Hay términos que con el tiempo acaban corrompidos y con un significado que no era ni por asomo el que poseían originalmente. Tal es el caso del llamado folk punk, que hoy en día serviría para catalogar a bandas tipo Dropkick Murphys, pero que en un inicio se aplicaba a propuestas que por supuesto contenían trazos de ambos géneros, aunque los límites nunca estuvieran del todo claros. Y no hablemos ya de hacer gala de una determinada posición política, algo que antaño era habitual en determinados círculos antes de que nos invadieran los zombis con las manos pegadas a las pantallas.
El líder de los míticos New Model Army, Justin Sullivan, lo dejó claro en 1999 cuando le preguntaron al respecto y respondió con las siguientes palabras: “Nos han etiquetado como punks, post punks, góticos, metal, folk… de todo, pero siempre hemos estado más allá de esos límites de estilo”. Si bien en la península cierto sector de sus fieles sí que podría englobarse dentro de la cultura gótica, me jugaría el cuello a que el perfil de sus seguidores se torna mucho más aperturista en Reino Unido, al igual que sucede con grupos como The Stranglers, con un notable poder de convocatoria que sorprendería por estos lares.
Estábamos seguros de que no íbamos a encontrar multitudes en la bilbaína sala Santana 27. Menos mal que en otros países sí que tienen más fuste en lo que respecta a historia de la música y gracias a los visitantes pudimos disfrutar de una concurrencia digna. Hubo un momento en el que Sullivan preguntó cuánta gente había venido de fuera para verles y la cantidad de aficionados era abrumadora, una amplia mayoría. No era raro escuchar a peña hablar tanto francés como inglés.
Por un motivo u otro, siempre se nos habían escapado los veteranos New Model Army. Tuvimos ocasión de verles una vez en el Rebellion de Blackpool, pero en dicho festival los solapes suelen ser bastante frecuentes, por lo que ni siquiera hubo margen para catarles unos pocos minutos. Por fin nos conseguimos sacar la espina, con un concierto épico y cargado de magia, una suerte de eucaristía para melómanos.
Como algunos recordarán, el año pasado pospusieron la gira de presentación de su álbum ‘Unbroken’ debido a una lesión de su batería Michael Dean, pero, visto con perspectiva, quizás aquello no resultó únicamente negativo. En teoría, su último trabajo discográfico se situaba más alejado en el tiempo, por lo que tampoco estaban obligados a incluir una representación considerable de canciones en el repertorio, y eso fue precisamente lo que sucedió en el transcurso de la velada.
De entrada, abrieron con “Snelsmore Wood”, único corte de su disco ‘Eight’, pero no tardaron en recurrir a clásicos de la envergadura de “Better Than Them” o “Christian Militia”. Justin demostró desde el mismo inicio un estado de voz pletórico, bastante digno para un señor que casi alcanza las setenta primaveras. “Ha pasado mucho tiempo”, dijo evocando su última visita al País Vasco, que debió ser hace veinte años, puesto que posteriormente bromeó diciendo que la próxima vez que le veamos por estos lares contaría con noventa.
“Get Me Out” nos mantuvo en una poderosa nube de energía antes de que relajaran algo el pistón con “First Summer After”, canción que abría su disco ‘Unbroken’. Picaron aquí y allá de su catálogo con mesura, sin centrarse demasiado en un solo lanzamiento, si el planteamiento era ofrecer una visión certera de su trayectoria, lo lograron con creces.
Definió Bolueta, el barrio en el que estaba ubicada la sala Santana 27, como “una zona industrial a las afueras de Bilbao” y a toda esa multitud de seguidores que habían venido de fuera les dedicó “Never Arriving”. Pisaron a fondo el acelerador con “No Rest”, con tralla punk, previamente a que nos legaran una de las cimas de la velada con “White Light”, muy del rollo The Mission, con Justin poniendo piel de gallina con una brillante interpretación. Qué brutalidad.
El frontman extendió los brazos cual profeta en “Language” y hasta se permitió algunos alardes al final del tema, así era el inmenso estado de sus cuerdas vocales. “Here Comes The War” se antojó profética y muy apropiada para los convulsos tiempos actuales, con perturbados señores de la guerra amenazando al mundo civilizado un día sí y otro también.
Aquello era sin duda una experiencia cercana a la liturgia, por lo que estaba plenamente justificado que muchos levantaran los brazos como en una iglesia góspel. Una eucaristía cercana a la de Fields of the Nephilim parecía por momentos el bolo, con el grueso del respetable esforzándose en las oraciones. “Vosotros sois buenos católicos, así que os tocaré un himno”, dijo Justin antes de “Idumea”, si no me equivoco, por lo que reforzó todavía más el sentimiento de comunión.
“Purity” nos acercaba al final del show sin perder ni un ápice de pegada e intensidad, pero el personal cuando se desgañitó de lo lindo fue con “51st State”, donde la muchedumbre llegó a cantar más alto que el propio vocalista, algo que seguramente jamás hubiera sucedido con solo gente de Bilbao. Pocas sensaciones habrá mejores que la de estar en un concierto repleto de fans melómanos y no de posers más preocupados en hacerse la fotito de turno que en escuchar música. Ah, y no se sintió ni una palma verbenera.
Se retiraron del escenario vitoreados como auténticas estrellas, pero no tardaron en regresar a las tablas con dos bises de altura, la combativa “Stupid Questions” y la imprescindible “I Love The World”, más para orar y recogerse en paz, sin un remordimiento en la conciencia, dando las gracias al Altísimo o al que le corresponda por haber presenciado semejante bolazo.
Fue un rito purificador que nos despojó de la inmundicia acumulada durante años o décadas y nos preparó para aguantar una buena temporada ya solo con el recuerdo de la noche, una limpieza de espíritu a conciencia de las que hacen época. De lo mejor que hemos visto en mucho tiempo.
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