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Crónica de Patti Smith en Madrid: Los caballos siguen galopando

Cincuenta años después de ‘Horses’, Patti Smith volvió a liberar a sus caballos sagrados en Madrid. El habitualmente solemne Teatro Real se convirtió el pasado miércoles en un templo eléctrico donde la poeta neoyorquina ofició su ceremonia de versos, guitarras y memoria.

El público (en su mayoría femenino, y muchas mujeres jóvenes) vibró con ella, agitándose como una brisa cargada de revolución y pensamiento mágico, atravesado por esa catarsis que solo Patti sabe invocar.

El escenario era un manifiesto: minimalista, casi desnudo. Los instrumentos se recortaban sobre un fondo negro, y la batería, en el centro, emergía como un tótem de resistencia. Nada sobraba. Todo era esencial. Después de medio siglo de carrera, Patti persiste porque persiste. Muestra lo imprescindible: la raíz, el pulso, lo que queda cuando se despeja el ruido. Ese lugar al que deberíamos tender cuando ya no hace falta demostrar nada.

Smith, de 78 años, apareció con la melena blanca suelta, los vaqueros gastados y el gesto indómito de siempre. La acompañaban dos miembros de su banda original, Lenny Kaye a la guitarra y Jay Dee Daugherty a la batería, junto a Tony Shanahan al bajo y su hijo Jackson Smith a la guitarra. Un cuarteto sólido, preciso, con alma.

Durante más de una hora interpretó ‘Horses’ de principio a fin: “Gloria”, “Redondo Beach”, “Free Money”, “Birdland”, “Kimberly”, “Break It Up”, “Elegie” y un clímax final con “Land / Gloria”. Fue brutal, con una energía catártica. El ritmo de los caballos al galope por el Teatro Real removía conciencias y emociones, sacudiendo cuerpos, asientos y almas. Un estallido de vida en pleno corazón del clasicismo madrileño.

 

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Al terminar, Patti abandonó brevemente el escenario, sudorosa, acalorada, todavía dentro del traje que la envolvía como una armadura. Mientras se acicalaba entre bastidores, su banda, esa bestia perfectamente engrasada, tomó el relevo con una inesperada y magistral incursión en el repertorio de Television: “See No Evil”, “Friction” y “Marquee Moon”. Un homenaje implícito a la escena neoyorquina que les vio nacer, ejecutado con respeto y furia contenida.

Poco después, Patti reapareció con camiseta, chaleco y dos trenzas recogiendo su melena rebelde. Sonreía, luminosa, y esa sonrisa ya no la abandonó. “Siempre he sentido una conexión con Madrid”, confesó, recordando su idilio con nuestro país. A partir de ahí, el concierto mutó en comunión: “Dancing Barefoot”, “Ghost Dance”, “Peaceable Kingdom” (precedida por una dedicatoria a Gaza y un gesto de paz al cubrirse con un pañuelo blanco), y una versión de “Because the Night” dedicada a su compañero de vida, Fred “Sonic” Smith.

Por cierto, no hubo mejor momento para celebrar la noticia del acuerdo entre los Ministerios de Sanidad y Cultura de integrar las Artes en la Salud mental y la atención sanitaria, incluida la Atención Primaria. Nadie mejor que Patti Smith para ser embajadora de este mensaje que ella encarnó al encontrar en la escritura y composición la vía para derramar el dolor tras los fallecimientos de el padre de sus hijos y su hermano. Michael Stipe lo reflejó en su libro “Dos veces intro: Con Patti en la carretera”.

Entre acordes, sonrisas y puños alzados, Patti compartió confidencias: “Yo tuve el mejor novio del mundo”, dijo entre risas y ternura, “y de ese amor nacieron mis hijos”. Fue un momento íntimo, doméstico y hermoso en medio del vendaval eléctrico.

El cierre fue, como debía ser, “People Have the Power”. Y entonces el Teatro Real, esa fortaleza de óperas solemnes, se convirtió en un coro de fe colectiva. Patti agitó el puño, gritó su lema de siempre: “Usad vuestra voz”, y en ese grito, firme y luminoso, quedó la promesa de que mientras haya quien la escuche, los caballos seguirán galopando.

Redacción

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