Crónicas
Tangerine Flavour: Diez años de carretera y raíces americanas
«Tangerine Flavour ha llegado a los diez años con cicatrices, anécdotas y un presente brillante. No es solo una banda de rock sureño: es una historia de perseverancia, talento colectivo y amor por el escenario»
3 mayo 2025
Sala Peter Rock, Valencia
Texto: Paula Doria. Fotos: Paula Doria y Sandra "Munduky"
En un rincón del barrio del Carmen, la Sala Peter Rock se convirtió el sábado noche en un pequeño templo consagrado al rock de raíces. Con un público vestido de tejanos, botas y sombreros vaqueros –como salido de un episodio de Yellowstone–, Tangerine Flavour celebró su décimo aniversario con un concierto íntimo, potente y profundamente emocional. Fue más que un bolo: fue un viaje sonoro por las carreteras polvorientas del sur de EE. UU., con paradas en Nashville, Memphis e inesperadamente, Lisboa. El escenario estaba cargado de historia y pasión. Guitarras de todo tipo (stratocasters, acústicas, electroacústicas…) reposaban como armas listas para la batalla.
El primer disparo fue “South American Style”, que con sus coros románticos abrió una noche donde las armonías vocales fueron protagonistas. Desde el inicio, se hizo evidente que Tangerine Flavour no es una banda más: aquí todos cantan, todos aportan, todos emocionan. En “Red River” la energía subió, con un bajo groovie y armonías al más puro estilo Beatles. A través de metáforas sureñas y gestos simbólicos como un mensaje en una botella, este tema relata el apoyo incondicional a alguien que se siente solo, comparando ese vínculo con una conexión profunda y constante, como la de una sombra que siempre está presente.
Le siguió “It Ain’t Over Yet”, en la que Fernando Lima, al bajo, tomó el micrófono y compartió la voz principal junto con Pablo A. Martín. Un detalle cada vez más raro en el rock y que esta banda ejecuta con brillantez.
El ambiente se volvió íntimo con “Five Tears of Dust”, un tema de country rock que arrancó con una broma del cantante sobre su camiseta de Nashville. Luego nos llevaron al corazón de Beale Street con “Madison Ave”, y la sala se convirtió en un salón de baile improvisado al ritmo de los platillos de Mike Fletcher, con sombreros vaqueros volando entre el público.
Con “Nashville, Tennessee” llegó la participación del público, coreando “Alright!” con ese marcado acento sureño, mientras los teclados de Manu Pino, que perfectamente podría haber compuesto Billy Powell para Lynyrd Skynyrd, desataban la euforia.
En “Time is Runnin’ Over”, una balada con un solo desgarrador y órgano Hammond, brilló el miembro que parecía el más joven de la banda, Alejandro Vizcaíno. Este tema refleja el dolor de una ruptura inesperada y de la lucha por dejar atrás los recuerdos que aún duelen, mientras el protagonista espera un "último vuelo", el deseo de escapar de este sufrimiento.
El clímax emocional llegó con “Empty Fantasies”, una joya acústica donde las voces se entrelazaban como un Barbershop Quartet. Pero el momento más íntimo lo protagonizó “Sad True Story”, un tema inédito con coros tan perfectos que parecían sacados de estudio. Y cuando parecía que no podían superarse, llegó “God”, un tema con atmósfera de bar de Brooklyn, de esos donde el tiempo se detiene y uno encuentra el amor sin buscarlo. El piano, hipnótico, fue la brújula emocional de esta pieza.
El tramo final del set fue una montaña rusa estilística: del funk de “Free” con un estribillo coreado por todo el público (“no quiero cantar en español”), al blues lusitano de “Rainha Do Sul”, una mezcla entre el blues más clásico y una inesperada Bosa nova salpicada con Salsa que no dejaba indiferente a nadie, haciéndonos sentir con un pie en el delta del Mississipi y otro en el de Rio de Janeiro.
Entre referencias culturales y giros multilingües, se mezcla el dolor de la ruptura con un tono festivo y nostálgico, como si el protagonista intentara cantar para no llorar. Un derroche de creatividad que dejó boquiabiertos a todos los presentes. Y aún quedaba dinamita. En “Dark Winter” el bajista sacó todo su buen rollo, mientras la banda transitaba entre jazz y rock con un riff de “Misión Imposible” como broche. El público, entregado, pedía más.
En los bises, la banda lo dio todo: “Hey Dylan”, “Outlaw City” y la bailonga “Ten Dollars”, que acabó con músicos y público dándolo todo como una sola alma. Entre vítores y ovaciones, se presentó a todos los miembros y se celebró el regreso del guitarrista Miguel Polonio, un invitado especial que pidió apoyo para las bandas independientes y agradeció a los que siguen creyendo en la música en directo.
Tangerine Flavour ha llegado a los diez años con cicatrices, anécdotas y un presente brillante. No es solo una banda de rock sureño: es una historia de perseverancia, talento colectivo y amor por el escenario. Y el sábado, en Valencia, nos hicieron sentir que estábamos en algún lugar entre Texas y Tennessee, aunque fuera solo por un par de horas.
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