Crónicas
Judas Priest + Lords Of Black: La fe incorrupta
«La fe de los sacerdotes sigue inquebrantable, casi tanto como la de los acólitos ante semejante despliegue de autenticidad sin parangón»
28 junio 2018
Sala Cubec, Barakaldo (Bilbao)
Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Iñigo Malvido
Uno llega a unas alturas de la vida donde tampoco pide demasiado. Solo un poco de autenticidad entre tanta peña que va de palo y no vale un pimiento. Una dosis mínima de agallas, ya sea en el heavy, el punk, el gótico o cualquier otro género. Gente que como decía Kerouac “nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas”. Que nunca pierden la curiosidad ni se proclaman maestros en nada y que cualquier fallo lo toman no como un fracaso absoluto, sino como una lección de la que aprender.
Si hace escasos años pocos auguraban un brillante futuro para Judas Priest, dado el evidente desgaste físico de Rob Halford, la situación ha cambiado por completo en la actualidad con una banda que ha perdido a piedras angulares como Glenn Tipton o K. K. Downing, pero en cambio ha ganado un vigor y una puesta al día a la que sin duda han contribuido tanto Richie Faulkner como el productor y guitarrista Andy Sneap. Una conjunción de los astros que ha posibilitado un lanzamiento tan rotundo del calibre de ‘Firepower’, capaz de sonrojar del mismo modo a estrellitas seniles de su quinta y a jovencitos de esos que tocan una hora y ya no pueden ni con los huevos.
Pese a que coincidiera con las puertas del finde en el que algunos habían bajado al Download en la capital del Estado, una multitud considerable no quiso perderse una de esas citas que llevaba apuntada en el calendario desde meses y que volvieron a reproducir las carreras de caballos de Ascot en plan metálico, un evento donde va todo el mundo a dejarse ver y a encontrarse con los conocidos. Quizás sean vestigios de nuestra juvenil época true, pero lo cierto es que tampoco vimos demasiadas melenas por ahí, antaño aquella era la indumentaria imprescindible en saraos de este tipo, porque si en un concierto heavy no hay pelos largos, pues apaga y vámonos.
Antes de detenernos en los particulares del show, un cero rotundo para los responsables de que en esta ocasión no hubiera metro para volver a casa. Seguro que si se tratara de un partido de fútbol habrían movido el culo de la misma manera que otras veces. Total, los peludos no se quejarán si los dejan ahí tirados en medio de la nada con los taxistas haciendo el agosto. Así funciona la infame casta peneuvista que dirige el suburbano.
Con una puntualidad asombrosa, saltaban a escena los madrileños Lords of Black, con el vocalista Ronnie Romero exhibiendo galones y demostrando que el estar en esa privilegiada posición no es ni mucho menos una casualidad. Repasaron su última obra ‘Icons of the New Days’ desde el inicio con “World Gone Bad” y el personal no tardó en meterse en su rollo y levantar el puño. Y no era para menos, porque se revelaron como un auténtico grupazo en su género con piezas que no pasaban desaparecidas, los solos estratosféricos de su guitarrista Tony Hernando y los tonos a veces casi imposibles de Romero, que por algo consiguió incluso llamar la atención de Richie Blackmore. Como única pega, quizás un poco más de sonido no habría venido de más, aunque el apabullante final con la versión de Dio “Stand Up and Shout” hizo parecer cualquier detalle nimio.
Un escenario con tonos rojizos y la mítica cruz de Judas Priest pusieron las bases para una liturgia que confirmaría la grandeza de los británicos en esta nueva era. Los salmos serían de sobra conocidos, aunque algunos mandamientos recién incorporados al culto de la envergadura de “Firepower” certificarían que su renacimiento, su segunda juventud o como se quiera llamar, es un hecho incontestable. Si hace unos años Halford apenas se tenía en pie en las tablas, aquella noche se le notó muy digno, con gestos casi eclesiásticos repartiendo bendiciones a sus compañeros y al público, a pesar de encorvarse con frecuencia, no porque estuviera reventado, sino para leer las letras en un monitor. La edad no perdona.
Los saltos comenzaron a brotar con “Grinder”, una de esas piezas con solera que no necesitaban presentación. “The Priest is back”, dijo Halford ante la desatada concurrencia, y lo cierto es que la aclaración sobraba, era algo que se pudo comprobar desde los primeros minutos. Aquella noche volverían a hacer honor a su leyenda más gloriosa. Con la pantalla de rojo fuego al fondo, “Sinner”, con sus célebres agudos retumbando en el estribillo, no defraudó en absoluto a los aficionados, del mismo modo que “The Ripper”, con imágenes del histórico destripador de fondo. Lástima que algunos decidieran romper la magia haciéndose selfies, otra de esas repugnantes costumbres que no se veían antaño.
“Lightning Strike” sonó más heavy que el acero y reafirmó que debería perdurar en el repertorio por muchos años. Y que rescataran “Bloodstone” también moló, más todavía si se defiende con tanta autoridad, al igual que “Saints In Hell”, con un peculiar vídeo en el que aparecía una siniestra figura con una aureola. Mucho de eucaristía hubo en el bolo, desde los mismos gestos de Halford, como hemos mencionado, hasta ciertos detalles que hacían pensar de inmediato en una ceremonia religiosa con sus ritos y convenciones de sobra establecidas y aceptadas por la parroquia.
Pero sin duda uno de los momentos en los que cualquier creyente alcanzaría el éxtasis místico sería con un “Turbo Lover” en el que las guitarras “despidieron fuego”, como diría nuestro colega Oskar, y que daría mil vueltas por su contundencia a la versión de estudio. “Tyrant” reflejaría asimismo una voluntad inquebrantable con solos doblados de guitarra de infarto, antes de introducir un leve relax con “Night Comes Down”, que Halford definió como “de la vieja escuela”.
Los veteranos, y casi cualquiera con criterio, gozarían de lo lindo con un “Freewheel Burning” para quedarse sin cervicales y con el legendario vocalista con el guardapolvos de gala. Y a pesar de que sea una novedad, a un servidor “Rising From Ruins” le sigue volando la peluca, en especial sus punteos finales. Otra que debería incorporarse a su catálogo en directo a perpetuidad. Mantuvieron el ímpetu con el clásico “You’ve Got Another Thing Comin’” y el rugido de la moto precedió a un impepinable “Hell Bent For Leather”, otro derroche de autenticidad de los tiempos en los que en garitos y conciertos se agitaban melenas. “Creo que tenemos tiempo para más”, dijo Scott Travis antes de arrancarse quizás con los toques de batería más famosos de la historia del heavy metal, esto es, un “Painkiller” donde Halford se ganó de veras el sueldo y sudó la gota gorda. Ahí desde luego estaba la prueba de fuego, y la superó con holgura, vaya. Nos la pela si lee las estrofas al cantar.
Y en la tanda de bises, iniciada con “Metal Gods”, se produjo el milagro. Ahí apareció cual pontífice emérito Glenn Tipton, que no se movió demasiado, hay que decirlo, pero su sola presencia insuflaba ánimos a toda una concurrencia que exhibió muestras de cariño hacia el histórico hacha, como esa pancarta que decía “Never surrender Glenn” (Nunca te rindas). Un ejemplo de superación y de agallas ante una enfermedad. Ya solo por ese detalle, este hombre tiene el cielo ganado. O el infierno.
“Breaking The Law” y “Living After Midnight” entraban dentro del guión previsto en esta gira, pero la liebre saltó cuando se arrancaron con una cuarta canción, que fue en este caso una colosal e inesperada “Victim Of Changes” en la que Halford terminó de desgañitarse y expandió su evangelio por todo lo alto. Tal vez por su excesiva duración tampoco sea la opción más adecuada para despedirse, pero su condición de temazo no la podría discutir nadie.
Una cita mesiánica en la que se despejaron de un plumazo tantas habladurías a lo largo de los años. La fe de los sacerdotes sigue inquebrantable, casi tanto como la de los acólitos ante semejante despliegue de autenticidad sin parangón. De poner pelos de punta. No nos libren del mal. Amén.
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