Debería existir cierta satisfacción ante el hecho de haber visto desarrollarse a todo un fenómeno social, una de esas bandas que revoluciona por completo el panorama musical y a la vez encuentra un tipo de público que conecta de inmediato con su propuesta, transgresora en varios sentidos. Milagros así no suceden con la frecuencia que nos gustaría, por lo que no queda otra que admirar esos espectáculos que se nos brindan de vez en cuando como aquellos “fabulosos cohetes amarillos explotando” de los que hablaba Jack Kerouac.
A los catalanes La Élite hay que agradecerles que hayan recuperado la bonita tradición del punk de la incorrección política, al igual que el ciscarse en las autoridades, algo que se añoraba como agua de mayo ante tanto neohippie. Seguro que Nil y Diosito ni siquiera imaginaban cuando grababan maquetas en Tárrega en 2015, fruto del aburrimiento y de la necesidad de hacer algo productivo con sus vidas, que una década después estarían subidos a los escenarios convertidos en una de las bandas con mayor tirón entre la juventud, esa que algunos todavía piensan que no va a conciertos.
Pese a que en su anterior visita de hace casi un año a la bilbaína sala Santana 27 quizás abarrotaran más, o por lo menos dio esa sensación, eso no quiere decir que haya menguado de manera considerable su poder de convocatoria. Los viejos o maduros volvieron a convertirse en una anomalía del sistema entre el personal, aunque ya nos topamos con alguno que no había faltado a la cita de 2024.
Este décimo aniversario La Élite lo celebraron a su manera, es decir, con un bolo cercano, dinámico y sin demasiada pompa, muy a su rollo. Pusieron a las gargantas a trabajar ya desde el mismo inicio con el recuerdo a Eskorbuto en “Historia triste”, una bala infalible que si no pone la piel de gallina de inmediato, o eres un madero, o algo falla en tu cabeza. “Aléjate de mí” enfervorizó todavía más los ánimos y “Nuit Folle” certificó el descomunal potencial que poseen sus temas en directo, que parecen hechos para dejarse las cuerdas vocales, como mínimo.
Diosito ya en el segundo tema bajó al foso para intercambiar impresiones con los fieles, y por supuesto cayeron los preceptivos brindis. “Otra noche más” era para darlo todo y cagarse en “esta puta sociedad”, como dicen ellos. Con el macarrismo del que hacen gala, no tuvieron reparos en reivindicar su Tárrega natal y su condición de grupo de pueblo. Y precisamente nada provoca más orgullo que los garitos que se encuentran por allí, algo que evocaron en “Bar de Paco”.
El clamor popular contra las tropelías de los de arriba cristalizó en “Mata a tu jefe”, para los que dicen que la lucha de clases ya no existe. Y aparte de levantar copas, como en muchos otros bolos, en un concierto de La Élite también se alzan porros, para escándalo de alguno de esos catequistas contemporáneos con ganas de prohibir. “Neo Hippie” sirvió para denunciar esa hipocresía social con la que nos suelen engañar unos y otros también, cortes como este les transformaron en la nueva banda más honrada del mundo.
Pidieron pogos para el trallazo “Todos me miran mal” y la comunión con los seguidores fue de tal calibre que Diosito pilló el pie de micro y todo para bajárselo al foso. Frente a los que ofician sobre un escenario cual grises funcionarios, he aquí un ejemplo de esos shows de antaño donde no se sabía lo que iba a pasar.
Lanzaron cigarros antes de “Cardio y caladas”, que no se diga que no promueven los buenos hábitos, y aludieron a lo extraordinario de la velada que se avecinaba con “Gran noche”, otro temón de subidón instantáneo. Pero entre todo el respetable, esa noche había un héroe, con puntería de francotirador, que consiguió la prodigiosa gesta de echar un piti y que cayera justo en una cerveza del escenario.
Para ese ser perteneciente a un plano superior colocaron un trono en medio de las tablas y ahí le dejaron un tiempo. El tipo respondía al nombre de Marcos y se quejó de un “hijoputa” que le dio un botellazo al subir, por lo que Diosito salió en su defensa y amenazó: “El que le toque a Marcos…”, al que además consideraron “el niño pródigo de La Élite”. “Contento de ser feo” se transformó en una glorificación colectiva de la humildad, a la par que una prueba de que en realidad no existen demasiadas diferencias entre artistas y público, aquí todos están en el mismo bando.
“Vampireando” contó con tres fans sobre las tablas y “Marca personal” mantuvo el incesante ritmo del bolo, antes de que en “Transpotting” pidieran dividir la pista en dos para otra gran costumbre en sus recitales, el llamado “pase de modelos”, que en esta ocasión estuvo dirigido por un “vikingo”. “Bailando” desperdigó los movimientos por el recinto y luego se alzaron mecheros por el décimo aniversario de La Élite. “Plan de mierda” finiquitó la celebración en un punto álgido, pues nunca llegan a cansar, sino todo lo contrario.
Imagino que habrá gente entrada en años a la que su propuesta le parecerá poco seria o sin fuste, pero eso es sin duda porque nunca han reunido el valor suficiente para acudir a un concierto suyo y entonces juzgar de primera mano si lo que hacen ellos es o no punk. Se han meado en las poltronas y han devuelto la sensación de peligro a la música, quizás en el momento en el que más falta hacía, solo por eso merecerán ser recordados.
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