Conseguir conectar con la gente en general es una tarea nada sencilla, ya lo hemos dicho en alguna ocasión. Dar con esa tecla exacta que logra contagiarse por completo del espíritu de una época y a la vez identificarse con un sector concreto del público que transforma el asunto en algo puramente generacional. No suelen existir demasiadas oportunidades de contemplar de primera mano fenómenos de esas características que acontecen con frecuencia similar a la de los eclipses solares.
En el caso de los mungiarras TOC, han pegado el salto de los gaztetxes a fichar por una discográfica como Oso Polita, punta de lanza de la promotora radicada en Bilbao Last Tour, responsable de citas tan señeras en la tierra como el Azkena Rock Festival o el mastodóntico Bilbao BBK Live. Su último disco hasta la fecha, ‘Jaioak Hiltea Zor’, ha confirmado hasta qué punto ha calado entre la juventud su apuesta por combinar el rock de guitarras con electrónica y otros elementos contemporáneos.
Encaraban un final de gira en un escenario tan imponente como el bilbaíno Kafe Antzokia, que consiguieron llenar hasta la bandera de personal mayoritariamente veinteañero, o incluso más joven. A un servidor siempre le provocaron infinita gracia los que piensan que los conciertos ya no interesan a la juventud o se preguntan por qué se han transformado en desesperantes campos de nabos. Quizás la clave resida en que uno intenta buscar cosas en el lugar equivocado, donde el sectarismo más bien ejerce de repelente hacia las nuevas generaciones.
Lejos de esa repugnante costumbre de los maduros de saltarse a los teloneros por echar unos tragos de más, el emocionado respetable arropó a todo un grupazo como Apotheke, originarios de Pamplona que apuntamos desde ya en la libreta de nuevos descubrimientos. Alternaban euskera con castellano con una soltura envidiable y casi lo mismo podría aplicarse a sus influencias, pues lo mismo evocaban a Arde Bogotá que a The Strokes o New Order, cuando se acercaban al rock electrónico.
“Maldita ciudad” desplegó de inmediato las coordenadas por las que se moverían y a la vez les hizo presumir de sonido con músculo guitarrero. Pero eran tan versátiles que el panorama era susceptible de cambiar en pocos segundos con “Bi Ziri” o “Intxaurrondoaren itzaletan II”, no muy alejada del indie pop electrónico de Dorian. Qué buenos eran en directo. Se merecen todo lo mejor, pero no solo porque lo diga uno, la muchedumbre congregada en el Antzoki pareció valorar su entretenida propuesta.
Los ánimos se dispararon cuando irrumpieron TOC, con su vocalista fumando casi tanto como Ville Valo en sus buenos tiempos y las primeras filas elevando las voces como si tocaran corneta. Ojo, que para lograr algo así, hay que valer, no está al alcance de cualquiera disponer de un carisma de semejante calibre. Lo cierto es que la pomposa intro de su último disco y luego “Hilkutxa Zuria” constituían un arranque perfecto para ir subiendo la temperatura del recinto, pese a que ya era elevada en un inicio.
Mantuvieron el interés en un punto importante y sin duda subieron un paso más cuando invitaron a una chica a cantar con ellos en “Begire Zauz Bile”, si no me equivoco. Supongo que sería Kattalin Barcena, del grupo J Martina, que ya aparecía en la versión original de la canción producida por Josu Ximun de Belako. En cualquier caso, tanto el vocalista Xabier Bilbao como ella bordaron el dueto y encima insuflaron dinamismo a un recital que parecía propulsado desde el comienzo por el entusiasmo de los fieles.
“Preso Baten Hitzak” era de los temas más destacados de su último trabajo de estudio y las mismas sensaciones se reprodujeron en directo, con la mayoría del personal dejándose la garganta. Y a modo de muestra de lo fan que podría llegar a ser la peña, mencionar que en el comienzo de “Bi Aldeak”, reminiscente del “Killing Me Softly” de The Fugees, una chavala se miró con su compañera y gritó: “¡Esta, esta!”. Así de profundo se han incrustado en los gustos de las nuevas generaciones vascas.
Hay que decir que los de Mungia lo tuvieron muy fácil con un público tan volcado, pero ellos demostraron de igual modo las tablas de un grupo veterano, consciente del gran paso en términos de poder de convocatoria que habían pegado. Si en breve incluso las salas se les quedaran pequeñas, estaría plenamente justificado.
El frontman se subió a uno de los monitores y aquello hizo alucinar de lo lindo a gran parte de la concurrencia, pese a que ya lo habíamos visto en otras ocasiones en el Kafe Antzokia. Y la interacción con el respetable no se quedó ahí, pues se fundieron con los fieles cuando el inquieto vocalista se metió entre la marabunta en “Anegauta”. Un baño de masas en toda regla, por lo que no sorprendió que luego el cantante extendiera los brazos en plan mesías.
“Bi miru gu” nos acercó al final del bolo, pero no parecía que muchos se quisieran marchar de allí, por lo que echaron el resto y lo que les quedaba de garganta en aquella pieza en la que en estudio colaboraban con Hofe, el joven lendakari. No en vano vimos por ahí unas cuantas camisetas de dicho artista contemporáneo.
“Ametsen Batean” puso la guinda a una noche en la que la conexión con el público bilbaíno y de las inmediaciones fue brutal. Quizás fue algo corto, pero por otra parte agradecimos poder pillar el último bus para subir al poblado y así no tener que sufrir una vez más el paupérrimo servicio nocturno de taxis de la capital vizcaína.
Son un fenómeno de masas originado en gaztetxes, una de esas cosas tan insólitas de contemplar como las auroras boreales. Si uno tiene la oportunidad de vivir en primera línea de frente esa travesía desde la autogestión a los recintos abarrotados, debería sin duda acercarse y maravillarse ante esa suerte de milagro cotidiano. No sucede todos los días.
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