Nunca me cansaré de repetir que los grupos de rock n’ roll son los perros verdes de la época actual. Frente a esa contaminación acústica de los usuarios de autotune, he aquí tipos que parece que van a contracorriente de los tiempos y que en vez de innovar o sorprendernos con un giro inesperado de guión prefieren servirnos lo mismo de siempre. Como si fuera un contundente menú del día en el que las legumbres están en la cúspide y la lechuga, muesli y similares podrían confundirse con pienso para animales.
Los ingredientes que manejaban los portugalujos The Flying Rebollos no requerían una elaboración muy exhaustiva, pero se notaba que su rock n’ roll contemporáneo de Platero y Tú estaba lo suficientemente macerado. La amistad con el fallecido Robe y Fito sirvió para darles mayor realce a ojos del gran público, pero los melómanos sabían de sobra del valor intrínseco de sus composiciones, sencillas y epatantes, tan resultonas como un solomillo al punto.
Si su anterior bolo en la bilbaína sala Santana 27 ya nos dio a entender que su regreso era algo con bastante fuste, en esta ocasión en un abarrotado Kafe Antzokia confirmaron un considerable poder de convocatoria que les llevó a agotar entradas. Y lo mejor de todo es que era peña auténtica, que estaba a las canciones y no al postureo, como el simpar Toni Metralla, que se situó a nuestro lado y estuvo cantando a pulmón la mayoría de las canciones, como un auténtico fan acérrimo, así daba gusto vivir un concierto.
Con los ánimos bastante caldeados de por sí, The Flying Rebollos salieron con la intención de dejar una impresión perdurable. Frente a recitales insulsos que se han olvidado a la mañana siguiente, los de Portugalete se iban a marcar una noche tan antológica que incluso ellos mismos se sorprendieron de la descomunal recepción del personal. Y encima esa gesta sucedió en un escenario que llevaban sin pisar casi treinta años, como explicaron posteriormente en sus redes sociales.
En estos momentos se encuentran preparando un nuevo disco, pero para tantear el terreno recurrieron de primeras a munición peligrosa como “La máquina mortal” y luego la sorprendente revisión de Extremoduro “Correcaminos”, que llevaron muy a su terreno con notable habilidad. No podría haber mejor homenaje a Robe.
“Verano de perros” reincidió en el rock n’ roll con aroma al Botxo y en “Una noche divertida” aceleraron hasta el punk como si fueran M.C.D., no en vano nos pareció ver mucha gente de ese rollo entre el respetable. En “Agua y aceite” brilló esa sección de metales llamada BrassAss que contribuyó a engrandecer la velada tanto como el veterano armonicista Lalo, todo un virtuoso de este instrumento como los que ya no quedan, literal.
El vocalista se puso profundo asegurando que la única certeza que teníamos era que nos íbamos a morir, por lo que celebraron la vida a su manera con “Vete”, con ritmo deudor de ZZ Top, otro de esos inconfundibles sabores de siempre que nunca cansa, una especie de cocido de garbanzos en el aspecto musical. Y “Ajuste de cuentas” demostró el pletórico estado de forma de unos veteranos que parece que habían estado subidos a las tablas sin descanso desde hace varias décadas.
Al igual que en la vez anterior contaron con la presencia del mítico Xabier Arretxe “Polako” a la batería, la galopante gripe de la temporada frustró las colaboraciones planeadas, que eran de Iñaki Antón Uoho y de Txema Bugatti de Negracalavera, una verdadera lástima porque hubieran elevado todavía más la noche, si es que aquello era posible. No pasaba nada, ellos se bastaron de sobra por sí solos.
A nivel sentimental, “Mis amigos”, que la versionaban Los Zigarros, fue una de las cumbres de la velada, donde se mandó además “un beso al cielo” en recuerdo a las estrofas que cantaba Robe. Como hemos dicho, andaban componiendo nuevo material, por lo que también sonó alguna novedad como “Oportunista”, que Toni Metralla definió como un tema “muy Loquillo”, o “Éxito”, que ellos mismos calificaron como “una incursión en el country rock”.
Por el aroma a Burning que insuflaron a “Lola” jamás hubiéramos sospechado que era en realidad una versión de Los Brincos, menos mal que andaba por ahí Metralla para subrayar la autoría original. La nostalgia se apoderó de muchos con más composiciones herederas de los de La Elipa como “Verano del 82”, con esa genial referencia a The Rolling Stones.
“Algo muy normal” cambió de rollo por completo, con acelerada rockabilly en la que colaron la sintonía de Benny Hill en la parte final. Qué pedazo de solos nos brindó en este sentido el maestro Gorka Bringas a la guitarra. En “Perseguido” tuvimos de invitado a la voz a Carlos Balacera, si no me equivoco, antes de que pillaran carrerilla con “En el bar”, con la armónica de Lalo en primera línea de frente, y la inolvidable “Follacamellos”, un colofón brutal para cerrar como mandaban los cánones.

Pero todavía quedaba una buena propina con “¿Quién soy yo?”, donde mandaron agacharse a la peña para después saltar con ímpetu, el himno “Cuatro acordes”, que debería estar grabado a fuego en el corazón de cualquier rockero, y la siempre infalible “Candela”. Solo un nombre de mujer más rubricaría aquella jornada histórica y ese era “Modesta”, con una estampa impresionante de la multitud gritando a pulmón la letra y encima un pedazo solo a cargo de Txus Alday. Inmenso.
La frase que pronunciaban de ““Rock N’ Roll Never Dies” escrito por las paredes” cobraba más sentido que nunca en un recinto en el que el poder de la música estuvo por encima del de los zombis con los móviles, un oasis pretecnológico que ojalá durara para siempre. ¿Idealización de aquel pasado donde sin duda éramos más libres y no estábamos tan controlados? Tal vez se trate de una mera cuestión de humanidad.
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Un comentario
Corto resumen hacia el rockero y currao concierto que ofrecieron los bilbainos THE FLYING REBOLLOS a través de tan mencionados temas en le mitico Antozkia ante sus paisanos.