrancó con acrobacias fue su teclista, que no dudó en levantarse y tocar con una postura digna de faquir antes de que se enredaran en un intervalo sureño a lo Lynyrd Skynyrd.
Se retiraron durante un espacio breve y ya regresaron en clave pastelosa total con “Miedo”, atención, parejas, otra para pegarse el lote. Y en esa misma onda, aunque con un poco más de garra, “Quédate a dormir” desató a la concurrencia y Tarque hasta le besó la mano a un tipo tatuado y anduvo muy vivo al señalar la puerta entreabierta que había en una esquina del recinto y así aludir a una estrofa de la canción. Grande.
Los gritos de “beste bat” fueron estruendosos, por lo que casi no les quedó más remedio que regresar por segunda vez y alabar “al templo de la música Kafe Antzoki” por aguantar el mismo tiempo que ellos llevan dando vueltas por el “Botxo”. Era inevitable que entonces se decantaran por “Carolina”, para deleite del público mainstream, aunque se tornó muy divertida con Tarque pillando un móvil ajeno colocado sobre un bafle y haciendo fotos de la muchedumbre y de sí mismo. Cómo se gusta el tipo.
Los rockeros no se iban a quedar sin su pequeño gesto de complicidad, que consistió en un breve fragmento del “Have You Ever Seen The Rain?” de la Creedence Clearwater Revival, pese a que con el repertorio de la velada podrían sentirse más que satisfechos. Y en un alarde de confianza plena en su material reciente, cerraron con “Concierto salvaje”, algo que intuyo que sobrevivirá más allá de esta gira. Pocos epílogos existen más adecuados para una noche de rock n’ roll con galones y sin complejos que debería servir para desterrar tópicos acerca de su supuesta comercialidad, cualquiera que los vea en directo, cambiará de inmediato de opinión. Que aguanten de esta guisa así pasen 30 años.
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