Crónicas

The Rezillos en Bilbao: Misión completada con éxito fulgurante

«Podría decirse que habían completado su misión con éxito fulgurante, igual que las naves vuelven con información relevante tras un periplo interestelar. Esperemos que no tarden miles de años en realizar una nueva incursión en la península»

10 enero 2025

Crazy Horse, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

En determinados géneros siempre existen prejuicios que a menudo no se corresponden con toda la realidad. A pesar de que el nihilismo desaforado fue una de las señas de identidad de la primera oleada del punk, hubo algunas bandas que prefirieron tomarse ese tema con más tranquilidad y no pronunciarse políticamente tanto como otros coetáneos. Evitar comerse la cabeza y centrarse en su lugar en la ciencia ficción o en la Serie B, asuntos de freaks que a finales de los setenta tampoco eran tan comunes en las canciones, a excepción de Ramones o The Cramps al otro lado del Atlántico.

Los escoceses The Rezillos surgieron en 1976, en plena efervescencia del movimiento punk, pero su enfoque más liviano les impidió identificarse con ese estilo, por lo que llamaron a lo suyo “new wave beat”, con una clara influencia del rock n’ roll clásico de los cincuenta. En un par de años se desintegraron como esos seres alienígenas del espacio exterior sobre los que cantaban y funcionaron bajo el nombre de The Revillos, antes de que a comienzos del nuevo milenio volvieran a recuperar la denominación original.

Las visitas de los de Edimburgo a la península tampoco resultaban tan frecuentes, menos todavía tras la pandemia, por lo que no era de extrañar que el Crazy Horse presentara un aspecto abarrotado hasta los topes, con un respetable dominado por veteranos, pero que ni de lejos permanecieron cual convidados de piedra. El ambiente sofocante del interior creó una burbuja en la que lo que sucedía tras la puerta parecía más bien de otra dimensión, por eso a muchos les sorprendió salir y toparse con una incesante lluvia.

Hubo tiempo de sobra para calentarse con The Rezillos, que siguen contando con sus dos vocalistas principales más de cuatro décadas después de su creación. La gloriosa “Destination Venus” reveló de inmediato la prodigiosa coordinación del grandullón Eugene Reynolds, que tomó su seudónimo artístico de alguien que conoció en un trabajo de verano, y de Fay Fife, que posee en la actualidad otro proyecto de country alternativo.

“Mystery Action” confirmaba que en el fondo siempre fueron un grupo de rock n’ roll, pero con una estética y puesta en escena muy particular, con coloridos deslumbrantes que les alejaban por una mera cuestión cromática de los punks tradicionales, pese a que muchos de sus seguidores procedan de ese palo. No habría ni siquiera tentación da cabecear con un himno del calibre de “Flying Saucer Attack”, ejecutado además a una buena velocidad de crucero.

“(Take Me to the) Groovy Room” se acercó más al rollo desenfadado de B-52, y algunos incidentes, como que a la vocalista Fay Fife se le cayera al micro al suelo, les valieron para bromear con su supuesta falta de profesionalidad. Su show, con movimientos del frontman y de la frontwoman que parecían casi coreografías y mástiles al cielo, no se antojaba desde luego fruto de la improvisación. Es increíble que todavía estén en un estado de forma tan encomiable y reproduzcan a la perfección lo que uno escucha en estudio.

“Zero” o “Sorry About Tomorrow” recordaron aquel álbum de estudio de 2015 que editaron casi treinta años después de su debut, aunque la verdad es que su discografía tampoco tenía tanto para elegir. “Getting Me Down” mantuvo el incesante ritmo de la velada y “No” centró por unos momentos la atención vocal en Eugene, con sus inseparables gafas de sol espaciales, que curiosamente encontró en un lugar tan poco sideral como una playa.

Las gargantas y los ánimos se desataron en su himno “Somebody’s Gonna Get Their Head Kicked in Tonight”, una versión de Fleetwood Mac que llevan con tanta soltura a su terreno que muchos piensan que es suya. Incluso los propios músicos se contagiaron del entusiasmo de la peña y la vocalista Fay casi se envolvió en un pogo con el activo guitarra.

“Top of the Tops” pertenece tanto a la cultura popular británica que hasta sirvió de sintonía de cabecera de un conocido programa televisivo de actuaciones musicales, mientras que “(My Baby Does) Good Sculptures” apeló a esas esencias del rock n’ roll primigenio que dominan con total competencia y versatilidad. Una señora de primera fila se emocionó tanto que hasta tocó la guitarra y el propio músico no dudó en entregársela para que sobara el instrumento a gusto. Sin asomo de divismo.

Se nos hizo cortísimo, aunque oficiar al ritmo considerable que se marcaban ellos ya tenía mérito. Finiquitaron la incursión en tierras vascas con “I Can’t Stand My Baby”, otro clásico de su breve catálogo, y como único bis, una sorprendente versión de Ike & Tina Turner, “River Deep, Mountain High”, que quizás no era lo que los fieles más esperaban, pero cumplió de sobra su función de broche.

Podría decirse que habían completado su misión con éxito fulgurante, igual que las naves vuelven con información relevante tras un periplo interestelar. Esperemos que no tarden miles de años en realizar una nueva incursión en la península. No nos dejaron ni pirámides ni otro tipo de construcciones prodigiosas, pero anda que no salimos con una gran sonrisa en el rostro. Siguen desprendiendo un encanto impresionante en escena.

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Esta entrada fue escrita por Alfredo Villaescusa

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