Crónicas
Sexy Zebras en Bilbao: Sobredosis de emoción en vena
«Una noche gloriosa de rock potente, estribillos pegadizos y una actitud apabullante que no suele abundar en el panorama. Esto sí que era desde luego sudar la camiseta hasta la última gota. Bravísimo. Sobredosis de emoción en vena.»
26 enero 2024
Sala Stage, Bilbao
Texto y fotos: Alfredo Villaescusa
Hay grupos que disponen casi de forma innata de todo aquello que entendemos por carisma. Esto es, la habilidad para captar la atención de una manera sobrehumana y que cualquier cosa que digan se transforme poco menos que en un salmo de vital importancia. Hablamos de esos inefables personajes que por donde pasan no vuelve a crecer la hierba y cuya huella prevalece incluso después de haberse esfumado.
Que unos chavales del humilde barrio madrileño de Hortaleza acaben llenando en tiempo récord uno de los templos de la música en directo del país como la sala La Riviera es sin duda una gesta no al alcance de la mayoría. Ese punto de no retorno en la trayectoria de Sexy Zebras tuvo que quedar inmortalizado en el álbum en vivo ‘La palmera’. Y para certificar que ese show no supuso para nada una prodigiosa carambola en la que confluyeron los astros, lo mejor era embarcarse en una gira que agota entradas en la mayoría de conciertos, como sucedió, de hecho, en su parada bilbaína en la sala Stage.
Un respetable variopinto, con notable presencia femenina y un puñado considerable de veinteañeros y treintañeros, demostró una vez más la falacia de que el rock ha muerto o no interesa en la actualidad. Pues, oigan, menuda tormenta eléctrica se marcaron estos tipos a los que constantemente les llegaban gritos de “guapos”.
Hacía una larga temporada que Sexy Zebras no recalaban por la capital vizcaína, por lo que pillaron con ganas las tablas y además advirtieron desde el comienzo que si se producía algún fallo era por su “exceso de pasión”. Qué grandes y qué clase. Lo cierto es que ya habíamos coincidido con la banda unas dos o tres veces y los únicos recuerdos que nos llegaban eran de un fiestón descomunal.
Calentaron de inmediato las gargantas con ese rotundo “Bailaremos” en el que la muchedumbre coreó a pulmón “La muerte no es el final”. Poca broma. Estaba claro que los ánimos andarían por la estratosfera, tirando por lo bajo. Cuando uno cuenta con un repertorio dinámico y vigoroso, con piezas que parecen pensadas para desfogarse en las distancias cortas como “Amanecer galáctico” o “El semental”, las cosas se tornan muy sencillas.
“Una canción para resucitar” aminoró algo el acelerado ritmo que nos imprimieron en el comienzo, pero es que incluso también clavaban cortes más reposados. Decir que se dejaron la piel sería hasta quedarse corto, no todos los días contemplamos a un guitarrista de esos de los que se tira a puntear por el suelo.
El reggae electrificado de “Sin bandera” añadió épica a la cita y engrandeció todavía más la labor de un trío capaz de lograr un sonido realmente gordo. Eran casi como superhéroes a los que lo más normal del mundo sería adorar, tal vez esto explique el ambiente entregadísimo que se vivía en las primeras filas. Y si encima aluden al origen vasco de uno de los integrantes, pues de ahí solo podía salir una cohesionada hermandad.
No nos aburrimos ni un segundo con bombas del calibre de “Búfalo blanco” o “El fugitivo”, puro rock n’ roll del que asusta a los timoratos. Nos comentaron que no solían prodigarse mucho rescatando “París”, con un estribillo accesible, aunque no exento de energía, o “1.000 tiros”, con el vocalista confesando que le daba “un poco de cague” interpretar aquel corte. Las gargantas volvieron a elevarse en el momento propicio y el frontman agradeció la entrega con las palabras “Bonito, bonito”.
Recuperaron pegada con “O todos o ninguno”, otra pasada para desfogarse en un bolo, y animaron a sentir que era “viernes noche” en “Jaleo”, donde hicieron honor al título de la canción mandando formar un círculo en medio de la sala para que brotaran pogos, saltos y demás. Si a un servidor le piden que imagine un despiporre colectivo de cierta magnitud, imaginaría una estampa similar.
“Charly García”, el homenaje al astro del rock argentino que saltó desde un noveno piso, provocó otro terremoto entre la concurrencia al pedir que se formara una especie de “piscina” para que diversos asistentes nos mostraran sus habilidades. Hubo movimientos de natación, de estilo crol o mariposa, y el cantante agasajó al personal: “¡Pero si parecéis delfines!”.
Tal vez entre el vocalista y el guitarrista acaparen la mayoría de la atención, pero el batería también reclamó su cota de protagonismo al empezar a cantar un himno de la envergadura de “Nena”, con cierto rollo Pereza y sobrado potencial para que el estribillo retumbara en cada esquina del recinto. Sé que lo repito, pero que me aspen si estas canciones no han nacido para ser interpretadas en directo.
Y en la recta final no iban a desaprovechar la ocasión de errar el tiro, con el guitarra regresando en primer lugar para arrancarse con todo un himno contra la superficialidad como “Canción de mierda”. Si alguno tiene la tentación de pensar que existe una minúscula gota de postureo en lo que hacen, que escuche con atención la letra.
Para poner piel de gallina resultó “Quiero follar contigo”, que la podrían haber compuesto Red Hot Chili Peppers en un arrebato cañí. Qué temón, dios. Para dejarse la garganta y lo que haga falta. El desenfreno continuó en lo más álgido con “Puñales y claveles” antes de otorgar la estocada definitiva con “Tonterías”, donde el cantante bajó para desparramar con la peña y se fue hasta el fondo de la sala. La petición de gritar “por las cosas que hicimos de más y las que callamos” no cayó para nada en saco roto.
Una noche gloriosa de rock potente, estribillos pegadizos y una actitud apabullante que no suele abundar en el panorama. Esto sí que era desde luego sudar la camiseta hasta la última gota. Bravísimo. Sobredosis de emoción en vena.
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1 comentario
Extenso resumen hacia el rockero y cañero concierto que se marcaron en la Stage bilbaina los SEXY ZEBRAS presentando su último álbum.