Hay canciones que sabes que te van a gustar mucho antes de oírlas. A veces influye la descripción que hacen de ellas y en otras ocasiones basta con catar unos pocos segundos para acabar rendido a sus pies y congraciado con el universo en su conjunto por tamaño descubrimiento. Frente a los productos destinados a un consumo efímero y olvidable, no cabe duda de que una cualidad atemporal preside todo aquello que nos diferencia de las bestias y que en un momento dado incluso salvará nuestra alma.
Tal es el caso de la nueva sensación de rock & soul procedente de Nashville, Hippies & Cowboys, unos forajidos que en cierta manera revitalizan el típico sonido del rock sureño vía Lynyrd Skynyrd, pero tampoco renuncian al legado de otras figuras fundamentales como Joe Cocker, Sam Cooke, Aerosmith, Tom Petty y un largo etcétera que jamás debería levantar ni una queja de cualquier melómano medianamente serio. Es más, diría que es precisamente esta apertura de miras la culpable de que muchos aficionados se hayan acercado a esta interesante banda que en estos días se marca una maratoniana gira por nuestro país de hasta siete fechas.
Y el ambiente que se vivía en el piso superior del Kafe Antzokia no parecía desde luego digno de unos recién llegados, sino de unos consumados profesionales con varias décadas de trayectoria. Una sala abarrotada certificó el inmenso talento que se palpaba en esas composiciones que configuran tanto el disco en vivo ‘Live at Fox and Locke’ como el EP ‘Fork in the Road’. Sí, debutaron con un álbum en directo, hasta en eso quisieron diferenciarse de sus contemporáneos, aunque está previsto un primer largo de estudio para este otoño.
Ya de entrada, Hippies & Cowboys entraron a muchos por el rabillo del ojo por sus resultonas pintas setenteras con melenas, barbas y sombreros, la indumentaria básica para infundir respeto al subirse a un escenario. En este aspecto se les notó bastante rodados, lo cual tampoco debería sorprender, pues en su breve trayectoria ya han oficiado en varios festivales y han abierto para estrellas de la envergadura de Bon Jovi o Blackberry Smoke, entre otros.
Echaron de primeras una considerable porción de carne en el asador con el inmenso blues de copa y puro de “So Blind”, la de veces que se habrá tocado este tipo de canciones a lo largo de la historia del rock. Y obviamente no estaba al alcance de cualquiera conseguir que el corazón se ponga en un puño y la piel de gallina. Con un vocalista tan competente como Aaron Sparling, a medio camino entre Chris Robinson (Black Crowes) y Steven Tyler (Aerosmith), o un guitarrista con tanto ímpetu como Kent Taro Yamamuro la mayoría estaba hecho, eso sí.
“As Long As The Sun Shines” reveló que también han empleado el tiempo necesario en pulir las melodías vocales, algo que se notaba en las distancias cortas. El bolo siguió claramente in crescendo con el tema que daba nombre a su EP, “Fork in the Road”, otra pieza emotiva en plan The Black Crowes con la que temblaban hasta las canillas. El guitarra solista de origen oriental se convirtió en uno de los grandes protagonistas de la noche por su espectacular destreza a la hora de facturar solos de los que tocaban la fibra sensible. No extrañaba pues que al terminar el recital varios aficionados quisieran hacerse fotos con él. Menudo crack.
“Rock All Nite” resultaba una canción tan redonda que incluso sorprendía que no se tratara de una versión, sino de una composición tan original como el bourbon de Kentucky. Y en esta senda volvieron a quedarse con la peña con “Give It Up”, que cerraba su único EP sin disminuir el talento compositivo demostrado en seis colosales cortes.
Había tal ambientazo en la sala que el batería tuvo que preguntar si de verdad era un martes a la noche o más bien un viernes. Está claro que la próxima vez que vengan lo harán con todos los honores al piso inferior, que era donde se solían realizar los conciertos de mayor enjundia. Quizás entonces muchos les descubran, pero no podrán decir que estuvieron en su primera visita a nuestras tierras.
Justo sobre la sensación de regresar a casa iba “Almost Home”, pieza todavía inédita que seguramente incluirán en su próximo trabajo de estudio, al tiempo que nos confesaban que este año habían dado 300 conciertos, una cifra nada desdeñable para un grupo que está despegando en estos momentos. “Aint No Good” supuso del mismo modo una de las cumbres de la velada, con el personal dando botes y palmas. El vocalista quiso además recompensar con púas a los fans más entregados, que no eran pocos.
Recuperaron la versión del “Day Tripper” de The Beatles presente en su directo, que la hacen muy a su manera, sin copiar en exceso a la original, y fue una pena que no se animaran también con “With A Little Help From My Friends”, según la óptica de Joe Cocker. En su lugar tuvimos un homenaje más predecible con “Free Bird” de Lynyrd Skynyrd, que no era poca cosa, sobre todo si se conseguía bordar la parte final de los solos, algo que lograron con nota y la ayuda de esa botella de whisky de la que bebieron los fieles de las primeras filas.
Si existiera un perfume que definiera todo aquello que convierte la música en algo atemporal, al margen de estúpidas modas o incluso de esos zombis con las manos pegadas en pantallas que pululan por las calles, podría decirse que estos estadounidenses se han bañado en sus aguas una y otra vez, cual Obélix cuando se cayó en la marmita de la poción mágica. Su aroma a clásicos se torna embriagante.
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