Crónicas

Attaque 77 + Turbofuckers: Nadie los quiere ver muertos

«Un recital soberbio de voces alzadas, que a veces pareció un enorme homenaje a los Ramones, en cada canción, cada gesto o cada “one, two, three, four” que enlazaba sin dilación con la siguiente.»

12 septiembre 2018

Zorrotzako Gaztetxea, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Lejos de cantinelas buenrollistas del karma y demás, a veces todo se reduce a estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Ese puro azar que no se busca con ahínco, sino que simplemente surge y uno no puede hacer otra cosa más que aceptarlo o rechazarlo ante la imposibilidad de cambiar la situación creada. Sumergirse en el ojo del huracán y confiar en salir pronto a flote. En caso contrario, siempre quedará por lo menos la satisfacción de haber paladeado el riesgo.

Eso tal vez les sucedió a los argentinos Attaque 77, cuando, en un mismo año, lograron de un plumazo compartir escenario con dos de los grandes referentes del punk rock mundial: Ramones y Sex Pistols. Una boyante etapa que comenzó a principios de los noventa con un contrato para una importante discográfica en aquellos tiempos en los que la industria todavía gozaba de un descomunal poder y que incluyó asimismo bolos históricos junto al padrino de los tres acordes, Iggy Pop, o las leyendas alemanas Die Toten Hosen. Y eso por no hablar de su participación en el festival paraguayo Pilsen Rock II ante más de 60.000 personas, entre otros shows multitudinarios, cuya desmedida afluencia casi se convirtió en habitual.

Como señaló el vocalista en un instante del concierto, hacía unos 12 años que los de Flores no se dejaban caer por estos lares, pero la asistencia tampoco fue la requerida para tan magna ocasión. Eso sí, muchos compatriotas no se quisieron perder la cita e insuflaron un ánimo exacerbado al recinto con banderas y camisetas que delataban la procedencia rioplatense. Y lo cierto es que se distinguían claramente entre la multitud. Aquí nos tomamos las cosas con más tranquilidad.

No podrían existir unos invitados más idóneos que Turbofuckers para abrir la velada, ya que serán de los pocos, junto a los protagonistas de la velada, que suelen rescatar en directo el “No me arrepiento de este amor” de la cantante de cumbia Gilda. Estrenaban nueva formación y eso se notó, en especial, en la pegada de su nuevo batería, que encajaba cual guante entre trallazos enérgicos a la yugular del calibre de “Mad Boys” o “Tu novio, tú y yo”. Fueron como un tiro con una recta final de infarto y casi ni nos enteramos cuando terminaron, prueba evidente de que se lo curraron mucho. Las agallas no están reñidas con el glamour.

A veces los homenajes no solo están presentes en las canciones, sino en cada detalle y actitud en las distancias cortas. Eso es lo que les pasa a Attaque 77 con los Ramones, una referencia fundamental e ineludible que se les notó desde la inicial “Espadas y serpientes” y más todavía con su himno nihilista “El cielo puede esperar”, con un impagable comienzo reminiscente al “I Just Want To Have Something To Do” de los de Queens. Nos espera un lugar en el cementerio.

Enfilaron con “Gil” antes de que el vocalista reparara en los ánimos exaltados  de los blanquiazules del respetable y los pogos ya se desataran como mandaba la ocasión. No se olvidaron de esos “one, two, three, four” que llevan la indefectible marca de Dee Dee Ramone y compañía y quizás aflojaron un poco con el medio ska de “El jorobadito” de Los Auténticos Decadentes. En la línea de escarbar en cancionero ajeno, repescaron asimismo el “I Fought The Law” de The Clash, en su adaptación en castellano, y que dedicaron al “pueblo vasco” ante el regocijo de los presentes.

Los gritos en apoyo a Argentina no tardaron en elevarse y el voceras tuvo que admitir que los argentinos eran “simpáticos”, no sin reivindicar al inventor del bypass coronario René Favaloro para contrarrestar otras cagadas inherentes a sus compatriotas. Y dijo que los suyos estaban acostumbrados a “los paros, la protesta y la represión policial” para presentar “Pagar o morir”, otra pieza combativa y enérgica para desfallecer y no perder el ímpetu característico de la velada.

“Vuelve a casa” era otra de las imprescindibles de su segundo álbum, no sin advertir a sus paisanos que no volvieran al país de Macri porque había montado “un kilombo”. Más Ramones en vena y encima con inefables “no, no, no” que hacían pensar de inmediato en el añorado Joey Ramone y su inconfundible carisma.

“Acá la energía va bien” reconoció el cantante, quizás sorprendido por los ánimos a tope de la afición. Y ante tanto reconocimiento indisimulado a los pioneros del punk neoyorquino, colocaron la devoción en un escalón superior con su versión castellanizada del “Do You Wanna Dance” de Bobby Freeman que solían tocar en directo los Ramones y que desató los preceptivos bailoteos por doquier.

La popularidad de ciertos cortes puede convertirse en una losa insoportable para cualquier artista, según admitieron que les pasó con su celebérrimo “Hacelo por mí” y por eso lo dejaron de tocar durante un tiempo. Pero habría sido imperdonable prescindir de su “I Wanna Be Your Boyfriend” particular, un retrato de amor adolescente entonado a pleno pulmón por la entusiasmada concurrencia y que no sonó tan moña como en estudio. Sensaciones que merecerían conservarse en formol.

Y en esa tónica melosa no desentonaba ese tributo a los Fab Four llamado “Beatle”, una pieza ye-ye acelerada que provocó saltos descontrolados entre los fieles. “Alza tu voz” se tornó un necesario grito de guerra contra el “fascismo” y con más justificación que nunca  en un país todavía con presos políticos y con gente detenida por cagarse en Dios. Habrá que rogar por los muertos y acordarse de la calavera del rey. De bastos.

La liturgia de los bolos sudamericanos se exportó también hasta la capital vizcaína aquella noche y en el turno de los bises en vez de los habituales “beste bat” se escuchó “Una más y no jodemos más”, igual que si estuviéramos viendo a Bunbury. En un ambientazo con ikurriñas y enseñas argentinas, “Arrancacorazones” posibilitó la invasión de las tablas y que hasta alguna fan diera un beso al cantante, antes de apelar a “la unidad del pueblo” en “Donde las águilas”.

Y “No me arrepiento de este amor” cerró un recital soberbio de voces alzada, que a veces pareció un enorme homenaje a los Ramones, en cada canción, cada gesto o cada “one, two, three, four” que enlazaba sin dilación con la siguiente. Que no pase más de una década para volver a disfrutar de estas leyendas del punk sudamericano. Nadie los quiere ver muertos.

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Esta entrada fue escrita por Alfredo Villaescusa

1 comentario

  • Juandie dice:

    Pués siguen estas leyendas del Punk Rock argentino como son ATAKE 77 y esa noche en Bilbao lo bordaron a base del mejor Punk Ramoniano. Siempre se les han querido por estos lares.

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