Crónicas
Scowl + Modern Color + Boneflower en Bilbao: Una buena educación punk
«En definitiva, aquella noche muchos se volverían fans de inmediato por su descomunal entrega, por algo el puesto de merchandising estaba a rebosar al terminar su recital incendiario. ¿Amyl and the Sniffers? Olvídate de ellos, por lo menos durante una temporada»
17 mayo 2025
Sala Stage, Bilbao
Texto y fotos: Alfredo Villaescusa
Haber estado expuesto a un entorno determinado al final influye más de lo que pensamos. No es lo mismo crecer en un lugar donde las melenas, crestas o ropajes negros son una anomalía del sistema que mamar desde pequeño la diversidad y la cultura autogestionada como si se tratara de la única manera de funcionar. Vivir en una especie de burbuja ajeno a grandes corporaciones, cancelaciones y demás tonterías propias de las redes sociales, lejos de ese postureo constante consistente en demostrar que somos los más comprometidos y los más puros a la hora de apoyar ciertas causas. Luego quizás el comportamiento en la intimidad sea otro cantar, como hemos visto en infinidad de casos.
Los californianos Scowl, procedentes de la localidad surfera de Santa Cruz, podría decirse que estaban destinados a tocar hardcore punk, pues habían surgido en una de las cunas del género, con larga tradición en el llamado do it yourself. Si nos ponemos a enumerar bandas de la zona, deberíamos acordarnos en primer lugar de Swingin’ Utters, con los que prácticamente nació una escena en 1988, pero también convendría tener en cuenta a formaciones más recientes como Drain o Gulch, culpables de que dicho estilo siga tan pujante en la actualidad y continúe atrayendo la atención tanto de medios especializados como fans.
No parecía que fuéramos a encontrar multitudes en la parada bilbaína de los californianos en la sala Stage, pero la sala presentaba ya una buena entrada a primera hora. Había mucha juventud y peña de grupos locales como Aihotz o Arima, a los que no reconocimos in situ, sino posteriormente al ver fotos en redes, además nos acordamos de que nos saludaron en el último Canela Party. Qué gustazo entrar en un recinto y estar rodeado de gente que vive la música de verdad, como por ejemplo, aquella chavala de piernas tatuadas que se soltó el pelo, guardó las gafas en el bolso, escondió este último debajo del escenario y ahí se arrancó a montar pogo como si le fuera la vida en ello. Grande, ojalá hubiera más gente así en el mundo.
La velada se inició de una manera más sofisticada con Boneflower, toda una referencia de culto dentro del post hardcore que demostró un nivel tremendo a las tablas. No solo porque sus componentes se agitaban como si estuvieran poseídos, sino también por la impresionante versatilidad que abarcaban en sus canciones, con blast beats de black metal y chillidos infernales, pero también acercándose a una suerte de versión salvaje de Viva Belgrado. Que un grupo con una calidad tan desbordante no haya alcanzado mayor repercusión es verdaderamente una de las grandes injusticias de nuestro tiempo, por lo que para tratar de remediar el entuerto diremos que ofrecieron un recital de cátedra. Una maravilla para elevarse o sucumbir a la brutalidad. Inmensos.
Por el contrario, bastante del montón nos resultaron los angelinos Modern Color, que no ofrecían nada que ya se hubiera escuchado mil veces antes hasta la saciedad. El típico post hardcore de voces limpias y guturales que prolifera por doquier, y que para pasar el rato podría valer, pero que se queda corto si uno lo que espera es una mayor profundidad. Encima, después de contemplar a un grupazo como Boneflower, pues como que les faltaba algo, tanto a las composiciones como a su actitud en escena. Con ese panorama, no extrañaba que el grueso del personal permaneciera atrás viendo a los toros, como suele decir un servidor.
El ambiente cambió de un plumazo con la irrupción de Scowl, que transformaron la sala en un pogo gigantesco durante su breve pero intenso recital. Ya desde el comienzo echaron carne en el asador pidiendo al respetable circle pits, que obedeció con fidelidad religiosa, por lo que muchos se entregaron a la noble tarea de dar vueltas sin descanso. Por si fuera poco, también surgió peña llevada en volandas o espontáneos que se subían al escenario para realizar desde allí su particular salto del tigre.
Aquello era un fiestón en toda regla, que el sonido no fuera perfecto importaba un comino, ahí se venía a desfogarse y darlo todo, no a preocuparse por detalles nimios. El espectacular empuje que imprimía una bestia escénica como su llamativa frontwoman, a caballo entre Milla Jovovich en ‘El quinto elemento’ y la replicante femenina Nexus-6 de ‘Blade Runner’, era otra de las grandes razones para entregarse al desfase colectivo.
Hace un tiempo nos relataba Txarly Usher lo importante que era para un vocalista punk estar respaldado por una buena banda, una cualidad que compartían del mismo modo los de Santa Cruz, pues el batera le pegaba con una saña considerable y el resto de miembros cumplían con creces su labor de escuderos de la ya de por sí carismática cantante Kat Moss, una chica que posee todo lo necesario para subirse a las tablas con solvencia y dar sopas con honda a muchos otros combos similares.
Por lo que relatamos, uno podría pensar en Amyl and the Sniffers sin dar demasiadas vueltas al bolo, pero un servidor diría que son superiores tanto por la versatilidad que han demostrado en su disco más reciente, ‘Are We All Angels’, como por la actitud en las distancias cortas de su alucinante frontwoman, un animal escénico a la altura de Juliette Lewis en sus buenos tiempos, que lo mismo escupía al suelo como una macarra que se pavoneaba con la elegancia de una diva. Normal que en redes proliferen como la espuma los elogios hacia ella, diosa total.
De su último disco nos pareció reconocer “B.A.B.E.” o “Fantasy”, entre otras, aunque sabíamos de sobra que no íbamos a presenciar un recital demasiado largo, habida cuenta de que su primer trabajo dura poco más de quince minutos y el segundo apenas superaba la media hora. Eso sí, como se suele decir, que nos quiten lo bailao.
Disfrutamos en particular sus piezas más punkarras tipo “Not Hell, Not Heaven” o aquellas escoradas hacia el rock alternativo noventero, caso de “Fleshed Out”. Podría ser una paradoja que precisamente ahora que parecen alejarse de sus raíces hardcore estén acaparando mayor atención, aunque nunca fuimos un extremista en este sentido. Preferimos quedarnos con las palabras de su guitarrista Malachi Greene: “En esencia somos una banda de punk y hardcore, independientemente de cómo la canción evolucione y cambie”.
En definitiva, aquella noche muchos se volverían fans de inmediato por su descomunal entrega, por algo el puesto de merchandising estaba a rebosar al terminar su recital incendiario. ¿Amyl and the Sniffers? Olvídate de ellos, por lo menos durante una temporada. Hay que ver lo necesario que resulta en ciertas ocasiones contar una buena educación punk. Puro salvajismo.
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