¿Cuántas probabilidades existen de que surja una banda que verdaderamente llame la atención y consiga detener ese scroll permanente en el que nos ha sumido la época contemporánea? Los expertos han reducido a escasos segundos el tiempo que una persona puede fijarse y asimilar lo que acaba de ver o escuchar, por lo que dicha tarea equivaldría a una auténtica gesta similar a esa mítica que relataban los antiguos de sacar la espada Excalibur de la piedra.
Si tuviéramos un grupo en el que confluirían la mayoría de reinos de fantasía, ese sería Rufus T. Firefly, una de las pocas formaciones que hay en la actualidad en constante evolución, reinventándose en cada disco, sin limitarse a reproducir una fórmula ya utilizada. Pensábamos que con su reencarnación en clave soul en ‘El largo mañana’ habían tocado techo, pero han mantenido con bastante versatilidad el nivel en ‘Todas las cosas buenas’, donde caben desde influencias a The Cure o The Smiths hasta la omnipresente psicodelia que nunca les abandona, por mucho que experimenten en los márgenes del género.
Tras organizar una minigira de escucha del último disco, que no recaló por el norte, había ganas de que los de Aranjuez visitaran el bilbaíno Kafe Antzokia. Y eso se notó en una sala bastante concurrida para tratarse de un día entre semana, con abundante presencia de juventud, o esa impresión nos dio los pocos momentos que miramos hacia atrás, pues resultaba complicado apartar, aunque fuera por unos segundos, la vista del escenario.

Como hipnotizados presenciamos primero el concurso de los irundarras Slimfit, que le daban a un palo no muy habitual como el post punk de melodías pop y poso siniestro, no en vano ellos llevaban camisetas de bandas con tanta solera como Killing Joke o Joy Division. Y para los fanáticos de este estilo, como un servidor, es que lo bordaron, por lo que animamos a los aficionados a incluir temazos del calibre de “Cómo explicar” o “A tus pies” en su próxima lista de reproducción. Un grandioso descubrimiento.
El ansia de reinventarse de Rufus T. Firefly no la aplican únicamente en estudio, sino también en los directos, probando diferentes cosas en cada uno de los conciertos hasta cristalizar en esa maravilla que nos legan noche tras noche. Para calentar el ambiente recurrieron a una pieza tan particular como “El coro del amanecer”, un impresionante in crescendo de esos que ponen piel de gallina, con bases electrónicas y unos instrumentos que se van abriendo paso sin estridencias, con mención especial para la espectacular batería de Julia, por supuesto.

Siempre adoramos “Polvo de diamantes” por ese halo psicodélico que posee a lo The Doors, sobre todo al comienzo, así que esperamos que se convierta en una fija desde ya en los repertorios. Aldebarán en el corazón. “El principio de todo” epató de entrada por ese solo de batería que colocan al inicio de la canción y siguieron sorprendiendo con una petición especial de su nuevo técnico de sonido, “El problemático Winston Smith”, que llevaban bastante tiempo sin tocarla. El final sí que impactó además porque el vocalista Víctor Cabezuelo cedió su guitarra a uno de los espectadores de la primera fila, que se quedó con cara de póker mientras el cantante se dirigía hacia el teclado. Todo un detalle que confirmaba que allí la presencia de zombis pegados a pantallas estaba reducida a la mínima expresión.
Se agradeció del mismo modo la inclusión de “Pompeya”, otra que han recuperado muy acertadamente para esta gira, antes de que Julia tomara la voz cantante literalmente en “Ceci N’est Pa Une Pipe”, que sin duda se convirtió en uno de los momentos más intensos de la noche. Ojalá se anime a cantar más temas en el futuro. Enorme.

El éxtasis melómano de “Magnolia” nos condujo a “Premios de la música independiente”, pero con la particularidad de que en esa ocasión la cantaría la teclista Manola, que también posee una trayectoria en solitario. El resultado fue tan satisfactorio que la sala terminó aclamándola, no era para menos con esos tonos de poner el corazón en un puño.
Que todavía mantenían la sana costumbre de tocar prácticamente entero el disco que presentaban lo confirmamos con la escapista “Trueno azul” o la experimental “Dron sobrevolando Castilla-La Mancha”, con transiciones elevadas a la categoría de obra de arte. El guitarreo sin contemplaciones regresó con “Todas las cosas buenas” antes de que Víctor nos comunicara su intención de recuperar una pieza de un álbum en el que trabajó de homenaje al poeta Federico García-Lorca. “Guitarra” fue la opción escogida, algo que encajaba a la perfección tras las repetidas alusiones a las seis cuerdas del tema anterior.

“Sé dónde van los patos cuando se congela el lago” nos hizo regresar a la época de ‘El largo mañana’, pero nos impulsaron de inmediato a los tiempos actuales con “La plaza”, que paradójicamente evoca el indie pop con guitarras de The Smiths. Solo “Nebulosa Jade” podría rubricar una noche tan grandiosa como aquella, con esa letra con referencias a George Harrison o John Bonham que tanto nos marcó la primera vez que la escuchamos.
Tiraron todavía más de nostalgia setentera con “Río Wolf”, con un tremendo solo de Víctor para dar en los morros a los que dicen que ya no son rockeros, y encima hasta nos pareció captar al final una alusión guitarrera al “Dazed and Confused” de Led Zeppelin. “Canción de paz” se tornó en el perfecto epílogo imaginable, con la multitud repitiendo: “En tus ojos hay una canción de paz”. Como si fuera una eucaristía.
Rufus T. Firefly han conseguido la cuadratura del círculo en los frenéticos tiempos actuales, esto es, obligar a la gente a detener por unos momentos su vorágine cotidiana y rememorar lo que era escuchar un disco con tranquilidad, prestando atención a los detalles. Son una suerte de puente entre la vanguardia y los clásicos atemporales de los setenta que siempre están en la mente de los melómanos. Que la paz sea con todos, así de elevados de espíritu nos sentíamos al salir.
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