Crónicas
Metallica en Tampa (EEUU): La noche en que el metal resucitó en Florida
«Esta noche fue más que un concierto, fue un despertar, un recordatorio de por qué la música importa y de por qué seguimos llenando estadios para escuchar las canciones que marcaron nuestras vidas»
8 junio 2025
Raymond James Stadium, Tampa (FL, Estados Unidos)
Texto: Leonela Barrios. Fotos: Patrice Arnera (BeatTheRiff)
Han pasado casi veinte años desde la última vez que escribí una crónica musical. Ayer por la noche, algo se encendió dentro de mí, pero no fue una chispa, fue un incendio. Metallica hizo temblar el Raymond James Stadium en Tampa con la segunda fecha de su "M72 World Tour", y lo que allí vivimos no fue un simple concierto, fue una ceremonia de poder, memoria y pura liberación.
Después de 5725 días —sí, casi quince años, pero ¿quién llevaba la cuenta?— la banda volvió a Tampa para arrasar con un público hambriento, fiel y encendido, que se reunió en masa: cerca de 70.000 seguidores venidos de todos los rincones de Estados Unidos y del resto del mundo. Entre ellos, una pareja venezolana que voló desde Ecuador, donde reside, para no perderse ni un segundo, y otra pareja polaca que ha seguido a la banda a lo largo de toda la gira norteamericana, demostrando la devoción global que Metallica sigue inspirando.
La jornada arrancó con un sol inclemente y con los legendarios Suicidal Tendencies, que ofrecieron una descarga de energía punk y actitud callejera, comandados por Mike Muir con su clásica bandana. “You Can’t Bring Me Down” sonó como un grito de batalla ancestral, y el público respondió de inmediato, agitando cabezas y puños al ritmo de un bajo demoledor. A pesar del calor, el moshpit se armó temprano, prueba de que el espíritu rebelde sigue vivo.
Pantera, por su parte, fue una aparición colosal. En su gira de regreso, con Charlie Benante (Anthrax) y Zakk Wylde (Ozzy Osbourne) cubriendo los puestos de los hermanos Abbott con respeto y furia, la banda hizo retumbar el estadio. Cada riff fue ejecutado con precisión brutal; “Fucking Hostile” y “Cemetery Gates” sacaron lágrimas y puños al aire. Phil Anselmo, visiblemente conmovido, agradeció al público varias veces con un “thank you, Tampa. This means everything”, que sonó tan sincero como feroz.
Entonces llegó la hora: Metallica apareció en el escenario circular en medio del estadio, rodeado por todos lados por fans eufóricos. Abrieron con una versión fulminante de “Whiplash”, que desde el primer segundo desató un frenesí colectivo. No hubo introducciones suaves ni avisos, fue un golpe directo al pecho, una declaración de guerra sonora. La ejecución fue impecable: los riffs de Kirk Hammett sonaban como cuchillas, la batería de Lars Ulrich atronaba como una tormenta mecánica, mientras Robert Trujillo recorría la tarima con una potencia física que parecía inagotable. Hetfield, con su voz rasgada y mirada firme, ejerció su papel de líder chamánico con una autoridad natural.
El setlist fue una montaña rusa emocional. Clásicos como “For Whom the Bell Tolls”, “Fade to Black” y “One” estremecieron corazones y huesos por igual. “The Unforgiven” trajo un momento de calma tensa, mientras que “Battery” y “Sad But True” fueron puro caos controlado. El nuevo material, como “Screaming Suicide”, encajó a la perfección, sin desentonar con la fuerza de los himnos más antiguos.
Entre canciones, Hetfield interactuó con el público con calidez: “Chicos, esperaron 15 años, espero que haya valido la pena”, dijo antes de lanzarse a una versión demoledora de “Sad But True”. También hubo un momento super especial cuando Kirk Hammett y Robert Trujillo se adueñaron del escenario para interpretar una versión explosiva de “Pull the Plug” de Death, en un homenaje inesperado pero brutal a la banda pionera del death metal. Con Trujillo marcando el ritmo con una base demoledora y Hammett desatando riffs afilados como cuchillas, el estadio se estremeció en reconocimiento. Fue un guiño al legado del metal extremo nacido en Florida y una muestra del respeto de Metallica por quienes ayudaron a forjar el camino.
La producción escénica fue otro protagonista: un escenario 360° que permitió a cada fan tener una vista privilegiada, columnas de fuego, pantallas LED envolventes y una iluminación que marcaba cada golpe con exactitud milimétrica. Cuando tocaron “Master of Puppets”, el estadio se convirtió en un mar de luces, brazos y voces; fue como si el mundo entero cantara al unísono.
Yo estaba en primera fila de las gradas, pero un impulso me llevó a abrirme paso entre la masa hasta el borde del escenario, con esa rebelión que Metallica es capaz de despertar. Allí, entre sudor, luces y riffs que caían como rayos, sentí que volvía a casa.
El show duró dos horas y cinco minutos de pura intensidad, sin tregua ni descanso. No hubo bises ni concesiones: Metallica lo dijo todo sin rodeos, con la contundencia de una banda que sigue siendo amo y señor de los escenarios.
Para mí, esta noche fue más que un concierto, fue un despertar, un recordatorio de por qué la música importa y de por qué seguimos llenando estadios para escuchar las canciones que marcaron nuestras vidas. Y si hoy vuelvo a escribir es porque Metallica me recordó que lo que arde por dentro merece ser contado.
Después de esta noche épica, solo queda esperar que no pasen otros quince años antes de volver a verlos. Porque el fuego que ellos encendieron no se apaga fácil.
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1 comentario
Cojonudo resumen hacia el gran concierto que se curraron los históricos METALLICA presentando su último álbum junto a sus clásicos de siempre y alguna buena y currada versión de otros históricos como DEATH por parte de Kirk Hammett y Rob Trujillo en la ciudad del Death Metal.