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Crónica de The Darkness + Dea Matrona en Bilbao: El club de la comedia de Justin Hawkins

Qué rabia da cuando un grupo posee todos los ingredientes necesarios para marcarse un bolazo, pero por un motivo u otro lo echa a perder y uno acaba saliendo del recinto acordándose de sus muertos y quizás hasta jurando en arameo no volver a verlos en lo que resta de vida. Ese tipo de cosas sucede, un mal planteamiento de show puede ensombrecer la ejecución más perfecta y eso no se levanta ni siquiera con un sonido impoluto. La de paciencia que hay que tener en los conciertos.

En el caso de los británicos The Darkness constituía todavía un motivo más flagrante porque disponían de un catálogo de buenas canciones y una trayectoria de solvencia hasta la fecha con respetables lanzamientos y también recitales muy decentes en directo. Se suele decir que Axl Rose (Guns N’ Roses) fue el último de los grandes vocalistas clásicos, pero un servidor prolongaría dicha línea hasta incluir a Justin Hawkins, cuyas cualidades como frontman siempre fueron sobresalientes.

El concierto en la bilbaína sala Santana 27 fue una inmisericorde bufonada con más bromas, charlas estériles que no interesaban a nadie e intentos de versiones que canciones propiamente dichas. Cuando por casualidad echamos un vistazo al set list que había por el escenario nos sorprendió su brevedad, pero una vez que comenzó la astracanada lo entendimos por completo, ahí no se incluían desde luego los desvaríos de Justin Hawkins que fijo que agotaron a más de uno.

Dea Matrona

Las que sí que se tomaron en serio su tiempo en escena fueron las norirlandesas Dea Matrona, que evocaron a grandes figuras como Stevie Nicks, Fleetwood Mac o Heart y desprendieron esa actitud rockera que les faltó a los cabezas de cartel. A veces parecían una suerte de versión juvenil de Blues Pills, con dos vocalistas muy competentes que merecerían comerse el mundo ya solo por las ganas que le echaban. A buen seguro muchos apuntarían su nombre para futuras ocasiones. Ojalá vuelvan con gente con más fuste.

El engendro que ofreció The Darkness aquella noche por lo menos empezó ilusionante con la inapelable triada de “Rock and Roll Party Animal”, “Growing On Me” o “Get Your Hands Off My Woman”. Nada que objetar a semejante toma de contacto en la que Justin hasta tuvo tiempo de hacer el pino al lado de la batería abriendo y cerrando las piernas para incitar al respetable a dar palmas. Aquel gesto verbenero no preludiaba tampoco demasiadas alegrías, pero había que otorgar un margen de confianza.

Justin Hawkins, con una púa en la lengua

“Mortal Dread” mantuvo el interés con su riff escuela AC/DC y en “Walking Through Fire” el vocalista hasta propuso una peculiar coreografía. La épica balada “Love Is Only A Feeling” desató un infierno de palmas, lo cual era esperable, pero hasta que uno no vive lo que significaba estar rodeado de criaturas con vocación popera no se puede hacer una idea de lo horrible que resultaba aquello. Un movimiento de lado a lado y ya se podría echar la bilis a gusto.

Lo que pintaba cero patatero en aquel bolo era que Justin se animara a cantar “Summer of 69” de Bryan Adams antes de “Givin’ Up”. ¿Era esto un concierto o un improvisado karaoke donde se daba rienda suelta a cualquier chaladura? Pues por momentos parecía lo segundo. El batería Rufus Tiger Taylor tuvo su momento de protagonismo en “My Only”, pero no aportó demasiado, salvo lastrar el ritmo de un recital que no parecía arrancar en ningún momento. Como si se tratara de un motor gripado, en ocasiones alcanzaban cierta velocidad, pero las digresiones restaban cualquier intento de dinamismo.

El batería Rufus Tiger Taylor también se apuntó a la fiesta

Las tonterías entre tema y tema debieron de incordiar a bastante más gente que un servidor, pues se escuchó desde el fondo: “¡Haz lo que te salga de la polla, chaval!”. Así era el hartazgo de parte del respetable, aunque todavía se podía superar el ridículo.

Y esa oportunidad llegó con la infumable revisión de “The Power of Love” de Jennifer Rush, o como la conocemos en castellano, la de “Si tú eres mi hombre y yo tu mujer”. ¿La papelera, por favor? Había aún más casposidad guardada en la recámara con Justin atreviéndose con el “I Will Always Love You” popularizado en la peli ‘El guardaespaldas’. Que venga Kevin Costner o el que sea a salvarnos de semejante despropósito.

Justin Hawkins, en pleno trance

Quedémonos con el hecho de que cuando les daba por tocar, el concierto molaba. Así lo constatamos en la genial “The Longest Kiss”, donde Justin hasta se curró el solo a lo Brian May de la canción. “Friday Night” también agradó, si no fuera por los constantes jugueteos del voceras con el respetable. ¿De verdad existe gente que disfruta con mamarrachadas de ese calibre? Las dejamos para los poperos de corazón, como las palmas.

Su gran hit “I Believe in a Thing Called Love” recordó aquella época en la que epataron a todo el mundo por los inequívocos falsetes de su vocalista y además les valió para despedirse por unos instantes de las tablas. Regresaron con un temazo como “One Way Ticket”, pero ni siquiera lo respetaron al introducir un cansino y enervante cencerro. Se conoce que todavía siguen atrapados en aquel popular sketch de televisión. Menos mal que tuvieron el detalle de no mancillar la mejor pieza de su último disco, “I Hate Myself”, a la que colaron el inmortal riff de “Heartbreaker” de Led Zeppelin. Ya podría haber sido así todo el concierto.

Uno acudió con la intención de escuchar música de calidad, pero en su lugar se encontró en medio del club de la comedia de Justin Hawkins, un espectáculo egocéntrico carente de respeto hacia los fieles, y encima ni siquiera era gracioso. Con un cigarro, unas eternas gafas de sol y su inconfundible “Saben aquell que dieu…” Eugenio se lo hubiera comido con patatas. Zapatero a tus zapatos.

Alfredo Villaescusa

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