Hay grupos que llega un momento en el que su trayectoria se convierte en todo un universo. Ya no son únicamente una banda influyente, que también, sino una especie de marca que no podría englobarse solo a un estilo, sino a un cúmulo de ellos y la experimentación se convierte más en una razón de ser que en un concepto de moda del que se apropian advenedizos sin escrúpulos. Recuperemos aquel eterno aforismo de Val del Omar: “El que ama, arde. Y el que arde, vuela a la velocidad de la luz”.
En el caso de los granadinos Lagartija Nick, que han incorporado a su cancionero con total naturalidad la obra de Lorca, Buñuel o el propio Val del Omar, afirmaríamos que su fulgurante trayectoria ha sido similar a la de un cometa. Quizás pasara desaparecida para muchos, pero no se puede negar la importancia que tuvieron en el campo del rock alternativo, post punk, e incluso indie, piedras angulares del calibre de ‘Hipnosis’ o ‘Inercia’. Los que estaban mirando hacia el firmamento en ese preciso instante admirarían el fenómeno en su plenitud, aunque su huella pudiera sentirse décadas después.
La última vez que vimos a los de Antonio Arias fue en un concierto gratuito que ofrecieron en Barakaldo con motivo del festival Hiriko Soinuak el año pasado y la mayoría salimos de allí anonadados de la tralla casi punk que metieron, aparte del impresionante nivel que atesoran los granadinos en la actualidad. Sin duda, están en un tramo muy dulce de su carrera y nada mejor que rubricarlo con un álbum en directo, el magnífico ‘Eternamente en vivo’, que justo presentaban esa noche en el bilbaíno Kafe Antzokia. Y el personal respondió como merecen las grandes ocasiones, abarrotando la sala hasta un punto en el que si no agotaron entradas, poco les faltaría.
Con expectación máxima, como si nunca hubieran estado por estos lares, la peña se agolpaba en las primeras filas para contemplar a Lagartija Nick impartiendo magisterio una vez más y demostrando que es uno de los mejores grupos que cualquier persona decente podría ver en directo hoy en día. Ya de entrada, lucieron artillería pesada con la instrumental “Sonic Crash” y enlazaron con “Lo improvisto” e “Hipnosis”. Para los que pensaban que se limitarían a reproducir el orden de las canciones de su disco en directo, zas, primera en la frente.
Incrementaron la intensidad con “Estratosfera” y “Universal”, antes de que admitieran que se habían “criado en los gaztetxes de Euskadi”. No fue el único grupo que aprovechó aquellos espacios para la cultura que existían antaño y que sirvieron de plataforma para bandas que aumentarían su poder de convocatoria en años venideros. Aunque parezca increíble hoy en día, hasta los californianos Green Day recalaron en un gaztetxe de Andoain a comienzos de los noventa, cuando todavía no habían pegado el pelotazo con ‘Dookie’.
Rescataron la obra poética del director Luis Buñuel en “Me gustaría para mí (Las libélulas)”, procedente de ‘El perro andaluz’, de los mejores discos de su carrera. Fue una pena que no se animaran del mismo modo con la sepulcral “Una jirafa/Undécima mancha” o “Pájaro de angustia”, pero parecía que la voluntad de la velada era ofrecer algo mucho más equilibrado, un propósito encomiable al gusto de todos, sin favoritismos de ningún tipo.
El líder Antonio Arias no tardó en evocar los recuerdos que le surgían al tocar en la capital vizcaína, como un local que tenía Loles de Vulpes o que su padre había venido a trabajar como peluquero en la calle Músico Ledesma. Y por supuesto se acordó de la causa palestina y de todos esos perturbados que quieren hacer el mundo un lugar más peligroso en “Buenos días Hiroshima”, que rebautizó como “Buenos días Palestina”.
Otra de las paradas fundamentales de la noche iba a tener que ver con el maestro Enrique Morente, al que rememoraron en “Vuelta de paseo”, no sin antes pedir a la concurrencia que sacara “el flamenco que hay en cada bilbaíno”. Pero había otras presencias que también se sentían en el catálogo de Lagartija Nick y esas eran las de “Strummer/Lorca”, una suerte de preludio al subidón que se experimentó posteriormente con “Nuevo Harlem”, con muchos aullando tras reconocer el comienzo.
Como hemos dicho anteriormente, englobar a los de Antonio Arias con un solo género es un craso error y para certificarlo ahí estaba el metal industrial de “Celeste”, con riffs que cortaban casi el alma y una atmósfera que remitía a los noventa, esa década tan demonizada por los carcas de turno. Nadie se podría quejar por el repertorio, pues tocaron casi todos los palos y momentos destacados de su trayectoria, un menú equilibrado al alcance de diversos paladares.
Regresaron por primera vez a las tablas con “El signo de los tiempos”, la inevitable “Esa extraña inercia (Anfetamina)” y “Ciudad sin sueño”, a cuyo término Antonio se quitó el sombrero, literalmente, para agradecer al personal su entrega. El respetable todavía quería más, por lo que volvieron de nuevo para rematar con “Satélite”, un epílogo con el máximo fuste posible, quejarse o torcer el morro hubiera sido una desconsideración.
Cualquiera que nunca haya visto a los granadinos o que lleve una temporada considerable sin hacerlo, que sepa que ahora mismo se encuentran en un periodo magnífico para reencontrarse con ellos o desvirgarse con el legado imprescindible de una de las bandas claves del rock patrio. Esa educación intachable que recibieron en los gaztetxes les dura hasta el día de hoy. Ni en los mejores colegios de pago.
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Un comentario
Cojonudo resumen hacia el gran concierto que ofrecieron todos unos veteranos como LAGARTINA NICK a través de tan conocidos temas en el Antzokia bilbaino.