Crónicas

Azkena Rock Festival 2019: Apabullante templo sónico

«A estas alturas lo que hay montado en Mendizabala es un apabullante templo sónico difícil de demoler. Un descomunal monumento a la electricidad.»

Mendizabala, Vitoria

Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Marina Rouan

Hay determinados sitios a los que convendría ir por lo menos una vez en la vida. Santuarios desprovistos de recuerdos desagradables en los que el tiempo casi se detiene y uno empieza a ubicarse en el universo en función de la edición en la que tocó tal o cual grupo. Dejémonos de horas o minutos y establezcamos unidades alternativas para medir los días. Una particular escala de bienestar que variaría en consonancia con el plantel estelar reunido en cada ocasión. Ese que, a veces, se torna tan variable como la temperatura nocturna vitoriana.

Hace ya años que el Azkena Rock Festival se ha convertido en una referencia indispensable para el rockerío patrio, con épocas gloriosas y otras no tan boyantes en las que incluso se planteó su desaparición. Luego llegamos a la era de los ofendiditos y algunos con mala fe empezaron a alimentar polémicas estériles acerca de la inclusión o no de artistas femeninas, como si aquello fuera una especie de trofeo o la condición indispensable para homologarse en la contemporaneidad. Pero volvieron las aguas a su cauce y los aguafiestas tuvieron que replegarse ante la percepción constatada de que ahí lo que de verdad se premiaba era el talento independiente de géneros o lugares planetarios. Una filosofía que sigue contando con el apoyo total del público, con unas cifras que en el 2019 alcanzaron el umbral de las 36.000 personas, un dato bastante superior al del año pasado cuando apenas se superaron las 30.000.

Micky And The Buzz

Quizás haya influido el retorno de los sonidos más cercanos al metal, pues muchos aficionados seguro que todavía recuerdan cuando por esas campas desfilaron estrellas de relumbrón en ese género como Ozzy Osbourne o Rob Zombie, entre otros. Un entusiasmo que no tiene pinta de disminuir tampoco en el 2020, con 3.000 abonos agotados tras anunciarse las primeras confirmaciones como los ansiados Social Distortion o Fu Manchu.

¿Damnificados? Pues en esta ocasión fue sin duda el punk, sin apenas rastro en las dos jornadas, aunque si uno investigaba un poco se podría encontrar en el escenario con bandas poseídas por el espíritu del 77. Nos faltó también algún pilar escandinavo del rollo de Turbonegro o The Hellacopters, que no cansarían ni aunque repitieran cada año. Y después de reparar en el 2018 una injusticia histórica al incluir a Nuevo Catecismo Católico, estaría bien que se acordaran de otros insignes representantes de la escena de Buenavista como Discípulos de Dionisos, pioneros del porno punk y que darían un bolo de volar hasta la peluca.

Una sinfonía de ruido

Una nutrida multitud de 17.000 almas abarrotó el recinto desde temprana hora el viernes. Y la verdad es que había motivos más que de sobra para madrugar si uno se topaba con Micky And The Buzz, proyecto rockabilly de la desbordante vocalista Micky Paiano (No Relax) donde da rienda suelta a los sonidos más clásicos y muestra una elegancia tan estratosférica que ni Rita Hayworth en ‘Gilda’. Mucho merecían asimismo la pena los neoyorquinos Surfbort, con su inquieta voceras, que se pegó el consabido garbeo entre la multitud, como es su costumbre. Y había interesantes opciones entre el rockabilly macarra de The Living End y la prodigiosa garganta de Nathan James de Inglorious, un combo con visitas cada vez más frecuentes a la península.

Deadland Ritual

Lo primero de cierta enjundia llegó con la verbenilla de estrellas del rock Deadland Ritual, que cuenta entre sus filas con colosos del calibre de Steve Stevens (Michael Jackson, Billy Idol), Matt Sorum (Guns N’ Roses, The Cult) o Geezer Butler (Black Sabbath, Ozzy Osbourne), acompañados a la voz por Franky Pérez, que ha puesto sus cuerdas vocales al servicio de Slash o Apocalyptica, entre otros.

Dado semejante plantel estelar, uno esperaría un espectáculo de primer nivel, pero no resultó para tanto la cosa, salvo si nos quedamos con las aceptables versiones de “Rebel Yell” de Idol o las esperables de Black Sabbath con “N.I.B.” o “War Pigs”. Pero la distancia entre el cancionero ajeno y el propio era tan abismal que este último se recibía con idéntica emoción a la de las vacas al pasar el tren. Eso sí, contemplar a Stevens a las seis cuerdas o a Sorum a las baquetas ya fue una atracción en sí misma.

Seguro que todavía muchos recuerdan aquel recital de The Who a un volumen irrisorio en el que se podría hablar tranquilamente como si estuvieras en un ascensor. Pues el de los Stray Cats del viernes en el Azkena fue algo similar, pero sin alcanzar esa cota de indecencia, un inconveniente que lastró una incontestable demostración de fuerza en su gira de 40 aniversario. Porque el líder Brian Setzer, el carismático tamborilero Slim Phantom y el contrabajista Lee Rocker exhibieron un aspecto impecable, en especial el vocalista con su tupé cuidado de peluquería, y dieron el callo como solo los veteranos con galones podrían hacer.

Stray Cats

Los ánimos andaban ya por las nubes en el inicio con “Cat Fight (Over A Dog Like Me)” y un arrollador “Runaway Boys” que marcó las directrices de la noche. El rollo jazz de garito humeante de “Stray Cat Strut” puso a la concurrencia a bailotear y no tardaron en reivindicar la más pura esencia del rock n’ roll cuando el trío se juntó para cantar el celebérrimo “Be-Bop-A-Lula” en el comienzo de ese homenaje a las figuras de Eddie Cochran y Gene Vincent llamado “Gene & Eddie.

A nivel visual fue también un bolo reseñable, con el contrabajista agarrando el descomunal instrumento como si fuera una guitarra o situándolo en el suelo a modo de plataforma para saltar. Hubo recuerdo para “el rey de la guitarra surf”, Dick Dale, que tenía un escenario en el recinto dedicado a su persona, con la popular “Misirlou”, que todo el mundo asocia de inmediato a ‘Pulp Fiction’. Y cánticos a la figura femenina como “(She’s) Sexy & 17” se recibieron como auténtico maná previamente a un inapelable “Rock It Off” o ese “Rock This Town” que les define a ellos y quizás al resto del rockabilly.

Blackberry Smoke

Regresaron todavía para una segunda tanda de bises en la que no defraudaron a los fieles con “Built For Speed” y “Rumble In Brighton”, el colofón a un show muy digno al que le faltó más volumen, como decíamos anteriormente. Precisamente ese mismo reproche hacían los punks del 77 al rock n’ roll primigenio. Coincidencias de la vida.

El rock sureño de Blackberry Smoke siempre nos dio más pereza que un empacho de magdalenas, pero aguantamos un rato con “Waiting For The Thunder” o “Let It Burn”, a la par que celebraban el cumpleaños de su bajista. Hasta que experimentamos una suerte de revelación cuando un conocido se nos acercó para decirnos: “Tu sitio está ahí”. Y el lugar que señalaba era el escenario Love, donde Tropical Fuck Storm oficiaban una sinfonía de ruido no apta para todos los públicos, con unos chalados agitando cabelleras y moviéndose de una manera tan frenética que solo les faltaba quemar los instrumentos.

Tropical Fuck Storm

Lo cierto es que ya teníamos fichados a estos australianos con miembros de The Drones, otros adalides de la música esquizoide a lo Swans. Y lo que se pudo ver fue lo más cercano ese día al espíritu punk en una jornada dominada casi en exclusiva por los sonidos rockabillies.

Una delicia escuchar notas chirriantes a un volumen ensordecedor de ese que te levanta del sitio. Glorioso. Los gestos mesiánicos del gurú del ruido Gareth Liddiard contribuyeron a incrementar esa sensación de mantra hipnótico en el que solo se echaron de menos las drogas. Pero lo disfrutamos igual. Y el final con el combo mixto rasgando guitarras como posesos mientras se perdían en acoples fue épico. Para recordar.

Después de aquello tan transgresor aguantar la new wave bailonga de The B-52 parecía poco menos que una broma de mal gusto. Y eso que me gustan temas suyos como “Rock Lobster” o esa rareza sideral denominada “Planet Claire”, que casi fueron lo único potable en un recital monótono que acabó aburriendo sobremanera. Ni siquiera la impactante puesta en escena con las señoras Cindy Wilson y Kate Pierson vestidas de rosa chillón o verde hoja de caracol consiguieron levantar un concierto que era más para el BBK Live que para el Azkena.

Hacía, además, tal rasca vitoriana que hasta una de las cantantes tuvo que sacar un plumas, rosa por supuesto. No pasar frío es compatible con el glamour. Intentamos encontrar sentido al asunto, aunque a medida que avanzaba el repertorio más nos estaban hastiando esas voces estridentes y las partes casi recitadas a cargo de Fred Schneider. Vale que son unas leyendas que llevan desde 1977 y tal vez no vuelvan a existir demasiadas oportunidades de verles de nuevo por la península, pero a esas horas ya intempestivas su estilo histriónico resultaba algo cansino. Una brasa kitsch.

The Hillbilly Moon Explosion

Y para finiquitar la primera jornada, The Hillbilly Moon Explosion ofreció una descarga más floja que otras veces que les hemos visto en salas. Para empezar, la vocalista apareció desganada total, a años luz de la elegancia que irradia cuando se pone vestido y tacones como Dios manda. Parecía que le apetecía más en ese momento pillar la mantita que subirse a un escenario.

Con todo, legaron piezas de aire fronterizo como “Queen of Hearts” o “My Love For Evermore”, su éxito junto a Sparky de los psychobillies Demented Are Go. Precisamente se especuló con la presencia de este último en el bolo de la noche, algo que no se pudo materializar, y sin ese aliciente a la voz, pues pierden bastante.

Euskadi tiene fuego

Con una afluencia de visitantes superior a la del día anterior, aunque la sensación no fuera para nada de agobio, el sábado abrieron con bastante solvencia los locales Outgravity, que le daban a un metal modernete con destellos progresivos.

Garbayo

Destacó su vocalista femenina por su potente chorro de voz y una actitud a las tablas suficiente para desperezar al personal que en esos momentos iba entrando al recinto. Muy potables.

Le tomó el relevo Garbayo, uno de los nombres más destacados del sello Oso Polita, con su power pop de regusto indie y que en ocasiones por la voz hasta recuerda a Leiva o Pereza. Otro gran entremés para ir abriendo boca a lo que vendría después gracias a temazos como “Nitroglicerina” o “Busca entre la basura”. Muy recomendable esta nueva aventura del exlíder de Zodiacs por su poso guitarrero que gana enteros en directo y unas composiciones redondas que enganchan de inmediato.

Muchas ganas teníamos de catar en las distancias cortas al dúo The Courettes, todo un alarde de energía con alaridos histriónicos a lo The Cramps, fuzz garajero a tope y la clase sin parangón de la vocalista y guitarra Flavia Couri. Bajo el calor sofocante de la carpa del Trashville, evocaron el glamour de los grupos de chicas de los sesenta como The Ronettes o The Crystals en “The Boy I Love” o “Time Is Ticking” mientras se quedaban con la peña debido al modo festivo en el que se hallaban inmersos.

The Courettes

Y es que una pareja que ya de entrada comienza a gritar “fiesta” o “de puta madre”, pues tiene bastantes papeletas para caer bien. No hablemos si encima cuentan con una cantante que ha nacido, desde luego, para subirse a un escenario y a la que resulta complicado no mirar u obviar su presencia. En una sala o un garito reducido seguro que también lo petan.

Y desde la última vez que tocaron en un Kobetasonik, allá por 2008, no habíamos logrado repetir con Tesla, que legaron un recital de los mejores del festival, pese a que al bueno de Jeff Keith cada vez le cueste más gritar. Pero se lo perdonamos, no todo el mundo es Steven Tyler.

Tesla

Hubo argumentos de sobra para reivindicar a los de Sacramento como una de las referencias ineludibles dentro del hard rock ochentero, ahí estaban la inolvidable “Edison’s Medicine” o “Gettin’ Better” entre un repertorio escorado hacia los medios tiempos.

En ese terreno bordan piezas del calibre de “Love Song”, con una espectacular intro acústica a cargo de Frank Hannon en la que incluyó el “Blackbird” de The Beatles. No tocaron “Hang Tough”, pero por lo menos cayeron “Heaven’s Trail (No Way Out)” o ese “Comin’ Atcha Live” del inicio que nos pasó a la mayoría por encima cual apisonadora. Que regresen más a menudo. Se hizo cortísimo.

Nos topamos de casualidad con la cantautora estadounidense Neko Case, una pelirroja con pantalones de esqueleto y voz impresionante que cantaba al veneno y rebuscaba en la chatarrería fantasmagórica vía Nick Cave.

Corrosion of Conformity

Un pequeño remanso sosegado antes de Corrosion of Conformity, que desbordaron por completo la capacidad del escenario Love al llenar aquello de muchas gorras y barbas. La verdad es que nunca le pillé el punto a estos tipos que vi por primera vez de teloneros en la gira de ‘Youthanasia’ de Megadeth, si mal no recuerdo, pero por ahí olía bastante a porro y quizás por ese motivo no me pareció tan duro soportarlos. Montaron pogos desmedidos entre una multitud que comía de su mano y que bebía los vientos por ellos. Y viendo el sonido tan gordo que se cascaban era fácil de entender tanto entusiasmo.

Hubo un momento gracioso cuando el voceras preguntó si alguien “tenía fuego”, en alusión a su corte “Who’s Got The Fire”, y le llovieron tal cantidad de mecheros que quizás no debería haber hecho la coña. Concluyeron entonces que “Euskadi tiene fuego” ante las risas de los presentes. Los fans del grupo lo fliparían con su potentísima descarga.

Wilco

Y otro mito se nos derrumbó con los a priori soporíferos Wilco, un buen grupo para cenar o echar la siesta. O eso pensábamos hasta esa noche, cuando nos vimos obligados a acercarnos para escuchar de cerca un himno como “Jesus,Etc”. Con estos adalides del llamado country alternativo pasa que o los amas o los odias, un servidor tal vez esté más cerca de los últimos, pero no me atrevería a criticar nada de un recital con el que sus fieles por lo menos levitarían.

El líder Jeff Tweedy únicamente se despegó de su sempiterno sombrero en “Hummingbird” y aludió a la más de una década que ha tardado en regresar a los escenarios de Mendizabala. Es evidente que un festival no resulta el entorno adecuado para su rollo tranquilito sin demasiados sobresaltos, pero creo que hubo hasta un esfuerzo por marcar un perfil guitarrero, algo que se notó por ejemplo en el solo de “Impossible Germany” o en otros arrebatos eléctricos. Se ganaron el respeto.

Gang of Four

No necesitaron pedir permiso para nada Gang of Four, que ya estuvieron en el Azkena hace unos añitos y nos contaron que incluso rompieron un microondas para la ocasión.

Todo un lujazo gozar de estos pilares del post punk británicos interpretando su influyente debut ‘Entertainment!’, un trabajo que sentó las bases de los populares ritmos danzones de Franz Ferdinand y logró un sonido a finales de los setenta clavado al que utilizan hoy en día muchos grupos indies.

Unos pioneros que enseguida lucieron sus galones con la fundamental “Damaged Goods” y añadieron surrealismo a la velada con esos movimientos epilépticos a lo Ian Curtis que se marcaba su inquieto vocalista. Lección magistral.

Machotes vs glam cadavérico

La transformación de Ian Astbury de The Cult en los últimos tiempos debería estudiarse como uno de esos enigmas sin resolver que se tratan en programas esotéricos. Si todavía muchos recordaban en ese mismo escenario su estado lamentable en el que gritaba cosas tan inconexas como “señor piso”, la cara que mostró esa noche confirmó ese vuelo del fénix que ya se pudo palpar cuando interpretaron el disco ‘Electric’. Un tipo que sigue sufriendo para cantar ciertas partes, pero que ahora dosifica mejor las fuerzas y no posee un aspecto tan demacrado como de rebuscar en contenedores o dormir en la calle entre cartones.

The Cult (Ian Astbury)

Si hace un par de años nos sorprendió un sonido rotundo de primeras, en esta cita con el recuerdo a su colosal ‘Sonic Temple’ fue igual, pese a que algunos temas quizás anduvieron demasiado ralentizados. El mítico comienzo de “Sun King” ya nos puso los pelos como escarpias para varios meses mientras descubríamos a un Astbury más morrisoniano que nunca, con gafas de sol y chaqueta de cuero. A su vera, un Billy Duffy con pintas de futbolista millonario ejecutaba ese molinillo a lo Pete Townshend que inmortaliza la portada de su disco más conocido y que se ha convertido ya a estas alturas en un emblema de la historia del rock. Como la portada del ‘London Calling’ de The Clash.

Nos siguieron volando la peluca con un inapelable “New York City” que era gloria bendita y relajaron algo el pistón con “Automatic Blues”, otra joya que hay que sudar para escucharla en directo. Astbury anduvo en plan místico, como en otra dimensión, pero si eso le vale para dar el callo ya puede estar mentalmente hasta en Marte. “Ándele”, dijo antes de que arremetieran con “Sweet Soul Sister”, una de las cumbres de la velada. Recordé entonces, de un plumazo, por qué este señor fue uno de mis cantantes preferidos.

The Cult (Billy Duffy)

Las leyendas británicas rompieron también el maleficio que pesaba sobre ese escenario que condenaba a los artistas a un volumen más bajo de lo normal, nada que reprochar en ese aspecto, unas condiciones sónicas impecables. Siguieron sacando conejos de la chistera como “American Horse” o ese “Edie (Ciao Baby)” que continúa provocando estremecimientos en el sector femenino… y en el masculino, no nos engañemos.

“Fire Woman” constituía otra en la frente, con Astbury y Duffy haciendo además piña en el micro, como en los viejos tiempos. Si me lo hubieran contado, no lo habría creído. La aindiada “Spiritwalker” era otra de las piedras angulares para los devotos de su etapa gótica, aunque sonara ralentizada y por momentos irreconocible.

Las excentricidades del voceras a veces quedaban al descubierto, como esa obsesión especial que tenía con los monitores, que fue cambiando por completo de sitio. Pequeños detalles que se nos olvidaban en cuanto se arrancaban con otro himno del calibre de “She Sells Sanctuary”, otro llenapistas de garitos oscuros. Ahí también hubo sufrimiento vocal en determinadas partes, había que asumirlo.

Los bises no decepcionaron en absoluto con una triada difícil de superar. En primer lugar, “Rain”, el puente perfecto entre el post punk crepuscular y el hard rock, luego un “Wild Flower” que por esos riffs rotundos podría descoyuntarte hasta la cabeza, y para finiquitar un “Love Removal Machine” que todavía conserva el fulgor de antaño. Enorme la acelerada final con Duffy punteando como si le quemaran los dedos, y un Astbury desbocado ladrando, literalmente. A tope con la locura de cada uno.

Después de un bolazo tan estratosférico nos costó ponernos en situación para presenciar a Philip H. Anselmo & The Illegals, sobre todo si nunca te gustó nada Pantera. Pero hicimos el esfuerzo por los sagrados lectores y ahí aguantamos al grandullón de Phil reproducir esos míticos gestos que hemos visto mil veces en sus vídeos, como las caras de brutote o lo de extender los brazos como si invocara a Manitú. Con sus declaraciones supremacistas ya en el olvido, no hubo ninguna alusión política durante su show, a pesar de que algunos chalados gritaran: “¡White power!”, enarbolando la bandera norteamericana o de que ese “Down On Phillip’s Escalator” de los Amboy Dukes de Ted Nugent  a modo de intro parezca toda una declaración de intenciones. Como si hubiera puesto una peli de Charlton Heston.

Philip H. Anselmo & The Illegals

Pero vayamos a lo musical de la manera más objetiva posible, porque a un servidor ese señor le daba un poco igual. Y lo cierto es que sus seguidores alucinarían, pues Anselmo se encontraba en un estado más que respetable, pidiendo a la peña montar circle pits desde el inicio y cascándose clasicazos de garito metálico del calibre de “I’m Broken” o “This Love” que casi me molan hasta a mí.

Recordaron por supuesto a Vinnie Paul, justo el día en el que se cumplía el aniversario de su fallecimiento, y lo suyo habría sido tocar en el escenario dedicado a su persona, situado en la entrada del festival, pero imaginamos que por cuestiones de logística sería imposible. Precisamente en ese momento andaban descargando en ese lugar los angelinos Starcrawler, una auténtica pasada que fundía el glam de The Sweet, el descaro de The Runaways y la provocación de Marilyn Manson. Había que ver y alucinar con su vocalista que se asemejaba a una suerte de María Brink (In This Moment) escuchimizada que no dudaba en lanzarse al público en plan Iggy Pop y dejar que los fieles se la llevaran en volandas. Eso cuando no parecía que iba a vomitar sobre la concurrencia. Glam cadavérico frente a los aguerridos machotes que se encontraban a escasos metros agitando las melenas al son de Pantera.

Volviendo al bueno de Phil, que se definió como “un anciano” en repetidas ocasiones y pidió “un esfuerzo” a pesar de las altas horas de la madrugada, no se le ocurrió otra cosa que finalizar cantando “And she’s buying a stairfuckingway to Heaven”, en alusión a la popular estrofa de Led Zeppelin. Con mucha coña. Acto seguido irrumpió por los altavoces el popular “Killer Queen” de Freddie Mercury y compañía. Con un par.

Otra edición histórica del festival Azkena en la que se rebasaron las cifras del año pasado y se pusieron cimientos más que sólidos para el futuro. Siempre es aconsejable asegurar en óptimas condiciones la base. Y es que para estas alturas lo que hay montado en Mendizabala es un apabullante templo sónico difícil de demoler. Un descomunal monumento a la electricidad.

 

Redacción
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1 comentario

  • Juandie dice:

    Festival de lo más variado en su propuesta pero que las verdaderas bandas rockeras dieron dignos conciertos a través de esos pedazos de temas que con el paso del tiempo siguen tan vigentes como el dia en los publicaron. Da gusto ver que cada año uno de nuestros festivales más históricos y longevos como es el AZKENA ROCK vitoriano sigue al pie del cañón.

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