Crónicas

Destroyer Fest Vol. III: Triunfo colectivo

«La inquietud y la vocación por alimentar el alma de uno a cucharadas de cultura resisten en un sector que se niega a irse por el sumidero de los sonidos prefabricados»

8 diciembre 2018

Sala Caracol, Madrid

Texto: Jason Cenador. Fotos: Hughes Vanhoucke

El relevo generacional en la escena del rock y el metal viene cada vez más a asemejarse a una expedición de tintes épicos, una contienda contra la apatía, la deshumanización y, en definitiva, una pérdida de sensibilidad artística que en algunos segmentos de la juventud por todos conocidos es particularmente preocupante.

Viven

La inquietud y la vocación por alimentar el alma de uno a cucharadas de cultura resisten, no obstante, en un sector que se niega a irse por el sumidero de los sonidos prefabricados y la exclusividad de los conciertos multitudinarios en detrimento de los que pelean desde las catacumbas. Y ese sector estuvo muy representado en una madrileña Sala Caracol que lució un muy buen aspecto para arropar una iniciativa, la tercera edición del Destroyer Fest, protagonizada por cinco bandas que blanden su tesón bajo diferentes estandartes estilísticos para poner en la picota la idea de que no hay rendición ni la habrá.

La matrícula de honor va para Destroyer Management, los cinco grupos presentes y el público que hizo fuerza en un ambiente de júbilo colectivo para ganar una batalla. Pero no nos durmamos en los laureles: la guerra sigue y solo habrá triunfo cuando llegue el día en que no tengamos que destacar el buen resultado de convocatoria por parte de eventos como el que nos ocupa.

Skylines

Abrió la lata Skylines, un intenso combo capitalino de rock alternativo con constantes guiños al grunge. Muy bien plantados y con oficio para salir reforzados de un problema que el bajista Pablo de Bona sufrió con su cable, lo cual detuvo por unos instantes el show, el trío afincado en el noreste madrileño describió penetrantes melodías barnizadas de frescura y naturalidad en cortes como “True Believers”, “Nuclear Family” o “You Could Call, This Remmision”, entre los que se colaron un par de canciones de nuevo cuño, entre ellas “Fading Lights”, de la que han publicado un videoclip como avanzadilla de su primer elepé, que verá la luz en 2019. Los mimbres para progresar están más que hilados con alambres de actitud y buenas ideas plasmadas en directo sin vergüenza alguna.

Viven

Considerablemente más imprevisibles y con un sonido alucinante se plantaron sobre el tablado los barceloneses Viven, para quien escribe la gran sensación del evento. Su tejido rítmico es un auténtico tornado y se desarrolla en una sorpresa constante, en un contrapié perenne que hace del conjunto de su sonido una experiencia francamente divertida para los amantes de los sustratos más progresivos del metal alternativo contemporáneo. No se queda atrás su componente melódico, con líneas vocales formidablemente empastadas con una contundencia que deja resquicios para un componente emocional en absoluto baladí.

Su más reciente esfuerzo discográfico, ‘La tripas y el lodo’, es toda una delicia, y de él fueron el grueso de cortes de su repertorio, entre ellos “Cuentos de izar las velas”, “Coronas de laurel” o “El asta y la pancarta”, cuyas letras, por si fueran poco, ponen la guinda a un pastel irresistible. No fue óbice que su vocalista y guitarrista Rubén Martínez apenas se dirigiese al público, aduciendo con sinceridad en su único discurso que hablar no era lo suyo y que se iban a centrar en tocar; sus temas hablan por ellos.

Virgen

Mucho más interactivo con el respetable fue Jorge Vileilla, volcánico frontman del siguiente conjunto en liza, unos Virgen cuyo primer trabajo se remonta nada menos que a 2006 y que tienen entre sus no pocas virtudes una puesta en escena que solo puede dejar indiferente a alguien que esté muerto por dentro. La de por sí fina línea que separa los conceptos de filosofía y actitud se disipa por completo en el abrumadoramente enérgico directo de un combo que se propone prender fuego al ambiente cada vez que pisa un escenario con su afiladísima propuesta, próxima al post-hardcore sin descuidar algunos ejes vertebradores establecidos por los gurús pretéritos del género. El shoegaze e incluso cierta experimentación, por cierto, asomaban la patita por debajo de la puerta en no pocas ocasiones.

Con letras de necesaria insurrección, tanto a nivel social como persiguiendo un contagioso apego a la catarsis personal, a la reafirmación individual, los oriundos de la Vega Baja alicantina – aunque afincados en Madrid – la liaron parda de la mano de temas como “Resurrección” o “Le Gran Mondongo”, ostentando un punto más de virulencia sonora que en disco. Vileilla no paró quieto ni un segundo – se alzó con el trofeo del frontman más incombustible de la noche – y hasta bajo a cantar al público recorriendo con hiperactividad un pasillo que los asistentes habían dejado libre. Tampoco escatimó en elogios a todos los implicados en el festival y en reivindicar la escena en solidaridad y sin envidias a lo largo de una gala que culminó con una absorbente pieza instrumental en la que el propio frontman se colgó la guitarra y acabó tocando la batería junto al percusionista titular.

Caboverde

El cambio de tercio – bienvenida variedad en festivales de esta naturaleza – arribó con los  madrileños Caboverde, a la sazón una de las bandas más esperadas de la velada. Aunque mordieron el silencio con algunas de sus composiciones más contundentes, su actuación fue orientándose cada vez hacia un rock alternativo más intimista y ligero, haciéndonos olvidar la agresividad de sus predecesores para sumirnos en una dinámica de mayor profundidad en temas que parecen perseguir el reencuentro del oyente consigo mismo.

Fronterizos con el indie más eléctrico, tienen futuro en una amplia gama de festivales cuyas puertas no serían tan franqueables por parte de sus compañeros de cartel aquella noche, y aunque tuvo fases más descafeinadas, quizá por el contraste con el resto de bandas en la palestra, el concierto fue de los más celebrados por un público cuyas primeras filas conocían muy bien las letras de temas como “Seguis vivos”, la más sosegada “Lectura obligatoria (para conciliar el sueño)” o “Ley de estática y estabilidad”, todas de un primer álbum que les ha afincado en una cómoda posición del panorama underground. Pronto pueden trascenderlo.

Ella La Rabia con Jorge Vileilla (Virgen)

El colofón lo pusieron, devolviéndonos de golpe a la crudeza y el poderío sonoro, Ella la Rabia, combo asentado en Madrid e integrado por músicos procedentes de lugares tan dispares como Canarias o la comarca leonesa del Bierzo. Esa divergencia ha cristalizado en una propuesta vigorosa, contundente y con suma pega que en clave de metal alternativo con pinceladas de metalcore representada en temas como “Magma”, “Hijos de Magec”, “Elba” o “Nuestra lucha”.

Junto con Virgen, fueron los que más incendiaron la química con un público que respondió entusiasta y que traía los deberes muy bien aprendidos, hasta al punto de celebrar con tremenda efusividad cada una de las muchas canciones de su homónimo álbum debut con el que se han abierto paso en el panorama del metal moderno estatal de manera inusitada. Buena parte de la culpa de esa respuesta la tiene el voraz frontman Edu Pérez, que llegó a tirarse al público sin dejar de cantar y que hizo de aquello una olla a presión, por no decir que el pitorrito reventó cuando subió a su homónimo de Virgen, Jorge Vileilla, a cantar “La huella” junto a él.

Aquello era un ambiente tan familiar que llegaron a subir en un par de ocasiones espectadores amigos al tablado, celebrando en una monumental simbiosis colectiva que la escena vive gracias a los latidos que le insuflan eventos tan admirables como el que nos hizo sentir un enorme orgullo por aquellos que bregan por aprehender el relevo. Un relevo que es tan inevitable como que el sol salga el día de mañana. Hay luz en las sombras, victorias en las derrotas y toneladas de ilusión por pelear contra la apatía y reivindicar que la juventud tiene ganas, muchas ganas de morder.

Jason Cenador
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