Crónicas

Zurbarán Rock Burgos 2025 (sábado), con Stratovarius, Crazy Lixx, Bridear o Evil Invaders: El fin de una era gloriosa, el comienzo de otra aún más

«La voz de que es un evento sin igual, irresistible, accesible y vibrante, de fans para fans, se ha corrido hasta tal punto de que su localización habitual se ha quedado justa: los días 10 y 11 de julio de 2026 estaremos en Burgos para vivir la novena edición»

19 julio 2025

Parque de San Agustín (Burgos)

Texto: Jason Cenador: Fotos: Daniel Maté Moreno

La jornada del sábado de Zurbarán Rock en la ciudad de Burgos, con una velada de altos vuelos el día anterior muy fresca en la memoria, arrancó a los pies del lugar más emblemático de la ciudad, la imponente catedral, en cuya plaza Robin McAuley completó su doblete con un acústico muy concurrido en el que volvimos a comprobar como su garganta es una suerte de prodigio biológico que, traducido al rock, nos transporta al entusiasmo infinito. De él no nos movimos durante toda la tarde y noche gracias a los shows de Stratovarius, Crazy Lixx o Bridear.

Stratovarius

Por si quedaba algún resquicio de duda de la espléndida mímesis que el festival gratuito más espectacular de todo el Estado tiene con la ciudad que lo acoge, el concierto de Robin McAuley en el mismísimo núcleo monumental de la urbe castellana es la muestra perfecta de cómo el rock puede integrarse y fusionarse por completo con la vida de la ciudad que acoge festivales de este calado.

Hace cincuenta años, un infame tabloide bautizaba al primer festival del rock acontecido en nuestro país, en Burgos, como el “Festival de la Cochambre”. Si alguno de sus responsables viese las sonrisas, las buenas vibraciones, la avidez cultural que, medio siglo después, respiraba Burgos con el Zurbarán Rock, con el beneplácito de una inmensa mayoría de sus vecinos y vecinas, desearía no haber publicado jamás semejante despropósito.

Kilmara

Tras llenar el buche convenientemente, reemplazamos la sobremesa por el concierto de los barceloneses Kilmara, que, ataviados con unas vestimentas más propias de pilotos que de músicos de heavy metal, rompieron el hielo en el escenario principal con un heavy metal certero y estupendamente ejecutado, no exento de una personalidad que han ido forjando a lo largo de los años y cimentado sobre un bagaje que no ha hecho sino barnizar y apuntalar su propuesta.

Presentaron a su nuevo batería, Neil Gómez, que en muy poco tiempo se ha hecho con las riendas de un repertorio que sirvió para reivindicar el heavy metal y poner en valor a quienes lo sentimos ante un himno como “Disciples”, y que echó el cierre con “Alliance of the Free”, coronando un show muy digno en el que, dado su atuendo, los protagonistas tuvieron que pasar bastante calorcito.

Blaze the Trail

Desde Pucela, aterrizaron en el segundo escenario acto seguido Blaze the Trail, con un hardcore metalizado sin concesiones, rodeos ni piedad. Lo suyo es la visceralidad bien conducida y una agresividad sonora aposentada sobre una marmolea base rítmica que sostiene indefectiblemente trallazos como “In the End”, “Break the Spell” o “Mayhem”.

El siguiente turno fue para los italianos Hell in the Club, que el año pasado cambiaron de vocalista, ocupando Tezzi Persson la vacante de Dave Moras, también vocalista de Elvenking y quien había sido su frontman hasta entonces. La nueva vocalista ha resultado ser todo un acierto, pues, de algún modo, preserva la dirección vocal de su predecesor, y se mostró carismática, cercana y efectiva.

Hell in the Club

Todavía están acuñando las nuevas canciones adaptadas a su voz, que no dista tantísimo de la de Dave, pero ya han visto la luz dos singles con ella, la regrabación de “The Kid” y “Carolina Reaper”, que compartieron repertorio con otros cortes como “Proud”, “Sidonie” o “Devil on My Shoulder”. Su heavy metal regado de melodías más propias del hard rock no asombra a nadie por innovador, pero se antojó ameno para ir atravesando una tarde en la que el calor apretaba menos que el día anterior, pero seguía haciéndose notar, condensando a buena parte del público en las áreas de sombra del parque. El ambiente era agradable a más no poder.

El testigo lo empuñaron con huracanada fiereza Evil Invaders, que, llegados desde Bélgica, portan el cetro del thrash metal apegado a la vieja escuela y carburando sobre una base de speed metal como si en vez de un avión desde el aeropuerto de Zaventem hubieran cogido un tren para atravesar el túnel del tiempo. Autenticidad e integridad metalera, en la enésima demostración de que lo verdadero, lo honesto y lo genuino no conoce de obsolescencias. Erraríamos si empezásemos a darle vueltas a si son un calco de tal o cual banda: simplemente, son ellos mismos divirtiéndose con el estilo del que han bebido a tragos muy largos.

Evil Invaders

Su show resultó fulminante y muy potente, aunque a la larga se antojó algo plano y monótono, más por las canciones, algo repetitivas entre sí, que por el estilo en sí. Además, si bien Joe a las voces y la guitarra fue un líder con una presencia arrebatadora, el batería Senne Jacobs dio cierta impresión de ineficacia y poca versatilidad, con algunos momentos bastante ramplones en su cometido. “Siren”, “Rising Hell”, “In the Deepest Black”, “Die for Me” o “Sledgehammer Justice” incentivaron unos buenos moshpits en las primeras filas y fueron disfrutadas por sus acólitos, que no eran pocos.

El giro estilístico de ciento ochenta grados arribó con Crazy Lixx y su fogoso hard rock de actitud sleazy y desenfrenada electricidad. Liderados por un afanado Danny Rexon a quien desde el primer momento se le veía con ganas de hacerse notar, de no pasar desapercibido, los suecos sonaron con fuerza y empaque, superando las expectativas de muchos de los que los habíamos visto pocos años atrás.

Crazy Lixx

Los de Malmö llegaban, además, con un nuevo disco bajo el brazo, ‘Thrill the Bite’, que dejó su impronta con temas como “Little Miss Dangerous” o “Who Said Rock N’ Roll Is Dead”, que son la irrefutable exhibición de lo vivos e inspirados que se encuentran en este punto de su carrera, en el que rebasan con holgura los veinte años de actividad. Con ellos sembrados y en su salsa, solo alguien muy despistado respondería señalándose a sí mismo a la pregunta que formulaba este último tema. Tal vez ni siquiera el propio Gene Simmons, a cuya banda, Kiss, rinden pleitesía.

Esas dos décadas también han dado para formular temas que fusionan la herencia angelina y el propio legado de los que alumbraron el camino en su país como “Hell Rising Woman”, “XIII” o Blame It on Love”, que esta vez portaron el magnetismo que su filosofía demanda.

Crazy Lixx

Merecía y mucho la pena someterse después en el segundo escenario a la apisonadora de thrash metal galvanizado de groove metal con la que Injector pusieron de relieve, por enésima vez, que la esfera más salvaje y rotunda del metal tiene en nuestra escena un diámetro que ni el de Júpiter.

Adelantando como un Jaguar a un Renault 18 a los otros embajadores del thrash metal ese día en el festival – no es una competición, por supuesto, pero la comparación fue ineludible –,  la banda de Cartagena dejó meridianamente claro que rebosan de argumentos musicales para asomar la cabeza como es debido en otras geografías lejos de nuestras fronteras.

Injector

Cortes como “March to Kill”, “Mindcrusher” o “Waning Blast”, con influencias a caballo entre la violencia  de Sodom y el grosor de Pantera, especialmente en algunos giros de guitarra, fueron merecedores de la importante afluencia que obtuvieron, hasta el punto de tornarse casi impenetrable la zona de un escenario que no era el principal.

Stratovarius

No habían finalizado Injector y ya era el momento para tomar posiciones en el concierto más concurrido de todo el festival, el de unos Stratovarius que, lejos de desinflarse, siguen siendo referente absoluto, objeto de deseo de todo amante del mejor power metal que se precie y digno portador del blasón de una escena de la que ellos fueron, son y serán vacas sagradas, la que aúna con sublime finura e inspiración torrentes de melodía, una lucidez técnica asombrosa y un poderío y velocidad embriagadores.

Timo Kotipelto y los suyos no son ajenos a que su cartera de clásicos del género rebosa desde hace mucho tiempo hasta reventar las costuras, y por eso se decantaron por un setlist repleto de ellos que echó a andar con un imprescindible como el trepidante y exquisitamente neoclásico “Speed of Light”, cuyo solo de guitarra clavó Matias Kupiainen, quien, a lo tonto, lleva ya la friolera de diecisiete años ocupando el lugar dejado por el guitarrista y responsable de la composición de innumerables himnos de la banda, Timo Tolkki. Kupiainen es, probablemente, el mejor maestro de las seis cuerdas que podía defender estas canciones aparte de su principal artífice.

Stratovarius

De buenas a primeras, se marcaron una de esas canciones esculpidas al milímetro para ser coreadas hasta la extenuación, “Eagleheart”, en la que vimos a un Kotipelto cantando con limpidez y mucha dignidad, aunque menos agudo de lo acostumbrado. Nadie como él conoce su garganta y sabe amoldarla al paso del tiempo sin perder comba ni eficacia, o eso pensamos hasta que, tal vez por haber calentado ya un poco más, subió de octava en “Glory Days”, con la que reivindicaron su más reciente plástico, ‘Survive’, lanzado en 2022, y en cuyo solo de teclado, el genio Jens Johanson parece emular el “Sea of Lies” de Symphony X. Antes, el frontman manifestó su contento por regresar a nuestro país y por tocar por vez primera en la ciudad de Burgos, la cual varios miembros de la banda habían pateado de turismo durante toda la mañana.

De vuelta a los grandes clásicos, recuperaron la más acompasada y muy celebrada “The Kiss of Judas”, tras la que la soberbia instrumental “Holy Light”, que esa vez ganó la partida a una “Stratosphere” que, francamente, echamos de menos, nos condujo al paraíso de “Paradise”, su oda ecologista con una letra más vigente y urgente que nunca.

Rebajaron el ritmo para absorbernos hasta la abducción con la inconmensurable “Eternity”, medio tiempo que fue lujosa antesala de “Black Diamond”, indescriptible en su belleza, en su ampuloso estribillo, en su inmenso virtuosismo durante el diálogo entre la guitarra de Matias Kupiainen y el teclado de Jens Johanson, todo sobre un tupido sustrato rítmico tejido por el bajo del aventajado Lauri Porra y la batería de Rolf Pilve. A su conclusión, por cierto, hubo un guiño al “Mr. Crowley” de Ozzy Osbourne, cuya partida a los cielos del heavy metal ni siquiera intuíamos tan inminente.

Stratovarius

Volvieron a ondear la bandera de su último disco con una “Survive” en la que bien demuestran que no se les han acabado las buenas ideas y que siguen sonando a sí mismos, para regocijo de la mayoría, antes de emocionarnos hasta el mismísimo tuétano, hasta trasladarnos a una especie de realidad paralela, con la larga y siempre gloriosa “Destiny”.

Ya en terreno de los bises, la balada “Forever” nos ablandó el corazoncito con su preciosismo y su exuberante sensibilidad, después de la que aprovecharon para cantar el cumpleaños feliz a su técnico, Elmo, y Timo señaló que la siguiente en liza había sido compuesta por Kupiainen a lo poco de adherirse a la banda, tres lustros atrás. Fue nada menos que “Umbreakable”, a todas luces el tema más laureado de la etapa de Stratovarius sin Timo Tolkki, tras la que terminaron por todo lo alto con “Hunting High and Low” un concierto sobresaliente.

Por si el cansancio empezaba a azuzar, los franceses Overdrivers se encargaron de que aquello no decayese ni por asomo, y lo hicieron con un hard rock repleto de intención, garbo y energía que, desde que empezó a aflorar, no ha dejado de mirar de reojo a referentes como AC/DC o Steppenwolf.

Overdrivers

Lo suyo es un rock and roll aguerrido, con pegada, con gancho y sin rodeos, ese que uno pondría a todo volumen en el coche con las ventanas bajadas y el viento en la cara. Y lo sabe llevar con criterio y actitud al escenario. Por eso, fueron muy aplaudidos temas como “High Mountains”, “Rockin’ Hell” o la impetuosa y radiante “Hellhounds”. Solos de guitarra de los que parecían saltar chispas, estribillos de cantar con el puño – o la cerveza – en alto y mucha pasión rockera para calentar de lo lindo la noche de Burgos que hicieron las delicias de los presentes.

A muchos les movía su conocimiento de la banda, pero para otros muchos la curiosidad fue la fuerza motriz que les condujeron a chequear de qué son capaces en vivo las japonesas Bridear, de las que escuchamos que se habían mostrado tan correctas como tímidas entre bambalinas, tal vez por la barrera idiomática. Pero adiós timidez, corrección y cualquier conato de autocontención en cuanto pisaron las tablas del escenario principal.

Bridear

Con un saber estar indiscutible y mucha entrega, contraponiendo el puro espíritu de rock and roll con oficio y naturalidad a cualquier expectativa o temor de que hubiese coreografías más propias del J-pop importadas a la escena por otras bandas (aquí, que cada uno juzgue y escuche lo que le parezca, faltaría más), las niponas fueron un derroche de fuerza y tenacidad. Técnicamente, sonaron brillantes, con las guitarras de Ayumi y Moe sonando relucientes ágiles y elásticas, y se las vio en todo momento empastadísimas entre sí, haciendo gala de un metal poderoso, a veces más cercano a lo alternativo y al metalcore y otras al power metal y al heavy metal, coqueteando incluso con melodías más propias de la NWOBHM. Esa versatilidad también se trasladaba a la voz de Kimi, su fantástica vocalista, que se desempeñó con denuedo y solvencia tanto en las voces limpias como en esas guturales que nos dejaron ojipláticos.

Además, comprobamos de primera mano como la producción de sus discos de estudio, excesivamente sintética, no hace justicia al cuerpo, grosor y lo orgánico de su sonido en directo, y temas como “Ghoul”, “The Moment”, “In the Labyrinth” o “Ignite” fueron el perfecto colofón a la última edición del Zurbarán Rock en el Parque San Agustín, antes de su anunciada mudanza a un emplazamiento de mayor capacidad por mero imperativo logístico el año que viene.

Y es que la voz de que es un evento sin igual, irresistible, accesible y vibrante, montado además desde el asociacionismo, de fans para fans, se ha corrido hasta tal punto de que su localización habitual se ha quedado justa.

No os quepa duda: los días 10 y 11 de julio de 2026 estaremos como un clavo en Burgos para vivir la novena edición de nuestro festival gratuito favorito.

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Esta entrada fue escrita por Redacción

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