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Crónica de Los Pepes en Bilbao: Lo suficientemente rápidos como para resucitar a Johnny Ramone

En tiempos de sobreabundancia cultural, con conciertos casi todos los días del año, deberían valorarse aquellas actuaciones que dejan una impresión perdurable y un reguero de emoción durante las siguientes semanas y mucho más allá. Frente a esos bolos fríos y funcionariales efectuados por tipos aburridos que lo mismo podrían estar en una oficina metiendo horas, reivindicamos el poder de la música para sacarnos de la rutina y demostrar que la magia todavía existe encima de un escenario.

Esto último lo podríamos aplicar por completo a esa suerte de multinacional de los tres acordes llamada Los Pepes, formación asentada en Londres, pero con componentes procedentes de lugares tan variopintos como Polonia, Japón o Brasil. Les definen como “los Motörhead del power pop”, lo cual sería suficiente motivo para que se agarrasen los machos los fans del rock n’ roll punkarra y de la electricidad más desbocada. Un palmario ejemplo de que las fronteras resultan construcciones artificiales cuando se trata de apelar a lo que provoca que nos lata el corazón.

Ya habíamos visto previamente a estos tipos y sabíamos que lo suyo era más punk que otra cosa, como unos The Boys o The Undertones puestos de speed al doble de revoluciones. Pero si en su anterior bolo en la bilbaína sala Mytho tampoco había ingentes multitudes, o por lo menos no nos suena, en esta ocasión sí que petaron a tope el Crazy Horse, con la mayoría de los clásicos de la escena certificando que se iba a vivir una noche histórica como mínimo.

La presentación de “Somos Los Pepes y tocamos punk rock”, que rememoraba indefectiblemente al añorado Lemmy Kilmister de Motörhead, ya nos puso en guardia para un recital frenético a velocidad supersónica, sin apenas pausa ni para respirar. Uno de esos bolos en los que si te ibas al baño o a la barra quizás te perdías tres o cuatro canciones. Casi salía más a cuenta aguantarse cualquier tipo de necesidad básica. Y eso no lo conseguía cualquiera.

Con la multitud con ganas de desfogarse, Los Pepes se consolidaron como una de las bandas que tocaba a mayor velocidad dentro de la escena, así a bote pronto, lo único aproximado sería Discípulos de Dionisos o Nuevo Catecismo Católico, que cuando quieren también meten buena zapatilla. Contaban con un disco en la guantera, ‘Out of the Void’, del que sonarían varias piezas ejecutadas a un ritmo de vértigo, caso de “Molly Coddle” o “Paradise”, esta última además con cierto aire a sus paisanos Bad Nerves, otro de los mejores grupos del punk contemporáneo.

Ralentizaron algo la marcha, pero no la actitud, con “Sweet Appeasement”, que sí que se acercaba a lo que podríamos entender por power pop. Uno de los breves respiros que nos concedieron, y seguramente también a ellos mismos, pues no paraban de saltar como los Ramones, aparte de dejarse la piel hasta la última gota de sudor. Esto sí que era entrega de verdad y no la de tantos acomodados de las tablas.

Enlazaban temas con tal pericia que apenas se notaba, aparte de que los coros estaban currados, por lo que no había excusa posible para no prestar atención a ese descomunal despliegue de energía. Ahí no habría ocasión, ni tampoco tiempo, de dar palmas como hacen los poperos de verbena. La aficionada María provocó los consabidos pogos, que en este caso estaban más justificados que nunca. Aquel no era lugar para gatos de escayola.

En un momento dado señalaron los diferentes orígenes de los miembros de la banda, con un guitarrista brasileño, un batería polaco o un bajista japonés. “Que les jodan a las fronteras”, dijo el vocalista y guitarrista, algo más necesario que nunca con esas concentraciones de retrasados con banderitas que todavía se siguen produciendo en Reino Unido. Lo que había montado en el Crazy Horse era algo que trascendía cualquier tipo de barrera.

El recinto pudo venirse abajo con la soberbia versión de “Stay With Me” de The Dictators, entonada a pulmón por toda persona decente. El entusiasmo no solo se podía palpar, sino incluso sentir. El vocalista dio fe de esto último al cargarse una de las cuerdas de la guitarra. Gajes de oficio, pero también una prueba de que no habían venido para acariciar instrumentos.

“Too Late, Too Late” fue un auténtico pildorazo punk de los que hacían afición y no menos intensa resultó “Tonight”, con el eco a los Ramones en la memoria. Confesaron que se trataba de su segundo bolo del día, pues a la mañana habían estado en la vitoriana sala Helldorado y el guitarrista brasileño aseguró que estaban “flipando” con semejante recibimiento, desde luego no se lo esperaban. En pleno subidón era normal dedicar “Action” a la persona que precisamente hizo posible aquello, Rubén, de la promotora Undercover Producciones. Ojalá les vuelva a traer lo antes posible.

Estaba claro que la peña no dejaría bajarse fácilmente del escenario al combo internacional, por lo que los bises eran obligados. Sorprendieron además con una canción que con toda probabilidad sería del gusto de la mayoría de asistentes, “Situations” de Slaughter & The Dogs, asignatura fundamental de primero de punk. El que no la conozca, que vaya a hincar los codos cuanto antes.

Un servidor estaba con la nariz congestionada con los síntomas típicos del catarro o la gripe estacional y es que se le abrieron las fosas nasales de un plumazo con semejante bolazo. Fue como una sobredosis de Frenadol, un puñetazo punk de los que dejaban con el culo torcido durante días. Estos forasteros fueron lo suficientemente rápidos como para resucitar al mismísimo Johnny Ramone. Maravillosos, un reconstituyente mejor que cualquier licor de alta graduación.

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