Crónicas

Hellfest en Francia (domingo) con Linkin Park, Motionless in White o A Day to Remember: Del ruido a la reverencia

«Hellfest 2025 fue distinto. Más arriesgado. Más abierto. Se discutió, se cuestionó, se aplaudió. Se cruzaron géneros, generaciones y estados de ánimo. Y, sin embargo, su alma no solo sobrevive sin que se reafirma»

22 junio 2025

Hellfest, Clisson, Francia

Texto: Irene Díaz. Fotos: Iñigo Malvido

El domingo amaneció con otro pulso. No era cansancio, era contención, como si Hellfest respirara más despacio, sabiendo que el final estaba cerca. En lugar del frenesí de días anteriores (puedes leer aquí la crónica del primer día, la del segundo aquí y la del tercero aquí), había una calma expectante en el aire. Las botas seguían firmes sobre el barro, los escenarios listos, pero los pasos eran más lentos, las conversaciones más suaves. No había menos público, solo otra actitud.

Linkin Park

Destacaban entre la multitud decenas de camisetas negras y violetas de Linkin Park (referencia visual directa a su gira “Zero World Tour”) que contrastaban con el cielo encapotado. Ese símbolo bastaba para notar que algo diferente flotaba en el ambiente: desde que Emily Armstrong se unió en septiembre de 2024 como vocalista junto a Mike Shinoda, la banda ha polarizado a su base de fans. Las emociones iban desde la defensa férrea del legado de Chester Bennington hasta la apertura a una nueva etapa. En Clisson, esa tensión era visible, pero también lo era la expectativa. Vinieron a ver qué tan legítima podía sentirse una nueva voz.

Esa incertidumbre se percibía en todos los escenarios, donde la mezcla de dudas y curiosidad creaba un aire distinto. Fue entonces cuando apareció Poppy. Puede que mi mentalidad sea algo tradicional, pero su estética y concepto me recordaron a esos artistas surgidos en plataformas como MySpace o Bandcamp, como Bring Me the Horizon, que nació en foros underground antes de conquistar estadios. Poppy es ese fenómeno invertido: un avatar digital que surgió en YouTube y redes sociales para transformar la música pop en un experimento metal industrial.

Nacida como Moriah Rose Pereira, Poppy se convirtió en fenómeno viral desde 2013 gracias a sus vídeos surrealistas y su personaje ambiguo entre lo humano y lo sintético. Evolucionó hacia el metal experimental con álbumes como ‘I Disagree’ (2020) y ‘Negative Spaces’ (2024), reclamando espacio en un terreno dominado por guitarras pesadas y fans ortodoxos. Aunque no sea lo que se espera en un festival como Hellfest, su presencia (y la reacción mayoritaria del público que la acogió con curiosa fascinación) suponía un indicador más de la voluntad del festival por expandir fronteras sonoras y por retar lo establecido.

Su repertorio incluyó temas nuevos como “Lean”, “X” y “Bloodmoney pt. II”, junto a himnos de confrontación como “Play Destroy”. Estética futurista, repleta de grafismos estridentes y danza angular, acompañó riffs industriales y beats electrónicos que chocaban con el esperado ethos metálico de Hellfest. En algunos momentos recargó más de lo que alcanzó a comunicar, pero su presencia (y la recepción entre curiosidad y rechazo) confirmó su lugar como experimento sonoro radical. Poppy no viene a complacer al purista; viene a cuestionarlo.

Dead Poet Society

Horas más tarde, Dead Poet Society tomó el relevo en el mismo escenario, ofreciendo un contraste notable. Su propuesta fue introspectiva, íntima y melódicamente cuidada: guitarras cálidas, voces que acariciaban más que golpeaban y una atmósfera envolvente. Temas como “Intoodeep”, “I Hope You Hate Me”, “.SALT.”, “Running in Circles” y “HURT” definieron un set centrado en la conexión emocional.

La mezcla fue precisa, con una dinámica bien regulada que permitía respirar cada instrumento: bajos definidos, percusión sin estridencias, y una voz que transmitía vulnerabilidad sin caer en lo predecible. El público, aún absorbido por el impacto estético de Poppy, se volcó en una escucha atenta y reflexiva.

La tarde avanzó y el ambiente estalló con la llegada de Lorna Shore al Mainstage 2. Con más de quince años de trayectoria desde su formación en 2008, la banda de New Jersey ha mutado desde un deathcore técnico hacia una propuesta más sinfónica y atmosférica, sin perder ni un ápice de su brutalidad. Desde su renacer con Will Ramos al micrófono en 2021, han llevado su show a un nuevo nivel de intensidad escénica, algo que en Hellfest quedó plenamente demostrado.

Desde el primer segundo, el sonido fue una advertencia: “Sun//Eater”, con su apertura orquestal seguida de un breakdown colosal, y “To the Hellfire”, su tema más viral, desplegaron una violencia sonora que no dio tregua. Las voces guturales de Ramos, capaces de alternar squeals agudos y growls abisales, se recortaban con nitidez sobre un muro de guitarras densas y batería aplastante.

Lorna Shore

Durante “Into the Earth”, se rompió una cuerda en pleno riff; el silencio duró apenas un par de segundos. El técnico reaccionó con precisión quirúrgica, entregando el nuevo instrumento sin alterar el flujo. La reentrada fue aún más feroz, como si el error hubiese servido para recargar energías.

La ejecución del set, que también incluyó “Cursed to Die”, “Of the Abyss” y “Pain Remains I: Dancing Like Flames”, mostró el equilibrio entre la violencia coreográfica del deathcore y una ambición sonora casi sinfónica. Desde lo técnico, la mezcla fue un logro: pese al volumen brutal, no hubo saturación ni pérdida de matices. Los blast beats de Austin Archey mantuvieron precisión incluso en los momentos más vertiginosos, mientras las capas de sintetizadores añadían una atmósfera fúnebre que envolvía el campo.

El público respondió con intensidad proporcional: moshpits espontáneos, crowd surfing constante y una masa que oscilaba entre el asombro y la entrega total. Lo de Lorna Shore no fue solo una descarga de potencia, fue la confirmación de que, tras casi dos años ininterrumpidos de gira internacional, están en su momento más afilado, tanto en ejecución como en impacto.

Uno de los momentos más significativos del cuarto día llegó con Eagles of Death Metal en el Mainstage 1. Bajo un sol que ya bajaba con dignidad, la banda californiana desplegó un set vibrante, emotivo y perfectamente ensamblado. El escenario se transformó en una celebración viva del rock de garage con tintes de redención. Jesse Hughes, siempre excéntrico y entregado, apareció con su ya legendario bigote, gafas rojas y guitarra Gretsch, flanqueado por Jennie Vee al bajo (una presencia magnética) y Jorma Vik en batería, sosteniendo el groove con solidez.

Eagles of Death Metal

Desde los primeros compases, quedó claro que no se trataba de una actuación cualquiera. El arranque con “I Only Want You” fue directo, con guitarras crudas y una mezcla perfectamente balanceada. La banda sonaba ajustada, con un tono valvular que recordaba más a los clubs sucios de Palm Desert que a un mainstage europeo. Jesse Hughes, entre canción y canción, se dirigió al público con humildad y una emoción apenas contenida. Al hablar del atentado del Bataclan de 2015 (del que fueron protagonistas involuntarios) dijo con voz quebrada: "Cada vez que tocamos en Francia, lo hacemos por nuestros hermanos y hermanas que ya no están”. No fue un discurso largo, pero bastó para provocar una oleada de respeto palpable en el aire.

A nivel técnico, el set fue impecable: los riffs de “I Want You So Hard (Boy’s Bad News)” y “Don’t Speak (I Came to Make a Bang!)” estaban afinados al grano, con un tono crudo que priorizaba la actitud sobre el virtuosismo. Las armonías vocales con Jennie Vee aportaban un contrapunto melódico y vibrante, mientras Vik controlaba los cambios de tempo con eficacia invisible. La banda también interpretó “Complexity” y “Now I’m a Fool”, aportando texturas más lentas pero densas, casi blueseras, mostrando que su show no es solo dinamita, sino también estructura y narrativa.

La formación actual se ha estabilizado tras varios cambios desde 2019, cuando Dave Catching redujo sus apariciones en vivo. Hughes ha apostado por una energía más cohesiva con músicos que entienden tanto el dolor como el humor que la banda carga consigo. Jennie Vee, en particular, ha aportado no solo presencia escénica, sino una base melódica precisa, que contrasta con el caos controlado de Hughes.

“Miss Alissa” encendió una oleada de baile en todo el campo, con fans improvisando pasos y levantando cervezas al aire, mientras que “Wannabe in LA” se convirtió, como siempre, en un himno de carretera abierto. El cierre con “Cherry Cola” fue más que un adiós: fue una especie de rito catártico. Con una línea de bajo cargada de swing y guitarras juguetonas, el público estalló en una coreografía desordenada pero feliz. No hubo fuegos artificiales, ni efectos visuales abrumadores, pero sí algo más difícil de fabricar: verdad.

Motionless in White

Este segmento del domingo condensó un tipo de energía diferente a la violencia de Lorna Shore o a la oscuridad teatral de Motionless in White. Aquí el eje fue la humanidad: una banda que ha sobrevivido a su tragedia, a los cambios de formación, al escrutinio y al paso del tiempo, y que sigue entregando cada nota como si fuera la última. Fue un capítulo de groove sincero, técnica pulida y emociones sin pose.

El cielo gris contenía el calor mientras el Mainstage 2 se preparaba para el bloque nocturno más denso de la jornada. La tensión era palpable: se avecinaban Motionless in White, Refused, A Day to Remember y Walls of Jericho. El paso entre escenarios se convirtió en una procesión cargada de expectativa. El ambiente no era solo de euforia, sino de contención: cada banda traía consigo una propuesta distinta, y el público lo sabía.

El primero en romper esa carga fue Motionless in White, que debutaba en Hellfest. Con una estética de horror punk cuidada al detalle y una ejecución musical cargada de capas, la banda convirtió su presentación en un espectáculo tanto visual como sonoro. Abrieron con “So Tell Me Your Secrets”, y desde el primer compás, una marea de luces violetas emergió del público. Las cabezas se balanceaban al ritmo de breakdowns densos y precisos, mientras Chris Motionless comandaba la escena con movimientos entre teatrales y amenazantes.

La ejecución fue técnica y controlada: riffs nítidos, bajo profundo, y una batería que golpeaba sin ahogar al resto de la mezcla. La voz de Chris, lejos de fatigarse, se mantuvo firme y versátil, alternando registros con una naturalidad inquietante. Sonaron también “Voices”, “Thoughts & Prayers”, “Necessary Evil” y “Scoring the End of the World”, todas coreadas con entusiasmo por una audiencia que parecía conocer cada palabra.

El ambiente fue oscuro, pero nunca estático: el set progresó como una narrativa, con picos de agresividad y momentos de contención emocional que lograban mantener a todos atentos, incluso en una hora ya avanzada del festival. Lejos de limitarse a lo escénico, el grupo ofreció una producción sólida. Las luces, mayormente púrpuras, verdes y rojas, jugaban con la estética gótica mientras columnas de humo y ráfagas de luz acompañaban cada golpe de batería y cada estribillo.

Refused

Refused tomó el relevo en el Val de Moine con una actuación cargada de significado y precisión. En su gira titulada “Refused Are Fucking Dead”, anunciada tras el infarto sufrido por Dennis Lyxzén en junio de 2024, la banda decidió cerrar el ciclo tocando cada canción que ha definido su carrera. Hellfest sirvió como una de las etapas centrales de esta despedida consciente.

Su show, programado de 18:40 a 19:40 y documentado por fans, presentó el siguiente repertorio:
“The Shape of Punk to Come”, “The Refused Party Program”, “Rather Be Dead”, “Coup d’état”, “Malfire”, “Liberation Frequency”, “Summerholidays vs. Punkroutine”, “The Deadly Rhythm”, “REV001”, “Pump the Brakes”, “Worms of the Senses / Faculties of the Skull” y “Elektra”.

Desde el primer riff de “The Shape of Punk to Come”, el público estalló en un pogo coral. El peso del legado se sintió en cada riff: guitarras rápidas y nítidas, batería quebrando patrones con precisión y bajo profundo que mantenía la masa sonora firme. La banda se movía con sincronía milimétrica: Magnus Flagge y Mattias Bärjed rasgaban riffs limpios y afilados, mientras David Sandström marcaba el tempo sin fisuras incluso en los fragmentos más complejos.

Lyxzén lideró desde la convicción: su voz, rasgada y cargada de tensión, emergía en registros extremos sin perder coherencia. En temas como “New Noise”, la multitud respondió con un fervor que llenó el valle de electricidad—aun sin errores técnicos; todo fluyó con una fuerza controlada, casi ritualística. El solo de “Worms of the Senses…” fue un estallido final, antes de cerrar el set con “Elektra”, donde la tensión alcanzó su punto máximo.

Lo más imponente fue el simbolismo: una banda que se despide en pleno apogeo, que transforma su legado en celebración. Desde su surgimiento en 1991 como estandarte del punk sueco, pasando por discos fundamentales como ‘Songs to Fan the Flames…’ (1996), ‘The Shape of Punk to Come’ (1998) o ‘Even Series…’, hasta su comeback en 2015 y la publicación de ‘War Music’ (2019), Refused eligió Hellfest para refrendar una identidad inviolable. Según declaraciones recientes de Lyxzén, esta gira no es un adiós melancólico, sino un cierre consciente que busca honrar a la comunidad punk con dignidad y claridad. El resultado fue un show impecable; una demostración de que ni el caos ni la velocidad necesitan sacrificar técnica: Refused construyó un monumento al punk moderno en vivo, y lo más potente es que lo hizo sonando vigente, relevante y enteramente auténtico.

A Day to Remember

A continuación, A Day to Remember subió al mismo escenario alrededor de las 19:45, combinando posthardcore, pop punk y un punto de metal core melódico. Iniciaron con “All I Want”, provocando una respuesta coral inmediata. El primer circle pit se formó con “The Downfall of Us All”, pero la verdadera intensidad llegó con “The Plot to Bomb the Panhandle”, cargada de breakdowns exactos. La voz de Jeremy McKinnon alternó entre canto limpio y gritos aterradores, manteniendo balance entre melodía y la furia coreada.

La mezcla fue clara (guitarras definidas, baterías precisas) y, tras un tramo central algo energética, se corrió un colectivo que no se vio a lo largo del día: varios miles en pogo compartido, incluso al fondo del recinto.

Finalmente, Walls of Jericho cerró el bloque con una llegada desde Detroit cargada de rabia y ferocidad. Candace Kucsulain, rivera y agresiva, se posicionó en el borde del escenario y gritó “We're here to f**k shit up!”. Comenzaron con “All Hype” y la marea respondió con un pit sin tregua. Metalcore mezclado con hardcore, breaks, gritos y técnica punzante. La guitarra cortante y la batería galopante se mantenían nítidas en todo momento, y la voz de Candace, rasgada y enfocada, se alzó sin fatiga. Y cuando terminaron con “A Trigger Full of Promises”, el escenario se vació entre sudor y aplausos prolongados.

Ya caía la noche cuando Falling in Reverse tomó el escenario del Mainstage 2, justo cuando el calor comenzaba a ceder y una brisa densa recorría Clisson. Ronnie Radke, con su habitual mezcla de arrogancia escénica y dominio vocal, no tardó en prender la mecha con “Zombified”. La puesta en escena fue milimétrica: luces sincronizadas, efectos visuales agresivos y un sonido que golpeaba el pecho sin distorsión. “Voices in My Head” y “I’m Not a Vampire” fueron recibidas como himnos generacionales por una audiencia que sabía exactamente por qué estaba allí.

Técnicamente impecables, sin errores visibles ni fallos de mezcla, Falling in Reverse desplegó un set directo, envolvente y brutal. Liderados por Ronnie Radke, quien nunca ha rehuido la controversia, ofrecieron una actuación cuidadosamente coreografiada que atrapó incluso a los escépticos. El formato incluyó una puesta en escena donde la cámara gira alrededor del escenario recogiendo cada gesto: una estética visual envolvente que amplificó la sensación de protagonismo e inmediatez.

En el escenario, la banda jugaba con luces rojas y blancas en pulsos sincronizados al ritmo de la música, mientras proyecciones caleidoscópicas giraban y cambiaban como reflejo de la estructura sonora fragmentada de sus composiciones. Esta unidad visual y musical creó una sensación casi cinematográfica, especialmente durante riffs que se acercaban al nu metal y al metalcore con una ejecución absolutamente nítida.

Linkin Park

Cuando Radke cantó “Popular Monster”, el público se volcó en una ola de puños alzados, un momento visceral justo antes del acto más esperado de la noche: Linkin Park. Esa canción, junto a “All My Life”, demostró cómo fusionan agresividad y melodía, construyendo puentes entre géneros sin romper su identidad sonora.

Más allá de su estilo mezclado de rap metal, emo y electropop, lo importante es que lograron redefinir su presencia en Hellfest: no espectáculo artificial, sino energía cruda, de cercanía y contundencia real. Falling in Reverse no solo sonaron intensos; consiguieron que cada riff se sintiera propio de la marea metalera que agitaba el valle.

Fue un último golpe seco antes del acto más esperado… y tal vez el más discutido: Linkin Park. Desde que se anunció su regreso, la polémica había sido inevitable. Reaparecer sin Chester Bennington, siete años después de su fallecimiento en julio de 2017, y hacerlo con Emily Armstrong al frente, despertó heridas aún abiertas. Muchos fans lo vieron como un homenaje, otros como una osadía. Algunos hablaban de valentía, otros de oportunismo. Pero todos estábamos ahí. Por curiosidad, por fidelidad, por respeto o por necesidad.

El set arrancó sin rodeos con “Somewhere I Belong”, y de inmediato la tensión se hizo palpable. Emily, técnicamente sólida desde el primer verso, se movía entre la contención y el respeto. Su interpretación fue limpia, potente, afinada, pero (y esto se sintió, más que se dijo) le faltaba color.

Linkin Park

Ese tono desgarrado, imprevisible y emocional que Chester imprimía incluso en susurros. En “Lying From You” y “Bleed It Out”, la banda mantuvo un ritmo implacable, con Mike Shinoda equilibrando las transiciones y reforzando la conexión con el público. “Waiting for the End” tuvo un arreglo especial, más atmosférico, que sirvió para equilibrar la nostalgia con el presente.

La mitad del set fue una montaña rusa emocional: “Papercut”, “Castle of Glass”, “Burn It Down”, “Crawling”… cada canción recibida como una vieja amiga que no habías visto en años. “Numb” desató la ovación más sincera de la noche: miles de personas cantando al unísono, como si las palabras aún sanaran algo. Emily, en un acto de humildad, bajó la intensidad de su voz para que la masa tomara protagonismo. Y eso funcionó. No como reemplazo, sino como ritual compartido.

El encore fue simple y devastador. “In the End”, coreada desde la primera nota, con lágrimas, abrazos y teléfonos encendidos. Luego “One Step Closer”, con un cierre incendiario en todos los sentidos: fuego real, luces blancas cruzando el cielo, y una descarga final que parecía querer romper el suelo del Mainstage.

Linkin Park

Y cuando pensábamos que todo había terminado, ocurrió lo más inesperado. Mientras el público comenzaba a salir lentamente, con pasos arrastrados pero corazones en alto, sonó por los altavoces “Leave Out All the Rest”, con la voz original de Chester. Nadie lo anunció. Nadie lo explicó. Solo… ocurrió. Un gesto sencillo, casi imperceptible, pero cargado de significado. Nos detuvimos. Algunos con los ojos cerrados. Otros simplemente mirando al cielo. Fue un homenaje silencioso, pero rotundo. Chester se fue en julio de 2017, poco después de su última gira, y ese eco que quedó flotando en el aire fue, sin duda, su despedida… y su presencia.

Conclusión de Hellfest 2025

Así cerró esta edición. Entre estridencias y suspiros. Entre controversia, emoción, sudor, y una devoción que, año tras año, convierte este lugar en algo más que un festival.

Hellfest 2025 fue distinto. Más arriesgado. Más abierto. Se discutió, se cuestionó, se aplaudió. Se cruzaron géneros, generaciones y estados de ánimo. Y, sin embargo, su alma no solo sobrevive sin que se reafirma.

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Esta entrada fue escrita por Redacción

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