Crónicas

Mundaka Festival 2018: El hombre que nunca flaqueará

«Un prometedor cartel que les situaba en pie de igualdad con otros eventos de la península más veteranos»

Del 27 al 29 de julio de 2018

Península de Santa Catalina, Mundaka (Bizkaia)

Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Marina Rouan

Hay una epidemia que nos invade en redes sociales y ha causado tantos estragos que hasta se extiende, cual reguero de pólvora, por los conciertos. En efecto, hablamos de ese buenrollismo comeflores que obliga a los artistas a ser los más simpáticos del mundo mundial, tratar al respetable como a niños y no dudar en soltar la barrila solidaria de turno en cuanto se presenta la ocasión. Puro postureo que, en la mayoría de casos, no se suele corresponder con hechos y que revela la desfachatez de algunos vendedores de motos contemporáneos que pretenden convertir un escenario en el campo ideal para que cada cual expulse su cagarro particular.

Unos sentimientos que suelen florecer en el Mundaka Festival. Tal vez sea comprensible que a uno se le despierten ciertas cosas con los paisajes de fondo del marco incomparable de la Reserva de Urdaibai, esa envidiable oferta gastronómica en la que no cabe el pis de gato que se sirve como cerveza en otros festivales y hasta los camareros te preparan los tragos con cariño como si se los sirvieran para ellos mismos. Esa peña guay bronceada, con vestidos de flores y pinta de surferos tampoco parece mala gente, salvo que alguno sufra la típica metamorfosis de madrugada. Unas circunstancias que favorecen las ganas de abrazar farolas.

Una cita que va subiendo de nivel en cada edición en cuanto a contratación de artistas e infraestructuras, aunque el tema del transporte en tren todavía deba mejorar bastante. Porque no se entiende que, empleando dicho medio, solo existiera la posibilidad de vuelta hasta Bilbao únicamente el sábado y no los restantes días en los que uno debía buscarse la vida de madrugada en Amorebieta, punto final del supuesto servicio “especial”. Menos mal que el domingo descubrimos las bondades del autobús fletado por la organización desde la capital vizcaína, aunque no fuera gratis para acreditados, pero bueno.

Viernes 27 de julio: Negritos y blanquitos danzones

Vayamos al lío. La lluvia empañó un poco el arranque del evento, siempre existe esa posibilidad real al montar un sarao en el País Vasco, es lo que hay. Por fortuna, se trató de un simple calabobos que iba y venía, por lo que  tampoco nos perdimos demasiado. Arrancaron los inofensivos Copernicus Dreams y luego le tomó el relevo el folklórico errante Depedro, con cuya propuesta nunca hemos sintonizado en absoluto por su excesivo tono perroflautil. Escuchamos por ahí “El pescador” y el tipo hasta lanzó alguna recomendación sentimental al aconsejar al que no tenga pareja “que se busque la vida”. Cómo se preocupan por nuestro bienestar.

Atreverse a programar en pleno punto álgido de la velada el folk country de tendencia crepuscular de Fink debería considerarse deporte de alto riesgo. Lo cierto es que no sonaba mal este ignoto cantautor británico más para salas reducidas que para recintos al aire libre, pero el respetable andaba con ganas de mambo. Eso se palpó cuando algunas chicas se movieron ligeramente con unos punteos que emulaban a U2 y su poso excesivamente relajado no colmaba ni de lejos dichas aspiraciones juerguistas. Música para trincarse lingotazos. O para cenar.

Vintage Trouble

Los que nunca suelen fallar en las distancias cortas son los incombustibles Vintage Trouble, capitaneados por un frenético Ty Taylor que ya desde el inicio incitó a dar palmas e incluso mandó hacer la ola de izquierda a derecha, de atrás hacia delante y en todo tipo de direcciones posibles. Tiraron de slide y de sonido ferroviario en “Run Like The River” antes de sumergirse en profundidades soul en “Doin’ What You Were Doin’”, con toda la peña levantando las manos cual iglesia góspel.

Contemplar a un vocalista que no fuera un gato de escayola era una verdadera novedad para la mayoría de los asistentes, no cabe duda, pero una vez que les has visto previamente ya te puedes esperar la mayoría de sus numeritos. Por ejemplo, el momento clave en el que Taylor se olvida de todo y se adentra entre el respetable casi hasta perderle de vista. Siguen impactando, eso sí, los movimientos espasmódicos a lo James Brown, las vueltas de peonza, esas acrobacias con el pie de micro que había que verlas o los saltos que pegaba como si le hubieran metido una guindilla en el culo. Un auténtico prodigio este negrito danzón.

La peña acabó hipnotizada ante el talento de Ty, al que le gritaron cosas como “¡Qué bien cantas!” y hasta pidió encender mecheros a la antigua usanza, nada de móviles. La devoción llegó a tal punto que el tipo surfeó ante una entregada multitud que lo devolvió a su lugar natural: el escenario. Se despidieron con maneras de Big Band de antaño bajándose de las tablas y abriéndose paso entre el respetable hasta alcanzar el puesto de merchandising. Predecibles, pero muy decentes.

Otros que no acostumbran a dejar indiferente en cuanto se coincide con ellos son los impronunciables !!! (chk chk chk), combo neoyorquino de dance punk en la estela de LCD Soundsystem con un voceras que no para quieto y con coreografías a lo ‘Fiebre del sábado noche’ que casi parecen de coña. Pero a pesar de que el blanquito danzón Nic Offer aparezca prácticamente en gayumbos y con pintas para pasar desapercibido en Lloret de Mar, lo suyo en realidad era muy serio, porque había que ver los duelos vocales que se marcaba con su compi de color al micro, con unos tonos que se te caían hasta los pantalones. Me faltó el colofón de negritud “Freedom”, aunque resultó complicado permanecer imperturbable con “Dancing Is The Best Revenge” y otros himnos fundepistas. Ideales para altas horas de la madrugada.

Sábado 28 de julio: La calidad gourmet y las patatas precocinadas

Con la amenaza divina de los cielos pendiente todavía sobre nuestras cabezas, enfilamos una segunda jornada del Mundaka Festival con evidente incremento de visitantes, aunque sin que aquello llegara a agobiar lo más mínimo. Después de estar en eventos masificados que a los organizadores se les van de las manos, mola estar en un sitio sin agobios de ningún tipo y donde no te tratan cual ganado.

Moonshakers

Abrieron la sesión las chicas de Moonshakers con muy pocos fieles todavía en el recinto, pero demostrando que su presencia en el cartel nada tiene que ver con artificiales criterios de cuota femenina. Ellas lo valen, así lo certificaron con “Te alejas”, con indefectible aire a Tahúres Zurdos, todo un acierto que hayan cambiado en su último largo del inglés al castellano. Ya está bien de aldeanismos.

El hip hop y sus derivados nos suele provocar pus infinito, pero las guitarras potentes a lo Rage Against The Machine de Rayden se nos antojaron tan digeribles como esos purés de abuela que no sabes lo que llevan dentro y que casi es mejor no conocer. Me sobraron sus manidos buenrollismos sobre los refugiados o la violencia hacia las mujeres, no porque no los comparta, sino porque se ha convertido en un recurso tan fácil para colar en las actuaciones y quedar así de megasolidario que ya nos provoca pereza máxima. Una suerte de cantautor rapero que no dudó en pedir al personal que saltara hasta lograr que todos acabáramos en el agua “en pelotas”. Al fresco.

El plato fuerte del festival era para la mayoría Bunbury, una auténtica delicatessen de calidad gourmet siempre en su punto adecuado. Muchos afirman que si es un divo y tal, pero ya lo hemos dicho en otras ocasiones, para subirse a un escenario hay que creérselo, sobre todo, sentirse lo más grande sobre el universo, un ser superior que no necesita pedir permiso para reivindicarse en pleno esplendor. Y eso el aragonés errante lo cumple a la perfección, interpretando un estudiado papel con sus inefables posturitas de tipo guay encantado de haberse conocido desde el primer minuto. Aquí espontaneidad, poca, basta fijarse cómo se recreaba en cada uno de sus movimientos, quizás para asegurarse de que ya le habían retratado de esa manera, como apuntó un fotógrafo.

Bunbury

Siguiendo el guión de esta gira que vimos arrancar en Santander, no hubo sorpresas en el inicio con “La ceremonia de la confusión”, aunque reparamos de inmediato en el espectacular sonido, tan nítido que hasta los coros se antojaban impecables. El entusiasmo de la afición fue asimismo descomunal hasta el punto de que los gritos de “¡Enrique, Enrique!” ni siquiera le dejaron hablar en un comienzo y tuvo que poner orden. El mandato se acató de inmediato, no era para menos en uno de esos escasísimos artistas que trata al respetable de “usted” y no se toma jamás las confianzas que no proceden. Un derroche de elegancia en el escenario.

“La actitud correcta” debería ser un manifiesto fundamental para todo aspirante a artista y en “Cuna de Caín” rememoró la tendencia a la autodestrucción patria. Encogió el corazón rebuscando en el catálogo de Héroes del Silencio por primera vez con “Mar Adentro”, que conservó bastante el espíritu original y cuyo estribillo realmente atronó. Mayor mutación sufrió “El anzuelo”, con más poso rockero noctívago, y se reafirmó en “El hombre delgado que no flaqueará jamás”, todo un himno que parece que lo define, pues creo que nunca le hemos visto un recital flojo o mediocre.

El empiece a lo Springsteen de “Hay poca gente” precedió a “Héroe de Leyenda”, una de las piedras angulares del show que puso los pelos de punta y que calificó como “una canción de tiempos prehistóricos”. Y cuando el maño dijo “¡Es hora de abrir el cabaret!” ya se sabía lo que tocaba, un “De mayor” más Tom Waits que en estudio, la verbenera “El extranjero” y el cántico de cantina y botella de ron de “Infinito”.

“Sí” constituye otra pieza que gana en las distancias cortas, pese a su desconcertante introducción en clave jazz. “Queremos comprobar cómo va el País Vasco de pulmones”, retó Bunbury al respetable antes de sumergirse en las primeras filas en “Maldito duende”. No se pegó golpes en el pecho cual macho alfa como en Santander, pero resultó de los momentos más emocionantes con la multitud extasiada. Lástima que cortaran el subidón abruptamente con un “Lady Blue” sin bises que tampoco era para finiquitar con galones. Ese sería, de hecho, el único punto negativo de un recital de bandera que lo consagra como un grande absoluto de las tablas. Qué le hubiera costado regresar con otro tema más de Héroes.

Belako

Y de una degustación para sibaritas pasamos a la fritanga recalentada que ofrecieron Belako en una noche que no anduvieron muy inspirados por diversos motivos. Para empezar, la guitarra de Josu apenas se oía, eclipsada por completo por el bajo, y en muy pocas ocasiones asomaba la cabecita. Y luego, esta nueva configuración de la banda, sin teclado, no nos convence en absoluto. Vale que ahora la voz de Cris adquiera mayor realce y quizás hasta suene mejor que nunca, pero se hace muy duro echar de menos el dinamismo que aportaba aquello de andar cambiando instrumentos. La linealidad no suele ser positiva.

Pese a que el repertorio fuera intachable, muy equilibrado entre sus tres discos, dejándose en el tintero pocas piezas del debut, y hasta alguna sorpresa como el post punk tenebroso de “Crime” o la atmósfera casi hímnica de “Hegodun Baleak”, se les notó cierta desgana, tal vez fruto de su incesante agenda de directo. O incluso podríamos aludir a esa maldición que parece pesar sobre el lugar en lo que respecta a sus actuaciones, porque la última vez que estuvieron allí se les jodió el bajo. Para lo que ellos suelen dar de sí, nos resultó un bolo muy flojo, de cumplir, como unas patatas precocinadas calentadas a última hora en el microondas. Se pueden comer, aunque nadie osaría calificarlas de exquisitez.

Revolta Permanent

Ya podrían haber salido con la mitad de ganas con las que irrumpieron Revolta Permanent, otro de esos combos de rap con guitarras a lo Def Con Dos que no nos despierta simpatía a priori. Hemos de decir, empero, que para su estilo no estaban mal, puesto que sonaban mucho más potentes que en estudio y tenían un rollito a lo NIN que les hacía interesantes. Y además, si a uno le daba por levantar la vista para mirar a su par de vocalistas moviendo la cabeza y agitándose frenéticamente, casi daban ganas de unirse al fiestón. Una rave combativa.

Domingo 29 de julio: Odio las palmas

Por fin, llegado el último día hubo tregua en el aspecto meteorológico y nos libramos de las gotas ocasionales presentes en las jornadas precedentes. Antaño se dedicaba el domingo a explotar el carácter familiar del evento, por lo que no era raro ver a niños correteando por el recinto al libre albedrío, eso también se cumplió en esta edición, aunque en una menor proporción que el año pasado, cuando incluso había que esquivarles.

El rock americano de Confluence en plan Springsteen o Tom Petty se tornaba muy competente, con una voz ligeramente rasgada que recordaba en ocasiones al coloso Joe Cocker. Y para andar de tranqui no desentonaba la propuesta de Santero y Los Muchachos con ese country folk que está tan en boga últimamente, con coros oh oh oh tipo La M.O.D.A. y alguna cosilla también en la senda de los primeros M Clan. Ellos dicen que lo suyo es “rock reposado”, así que nada, pillen gin tonic y cigarrillo.

Atom Rhumba

La naturaleza epatante de Atom Rhumba posibilita que cada uno de sus directos sea una experiencia única e inimitable. Han regresado con ‘Cosmic Lexicon’ tras casi una década de silencio y hace unos meses ya comprobamos en el Kafe Antzokia que se mantienen en un estado de forma envidiable. No es de extrañar que su reputación como banda de culto se haya mantenido a lo largo de los años y todavía su nombre evoque un caos controlado que me atrevería a decir que no tiene parangón en ningún otro combo del Estado.

Porque lo suyo en realidad es muy particular, pues lo mismo beben de la fantasmagoría de Nick Cave que de la abrasión de Jon Spencer o del funk y el disco primigenio. A muchos descolocan los falsetes en “Stella” de igual manera que la actitud desafiante de su vocalista Rober!, que no duda en censurar abiertamente el entusiasmo del respetable diciendo “Odio las palmas” o dedicar algún tema a “las mujeres de 1,80”. Ritmos hipnóticos para bailar puesto de ácido.

Ver a un grupazo de la categoría de Biffy Clyro en un sitio como Mundaka se antojaba todo un lujazo, aparte del hecho de que tampoco se suelan prodigar en exceso por la península. Tras una intro de coros eclesiásticos, el trío descamisado y tatuado encabezado por Simon Neil echó una primera remesa de leña al fuego con “Wolves of Winter”, donde se agitaron frenéticamente cual poseídos. Las abundantes camisetas del grupo que pululaban por el recinto daban a entender que los ánimos andarían por todo lo alto a lo largo de la actuación.

Biffy Clyro

Al igual que en las jornadas precedentes, el sonido volvió a acompañar y no disminuyeron agallas con “Living Is A Problem Because Everything Dies”, de hecho, el repertorio elegido para la velada fue muy trallero, con pocos momentos sosegados. Alcanzaron picos memorables con “Bubbles”, quizás de lo mejor de su cancionero, “Black Chandelier” o “That Golden Rule”, parece que ni siquiera ellos pueden olvidar el impacto que supuso ‘Only Revolutions’ hace ya casi una década, vaya.

Tal vez nos hemos vuelto demasiado punkis, pero la única pega que les encontrábamos era cuando se arrancaban con alguna pieza lenta de dormir hasta a las piedras, caso de “Medicine”. Por fortuna, la tontería les duraba poco y no tardaban en recuperar brío con “Mountains”, otro de sus grandes himnos, o “Animal Style”, de lo más reseñable de su último lanzamiento en estudio ‘Ellipsis’. No habría margen para aburrirse.

Las gargantas se elevaron con “Many of Horror”, y sin despegarse de ese plástico que les cambió la vida, “God & Satan” certificó su descomunal tirón mientras una pareja se abrazaba y algún que otro buenrollista exclamaba “Cuánto amor, ¿no?”. Será que determinada música favorece los sentimientos más altruistas. Había que finiquitar con un corte potente a lo “Stingin’ Belle” y legar alguna estampa impactante, como cuando Simon zarandeó la guitarra hasta acabar rompiendo las cuerdas. Pura intensidad. Bolazo.

Pues hasta aquí dio de sí esta edición del Mundaka Festival con un prometedor cartel que les situaba en pie de igualdad con otros eventos de la península más veteranos. Parece que ya han pillado esa clave que consiste en no desfallecer y seguir el ejemplo del hombre que nunca flaqueará que protagonizó el bolo más memorable de los tres días. Un instante pegado desde entonces a la memoria.

Alfredo Villaescusa
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