Crónica de Nightwish + Beast in Black en Madrid
1 diciembre, 2018 7:27 pm 1 ComentarioNo es sencillo adquirir prominencia con un grupo de música. Muchos lo intentan y solo unos pocos lo logran verdaderamente, cobrando su esfuerzo y su creación un sentido aún mayor que el que humanísticamente siempre han de tener si se articulan desde el corazón, desde la honestidad, desde esa dimensión artística inherente al ser humano, al menos hasta que logren anularnos o deshumanizarnos por completo, una quimera mientras siga habiendo reductos de inquietud y pasión.
Entre los pocos que lo consiguen hay aún un selecto grupo de elegidos aún más reducido que logran trascender fronteras y atraer a grandes masas de seguidores, y la matrioska se hace aún más pequeña cuando hablamos de las bandas que marcan ya no una generación, sino varias, irguiéndose como referencias indubitables en una corriente musical. Sus nombres coronan el Olimpo de los héroes del sonido y quedan grabados en letras de oro en las generaciones posteriores, perviviendo en el imaginario colectivo cual texto sagrado.
Entre este último y selecto grupo no es una locura, ni mucho menos, ubicar a Nightwish. Primeras espadas del metal sinfónico internacional, la banda ha sabido rehacerse tras causar baja dos vocalistas completamente integradas en su respectivo capítulo, y abrir páginas nuevas sobre las que relatar historias musicales disímiles con respecto a las previas pero, al mismo, tiempo, estrechamente vinculadas. El recorrido estilístico de Nightwish es el reflejo de una evolución coherente, del crecimiento de un mismo espíritu alimentado de melodías majestuosas, sinfonía reluciente y, en definitiva, canciones, sobre todo canciones, capaces de conquistar a cientos de miles con una magia singular difícil de explicar. Al fin y al cabo, qué es la música sino un arte abstracto que las palabras solo pueden tratar arduamente de describir por aproximación. No hay valores absolutos, y eso paradójicamente la hace absoluta.
‘Decades’ es el compilado que Nightwish puso a la venta antes de lanzarse a esta gira en la que repasa las dos décadas de trayectoria echando mano de piezas de todos sus álbumes, y es también el nombre del propio tour, que ya echó el ancla con éxito en el Leyendas del Rock e incrementó su volumen después con otros tres shows en la península, el primero de los cuales aconteció ayer mismo en el WiZink Center de Madrid. Al contrario que en su anterior visita a la capital, que fue la primera en muchos años, las gradas del recinto estaban cerradas a cal y canto y la entrada fue más modesta, producto también del hecho de que haya dos fechas más en la península y de que apenas unos meses atrás actuasen en el Leyendas del Rock.
Abrieron la lata los impecables Beast in Black, conjunto producto de la unión de músicos de altos vuelos como el ex guitarrista de Battle Beast Anton Kabanen, el antiguo hacha de U.D.O. o Amberian Dawn Kasperi Heikkinen y el vocalista griego Yannis Papadopulos, un auténtico animal de escenario que supo meterse de principio a fin al público en el bolsillo y cuyo desempeño vocal fue sencillamente alucinante.
Con un carisma, una simpatía y un saber estar encomiable sobre el escenario, aderezados de un sonido impoluto, el combo de heavy/power metal de corte moderno consiguió engancharnos con temas como “The Fifth Angel”, probablemente la más efectiva de su repertorio; “Ghost in the Rain”, balada en la que el público alzó mecheros y móviles a instancias del frontman; “Crazy, Mad, Insane”, en la que los instrumentistas portaron unas gafas con pantalla frontal en las que se leían esas palabras; o las concluyentes “Blind and Frozen” y “End of the World” hicieron de aquello un polvorín de entusiasmo. Su nuevo disco está al caer y con él, su próxima gira, en la que esperan echar el ancla de nuevo en nuestro país. Seguidores no les van a faltar.
Tras la pertinente puesta a punto del monumental equipo de Nightwish, llegó el turno al fin de los adorados reyes europeos del metal sinfónico. El espectáculo visual que los caracteriza estuvo a la altura, con una pantalla gigante comandando el escenario que proyectaba abrumadoras animaciones y vídeos sincronizados con cada canción al milímetro, y con un bestial aparato pirotécnico que en según qué canciones lanzaba fogonazos cruzados, bolas de fuego que hacían que subiera la temperatura del lugar por segundos y hasta recursos similares a fuegos artificiales.
El show arrancó con una muy aplaudible locución de una voz en off que evocaba tiempos pasados en los que los conciertos se disfrutaban sin la intromisión de los teléfonos móviles, y pedía que durante las dos horas de show, los asistentes se concentrasen en el espectáculo y se librasen de la “esclavitud” del móvil. Por si la cosa no quedaba clara, un celular tachado aparecía en tamaño gigante en la pantalla. Pero ni por esas, muchos no le hicieron ni caso. ¿Cuál es el sentido de prescindir de sumergirse en un espectáculo de tamaña envergadura para verlo a través de una pantalla, obstaculizando además la visión de los de atrás, cuando hace un par de años la banda publicó un fabuloso doble DVD en vivo y está camino de lanzar otro inmortalizando esta gira?
Al fin pisaron el tablado los maestros del pentagrama protagonistas de la velada, empezando por Troy Donockley, que a modo de evocadora intro parafraseó la melodía de “Swanthear” antes de que la electricidad detonase y el entusiasmo de desbordase con la sacudida de la trepidante y aguerrida “Dark Chest of Wanders”, esplendoroso himno de aquel ‘Once’ que cambió la historia para siempre. Floor Jansen no es Tarja Turunen, porque Tarja solo hay una y es irrepetible, pero si algo caracteriza a la vocalista holandesa es el dominio completo que tiene de registros muy diferentes. Por eso, tanto tonos medios como registros líricos son clavados en cada pasaje. Una rara avis a la que difícilmente puede hacérsele sombra y que además tuvo una noche de excelencia vocal asombrosa.
La base rítmica se robusteció aún más con el huracanado riff de “I Wish I Had an Angel”, a la postre una de las canciones más celebradas de la velada y momento para que el bajista Marco Hietala sobresaliese a las voces de su magnético estribillo. Lo tenían apartado de su setlist en las últimas giras, tal vez hastiados de reiterarla hasta la saciedad, pero eso no ha restado un ápice de vigencia a una canción que configura la trinidad de grandes clásicos del combo finlandés, lo quieran o no. A los hechos me remito.
Escarbando aún más en su discografía y rescatando temas que se antoja casi imposible volver a disfrutar en vivo – veremos a ver si a alguno no le cogen más gusto del que esperan –, prosiguieron con “10th Man Down”, “Come Over Me” y la desbordantemente neoclásica “Gethsemane”, en la que el teclado del genio compositor Tuomas Holopainen, una mente musical maravillosa reflejada en el mundo paralelo que ha conseguido crear en Nightwish, fueron recibidas con sorpresa por el respetable que no había chequeado un repertorio que han ido calcando en las últimas fechas, si bien la más reciente “Élan”, inspiradísima piedra preciosa del último trabajo de estudio del grupo y único con Floor, ‘Endless Forms Most Beautiful’; tuvo aún una reacción mucho más cálida. Pocas bandas con veinte años de andadura pueden jactarse de preservar tamaña vigencia entre las generaciones más jóvenes y no tanto. Eso sí, aunque puedan, ellos no son de jactarse, sino de afanarse en seguir adelante. Así les luce el pelo. De hecho, a lo largo de todo el concierto, el público se mantuvo mucho más comedido en las piezas de los años noventa que en las canciones posteriores al ‘Once’, a juicio de quien escribe mucho más completas.
El regreso a la vertiente más powermetalera del grupo lo marcó, en atinado contraste con su predecesora, “Sacrament of Wilderness”, extraída de aquel decisivo ‘Oceanborn’, publicado en 1998. Con reliquias como esta, traída al directo con suma eficacia y en cuyo solo de teclado Holopainen hizo un guiño a la ausente y añorada “Stargazers”, cómo no iban a marcar territorio en aquel género que, por ese entonces, gestaba su mayor boom hasta la fecha. De 'Wishmaster', trabajo con el que dieron la bienvenida al nuevo milenio, no podían pasar por alto la acompasada aunque expansiva “Dead Boy’s Poem”, en la que Marco Hietala echó mano de guitarra con sonido acústico y bajo en un mismo y curioso instrumento.
El folk, más presente que nunca en el grupo, solo había asomado en el amanecer del concierto y en “Élan”, con lo que la ejecución de la virtuosa y céltica instrumental “Elvenjig” fue una deliciosa vuelta a los sonidos más actuales del grupo, si bien curiosamente sirvió de preludio para otro tema de lo más pretérito, “Elvenpath”, también oriunda del álbum debut.
No podían olvidarse de aquel hechizante ‘Imaginaerum’ que nos sumió en 2011 en un irreal y formidable mundo mágico aún con Anette Olzon a la voz, y por eso nos brindaron un doblete de aquel disco verdaderamente emocionante conformado por “I Want My Tears Back”, en la que la melodía de gaita de Troy Donockley y el dueto de voces entre Floor y Marco nos transportó hasta el séptimo cielo, y la no menos estimulante “Last Ride of the Day”, cuyo arranque parecía mirar hacia épocas pretéritas. Ambas fueron las mejor recibidas con creces desde el “I Wish I Had an Angel”, algo, cuando menos, sintomático.
Un nuevo cambió de tercio arribó con un corte del primigenio ‘Angels Fall First’ (1997), “The Carpenter”, sorprendentemente cantada por Troy Donockley, que tuvo unas palabras con el público en las que trató de ser afable y simpático pero pecó de tirar de la absurda idea de enfrentar a Madrid y Barcelona hasta el punto de decir que un amigo suyo le había dicho “que la gente de Madrid es basura”. Laúd en mano, en dueto con la propia Floor, se reivindicó como un miembro que a día de hoy es tan imprescindible y querido en la banda como el que más.
La épica desbordó definitivamente el vaso, y hasta el techo del mil veces rebautizado Palacio de los Deportes, con los primeros golpes de teclado y guitarra de la absorbente “The Kingslayer”, originalmente lanzada en aquel ‘Wishmaster’ (2000) cuyo tema estrella, el homónimo, fue vilmente olvidado. Quizá una gira conmemorativa de todo el recorrido de Nightwish no es el mejor pretexto para dejar a un lado una de las piezas más aclamadas de su historia. Bueno, quizá no: seguro que no lo es.
Pero había mucho pasado donde rascar, y por eso regresamos al power metal sinfónico más apabullante de los noventa de la mano de “Devil & The Deep Dark Ocean”, en la que Marco Hietala volvió a devorar el micrófono tras tener unas palabras con el público y en la que Kai Hahto, actual percusionista de la banda proveniente del metal extremo, pareció gozar con su acelerado ritmo. ¡Ay si nos acaba metiendo cerita de la buena en el próximo álbum! La gente, eso sí, más parada de lo esperado.
Si aparcar “Wishmaster” es un error sin paliativos, más imperdonable sería aún dejar en el tintero “Nemo”. Pero no fue así, y sonó tan reluciente, envolvente y fabulosa como siempre. Como ha de ser tratándose de una de las composiciones cumbre de los finlandeses. Su ejecución parecía anunciarnos que el final se hallaba cerca, aunque la traca final daría aún para sudar un par de veces o tres más la camiseta.
Una dilatada porción de alrededor de un cuarto de hora de ‘The Greatest Show On Earth’, pieza del último disco de estudio que originalmente roza los 24 minutos, nos sacó de nuestros esquemas por la naturaleza del tour, pero nos fascinó tantísimo que acabamos rendidos a ella, no solamente por la grandilocuencia del tema, que es una barbaridad, sino porque su homenaje a la ciencia, a la evolución, a este planeta que hemos de cuidar y a las culturas de la humanidad es potenciado inmejorablemente bien por las imágenes proyectadas en las pantallas gigantes. Una expresión artística monumental que desemboco en la definitiva “Ghost Love Score”, himno irrenunciable que con sus más de diez minutos desató la locura y puso la guinda a una noche para recordar.
Algunos tuvimos la sensación de sentirnos como probablemente se sentirían en su momento los seguidores de banda pretéritas hoy consideradas de culto en sus géneros al vivirlos en su época de apogeo. Solo podremos asegurarlo cuando el tiempo transcurra y podamos comprobar si esa sensación es pareja a la que aquellos seguidores tienen ahora que aquellas bandas no volverán, o no lo harán al menos como casi medio siglo atrás; la sensación de haber formado parte de un capítulo de la historia de la música que trascenderá a su propio cierre. Pero para eso aún queda, esperemos, una eternidad, y por lo pronto, Nightwish se meterá de lleno en 2019 a dar forma a su nuevo disco de estudio, que será publicado entre finales de ese año y comienzos de 2020. Será entonces cuando vuelvan a embarcarse en una gira. Hasta ese momento, saborearemos esta noche como quien, acostumbrado a untar las tostadas con margarina, lo hicieron una vez con caviar iraní. Por cierto, ni pajolera idea de a qué sabe eso.
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1 comentario
Una banda desde siempre muy querida en nuestro país y que otra noche más lo bordó con esos temazos del mejor Metal melódico. Una buena noticia ese futuro álbum de estudio el cual se liaran volao en el estudio de grabación a darle forma.