Crónicas

Magnum: Pasión con límites

«Ese sabor agridulce no empañará las ganas que tengo de volver a disfrutar de nuevo de una de las bandas que mejor saben trasladar la pasión a sus temas»

15 abril 2018

Sala Salamandra, L´Hospitalet (Barcelona)

Texto: Yolanda González. Fotos: Josep Fleitas

Había ganas, y muchas, de volver a ver a Magnum en Barcelona. El quinteto no pisaba los escenarios de la Ciudad Condal desde la presentación de ‘Into the Valley of the Moon King’ en octubre de 2009. Por eso, la ilusión de volver a disfrutar de su música se veía plasmada en las caras y comentarios de los asistentes que, prácticamente, iban a llenar la Sala Salamandra de L’Hospitalet de Llobregat (inicialmente, el concierto estaba previsto que tuviera lugar en la sala Bikini de Barcelona).

El show, que duró unos cien minutos, nos dejó a muchos un sabor algo agridulce, debido al setlist, el sonido y la eficacia, no siempre afortunada, de los nuevos componentes de la banda, el batería Lee Morris y el teclista Mark Benson. Es imposible no compararles con la aportación de sus predecesores, Harry James y Mark Stanway, respectivamente. La banda debe plantearse la efectividad que aportan los nuevos componentes en sus directos.

La sala abrió sus puertas con casi una hora de retraso sobre el horario previsto en las entradas, pero eso no pareció molestar mucho al respetable. Pacientemente, guardamos filas frente a las puertas de una sala cuyo escenario iba a recibir con muy buenos efectos de luces. A falta de telonero, la banda comenzó por todo lo alto con una intro que precedió al tema de aquel progresivo ‘Princess Alice and the Broken Arrow’ de 2007, “When We Were Younger”, con el que Magnum mostró una muy buena capacidad técnica y comunicativa.

En estos primeros compases, destacaron el bajista Al Barrow y, cómo no, un siempre expresivo Bob Catley. Aunque su voz no tuvo la mejor noche, el público se le entregó desde el primer minuto. Continuaron con el especiado “Sacred Blood, Divine Lies” y ese himno que da el punto épico, exigente y ampuloso a un álbum de homónimo título, “On the Road to Eternity”, pieza en la que las partes de orquesta sinfónica que se representan en el exigente himno de estudio estuvieron bien apoyadas por los teclados de Rick Benson, la voz embaucadora de Catley, los buenos coros de Barrow y el siempre sobrio pero efectivo guitarra y líder Tony Clarkin. ¡Excelencia al límite!

A partir de aquí, desgraciadamente, el concierto entró en unos parámetros de irregularidades, de altos y bajos en el set. “Crazy Old Mothers” no estuvo dispuesta en el mejor momento y, quizás, debió dejar turno a uno de los muchos clásicos que, al final, todos echamos en falta. Por fortuna, el concierto volvió a subir enteros con una divertida y coreada “Without Love”, que se sumergió en la emocionalidad propuesta en una llena de feeling (por parte de Catley) “You’re Dreams Won’t Die”. La parte más negativa estuvo en que Morris perdió el tempo en varias ocasiones y Benson se relajó para no recuperar la tensión en  ningún otro momento de la actuación.

De nuevo, otra expresión del nuevo álbum con el tema que lo abre, “Peaches and Cream” y, por fin, lo que todos estábamos esperando: los clásicos que definen la magia de Magnum. Esa efectividad hizo que nos dejáramos las laringes con la épica de “How Far Jerusalem” y que viviéramos la emotividad de balada “Les Morts Dansant”, el dinamismo de “All England’s Eyes”,  la energía de “Vigilante” y la grandilocuencia de “Don’t Wake the Lion (Too Old to Die Young)”, temas que se recibieron con toda la energía, fuerza y pasión que todos llevábamos dentro. Estos cortes quedaron opacados por el mal hacer de Morris a la batería, la pasividad de Benson a los teclados, un sonido no demasiado correcto y la inclusión, en medio de estos clásicos, de un tema que no sin calidad, quizás sí se encontraba mal situado en el set: “Show Me Your Hands”.

El concierto llegó a su parte final, el encore, que se dio de forma fastuosa con el impulsadísimo “The Spirit” y el épico y carismático fluir de ese himno contenido en una de sus obras magnas: “Vigilante”.

El tiempo no dio para más, y ese sabor agridulce no empañará las ganas que tengo de volver a disfrutar de nuevo de una de las bandas que mejor saben trasladar la pasión a sus temas. Espero no tener que hacer antesala otros nueve años para volver a disfrutar de su esencia en Barcelona y que, sobre todo, Bob y Toni se percaten y corrijan de las deficiencias que Benson y Morris aplican al encanto de su música.

Redacción
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