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Crónica de Yungblud + Palaye Royale + Weathers en Madrid: El relevo generacional del rock ya está aquí

Yungblud es, hoy por hoy, uno de los nombres más incandescentes del rock contemporáneo. Nadie duda de que es uno de los artistas del momento, y todo apunta a que este 2025 será el año de su consagración definitiva. Con ‘Idols’, su último álbum de estudio, el británico ha alcanzado una madurez artística notable sin renunciar a la esencia punk-pop que lo convirtió en la voz de una generación incomprendida. Su crecimiento ha sido tan meteórico que incluso leyendas del género han posado la mirada sobre él, como los mismísimos Aerosmith, con los que ha colaborado en 'One More Time', EP que verá la luz el 21 de noviembre.

Para abrir la noche, los angelinos Weathers y el trío canadiense-estadounidense Palaye Royale ejercían de teloneros de lujo en la única parada de Yungblud en España. Los primeros cumplieron con solvencia, energía y actitud aunque, personalmente, me dejaron un poco indiferente, sin terminar de conectar con ellos.

Sobre Palaye Royale, tenía especial curiosidad por ver en directo a los hermanos Remington Leith, Sebastian Danzig y Emerson Barrett. Su mezcla de glam decadente y punk confesional, un terreno en el que se mueven con soltura, superó mis expectativas con temas como “Showbiz”, que inevitablemente me recuerda al descaro de Måneskin, “Dying in a Hot Tub”, el torbellino de “Fucking With My Head” o “For You”. Buena elección para calentar al personal y preparar el terreno antes de la tormenta de Yungblud.

Quince minutos después de la hora prevista, mientras sonaba el “War Pigs” de Black Sabbath, el recinto se teñía de eyeliner negro para recibir a uno de los que muchos ya consideran el relevo natural del rock n’ roll.

Nos saludaba con la poderosa “Hello Heaven, Hello”, como si abriera las puertas de su propio cielo para ejercer de predicador durante la hora y media siguiente. Una obertura apocalíptica donde la épica pop-rock (confeti incluido) se fundía con su carisma incendiario hasta llegar a “The Funeral”, incitándonos a saltar antes de cada estribillo en un himno de autodestrucción alegre que sonó más a renacimiento que a despedida. Sin dilación llegaba “Idols Pt. I”, pintada de un glam punk que haría sonreír a Bowie o My Chemical Romance a partes iguales, mientras se presentaba a la audiencia: “Me llamo Yungblud y estoy muy loco. ¿Estáis preparados?” Ante la respuesta afirmativa, y algún problema técnico con el micrófono, llegaba “Lovesick Lullaby”, melancolía revestida de electricidad con una parte final muy britpop.

Turno de “My Only Angel”, el temazo firmado junto a Aerosmith que tiene el valor de haber logrado sacar del letargo a los de Boston. Moviéndose con ese aire felino de Steven Tyler sobre el escenario, Yungblud parecía por momentos poseído por el espíritu de los años dorados del hard rock. Si ya sonaba a clásico en estudio, después de escucharla en directo debe convertirse en un fijo en sus setlist. Ojalá sea un puente entre generaciones que el rock llevaba tiempo esperando.

Continuábamos en línea ascendente con “fleabag”, o lo que es lo mismo, ese himno de rabia adolescente que condensa como pocos la esencia del británico y en el que subió a un fan a tocar la guitarra. “Quiero estar en Madrid para siempre”, nos decía a la vez que pedía al público que subiera a hombros a quien tuviera al lado para encadenar la contagiosa “Lowlife”, con ese groove tan oscuro como adictivo.

Pero el momento más emotivo de la noche llegó con “Changes”, la versión de Black Sabbath que Yungblud presentó como “una canción de un amigo suyo que está en el cielo”. Desde que la interpretó en el concierto de despedida de Black Sabbath el pasado 5 de julio en Birmingham, se ganó el respeto del mundo entero con una de las actuaciones más conmovedoras de la jornada. Aquella noche, frente a una multitud que se despedía entre lágrimas del Príncipe de las Tinieblas, Yungblud se consagró para todos aquellos que todavía no le tenían muy bien ubicado. Desde entonces, el británico porta esa herencia con orgullo, como si el testigo del rock se le hubiera entregado simbólicamente en esa última velada. Ozzy, que lo había apadrinado tiempo atrás tras ver en él el reflejo de su propio espíritu cuando era joven, seguro que estará sonriendo desde allí arriba mientras todos coreábamos el I’m going through changes... la pasada noche en Madrid. Simplemente maravillosa.

Superadas las emociones, nos prometía “venir a España cada año hasta que me muera” al mismo tiempo que “Fire” encendía de nuevo la mecha con un estribillo que iba creciendo por momentos. La intensidad se mantuvo con “Loner”, otro de sus temas más pegadizos, donde el británico reafirmó su papel como evangelista rebelde de la generación Z antes de retirarse momentáneamente del escenario.

Regresó para los bises con “Ghosts”, melancólica y luminosa en la misma proporción, que fue coreada hasta el último rincón del recinto antes de que llegara el penúltimo baño de masas con uno de sus hits como es “Zombie”. Y digo penúltimo porque, tiempo después de terminar el concierto, Yungblud tuvo el detalle de salir a los aledaños de Vistalegre para saludar a los cientos de fans que aún lo esperaban fuera. Un gesto sencillo que confirma que su conexión con la gente va más allá del escenario, es real y cercana.

Tras el concierto de la pasada noche en Madrid, puedo confirmar que Dominic Harrison ya no es solo el emblema de una generación inconforme, sino un referente indiscutible del rock contemporáneo. Su energía, su carisma y su autenticidad lo han convertido en un artista capaz de trascender etiquetas en una época en la que muchos confunden actitud con artificio. Cuando hay verdad, el rock sigue muy vivo.

Fede DeMarko

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