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Crónica de Viva Belgrado en Bilbao: El final del cancionero

Hay que ver la cantidad de cosas que pueden llegar a suceder en una gira, desde perder a algún miembro por el camino a vivir momentos irrepetibles en cualquier sala o festival. Por este último motivo el inicio de un periplo es sumamente importante para un grupo, pues se trata de la primera toma de contacto con el público, la primera página de un cuaderno de vivencias que se prolongará durante meses. Y si el comienzo es vital, no menos decisivas se antojan las últimas fechas antes de sumergirse en el estudio para componer e intentar una nueva cuadratura del círculo.

En el caso de los cordobeses Viva Belgrado en casi quince años han vivido experiencias que ya les gustaría a muchos con carreras más extensas, como recorrerse más de treinta países, hacer conciertos en rascacielos en Tokio o incluso tocar en el Círculo Polar Ártico. Si ‘Bellavista’ ya era inclasificable, con ‘Cancionero de los cielos’ volvieron a alcanzar una nueva cima creativa al incorporar a su versátil abanico de estilos incluso una ranchera.

Pero durante la gira sufrieron la baja de Ángel Madueño, que había sido bajista de la banda desde sus mismos inicios, allá por 2011. La sustituta fue Cristina G. Sánchez, que se amoldó en tiempo récord a la dinámica del grupo, algo que no debió ser sencillo, dadas las enrevesadas composiciones de su catálogo. Y desde entonces les vimos en festivales como Bilbao BBK Live o Tsunami Xixón así hasta llegar a este final de gira en el Kafe Antzokia de Bilbao, una parada previa al gran epílogo a comienzos de 2026 en La Riviera de Madrid.

Los bolos entre semana siempre poseen algo de impredecible respecto a la asistencia. ¿Responderán los fieles o preferirán quedarse en casa habida cuenta de que se trataba de un día laborable? Pues en esta ocasión sucedió lo primero, llegando incluso a abarrotar la sala, si no agotaron entradas, poco faltaría. Y encima con una considerable porción de juventud, lo cual demostraba hasta qué punto ya se han ganado un hueco en el panorama estatal.

En la actual gira les habíamos visto cuatro veces, incluyendo festivales, pero probablemente el último bolo de Viva Belgrado en el Antzoki fue de los mejores. Uno podría esperar que a estas alturas de la película tuvieran cierta desgana, pero a Cándido y compañía nunca les llamó eso de oficiar como funcionarios. Estamos convencidos de que el día en que no sientan cierta emoción al subirse al escenario, lo dejarán sin mayores explicaciones. Pura honestidad artística.

Fiel a su costumbre, se colocaron en círculo, como si estuvieran en un local de ensayo y no ante cientos de personas. “Gemini” y “Jupiter and Beyond the Infinite” marcaron el pistoletazo de salida mientras de fondo aparecía el clásico lema de “Poético, político y un poco espiritual” que suele acompañar los conciertos de esta gira. No era necesario mayor despliegue para conseguir poner piel de gallina a los presentes.

Siguieron desgranando su peculiar existencialismo en “Una soga” y la soberbia “Cerecita Blues”, dos notables ejemplos de las coordenadas musicales por las que se movía la banda en los últimos tiempos, aunque tampoco convendría con este combo dar nada por seguro. “Perfect Blue” mostró la faceta más accesible de los andaluces y en “Vernissage” incorporaron una voz distorsionada en el comienzo que proporcionaba un aire totalmente diferente al tema en estudio. No resultaba extraño que algunas composiciones adquirieran vida propia y fueran sufriendo mutaciones a medida que avanzaban los conciertos.

“Annapurnas” no podría faltar en el repertorio y se convirtió en uno de los instantes más emocionantes de la noche, como era de esperar. Apenas hablaron entre canción y canción, y por supuesto a las malditas palmas poperas ni se las esperaba. “Por la mañana, temprano” constituyó otra de las cimas de la velada, con asistentes recitando la letra de principio a fin.

Es curioso cómo algunos artistas o bandas contemporáneas parecen promocionar la ignorancia, o los valores derechosos, que ahora está muy de moda, pero en cambio seguro que muchos fans habrán buscado acerca de Sísifo o el Gólgota al leer las estrofas de la magistral “El Cristo de los faroles”. El interludio medio latino que cuelan entremedias provocó las únicas palmas del recital, que no eran en absoluto verbeneras, sino porque lo pedía la canción.

“Elena observando la Osa Mayor” se transformó igualmente en un extraordinario remanso de paz que se disfrutó como las partes tralleras, más todavía conociendo la historia de un amor imposible que se esconde tras el corte. “¡Qué maravilla”, dijo una chica cuando terminó. Entre las pocas palabras que pronunció Cándido a lo largo del show, hubo mención especial para el respetable, consciente de lo complicado que resultaba llenar una sala entre semana.

“Un tragaluz” nos puso en modo de despedida, antes de que otorgaran la puntilla con la rotunda “El gran danés”, que conserva esa rugosidad de los primeros años de la banda. Y en esa tendencia cañera enlazaron con “Pena sobre pena” para terminar de echar el resto. No sobraba nada.

Así fue el final del cancionero de los cielos que nos han ido revelando durante meses y que estaba basado en el concepto de ‘El libro de las aguas’ del escritor y disidente ruso Eduard Limónov. Esperaremos con ansia una nueva reinvención o vuelta de tuerca que sume un capítulo más a esa obra magistral que siguen construyendo año tras año.

Alfredo Villaescusa

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