Crónicas
Bob Dylan: El artista que nunca estuvo allí
«A menudo las cosas más importantes no aparecen en redes sociales»
BEC, Barakaldo (Bizkaia)
Texto: Alfredo Villaescusa
Si de verdad podemos estar agradecidos por algo a las redes sociales, aparte de por extender la estupidez hasta niveles desorbitantes, debería ser por esa capacidad para mostrar las diferentes facetas de cualquier ser humano. “Nadie es una isla por completo en sí mismo”, decía el poeta metafísico John Donne en una legendaria cita que luego Hemingway popularizaría en su novela ‘Por quién doblan las campanas’ y que nos vale para subrayar los múltiples aspectos que componen la personalidad de un individuo. Todas las variables son necesarias para desenmascarar un mundo virtual en el que todo el año es carnaval.
Hay tipos, sin embargo, que viven ajenos a ello, al devenir del mundo contemporáneo, y se rebelan contra esa tiranía de la imagen que exige sacar fotos constantemente para demostrar que uno estuvo en un sitio determinado. Como el bardo de Minnesota, Bob Dylan, que en su última gira no tuvo reparo alguno en parar un concierto en Viena para abroncar al público por utilizar los teléfonos móviles y zanjar la cuestión con un lacónico: “Podemos tocar o podemos posar”. A un premio Nobel desde luego que se le puede permitir hasta encararse con sus fans.
Con tales precedentes, y teniendo en cuenta que la prohibición de fotografiarle lleva ya en vigor cierto tiempo, era evidente que el despliegue de seguridad en su cita con el público vizcaíno sería considerable, hasta el punto de que al menor amago de sacar un dispositivo electrónico ya tenías al lado a alguien del personal del recinto informándote acerca del proscrito acto. Mucho veterano se concentró en el pabellón del BEC, y por las incómodas sillas playeras colocadas en la pista, aquello se asemejó más bien a ir al cine, con vendedores de palomitas deambulando por ahí, que a un concierto al uso. De desmelene, ni hablemos.
Según era de esperar en un tipo que suele acceder al escenario en un enigmático bus negro, el mito Bob Dylan ofició a la hora estipulada allá en lontananza casi escondido detrás de un piano que tal vez servía de parapeto frente al respetable, igual que si fuera la casa perdida en el campo de Salinger. Tras una breve intro de inspiración clásica, unos 4.000 asistentes acogieron con júbilo una pieza arrastrada como “Things Have Changed”, que cobra mayor realce con esa voz cascada a lo Tom Waits que se gasta en la actualidad el genio estadounidense.
En un sobrio escenario con el único detalle reseñable de unos focos similares a ojos de pez y sin apenas levantarse de su trono, el bardo no necesitó ni siquiera hablar para quedarse con la afición con un repertorio variopinto a más no poder. Himnos del calibre de “It Ain’t Me Babe” cobraron nueva vida con un enfoque diferente al habitual, una reafirmación de que el creador puede hacer con su obra lo que le venga en gana. Y al que no le guste, a cascarla. Otras veces también se decantaba por la fidelidad, caso de “Highway 61 Revisited”, que sonó a motel de carretera, chupitos de whisky y mujeres fatales.
Uno de los contratos que se asume tácitamente al acudir a un show de Dylan es que se pueden retorcer tanto las canciones hasta el punto de volverlas casi irreconocibles. Así sucedió, por ejemplo, con “Simple Twist of Fate”, que mudó el carácter acústico original por efluvios country que le sirvieron para echar mano de la armónica.
Esa noche veríamos de cerca las diferentes caras del norteamericano, la más pureta y domesticada en “Dignity” o en una soporífera “When I Paint My Masterpiece”, de pellizcarse para no quedarse dormido. Por fortuna, el catálogo elegido para la ocasión estuvo muy equilibrado y en cuanto se ponía un poco espeso no tardaba en recuperar el poso rockero, como sucedió en un “Honest With Me” en el que brilló esa impecable banda de acompañamiento capitaneada por el guitarrista Charlie Sexton.
“Tryin’ To Get To Heaven” fue otra de las reposadas que invitaban a fumar, pero poco después llegaríamos a una de las cimas de la velada con la apocalíptica “Scarlet Town”, en la que el rapsoda derrumbó por primera vez el muro artificial del piano y se levantó para entonar igual que un predicador advirtiendo sobre el fin del mundo. Pura decadencia cercana al vodevil que cosechó un aplauso tremendo por la intensidad de su interpretación. Que nos siga ofreciendo momentos irrepetibles de esta envergadura demuestra que no está ni de lejos acabado como mantienen algunos.
“Make You Feel My Love” volvió a sumergirnos en un valle de quietud, antes de que “Pay In Blood” insuflara un poco más de pegada. Y sorprendió recuperando “Like a Rolling Stone”, algo no muy habitual en las últimas giras, aunque pasada por su particular tamiz, que en esta ocasión tiró de ecos swing, por lo menos se hizo reconocible. La bluesera “Early Roman Kings” aportó de nuevo aire canalla a una cita en la que nadie se pudo quejar por la falta de voz del artista, salvo que se espere otra cosa diferente a lo que se escucha en estudio.
No escatimó en clásicos esa noche, “Don’t Think Twice, It’s All Right” desató encendidas ovaciones entre el respetable y lo cierto es que al hombre le quedó muy sentida. Pero a nosotros lo que más nos placía era el Dylan maldito, el punk si se quiere, ese que rechaza un premio Nobel y le dice a todo el mundo que se lo meta por donde le quepa. En este sentido, inmensa resultó un “Love Sick” en la que alertó de sonrisas destructoras y de los peligros de caer rendido ante una conversación. La de problemas que evitaría un buen formateo mental.
“Thunder On The Mountain” mantuvo el tirón con su deje rockabilly de ritual de vudú, mientras que “Soon After Midnight” se nos antojó otro tema para parejitas a la luz de la luna, tuvimos incluso que despertar a un señor que se durmió en una de esas incómodas sillas, una increíble gesta por la que le deberían convalidar el título de faquir. Y “Gotta Serve Somebody” nos valió asimismo para reparar en ese curioso paisanaje que poblaba el evento, como un tipo subversivo que se levantó para dar vueltas de peonza y brazadas igual que si estuviera en una piscina. A mí estos freaks es que me dan la vida.
Viniendo de Dylan, cualquier bis podría tornarse una bendición, y si encima se arranca con “Blowin’ In The Wind”, pues ya es para darse un canto en los dientes, pese a que la tocó en plan jazz, en un modo casi irreconocible, el viejo truco. Y para el colofón final se guardó otra fundamental en su cancionero como “It Takes a Lot To Laugh, It Takes a Train To Cry” en la que se desenfundaron solos al tuétano sin apartarse del tronco blues. Ni despedida, ni nada, eso ya es demasiado mainstream.
Pues estuvo muy decente para un señor de casi 80 tacos, con la voz en estado aceptable y un repertorio versátil como pocos en el que jugó con diversos palos con la habilidad de un maestro. Por lo encorsetado del formato, sin permitir ni siquiera sacar el móvil y la imposibilidad para muchos de llevarse un recuerdo a casa, cabe preguntarse si aquello en realidad sucedió o por el contrario el artista nunca estuvo en allí, pues apenas existen documentos gráficos que lo acrediten. Pero fue muy real. A menudo las cosas más importantes no aparecen en redes sociales.
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3 comentarios
Un placer haber leído esta extensa crónica de lo que dio de si el concierto que tuvo lugar en el mejor recinto de Barakaldo por parte del histórico BOB DYLAN y su veterana banda los cuales como he leído dieron un digno recital con esos temas que ya forman parte de la historia rockera como de la música en general. Recuerdo cuando disfruté de su directo en JAÉN en aquel mes de Julio del 2008 en un gran recinto petado hasta la bandera y que a su manera y sentado todo el rato al piano pero con unos músicos veteranos y muy sobresalientes dieron un pedazo de concierto. Por mi distante que sea y más a su edad me encantaría verle otra vez en directo.
Lo poco qué queda en el patrimonio de la humanidad!
No entiendo como insiste en ir de gira, debe de estar muy necesitado porque, la sensación que da es que detesta el público.
No entiendo tantas alabanzas, el concierto fue frío y solo su madre podría entender las canciones. Me recuerda la historia del rey que va desnudo y nada dice nada hasta que un niño lo viu tal como estaba, desnudo.
Prefiero escuchar las canciones en casa sin identificarla con ese tipo.