Crónicas

Rata Blanca en Bilbao: De cumplir expediente

«Un recital de cumplir expediente, ni más, ni menos»

2 mayo 2025

Sala Santana 27, Bilbao

Texto: Alfredo Villaescusa. Fotos: Iñigo Malvido.

En un mundo en el que mucha gente se aficiona a cabezas de chorlito que pontifican por redes como si fueran catedráticos, emociona todavía encontrarse con esos fans de toda la vida, que chillan como si les fuera a dar algo y se saben las letras de principio a fin. Antaño, este fenómeno era frecuente a nada que un grupo tuviera una balada pegadiza o algún tema comercial, pero con el paso de los años cada vez cuesta más encontrar a los clásicos seguidores acérrimos de ciertos artistas en concreto que se desviven por ello y por supuesto proporcionan la nota colorida en los conciertos.

Siempre hemos dicho que el entusiasmo de los fans argentinos parece de otra dimensión, por lo menos en el punk o en el rock en general, por lo que dábamos por sentado que los ánimos andarían por las nubes en la fecha bilbaína en la sala Santana 27 de los míticos Rata Blanca, toda una referencia dentro del hard rock y el heavy metal. Ni alcanzamos a recordar la última vez que estuvieron por estos lares, pero diría que habría que remontarse más de una década.

Una nutrida multitud abarrotó hasta las topes el recinto, y si no agotaron entradas, poco faltaría. Por desgracia, en este tipo de eventos también predominan los que se piensan que ir a un concierto es como ir al teatro o a La Scala de Milán, cada uno sentadito y que nadie se atreva a perturbar el campo de visión de un semejante. Pues no, en los bolos funciona el libre albedrio a la vieja usanza, cada uno se acomoda como puede, y si a uno no le gusta un sitio, se pone en otro. Por este motivo tuvimos que soportar a una maleducada que se dedicaba a insultar a los que se ponían delante suyo, y no contenta con dar por saco, obligó a la peña a que le abrieran paso como si fuera Moisés en el Mar Rojo. Lo que hace la ignorancia y la falta de costumbre.

Con un considerable retraso irrumpieron en escena Rata Blanca y ya lo primero que nos chirrió fue que la voz de Adrián Barilari apenas se escuchaba, por lo menos desde la parte izquierda delantera donde nos encontrábamos. El guitarrista Walter Giardino tuvo que apoyarse en un taburete, pero eso no afectó lo más mínimo a sus colosales capacidades guitarrísticas, un virtuoso al nivel de Yngwie Malmsteen que no necesitó apenas moverse para demostrar que era un auténtico fuera de serie en su género.

“Hijos de la tempestad” sirvió en un primer momento para marcar parámetros y confirmar que la banda actual sonaba cañón, a excepción de la voz, claro está, un problema que no lograrían solucionar hasta casi el final del show. Barilari cambió de micrófono en alguna ocasión, pero ni por esas, gran parte de las letras hubo que imaginárselas, una pena porque el resto del grupo sí que dio el callo en este sentido y Adrián era un excelente cantante a sus 65 palos, con pose de estrella de rock y la actitud que hay que tener para subirse a las tablas. Entiendo que este hándicap no fue culpa suya, pero vaya lástima que no pudiera brillar como un frontman de su altura merecía.

“Sólo para amarte” fue otro ejemplo más de la maestría de Giardino a las seis cuerdas, lo cierto es que no recordábamos que fuera tan bueno, en ese aspecto sí que acabamos maravillado total. “Volviendo a casa” nos dio un poco de respiro y pudimos escuchar algo mejor los tonos de Barilari, aunque entender las letras ya parecía otro cantar. O más bien un imposible.

Walter se arrancó con un solo acompañado de teclado para dar ambiente antes de la balada “Talismán”, si no me equivoco. Uno podía cerrar los ojos e imaginar que estaba en un concierto de Yngwie Malmsteen y hasta nos pareció que Barilari sonó algo mejor en los temas reposados o medios tiempos, que tampoco es que hubiera muchos a lo largo del recital. La moñada popera de mover los brazos de lado a lado nos sobró por completo, pero había que transigir con este tipo de cosas, ya saben.

¿El País Vasco quiere rock?”, preguntó el frontman antes de un himno tan inapelable como “Rock Is Rock!”. Pura electricidad sin rollos, ya habrá tiempo de agarraos para los enamorados. Diría que a partir de aquí se pudo escuchar la voz de Barilari en condiciones dignas, pese a que la necesidad de un mayor volumen en su micro no desapareciera en lo que quedaba de show.

Pero si hubo un punto verdaderamente álgido en el que las cotorras enmudecieron y las gargantas se desataron como nunca fue en su hit “Mujer amante”, que tuvo hasta esos típicos chillidos de fan adolescente. Lanzaron incluso una bandera que parecía colombiana y Barilari la extendió en el suelo en señal de respeto. Hay que reconocer que era un baladón con todas las de la ley que justificaba cualquier exceso.

La ecologista “Guerrero del arco iris” valió para que el grupo se despidiera tras una hora escasa, algo que nos sorprendió para una banda con varias décadas a las espaldas, no será por falta de repertorio. Por lo menos tuvieron el detalle de regresar para unos bises en los que la peña cantó a pulmón en “Aún estás en mis sueños”, otra pieza con una influencia más que evidente de Rainbow, sobre todo de la época de Joe Lynn Turner. Y cerraron alcanzando velocidad de crucero con “La leyenda del hada y el mago”, que debía ser el broche definitivo sí o sí.

Pues la verdad es que esperábamos que una banda con la carrera de Rata Blanca fuera capaz de tocar más de hora y poco, una gesta que podría conseguir cualquier grupo de chavales hoy en día. El estatus de leyenda estuvo cogido con pinzas esa noche. Un recital de cumplir expediente, ni más, ni menos.

Alfredo Villaescusa
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