Crónicas
Hellfest en Francia (sábado) con Judas Priest, Scorpions y Dream Theater: Virtuosismo, vértigo y voces eternas
«El tercer día de Hellfest fue una ceremonia al legado, una reivindicación de lo que significa resistir en el tiempo; con el ritual sagrado de Judas Priest, la melancolía luminosa de Scorpions y la maestría cerebral de Dream Theater»
21 junio 2025
Hellfest, Clisson, Francia
Texto: Irene Díaz. Fotos: Iñigo Malvido
El tercer día de Hellfest amaneció con una tregua inesperada: el sol cedió el protagonismo a una capa de nubes densas que cubrían Clisson. El aire, aunque menos abrasivo, se sentía cargado, como si el día aguardara algo grande. Desde temprano, el ambiente en los pasillos del festival era distinto: menos carreras entre escenarios, más pasos decididos y una audiencia visiblemente diferente a la de las jornadas anteriores (puedes leer aquí la crónica de la primera y aquí de la segunda).
Y es que, como ya es tradición en Hellfest, cada día rinde homenaje a distintos géneros dentro del universo del metal y el rock. El ritmo cambió. El murmullo colectivo tenía otro tono: hoy era la jornada veterana, esa que en todo gran festival actúa como columna vertebral. No era un día de hype pasajero, sino de lealtades forjadas a lo largo de décadas.
A las 16:00, Visions of Atlantis ocupó el escenario Val de Moine con su épica marítima. Vinculado a su nueva era, ‘Pirates II – Armada’ (2024), la banda con Clémentine Delauney y Michele Guaitoli al frente desplegó un set de precisión teatral que arrancó con “Master the Hurricane”, seguido por “Clocks” y “Legion of the Seas”. Cada tema, desde “Tonight I’m Alive” hasta “Hellfire”, estuvo cargado de dramatismo coral, y cuando llegaron “Pirates Will Return” y “Melancholy Angel”, el público ya coreaba espontáneamente.
Cerraron con “Armada”, concluyendo un relato sonoro sin fisuras. Mezcla equilibrada, guitarras y teclados en perfecta sincronía y una dualidad vocal que llevó la teatralidad a la vanguardia del metal sinfónico, una irrupción impecable en un escenario mayor.
Alrededor de las 16:50, el Mainstage 1se convirtió en refugio emocional con la aparición en solitario de Myles Kennedy. Su gira “The Art of Letting Go” fue el pilar de una actuación centrada en contenidos como “The Art of Letting Go”, “Nothing More to Gain”, “Devil on the Wall”, “Mr. Downside” y cierra en crescendo con “Get Along”, “In Stride” y “Say What You Will”.
En un escenario austero, guitarra y voz, Myles construyó una narrativa sonora íntima. Su cuerpo transmitía cada nota, y el público escuchaba en silencio: no fue un acto pasivo, sino una comunión sónica. Entre canciones habló de encontrar tregua en la vorágine del festival, y se sintió auténtico. Nada de estridencia, solo honestidad emocional, una tregua sónica antes del vendaval que llegaría.
Visions of Atlantis aportó robustez orquestal, teatralidad musical y pulso sin defectos. Myles Kennedy, por su parte, regaló un oasis emocional. Todavía quedaba mucho por vivir ese día: Judas Priest, Scorpions y Dream Theater acechaban desde el final del día, listos para confirmar que esta, sin duda, era una jornada de clase, fuerza y legado.
Cuando el Val de Moine comenzó a vaciarse para el cambio de escenario, el aire se volvió denso y expectante. A las 18:30, Black Country Communion irrumpió con un riff que no admitía introducciones: “Sway” marcó el inicio de una clase magistral de hard rock con músculo y elegancia. Joe Bonamassa, en plena forma, ofrecía precisión quirúrgica en cada fraseo mientras Glenn Hughes desplegaba su registro vocal intacto, tan agudo como en sus años con Deep Purple. A su lado, Jason Bonham marcaba un pulso clásico, contenido pero firme, y Derek Sherinian agregaba capas desde su Hammond, con un sonido orgánico que fundía fondo y forma.
El set continuó con “One Last Soul” y “Wanderlust”, temas donde la química de este supergrupo brilló sin artificio. En “Red Sun”, Bonamassa se soltó con un solo cargado de sustain y fraseo blues-rock desgarrador. Hughes, carismático y emocional, saludó al público con un “es un honor estar aquí” que selló la comunión de intenciones. “The Crow” y “Stay Free” confirmaron que el legado del grupo no se basa solo en la reunión de nombres ilustres, sino en la vigencia de un sonido robusto y auténtico. Un leve ajuste en el nivel de guitarra tras el tercer tema pasó casi desapercibido, mientras que el cierre con “Black Country” fue redondo: sin nostalgia forzada, sin exceso, solo música vivida.
Poco después, Savatage subió al escenario con una autoridad casi mitológica. Tras más de dos décadas sin pisar Francia como banda completa, y con una formación intergeneracional que une pasado y presente, su regreso al Hellfest fue más que simbólico: fue un acto de reafirmación. Abrieron con “The Ocean” y “Welcome”, antes de encender al público con “Jesus Saves”. Las guitarras trazaban riffs góticos con una limpieza cristalina, mientras los teclados evocaban atmósferas operísticas.
Uno de los momentos más emotivos llegó cuando la pantalla mostró a Jon Oliva tocando el piano e interpretando una estrofa mientras la banda ejecutaba en directo el resto del tema. Fue una conexión entre eras, un instante que se sintió íntimo incluso en un recinto abarrotado. “Gutter Ballet” añadió dramatismo teatral y, con “Edge of Thorns” y “Believe”, se consolidó una narrativa melódica que tocó el alma de más de un veterano en la audiencia.
El cierre con “Hall of the Mountain King” fue, sencillamente, colosal: sin errores, sin exageraciones, con toda la contundencia que solo una banda que ha vuelto para quedarse puede ofrecer.
SatchVai apareció puntualmente sobre el Mainstage 1 poco después de las 20:30, disipando los rumores y confusiones de horarios previos. Joe Satriani y Steve Vai salieron juntos al escenario escoltados por una formación de lujo: Marco Mendoza al bajo, Kenny Aronoff en batería y Pete Thorn en guitarra rítmica. Desde el arranque con “I Wanna Play My Guitar”, seguido de “The Sea of Emotion, Pt. 1” y “Zeus in Chains”, quedó claro que aquello no era solo una muestra de técnica, sino una conversación sonora entre dos leyendas.
Satriani se deslizó por “Surfing with the Alien” con ese fraseo líquido tan característico, mientras Vai, siempre teatral, empuñó su particular instrumento de tres mástiles para “Teeth of the Hydra”, robando más de un gesto de asombro entre los asistentes. La complicidad entre ambos fue tan musical como personal: Satriani bromeó con su timidez ante el público francés, y Vai, más desinhibido, soltó un solo con sabor flamenco rematado con un “¡olé!” que fue coreado por miles sin dudar.
El clímax emocional llegó con “For the Love of God”, tocada al unísono: armonías que se enredaban como en un rezo instrumental, mientras luces blancas y púrpuras giraban sobre el cielo de Clisson, generando un efecto hipnótico.
La noche reservaba su momento más esperado. A las 21:50, un rugido metálico recorrió el Mainstage 1 cuando Rob Halford apareció sobre una Harley-Davidson Electra Glide Ultra Classic. Pero no fue al inicio, sino en el tramo final del show, durante “Hell Bent for Leather”, como un golpe teatral reservado para cerrar con sello propio.
El escenario, envuelto en humo y luces rojas, recibió al vocalista enfundado en su característico abrigo largo (esta vez más brillante y con detalles metálicos), gafas oscuras, guantes de cuero y botas cromadas. Su paso era lento, apoyado en los laterales, mostrando las limitaciones físicas que arrastra desde hace años. Pero su voz, intacta y punzante, fue suficiente para convertir la escena en un acto casi litúrgico.
Judas Priest ofreció un concierto construido desde el respeto al legado, la técnica y la dignidad. Con más de cincuenta años de historia, la banda ejecutó un set sólido que combinó con maestría clásicos inoxidables y material reciente. Abrieron con “Panic Attack”, del último álbum, ‘Invincible Shield’, seguido por una ráfaga de hits que incluyó “You’ve Got Another Thing Comin’”, “Hell Patrol”, “Sinner”, “A Touch of Evil”, “Night Crawler”, “Breaking the Law” y “Painkiller”. Halford se dirigió al público en una pausa: “Mas de cincuenta anos haciendo heavy metal”. La ovación fue inmediata, profunda, como una ola de reconocimiento y gratitud.
Los temas nuevos (“The Serpent and the King”, “Gates of Hell” y “Giants in the Sky”) se integraron sin fisuras, demostrando que Priest no vive solo de recuerdos. Durante “Giants in the Sky”, se proyectaron en pantalla rostros de leyendas perdidas como Chris Cornell, Lemmy, Ronnie James Dio y Taylor Hawkins. La imagen se acompañó de un mensaje sencillo: “Giants in the Sky”. Fue uno de los momentos más emotivos de toda la jornada. El público vitoreó por segundos antes de romper en aplausos prolongados.
Richie Faulkner y Andy Sneap mantuvieron viva la esencia de las guitarras gemelas con una ejecución precisa y sin excesos. Scott Travis, al mando de la batería, se lució en pasajes como “Painkiller”, una de las piezas más exigentes del repertorio, donde Halford alcanzó agudos impactantes. Incluso cuando necesitó una pausa para tomar aire antes del estribillo, el público lo sostuvo como una sola voz.
La puesta en escena fue sobria y eficaz. Visuales retrofuturistas, logos incandescentes y un diseño que evitó la parafernalia vacía. Todo estaba puesto al servicio del sonido, del mensaje y de la conexión emocional. No hubo fuegos artificiales, pero sí un fuego constante en la entrega.
El final fue una tríada incontestable: “Electric Eye”, “Living After Midnight” y “Hell Bent for Leather”. Fue en esta última cuando Halford irrumpió con la Harley-Davidson, provocando una marea humana de gritos, saltos y puños alzados. La escena fue icónica, no solo por su valor escénico, sino porque simbolizaba una continuidad en el imaginario metalero: Halford sobre su moto, atravesando décadas y generaciones, como un héroe que aún resiste.
Este fue, sin duda, uno de los conciertos más multitudinarios y vibrantes de todo el Hellfest 2025. No por despliegue visual o velocidad, sino por la densidad emocional que acumuló. Judas Priest no necesitó demostrar nada. Confirmaron lo que ya sabíamos: que la historia del metal está escrita con su nombre, y que aún tienen la fuerza para seguir haciéndolo con elegancia, potencia y autenticidad.
El sol ya había cedido su energía sobre Clisson cuando Scorpions finalmente emergieron en el Val de Moine, un ritual que Hellfest recibe con expectación año tras año. Klaus Meine, a sus 77 años, caminaba con pasos lentos, apoyándose en los laterales del escenario: las secuelas de recientes problemas laríngeos (que les obligaron a cancelar conciertos en abril y mayo) eran visibles, pero su compromiso permanecía intacto.
Abrieron con la intro instrumental seguida de “Coming Home”, para luego avanzar con “Gas in the Tank”, “Make It Real”, “The Zoo”, “Coast to Coast” y un medley que entrelazó joyas como “Top of the Bill”, “Steamrock Fever”, “Speedy’s Coming” y “Catch Your Train”. Pero fue con “Rock You Like a Hurricane” cuando el recinto explotó: un estallido coral que convirtió el valle en una sola voz, mientras Matthias Jabs encendía los amplificadores con su característico solo de apertura.
La emotividad se tornó protagonista con “Still Loving You”. Las luces bajaron, las manos se alzaron y Meine sostuvo cada frase con la firmeza de quien conoce el peso emocional de cada palabra. El solo de Jabs reforzó ese aura de romanticismo épico que define a la banda desde los ochenta, mientras el público respondía en un murmullo compartido.
En “Wind of Change”, el momento se volvió aún más íntimo. Una constelación de linternas emergió entre la multitud, iluminando el campo como un río de luz móvil. Fue entonces cuando las pantallas mostraron un tributo silencioso: imágenes de leyendas caídas como Chris Cornell, Lemmy, Ronnie James Dio y Chester Bennington. No hubo discurso, solo un gesto visual que erizó la piel del público.
Pese al respaldo técnico casi perfecto (solo un breve silencio antes de “Blackout” que se resolvió de inmediato), la voz de Klaus Meine mostró ciertos límites. A sus 76 años y con más de medio siglo sobre los escenarios, es natural que el desgaste vocal se haga presente. En los tonos más agudos, su fragilidad era perceptible, pero la banda, con una sensibilidad evidente, ajustó la intensidad musical para proteger sus matices y permitirle espacio. En lugar de disimular sus limitaciones, las abrazaron como parte de su presente. No fue un acto de nostalgia, sino una celebración consciente de lo que aún son capaces de transmitir: emoción, conexión y respeto absoluto por su legado.
Antes de interpretar “Big City Nights”, Klaus tomó la palabra: “Cincuenta años en la carretera, y aún estamos aquí con vosotros”, dijo con una mezcla de humildad y orgullo. La ovación fue inmediata, una marea que lo reconocía no solo como voz de una época, sino como símbolo de perseverancia.
Conscientes de las circunstancias, Scorpions ajustaron su despliegue: no hubo piruetas ni pirotecnia excesiva. Solo una interpretación digna, cargada de respeto por su historia y por un público que les devolvía la energía con lealtad absoluta. La noche concluyó con una ovación prolongada que acompañó a la banda hasta que abandonaron el escenario, entre humo, nostalgia y aplausos.
El tercer día en Clisson cerró con una nota casi mítica cuando, a la una de la mañana, los primeros acordes en el Mainstage 2 marcaron la llegada de Dream Theater, culminando una jornada que osciló entre la nostalgia poderosa y la precisión quirúrgica. No era una noche cualquiera: era su cuarta aparición en Hellfest, esta vez como parte de su gira mundial por el cuarenta aniversario, y con el regreso largamente esperado de Mike Portnoy a la batería, cerrando un ciclo emocional y musical tras más de una década fuera del grupo.
El arranque fue teatral, casi litúrgico: un preludio orquestal dio paso a la potencia cerebral de “A Nightmare to Remember”, donde Jordan Rudess lanzó acordes complejos en diálogo con un riff abrasivo de John Petrucci. El público (todavía vibrante tras la descarga de Judas Priest y la melancolía monumental de Scorpions) se replegó hacia una escucha atenta y contenida. Nadie hablaba. Se entendía que esto no era solo un show: era una cátedra.
El escenario proyectaba visuales caleidoscópicos: engranajes giratorios, constelaciones digitales, relojes que se descomponían en espirales rítmicas. Todo sincronizado con la métrica compleja que Dream Theater ha convertido en su lenguaje. Con la entrada de los temas de ‘Metropolis Pt. 2’, como “Strange Déjà Vu” y “Fatal Tragedy”, se alternaban pasajes virtuosos con una narrativa sonora que exigía atención. Portnoy, más que marcar el tempo, lo contaba con cada golpe de baqueta; John Myung, desde el bajo, sostenía la estructura con precisión de cirujano.
En temas como “Panic Attack” y “The Enemy Inside”, la banda alcanzó un nivel de complejidad rítmica y técnica tan alto como accesible: riffs afilados, compases rotos, sincronías milimétricas. Y pese a críticas pasadas, James LaBrie mantuvo la voz estable, con buena proyección durante todo el set, adaptando su registro con madurez.
La emoción se disparó con “Hollow Years”. La sección acústica redujo el inmenso campo a un susurro colectivo. Las luces bajaron, miles de personas dejaron de moverse, y durante esos minutos solo existió el sonido de la banda. Fue un momento tan silencioso como abrumador.
El setlist también incluyó “As I Am”, “Peruvian Skies”, y el tema “Answering the Call”, del álbum ‘A View from the Top of the World’, así como la potente “The Alien”. El cierre llegó con un doble golpe de energía: “The Dark Eternal Night” y “Pull Me Under”, que convirtieron el campo en un torbellino de pogos espontáneos, gritos rítmicos y puños al aire.
Como encore, y bajo una ligera llovizna, LaBrie bromeó con elegancia: “Ahora llueve, pero no nos importa”, antes de que arrancaran con una inesperada versión instrumental de “Singin’ in the Rain”. Fue un guiño cómplice, técnico y elegante, que cerró la noche con un humor tan sofisticado como desarmante.
No hubo errores técnicos. Todo el set fue ejecutado con precisión milimétrica. Cada transcripción instrumental y cada transición parecían grabadas, pero estaban vivas. El público, en completo silencio durante los momentos más delicados, estalló en una ovación final tan perfecta como el espectáculo mismo.
Este tercer día de Hellfest fue más que una jornada festivalera: fue una ceremonia al legado, una reivindicación de lo que significa resistir en el tiempo. Desde la comunión eléctrica de SatchVai, pasando por el ritual sagrado de Judas Priest, la melancolía luminosa de Scorpions, hasta la maestría cerebral de Dream Theater, Clisson vivió una jornada donde la historia no pesó: resplandeció.
- Los 20 Duros del 30/06 al 06/07: Iron Maiden, Mägo de Oz, Pantera, Paradise Lost, Airbourne, Angelus Apatrida, Avatar o Burning en nuestra playlist de rock y metal en Spotify - 30 junio 2025
- Into The Vortex Festival 2.0 confirma a Bellako como última incorporación a su cartel en 2025 - 30 junio 2025
- Bolsa de noticias: Nudozurdo - Purpendicular - Lost Wingman - Dianna Keys - Ekeko el Perro - Simulacro - Seraina Telli - Al Contado (Ni Un Niño Menos) - 30 junio 2025
1 comentario
Extenso resumen hacia las destacadas actuaciones de históricas bandas como JUDAS PRIEST, DREAM THEATER o los germanos SCORPIONS para este pasado Sábado en el HELLFEST galo.