Crónicas

The Lemon Twigs en Bilbao: Oda a las armonías vocales

«Unos alumnos aventajados que no se perdieron ni un detalle en las clases magistrales sonoras de los maestros.»

29 mayo 2024

Kafe Antzokia, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Existe toda una tradición de grupos cuyas melodías vocales les permitieron lograr un papel fundamental en la historia de la música. El ejemplo más palmario probablemente sea The Beach Boys, que no era una banda solo de canciones de surf, pero tampoco conviene olvidarse de Mamas & the Papas, The Byrds, Eagles, The Everly Brothers o incluso esos tan demonizados Bee Gees que la mayoría asocia al género disco. Combos en los que no importaba demasiado quién cantara, porque lo cierto es que cada componente poseía reseñables habilidades en ese aspecto.

A pesar de su evidente precocidad, dentro de esta vertiente se asientan por completo los hermanos Brian y Michael D’Addario, hijos del compositor de power pop Ronnie D’Addario, columna vertebral de The Lemon Twigs. Y en su corta trayectoria ya les ha dado para que el mítico Todd Rundgren les eche una mano en su segundo disco ‘Go To School’ o para participar en festivales multitudinarios como el Bilbao BBK Live.

Sigo opinando que la asistencia a conciertos se encuentra disparada total, en picos como nunca hemos conocido en los últimos años, ni siquiera antes de la pandemia, pero nunca habríamos imaginado el descomunal tirón del que gozaban estos muchachos. El entusiasmo de los fieles era también algo prodigioso, un milagro pop que provocaba gritos a pleno pulmón y un aire de hermandad propio de comuna hippie o congregación cristiana.

Ante un bilbaíno Kafe Antzokia repleto hasta los topes, The Lemon Twigs no tuvieron que esforzarse mucho para que el público comiera de su mano, un tema tan celestial como “My Golden Years” valió de sobra para que la mayoría se metiera en su rollo, que en ocasiones podría tornarse bastante reposado. Eso sí, ante lo que no cabía discusión posible es de que clavan las melodías vocales que se escuchan en estudio en directo y por los gestos a veces hasta parecía que estabas viendo a John Lennon y Paul McCartney en sus años mozos.

Mola la música de estos chavales prodigio que comenzaron a componer en una edad en la que la mayoría está pensando en otras cosas. El indudable atractivo de piezas como “In My Head” o “What You Were Doing” propulsa el show y lo lleva a cotas supremas para el grueso de los aficionados. No en vano muchos salieron de la sala pensando que había sido el concierto del año, aunque a nosotros nos resultó simplemente correcto, con algún intervalo que incluso se hizo un poco bola.

Estos oriundos de Long Island en ningún momento esconden sus cartas, basta escuchar varios cortes seguidos para constatar la profunda influencia que ejercieron en ellos The Beach Boys, algo además corroborado posteriormente al final, como luego relataremos. Aquellos que fueran con la intención de disfrutar de un sonido vanguardista y epatante deberían haber abandonado de inmediato el recinto, puesto que lo que se ofrecía aquella noche nada poseía de novedoso, sino más bien de homenaje a grandes nombres de la música.

Aunque en la parte trasera de la sala su espectáculo quedara deslucido por las molestas cotorras de siempre, “How Can I Love Her More?” fue sin duda una de las cimas de la velada, con un sonido impresionante y esos coros celestiales que podrían elevarte varios metros del suelo. Podría colar si te dicen que esta canción había sido compuesta a finales de la década de los sesenta, así de perfectos se tornaban en su calco de influencias.

“A Dream Is All I Know” era otra maravilla en la que se palpaba el legado de su mentor Todd Rundgren, aunque tampoco renunciaban a marcarse de vez en cuando falsetes dignos de Bee Gees. A ellos no les importaba en absoluto que todo el mundo vislumbrara el traje invisible del emperador, por lo que no dudaron en introducir un fragmento del celebérrimo “Turn! Turn! Turn” de The Byrds en “Sweet Vibration”, cuyo mismo título volvía a aludir a los eternos chicos de la playa.

Había que pillarlos con ganas, de lo contrario podría atragantarse algún tramo del repertorio, una percepción que confirmamos con los que no eran fans acérrimos, dado que estos casi no te permitían ni acercarte al escenario, por ese motivo precisamente tuvimos que refugiarnos en la parte trasera, el paraíso de las cotorras.

En “Tailor Made” aullaron como Lennon y McCartney en “Twist & Shout” y así se despidieron por primera vez. Las peticiones de bises fueron realmente estruendosas, por lo que no tardó en regresar de solanas el hermano Brian, que se cascó en acústico tres piezas, alguna quizás demasiado parroquial, pero “Corner of the Eye” sí que la disfrutamos por su halo al “Don’t Worry Baby” de The Beach Boys.

Estos tipos parecen de esos a los que si les dicen que copian a tal o cual, pues te ofrecen tres tazas de lo mismo. Solo así se explica que acabaran con tanta referencia indiscriminada versionando “Good Vibrations” de The Beach Boys, sin rollos. Y se lo curraron de una manera soberbia a tres voces, con una solvencia admirable si les comparábamos con los intérpretes originales. Ahí es nada, esto no lo hacía cualquiera.

El broche lo pusieron con “Rock On (Over and Over)”, puro glam rock en la senda de T-Rex que valió para desperezarse a los fans de la electricidad desbocada. Era una composición tan redonda que lo mismo evocaba tanto a Bolan como a Bowie que si no se trataba de una revisión, debería serlo.

La oda a las armonías vocales de los hermanos D’Addario no nos pareció tampoco el concierto de nuestra vida, pero hay que reconocer que en las distancias cortas eran unos intérpretes de mucha altura. Unos alumnos aventajados que no se perdieron ni un detalle en las clases magistrales sonoras de los maestros.

Alfredo Villaescusa
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