Crónicas

Nashville Pussy: “¡Viva la cocaína y viva Tennessee!”

«"Todo un chute de adrenalina que te pone de inmediato a tono más que cualquier droga"»

Kafe Antzokia, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Se están perdiendo las buenas costumbres. Por lo menos en lo que a conciertos se refiere. Lejos quedaron los tiempos en los que la peña se engorilaba cuando veía a sus grupos preferidos, se emocionaba y hasta se atrevía a mover la cabellera, un gesto proscrito hoy en día y casi tan desfasado como los pantalones campana o la chaqueta de pana. Tanto acicalarse para luego despeinarse en un momento, por favor. Y no hablemos ya del cúmulo de sensaciones experimentadas con esa quietud cadavérica de gato de escayola, tiene que ser algo espeluznante.

Menos mal que todavía sobreviven reductos en los que se hacen las cosas a la antigua usanza. Torrentes de electricidad que caen como mazazos mientras se pulverizan barreras artificiales y se apela a instintos primarios que en determinados casos admiten justificación plena. El rock n’ roll salvaje debería ser uno de ellos y los georgianos Nashville Pussy representan eso como pocos. Sucios, grasientos y con toneladas de autenticidad. Son como una hamburguesa de vacuno con liquidillo chorreante desperdigándose por el suelo frente a uno de esos insípidos platos de diseño incapaces de llenar el buche y que más bien cumplen una mera función decorativa. Explosiones descontroladas frente a inocentes juegos florales.

Tal vez el personal ande un poco harto de estos indómitos norteamericanos, pues sus visitas por la península podrían competir en asiduidad con las de The Quireboys o The Dictators, estos últimos con una especie de tradición no reconocida de tocar en el Antzoki cada Semana Santa y que se pasan todos los años una vez como mínimo. Ruyter Suys y compañía estuvieron no hace demasiado en la noble y leal villa de Gernika y eso tal vez pudiera explicar el panorama tan desolador de esa noche en lo que respectaba a la asistencia. Un hecho que cobraba la categoría de misterioso si teníamos en cuenta que les habíamos visto previamente abarrotar ese mismo recinto días entre semana y hasta periodos vacacionales.

Por motivos laborales no pudimos catar demasiado a los barceloneses The Lizards, pero lo poco que vimos nos transmitieron buena impresión, ya que le daban al rock n’ roll punkarra tipo Danko Jones, The Runaways o Backyard Babies, música con actitud de esa que te levanta del sitio. Y se lo debieron montar con dignidad, pues la peña hasta les pidió bises, algo no demasiado frecuente entre grupos teloneros.  Para seguirles la pista.

A Nashville Pussy les hemos contemplado en unas cuantas ocasiones y todavía nos sigue pareciendo de otra dimensión esa hembra desbocada llamada Ruyter Suys que saca chispas a su guitarra y agita la cabellera como pocas veces hemos visto en una fémina. Bastaron los riffs contundentes de “Everybody’s Fault But Mine” para que la rubia se desprendiera de su gorro estilo David Crockett y su pelambrera se sacudiera como un torbellino incesante capaz de arrollar cualquier objeto a su paso. La bajista descocada Bonnie Buitrago ya se ha ganado a pulso su lugar en la banda y ejerce el contrapunto ideal a las pintas de camionero de Wisconsin del voceras Blaine Cartwright, que en esta cita se le notó algo más estático que de costumbre. Lo que sí que no ha cambiado un ápice es esa ristra de temazos impepinables del calibre de “I’m So High” o “Rub It To Death” para descoyuntarse las vértebras o la propia cabeza.  Debería recomendarse semejante terapia de choque para sobrellevar cualquier semana.

Sin apenas pausa, enfilaban trallazo tras trallazo y únicamente descansaban para pegar lingotazos de whisky, esto sí que es un derroche de autenticidad, nada de mierdas que beben agüita para hidratarse, aquí hay galones para ponerse firme. Y es que no se podría cantar cosas como “Hate & Whiskey” y luego comportarse en el escenario como un catequista, no perdamos las formas, por favor. Siguieron legando edificantes lemas para esa juventud descarriada que no sale de casa y espantando a veganos con “Till’ The Meat Falls Off The Bone” antes de reincidir en ese ritmo deudor de AC/DC marca de la casa en “Up The Dosage”, un himno para ponerse de Bourbon hasta reventar. Y ellos no se cortan de pimplar en momentos de sed, Blaine demuestra ser un marido ejemplar cuando da de beber whisky a morro a Ruyter, que lo degusta como si fuera un manjar. Enormes.

El voceras se quita la gorra y se calza un sombrero en condiciones para una pieza de ínfulas sureñas en la que parece que amaga incluso con “La Grange” de ZZ Top y vuelve a hidratar a su esposa con Jack Daniels, nadie se reseca en el escenario, debe ser genial irse de farra con ellos. Pero lo cierto es que Ruyter estaba ahí sudando la gota gorda, moviéndose de un lado a otro, y cuando sus compis se piraron por un leve intervalo, se quedó desbarrando a los punteos acompañada por el batera, al que también se aclamó como a un auténtico dios. Aquí tampoco se consienten las masturbaciones de mástil. Pero todavía había reservado un rasgo de esos de tipo aguerrido, aunque bordeara lo cómico a lo Benny Hill. Blaine no dudó en vaciar su cerveza en el sombrero, beber de él como si fuera un abrevadero de caballos y finalmente volver a ponérselo mientras seguían cayendo chorretones igual que en una parodia de western. Con un par.

Y Ruyter se tiró al suelo mientras la peña respondía con un “hey” a cada riff antes de que se ciscaran en lo políticamente correcto con “Pussy’s Not A Dirty Word”, con un solo mayúsculo para quedarse casi sin cabeza y pasarse por la piedra a musicólogas y otros especímenes contemporáneos. Con el personal extasiado, regresaron para los bises con el grito de guerra del sur “Hell Yeah” en “Struttin’ Cock” y rememorar el macarrismo angelino en “Why Why Why”. No podrían desperdiciar la ocasión de recordar al recientemente fallecido Malcolm Young, al que por supuesto dedicaron un trago y una apabullante versión del mítico “Beating Around The Bush” en la que Ruyter lanzó un beso al cielo a su mentor.

“¡Esto es un fiestón!”, decía Blaine, a pesar de que en la sala tampoco se contaran multitudes. El broche de oro para sufrir orgasmos eléctricos sería “Go Motherfucker Go”, con un pequeño parón en el que la guitarrista rubia punteó cual poseída, intentó tocar con una botella y terminó arrancando las cuerdas una a una cual bestia parda. A tomar por culo. Solo le faltó prender fuego a la guitarra a la manera de Hendrix. Brutal. Petados hasta la bandera o con cuatro monos, sus recitales continúan siendo antológicos, todo un chute de adrenalina que te pone de inmediato a tono más que cualquier droga. Eso no impide que a uno le entren ganas de lanzar un sombrero vaquero al aire y gritar a pleno pulmón el título de uno de sus temas del álbum ‘Up The Dosage’: ¡Viva la cocaína y viva Tennessee!

Alfredo Villaescusa
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