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Crónica de The Waterboys en Madrid: "El eterno retorno de la Big Music"

A estas alturas de la película, uno ya no espera demasiadas sorpresas de Mike Scott, no es que vaya pensando que van a soltar sus himnos de siempre y cumplir el expediente sin demasiada pretensión, pero había escuchado que el líder de The Waterboys no se encontraba en su mejor momento. Los escoceses se plantaron en La Riviera para darnos un bofetón de realidad en tres fases, dos muy buenas y otra algo más descafeinada, pero con un planteamiento muy interesante.

Cuando las viejas glorias se colocan sobre las tablas y se marcan un show de dos horas y media, es para enmarcarlo. Su plan de ataque era distribuir el repertorio en un set de alto voltaje, uno algo más experimental para presentar su último trabajo (en el que ahondaremos más adelante) y un último tramo de desenfreno.

Scott, en un escenario casi desnudo, saltaba a escena como un capataz; su equipo le respaldaba con un muro de sonido que ofrecían James Hallawell al teclado, Aongus Ralston al bajo, Eamon Ferris a la batería, pero con un “Brother” Paul Brown que se saltó todas las reglas del juego tras su Hammond y con el sistema nervioso a flor de piel, algo que complementaba la actitud algo más hierática de Scott, con quien competía en duelos entre guitarra y teclado, conversando con su magistral dominio del instrumento entre el blues y el rock psicodélico.

Él fue el gran culpable de que el show no se convirtiera en algo nostálgico, el que ha colaborado para que ese sonido ochentero de los primeros discos no apareciera en la sala, algo que se agradece; es verdad que en muchos temas se echó de menos el violín, como en su himno “Fisherman’s Blues” o “How Long Will I Love You?”, pero lo suplían con actitud.

Antes de estos dos temas, daba comienzo todo con una versión de Willie Nelson, “Me and Paul”, con la que pudieron calibrar la fuerza de un público que decidió arropar desde el inicio. No sería la única cover: “Knockin’ on Heaven’s Door”, de Dylan, se ha convertido ya en un clásico del repertorio. Fue “This Is the Sea” la que marcó el final del primer set, una canción que sonó a gloria, más tranquila que la versión original, pero con una fuerza que arrasó con todo a su paso, especialmente cuando Paul Brown aceptó el reto de crear un ambiente góspel al Hammond.

Llegaba el punto clave de la noche: Scott anunció que la gira tenía un motivo y no era otro que presentar su último trabajo, ‘Life, Death and Dennis Hopper’, un disco conceptual dedicado a la figura del actor, director y fotógrafo en el que Mike había estado trabajando los últimos cinco años. Su visión de Hopper comienza con un vídeo en el que Steve Earle interpreta “Kansas”, una balada folk a través de un vídeo que vimos como algo ajeno, como el presagio de una ópera rock. No fue exactamente así, aunque la travesía por la vida del actor supuso un momento de cierta incertidumbre entre el público, que se mostró visiblemente más frío ante este momento tan poco convencional.

Llegaban, eso sí, sorpresas, como las tres coristas que aparecieron en “The Tourist” o la fuerza que tuvo “Live in the Moment, Baby”, para mí la mejor de este set. Se buscó una traductora entre su cuerpo de coros para que no cayeran en el olvido las peripecias que vivió Dennis Hopper en su vida. Once temas de su último disco fueron los que vieron la luz en Madrid hasta que él mismo se despedía en un vídeo en el que rendía tributo a Hopper en su propia tumba.

La magia volvía al escenario en forma de “Don’t Bang the Drum”, que reactivó los ánimos de Madrid. Necesitaba Scott ponerse a los mandos de uno de los teclados, algo que sirvió para que Paul Brown se colgara un teclado a los hombros y, como si fuera una guitarra, levantó a la pista con sus solos de maestro. Por si alguien se pregunta quién es este músico de Memphis, solo tiene que bucear en su carrera; durante esta ha acompañado a músicos como Wilson Picket, Survivor, Al Green o Gloria Gaynor, según confirmó el propio Scott.

El autodenominado estilo ‘Big Music’, algo que definió el sonido de los primeros Waterboys, se volvió a ver en Madrid. “Spirit” y “The Pan Within” cerraban el repertorio antes del solicitado bis, a sabiendas de que no se podían despedir sin su mix “The Whole of the Moon / Everyday People”, con un escenario repleto al que, además de sus coristas, nos encontramos con un nuevo miembro a la pandereta y coros, mientras que Hallawell mostraba su garra a la guitarra eléctrica. Dos horas y media bien medidas repartiendo estopa y creando ambientes gloriosos.

Es cierto que Scott no está vocalmente en su mejor momento, ha perdido algo de su rango agudo (es ley de vida), pero se le ve con una garra que muchos firmaríamos a su edad. The Waterboys en directo, hoy por hoy, son una máquina de matar y resucitar, una lección de cómo envejecer con dignidad.

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