Crónicas

BIME Live: El triunfo de las máquinas

«Tal vez en un futuro cercano se configuren carteles con bandas de seres artificiales, como bien pronosticaron en “The Robots” mientras la peña continuaba aplaudiendo a unas figuras inertes»

BEC, Barakaldo (Bizkaia)

Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Marina Rouan

La dicotomía entre rock y electrónica ha estado presente casi desde los albores de la historia de la música. Esa lucha épica entre lo supuestamente orgánico y lo artificial que se asemeja en ocasiones a una prolongación más de la clásica e inevitable batalla entre el bien y el mal. No son pocos los que consideran a los sintetizadores los culpables de que se haya abierto toda una caja de Pandora de múltiples bifurcaciones cuyas consecuencias todavía se sienten a día de hoy. Una postura discutible, pero que jamás podría juzgarse en términos de blanco o negro, como se nos invita desde diversos estamentos en consonancia con la moral contemporánea del conmigo o contra mí.

Unas fronteras que se diluyen si uno echa un vistazo al cartel del BIME Live 2019 y se topa con bandas a medio camino entre las dos orillas o con una ubicación no fácil de determinar. Eso por no mencionar los ya consolidados espacios de Gaua y Goxo, dedicados a la electrónica y eso que ahora se llama “sonidos urbanos”, aunque no es de extrañar que a veces se cuelen actuaciones de DJs en los escenarios principales.

Una transversalidad que ha dado su fruto en esta edición con más de 20.000 personas en las dos jornadas del festival. Una cifra a la que hay que sumar los casi 3.000 profesionales y 1.400 empresas del sector que acudieron al congreso previo de BIME Pro, así como los conciertos que se celebraron el miércoles y jueves en 11 salas de la capital vizcaína, muchos de ellos con notable éxito de asistencia, como pudimos constatar.

Respecto a las charlas, nos agradó comprobar que existían un par de ponencias dedicadas al periodismo musical, una en concreto a su adecuación a las nuevas tecnologías y otra en relación a su impacto. En la primera tampoco descubrimos ninguna sorprendente revelación cuando mencionaron que algunos medios generalistas subían crónicas antes de que tuviera lugar el concierto en cuestión o lo que apuntaba el periodista Javier Corral de que siempre se habían escuchado canciones más que discos, “incluso en los 60 cuando la gente conocía los singles de cada grupo”.

En la segunda, por otra parte, incidieron en el hecho de que “el periodista ya no está en el púlpito”, como antaño, y en la necesidad de contextualizar la información porque “muchos artistas acuden a los medios por eso”. Bastante dio de sí esta charla con temas como la precariedad del sector o la abundancia de reseñas favorables de discos, entre otros asuntos con una profundidad mayor que no alcanza a abarcar en una escasa hora. Hubiera sido interesante abordar también la post censura de la época actual que exige textos asépticos que no ofendan a nadie, pero esperemos que alguien valiente se atreva a tratarlo en otra ocasión.

Un escarabajo volteado

En cuanto a la mastodóntica oferta preparada por BIME City en diversos puntos del botxo, destacaríamos en primer lugar a los franceses The Psychotic Monks, que ofrecieron una descomunal tormenta de ruido en una sala Shake abarrotada de juventud. Evocando tanto al post punk de Joy Division como a la chatarra ruidista de los The Jesus & Mary Chain primigenios, crearon una bola de distorsión no exenta de pasajes hipnóticos a lo Swans o de imágenes curiosas cuando el bajista tocó desde el suelo con las piernas hacia arriba como un escarabajo volteado. Y por si fuera poco, teníamos por ahí a un guitarrista que se sumergía con demasiada frecuencia entre la multitud, gritaba cual alma en pena y en una ocasión hasta clavó el mástil en el techo. Locura para regalar.

Muy interesantes nos resultaron del mismo modo los valencianos Yo Diablo, dúo de ínfulas rockabillies y querencia esotérica a lo Guadalupe Plata que se revelaron como un auténtico vendaval en las distancias cortas. Contaban con un batería desbocado y un guitarrista tan versátil que lo mismo se arrancaba con punteos de influencias orientales en “Cumbia Inferno (Si verías)” que recreaba casi el sonido de una locomotora en “¡Fuego, miedo, ajo y balas!”. Se atrevieron incluso con una revisión polvorienta del “Dazed and Confused” de Led Zeppelin antes de sumergirse en bourbon y pentagramas en el suelo con “Serpientes”. Enormes. Para seguirles la pista.

El jueves había que acudir de cabeza a la sala BBK para el fugaz bolo de El Columpio Asesino, que agotó las invitaciones en tiempo récord y sirvió más bien de anticipo ante un futuro regreso a tierras vizcaínas.

En poco más de media hora repasaron éxitos de su trayectoria no exentos de cierta oscuridad como “Babel”, “Perlas” o “La lombriz de tu cuello”, con esas letras directas y negrísimas que se zambullen de lleno en el mal rollo. La presencia de su vocalista, Cristina Martínez, sigue siendo realmente magnética y todavía mantiene su tirón en las distancias cortas un himno absoluto del indie como “Toro”. Pensábamos que no dejarían pasar la oportunidad de tocar su último adelanto, “Huir”, pero hubo que conformarse con el videoclip. En fin.

Catamos un poco al siempre polifacético Joseba Irazoki, artista experimental y guitarrista actual de Nacho Vegas, que nos mostró una vertiente más dura de lo que le solemos escuchar con arrebatos ruidosos y alguna que otra masturbación de mástil. Y en la sala La Ribera oficiaban los suecos Beverly Kills, unos chavalines con maneras de auténticos profesionales y una cantante rubita con un chorro de voz impresionante que recordaba al de nuestra adorada Julia de Rural Zombies.

Entre el post punk  de Siouxsie & The Banshees y el indie amable a lo Foals desgranaron piezas preciosistas no muy alejadas de All About Eve como “Revellers” o “In This Dim Light”, que revelaban una pericia, tanto a nivel compositivo como instrumental, muy superior a lo que podía barruntarse por su tierna edad. Gran descubrimiento, prohibido olvidarse de su nombre.

El futuro encarnado

Con la respetable cifra de 9.000 asistentes, la primera jornada del BIME Live arrancó por todo lo alto con First Girl On The Moon, dúo vasco formado por Juancar Parlange (Bonzos, Los Clavos) y Eneko Cepeda, que le dan al post punk minimalista de antaño en la onda de Suicide. Los paralelismos con la histórica banda de Alan Vega eran palpables en muchas de sus composiciones siderales con las que entraban ganas de ponerse en bucle documentales sobre la carrera espacial soviética, aunque también destilaban por ahí cierto halo krautrock y mecánico tipo Neu!

Ya solo por tratarse de una propuesta tan arriesgada por estos lares, deberían merecer toda la atención posible, pero es que Juancar bordó asimismo en escena el papel de chulazo gélido e hierático a los mandos de un sintetizador mientras llegaban ecos reminiscentes del “I Feel You” de Depeche Mode. Qué estampa tan diferente para los que estamos acostumbrados a verle al frente de los punkarras Bonzos. Una maravilla.

La senda experimental es transitada de igual manera por el compositor y programador Aitor Etxebarria, con notable habilidad a la hora de combinar pasajes acústicos con otros electrónicos, que en el pasado se ha atrevido a proezas como rescatar el repertorio hipnótico de David Lynch. Y tal vez se deba a eso que su música posee un inequívoco aire cinematográfico entre una colosal maraña de influencias con el post rock en una de sus cimas. Muy vanguardista la actuación que nos ofreció, aunque a veces había que estar predispuesto para pillarle el punto.

El rollo bailongo a lo Talking Heads de Do Nothing nos valió de entremés adecuado antes del cacareado espectáculo de Kraftwerk 3D, que nos pareció bastante más entretenido al que ofrecieron en el Museo Guggenheim hace unos añitos. Al contrario de lo que sucedió entonces, esta vez el repertorio no estaría concentrado en un solo álbum con migajas posteriores, sino que se trató de una velada mucho más equilibrada en la que admirar su papel como pioneros de la electrónica y el rock progresivo.

Con estos maquinales alemanes sucede lo mismo que con la obra ‘1984’ de George Orwell. Quizás en su momento serían destacables muchas de las predicciones que se contaban acerca de un futuro en apariencia distópico, pero la propia actualidad se ha encargado de confirmar y hacer vigente todavía su propuesta en pleno siglo XXI. Quién nos iba a decir que esos cuatro atriles llegarían a personificar la irrupción en el panorama patrio de nuevos partidos y que cualquiera al ver eso pensaría de inmediato en debates electorales.

Pero vayamos al meollo. Impresionó la pantalla gigante cargada de cifras en “Numbers” mientras se sucedían cuentas hacia atrás en alemán y ruiditos raros antes de que enlazaran con “Computer World” y la peña entrara al trapo gracias a las gafas tridimensionales que se repartían para la velada. Era como si se hubiera producido una ingesta de ácido masiva, pues muchos bailaban como si en realidad se encontraran en otra dimensión, a miles de kilómetros de allí.

“Computer Love” reveló la tremenda fusilada que le pegó Coldplay en el riff de su tema “Talk”, y “The Man Machine” atrajo la atención gracias a los elementos visuales. Uno de los momentos más celebrados fue cuando apareció el punto de Bilbao situado en un mapa y una nave espacial sobrevoló el Guggenheim hasta llegar al BEC. El matiz local de un proyecto global.

Que en años venideros la imagen sería tan importante hasta los extremos de determinar nuestro estado de ánimo lo predijeron ya a finales de los setenta con “The Model”, cuyos sintetizadores hipnóticos atronaron mientras se sucedían proyecciones de pasarelas de moda. Y el espíritu del progreso planeaba de idéntico modo en “Autobahn”, toda una oda a esas autopistas germanas en las que no existe límite de velocidad. Gloria eterna a los coches del pueblo.

La preocupación por el medio ambiente también andaba por “Radioactivity” antes de que Greta Thunberg pegara cuatro gritos, por eso no dudaron en reproducir por las pantallas los nombres de catástrofes nucleares como Chernobil o Fukushima. Los modernos se tomaron aquello como una rave y alguno hasta nos sugirió que determinadas partes podrían ser “la intro de Windows 98”. Lo que hay que escuchar, señor.

El ciclismo me interesa tanto como las costumbres del ornitorrinco adulto, por lo que las piezas englobadas bajo “Tour de France” me resultaron lo único pesado de un recital que iba como un tiro, grandilocuente en su artificiosidad y sin apenas margen para aburrirse. Los trenes, por el contrario, ya me tiran un poquito más, por lo que disfruté mejor con “Trans Europa Express”, tal vez mi disco de estudio preferido suyo.

Los flashes parpadeantes nos recibieron para un bis bastante curioso con “The Robots”, sin ellos en escena y con unas figuras que parecían asombrosamente reales de lejos, he aquí otra muestra de clarividencia en relación a los conciertos con hologramas de difuntos. Regresaron ya en plan físico con la triada de “Boing Boom Tschak”, “Techno Pop” y “Music Non Stop”, que ejerció a modo de epílogo mientras los miembros se despedían de uno en uno con una reverencia hasta que llegó el turno del líder, Ralf Hütter, que añadió las palabras “Good Night. Auf Wiedersehen. Buenas noches”. Una función sublime, son el futuro encarnado.

Después de semejante recital, el indie bailongo de Foals no estaba mal para pasar el rato, cortes entretenidos como “The Runner” daban buena fe de ello y lo cierto es que en directo les situaría muy por encima de gran parte de grupos del espectro indie, por ejemplo, a años luz de las brasas inmisericordes de The National o Tame Impala. Bajo un escenario con flores y demás motivos tropicales, el carismático voceras de origen griego Yannis Philippakis no dudó en acercarse a la muchedumbre y demostrar que la reputación de la que gozan dentro de su estilo no es para nada gratuita. Combos como Rural Zombies les deben casi hasta la vida.

Muchas ganas teníamos de que se nos cayeran los pantalones al suelo al escuchar de nuevo la poderosa voz de Nina de Morgan, pero en su lugar nos encontramos con un recinto plagado de cacatúas que desvirtuaban por completo el concepto de teatro y que convertían aquello en un gallinero difícil de soportar. Y por si esto fuera poco, una mala ecualización con los instrumentos demasiado altos provocó que hubiera que andar intuyendo canciones. La cosa resultó tan flagrante que cuando la vocalista se dirigía al público no se entendía nada y no tardaron en elevarse cánticos de “no se oye, no se oye”.

Por fortuna, las condiciones sónicas mejoraron ligeramente, aunque se siguió sin distinguir demasiado a Nina, y las cacatúas, al igual que el dinosaurio de Monterroso, seguían allí. Lástima que no se persiga con mayor dureza a estos infraseres. Quizás haya que plantearse medidas más radicales. Una pena que se echara a perder tanto una actuación prometedora.

Sonando mejor que ayer

En la segunda jornada poco habría que rascar para los aficionados al rock y derivados, pues descartamos por completo al cabeza, Jamiroquai, que ya me provocaba cierto pus en los noventa y en el 2019 me sigue evocando idéntica sensación de asco. Pero buceando en el cartel nos topamos con Banpiro Maitaleak, un proyecto en el que estaba la colaboradora de Nacho Vegas, Mursego, y otro tipo que respondía al nombre de Amorante. Un espectáculo absolutamente rompedor que se inició con la propia artista recorriéndose los grupitos de peña como si fuera una pregonera y en el que escuchamos cosas como “Ni reyes, ni reinas, ni príncipes, ni princesas. Gora Republiquía, se decía en mi pueblo”, a lo que la muchedumbre respondió con un sonoro “Gora”.

Tuvo su punto la desconcertante versión del “Historia triste” de Eskorbuto a ritmo de trip hop y con órgano de iglesia. Y las numerosas referencias a batallas de la Guerra Civil como la del Ebro o la de Teruel daban a entender que existía un propósito elevado para todo aquello. Provocación en vena.

Tal vez mucho de lo que rodea a Carolina Durante sea parte del hype del momento, al igual que sucede con Rosalía, pero aunque pensemos que Los Nikis, Airbag y otras bandas de su rollo les dan sopas con honda, la verdad es que se lo curran en directo. Se agradeció además que fueran lo único del plantel del festival cercano al punk, o por lo menos a ese cachondeo universal que no entiende de géneros ni de ofendiditos.

Desde que arrancaron con “Las canciones de Juanita”, donde se incluye esa frase nihilista de “no sonamos mal, sonamos mejor que ayer”, el personal se entregó a su hedonismo y urgencia vital que se trasluce en la punkarra “Cementerio (El último parque)” o en “El año”. Y no se olvidaron de su crítica al tedioso balompié con “El himno titular”, la declaración de amor freak “Perdona (Ahora sí que sí)” o el retrato del centro derecha español de “Cayetano”, que la peña entonó a pleno pulmón en un recinto plagado precisamente de “Cayetanos” con pelito bien y camisas de flores. La ironía sigue siendo el arma más potente del mundo. De lo mejor.

Recordábamos los recitales de The Divine Comedy como algo sosegado, sin demasiados sobresaltos, por lo que nos sorprendió ver irrumpir a un tipo vestido de rosa y los ritmos electrónicos de “Europop” que se acercaban más a Depeche Mode que a un combo tradicional de indie. Una vez trascurrido el fogonazo inicial, consiguieron mantener la atención con piezas muy deudoras del Bowie crepuscular como “Commuter Love” o “Norman and Norma”, censuraron la evolución tecnológica en “Infernal Machines” o “You’ll Never Work In This Town Again” y no faltó ese clásico “At The Indie Disco” en el que una chica hace latir tanto el corazón como el comienzo del “Blue Monday” de New Order. Una comparación nada exagerada.

Y fue complicado abrirse espacio vital en el paraíso de las cotorras durante Mark Lanegan, que abarrotó el recinto del teatro hasta los topes. Respecto a su actuación, no ofreció nada diferente a lo que cabría esperar de él. Luces rojas, aura maldita y piezas que van cayendo independientemente de su aceptación entre el público, como un predicador soltando su sermón. La eucaristía que nos ocupa incidió en los últimos salmos de ‘Somebody’s Knocking’, aunque también se detuvo en paradas fundamentales como “Hit The City” o “Bleeding Muddy Water”. A pesar del cacareo constante de los que no les interesaba aquello, pero se quedaban allí dando por saco, el repertorio fue dinámico y hasta lamentamos que no hiciera bises. En salas suele brillar con mayor intensidad.

El soul de Brittany Howard, de Alabama Shakes, no nos sedujo demasiado, pues llegaba hasta nosotros de manera estridente y distorsionada, por lo menos desde un lateral del escenario. Y Glen Hansard, que en teoría era la alternativa para los que aborrecemos a Jamiroquai, no nos incitó tampoco a permanecer mucho tiempo allí con su rollo tranquilito de violines y demás, más bien te daban ganas de irte a casa en vez de seguir de fiesta.

Pues hasta aquí llegó otra edición del BIME Live con presencia raquítica de guitarras y con el triunfo absoluto de las máquinas precisas de Kraftwerk. Tal vez en un futuro cercano se configuren carteles con bandas de seres artificiales, como bien pronosticaron en “The Robots” mientras la peña continuaba aplaudiendo a unas figuras inertes. Porque los sentimientos en realidad son lo único que no se puede clonar y que nos diferencia de inmediato de ordenadores y demás aparatos tecnológicos. Las emociones irreproducibles.

Alfredo Villaescusa
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