Crónicas

Mad Sin + The Raters en Bilbao: La familia psychobilly

«Qué gusto encontrarse con tipos que se desviven por la música y por la peña, incluso aunque estén reventados después de dar tres conciertos seguidos. Esos son los que valen. Oro puro.»

8 diciembre 2022

Kafe Antzokia, Bilbao

Texto y fotos: Alfredo Villaescusa

Dicen que el rollo de tribu urbana ya no se estila, que está pasado de moda. Lo normal en una época en la que abunda gente que asegura escuchar “de todo”, algo que no se suele cumplir, pues se trata de una frase hecha más para quedar como el más molón y el más tolerante del mundo mundial, que es lo que se lleva ahora. Ay, esos tiempos en los que existían diferentes familias dentro del rock fácilmente reconocibles y uno podía sentir que la música era igual de importante para un grupo de personas determinado.

Mad Sin

Ese ambiente de hermandad se podría respirar en el bolo bilbaíno de los psychobillies Mad Sin, unas auténticas leyendas en el género al comenzar su trayectoria allá por 1987 y mantenerse en pie a lo largo de las décadas sin renunciar a picotear en géneros como el metal o incluso el country, sin prejuicios de ningún tipo. Tal vez producto de esa voluntad infatigable se habían embarcado también en una gira peninsular con hasta seis fechas, algo que tampoco se suele prodigar demasiado entre artistas internacionales.

Los alemanes comandados por el grandullón Koefte de Ville habían llegado un poco tocados a la cita con el Kafe Antzoki, sobre todo en lo que respectaba a la voz del líder. Así nos lo explicaba Txarly Usher: “Es una gira muy larga, los instrumentos pueden descansar, pero la voz, no”. Y lo cierto es que se habían marcado un periplo del tirón, sin descansos entremedias ni días libres. Esto sí que era puro rock n’ roll.

The Raters

Abrieron la velada los mallorquines The Raters, con chica de voz rasposa a lo Wanda Jackson dirigiendo el cotarro y un guitarrista que se marcaba punteos al tuétano realmente reseñables. No nos cambiaron la vida, pero tampoco nos disgustaron, piezas del estilo de “Psychobilly Shot” o “Nightmare” tenían su punto. Y tampoco estuvo mal la versión que se curraron del clásico del R&B “Fever”, un poco típica, la hacía hasta Elvis, aunque añadieron su propia personalidad.

Desde que salieron a escena Mad Sin ya se notó que se trataba de un bolo eminentemente familiar, ya que no tardó el colosal voceras en mandar besos y saludos a los conocidos que veía por ahí, como Karlos de Screamers & Sinners, que estaba entre el respetable con alguien más de su banda, si no me equivoco. Y luego estaba también la aficionada y animadora concertil María, que se movió incesantemente por el recinto saltando y montando pogos, para que a nadie se le olvidara que allí estaba aconteciendo un fiestón. La gente que vive la música siempre en mi equipo.

Mad Sin

Habíamos visto a los germanos en el último Azkena y no nos acordábamos de la bomba que podrían llegar a ser en una sala. Con “Wreckhouse Stomp” tenían ya liada una buena, con el personal montando corros, pogos y los músicos correspondiendo el entusiasmo acercándose cada vez más al respetable y efectuando movimientos conjuntos que a veces parecían hasta coreografías. El contrabajo luminoso era un espectáculo en sí mismo impresionante, y más al final, que acabó echando chispas y fuego como un dragón, perdón por el spoiler.

La verdad es que estos tipos daban una sensación agradable del copón, se notaba que se desvivían por conseguir que la peña se lo pasara genial esa noche. Daba igual que no hubiera desbordantes multitudes o que se acusara el cansancio de la carretera, el tiempo se había detenido en ese instante, solo importaba el ahora, lo que sucedía entonces en el Antzoki.

Mad Sin

Piezas frenéticas del calibre de “Brainstorm” valían para poner a tono al más reticente y sentaban como tomarse un chupito. De vez en cuando colaban alguna instrumental o cedían la voz al contrabajista para que así descansara Koefte, que ya nos advirtió desde el comienzo de su limitación vocal, pero se dejó la piel como si le fuera la vida en ello.

Las escaleras se habían convertido en una especie de cementerio de bebidas derramadas y los bailes de hermandad se sucedían cada dos por tres. Hubo momentos impagables dignos de la peli ‘Top Secret’, como cuando el contrabajista tocó su instrumento en el suelo panza arriba, igual que en la mítica escena en la que Val Kilmer interpreta “Tutti Frutti”. Lástima que no se colgó nadie de la lámpara.

Mad Sin

El grandullón Koefte era también muy simpático y lo mismo sorprendía recitando unas estrofas del “Du Hast” de Rammstein que se arrancaba con el clásico “Brand New Cadillac” de Vince Taylor, un tema que nos flipa desde la versión de The Clash en ‘London Calling’. Y encima lo aderezaron los inquietos guitarristas con un paso del pato en la senda Chuck Berry y poniendo posturitas molonas al unísono. ¿Quién dijo que el rock n’ roll no era espectáculo?

Se marcaron además un final apoteósico con el inapelable “Ace of Spades” de Motörhead mientras el activo contrabajista se sumergía entre el público y expulsaba chispas, como ya mencionamos anteriormente. Esto sí que era terminar con galones.

Mad Sin

Con semejante subidón, deberían regresar para los bises, aunque habían cumplido de sobra dada la maratoniana gira que se estaban cascando. Y sacando fuerzas de donde fuera, Koefte y compañía regresaron para un “Nine Lives” con poso country en el que el inmenso cantante hasta se atrevió con un alarde vocal en el que se dio golpes en el pecho como si fuera King Kong. Grande, en tamaño y actitud.

La familia psychobilly pudo quedarse feliz esa noche. Había sido un recital dinámico, entretenido y a ratos muy llamativo en el apartado visual, gracias sobre todo a su contrabajista. Qué gusto encontrarse con tipos que se desviven por la música y por la peña, incluso aunque estén reventados después de dar tres conciertos seguidos. Esos son los que valen. Oro puro.

Alfredo Villaescusa
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