Crónicas
Hellfest 2025 en Francia (viernes) con Muse, Within Temptation o Sex Pistols: El Infierno también tiene synths
«Hellfest ya no es solo un festival de metal: es una celebración de todas las formas en que el ruido, la actitud y la honestidad escénica pueden seguir sacudiendo al mundo»
20 junio 2025
Hellfest, Clisson, Francia
Texto: Irene Díaz. Fotos: Iñigo Malvido
La llegada a la zona VIP el segundo día supuso un alivio frente a un sol implacable: con temperaturas que escalaron hasta los 38 grados, la única tregua real llegaba en forma de sombra en el área VIP o debajo de los toldos más generosos. Aun con las críticas constantes que recibe el Hellfest por su estilo “hollywoodiense” (sus estructuras mastodónticas, su cartel versátil, su aspecto más de parque temático que de festival under), tengo que decirlo: tras casi veinte años recorriendo festivales por todo el mundo, la organización de este sigue siendo de las más sólidas que he vivido. Todo está pensado: agua gratuita, logística clara, zonas funcionales, sonido técnicamente impecable. Sí, como ya dije antes, no estaría mal que se agregaran más espacios de descanso con sombra cerca de los escenarios, especialmente en días tan extremos como este. Pero en lo importante, Hellfest no falla. Puedes leer aquí la crónica de la primera jornada (Korn, Till Lindemann…)
A las 14:20, Burning Witches irrumpió en el escenario Altar desatando una ráfaga de heavy power metal con acento femenino y precisión suiza. En pie desde 2015, estas suizas ya habían registrado seis giras, y en Clisson presentaron un repertorio estructurado en torno a sus álbumes ‘Dance With the Devil’ y ‘The Dark Tower’. Las guitarras de Romana Kalkühl y Larissa Ernst (una con Fender, otra con Gibson) tejieron una red de riffs contundentes, armónicos afilados y palm mutes ejecutados con una sincronía envidiable. Al bajo, Jeanine Grob cimentó los graves con presencia sin saturar, y Lala Frischknecht, desde la batería, firmó un pulso firme, técnico y enérgico.
El único tropiezo técnico (una leve desincronización en la mezcla de la doble tarola durante “The Spell of the Skull”) fue resuelto con rapidez por el equipo de monitores, dejando intacta la claridad de la mezcla en los temas restantes. Laura Guldemond, al frente, manejó su registro vocal agudo con potencia y teatralidad, haciendo rugir cada estribillo. El cierre con “Burning Witches” dejó al público coreando y aplaudiendo de pie: un broche encendido para una actuación sólida y sin concesiones. Técnicamente, la mezcla destacó por un balance bien calibrado: medios definidos, agudos nítidos y un muro sonoro que nunca ahogó la voz principal. Fue, sin duda, el arranque ideal para un día de calor infernal y música abrasiva.
Aproximadamente a las 16:00, Nervosa tomó el pulso del día con una descarga de thrash moderna que no dio respiro. En su alineación, vigente desde 2021, el trío brasileño entregó un set explosivo compuesto por “Seed of Death”, “Behind the Wall”, “Death!”, “Kill the Silence”, “Perpetual Chaos”, “Venomous”, “Ungrateful”, “Masked Betrayer”, “Under Ruins” y clausuraron con una vibrante versión de “Jailbreak”.
El bajo de Hel Pyre se sintió como un martillazo en frecuencias graves que llegaban hasta los 40 Hz; su slap afinado y potente cimentaba un groove sólido, mientras Luana Dametto martilleaba los doble bombos con una precisión y velocidad demoledoras. La guitarra de Prika Amaral brilló en los solos de “Perpetual Chaos”, demostrando técnica y control, y el público respondió con un pogo ininterrumpido y prácticamente tribal. Tuvieron un único contratiempo: un pico de graves al inicio que la cabina corrigió rápidamente con un filtro, devolviendo el equilibrio sin afectar la intensidad del set. Fue, sin duda, un muestrario de técnica, cohesión y furia contenida del thrash contemporáneo.
Media hora después, a las 17:45, The Warning subió al Mainstage 1 con una propuesta más melódica pero igual de intensa. Las hermanas Daniela, Paulina y Alejandra Villarreal presentaron un repertorio íntegro, comenzando con la pegadiza “Intro 404” seguida por “S!CK”, “Qué Más Quieres”, “Escapism”, “MORE”, “ERROR”, “Sharks”, “DISCIPLE”, “Hell You Call a Dream”, “EVOLVE” y cerraron con “Automatic Sun”.
La voz de Daniela destacó por su claridad y potencia, capaz de flotar sobre guitarras contundentes sin perder definición; y Paulina, la batería, combinó precisión técnica y ritmos fuertes, incluso salpicando al público con agua como gesto espontáneo de camaradería. Alejandra, al bajo, sostuvo la base rítmica con seguridad, permitiendo que los quiebres melódicos cobrasen luz en composiciones como “Escapism” y “Sharks”. Técnicamente, su sonido fue equilibrado, con eco justo y voces que sobresalían sin eclipsar los instrumentos. El coro unificado en “Automatic Sun”, bajo la intensidad del sol, fue un momento de comunión y elevación colectiva
Y el climax, al menos para mi, alos que no tengo el placer de ve desde el 2007 llegó a las 18:35 con The Cult, veteranos del rock británico formados en 1983 y con una sola participación previa en Hellfest, en 2011. Su regreso, catorce años después, venía cargado de promesas: ofrecer un directo elegante, oscuro, cargado de clásicos y de esa estética entre lo chamánico y lo urbano que siempre ha distinguido a la banda. Pero el sol era un enemigo formidable. A 38 grados y sin apenas sombra frente al Mainstage, la conexión emocional que esperaban establecer no terminó de cuajar.
Ian Astbury, vestido completamente de negro con falda larga, chaqueta ligera y su inseparable sombrero fedora, parecía resistir más que actuar. Su andar era pesado, su actitud a veces distante. Desde los primeros acordes de “She Sells Sanctuary”, el público, aunque numeroso, se mantuvo más atento que entregado. Siguieron con “Rain”, “Fire Woman” y “Lil’ Devil”, piezas que, en otro contexto, habrían provocado un estallido colectivo. En cambio, fueron recibidas con respeto, pero sin entusiasmo. Muchos optaban por guardar energía a la sombra o bajo gorros improvisados, mientras otros simplemente observaban sin cantar, como si el calor absorbiera cada intento de comunión.
Billy Duffy, siempre sólido, mantuvo la elegancia técnica: sus riffs en “Spiritwalker” y “Love Removal Machine” sonaron limpios, con ese tono crudo y espacial que distingue su estilo. En “Edie (Ciao Baby)”, la interpretación de Astbury fue especialmente sentida: bajó la reverberación, se arrodilló en silencio y ofreció su versión más introspectiva. Fue uno de los pocos momentos en que logró romper la barrera térmica entre escenario y explanada.
La banda, completada por Charlie Jones al bajo (colaborador de Robert Plant) y John Tempesta en batería, cumplió con creces desde el plano técnico. El sonido fue equilibrado, salvo un leve fallo en la tarola durante “Rain”, solucionado en segundos por el equipo de sonido. El setlist, además, incluyó cortes menos habituales como “Phoenix” y “Wild Flower”, que ofrecieron variedad sin alterar demasiado la atmósfera general.
Astbury intentó dinamizar el set invitando al público a corear con un “olé, olé, olé”, algo que ha utilizado en numerosos conciertos en Europa en los últimos años como una forma de crear conexión con el público local y evocar ese componente festivo o tribal que a menudo imprime a los shows de The Cult. No era una novedad en Hellfest 2025, pero tampoco una fórmula infalible: esta vez, la respuesta fue tibia. Se le vio claramente incómodo, murmurando algo con Duffy tras bambalinas entre tema y tema. No fue una falta de interés, la audiencia seguía allí, resistiendo, sino una lucha contra los elementos. El sol había ganado esa batalla, y aunque The Cult no logró una comunión total, ofreció un concierto formal, honesto, y por momentos hipnótico.
El cierre con “Love Removal Machine” fue más catártico que explosivo. Y en ese final, Astbury lanzó una petición seria y conmovedora: “Que la música sea un puente, no un campo de batalla”. Un mensaje pacifista que, aunque no levantó vítores, sí dejó una huella ética en medio de la jornada más árida del festival.
A las 19:30, Epica subió al Mainstage 1 con una propuesta de metal sinfónico ejecutada con una precisión casi quirúrgica. Simone Simons, Mark Jansen, Isaac Delahaye, Rob van der Loo, Coen Janssen y Ariën van Weesenbeek articularon un repertorio que equilibró su nuevo álbum, ‘Aspiral’ (2025), con piezas ya imprescindibles de su carrera. Sonaron temas como “Cross the Divide”, “Victims of Contingency” y “T.I.M.E.”, seguidos por clásicos como “The Last Crusade”, “Unleashed” y “Cry for the Moon”. Cerraron con “Beyond the Matrix” y “Consign to Oblivion”, en un bloque final tan preciso como contundente.
La puesta en escena fue limpia y sin fallas: las guitarras Ibanez de Delahaye cortaban con nitidez quirúrgica, el bajo de van der Loo ofrecía una textura envolvente sin saturar, y los teclados de Janssen integraban las capas sinfónicas con equilibrio y fidelidad. Simone Simons, siempre elegante y controlada, ofreció una interpretación vocal de alto nivel, aunque en algunos agudos puntuales pareció contenerse para no forzar. A pesar del nivel técnico, la interacción con el público fue comedida: entre canciones, los silencios se alargaban más de lo habitual, y los nuevos temas, aunque ejecutados con perfección, no lograron una respuesta masiva. Hubo un intento de corear “Unleashed” que se desinfló a mitad. La sensación general fue de admiración respetuosa, pero con cierta distancia emocional.
Todo cambió a las 21:15, cuando The Hu tomó el Mainstage y convirtió el campo en un ritual colectivo. El ascenso del grupo mongol desde una carpa secundaria en 2022 hasta este escenario principal ha sido meteórico. Con una instrumentación que mezcla morin khuur, tumurs y flautas tradicionales con guitarras eléctricas y percusión pesada, comenzaron con temas como “Upright Destined Mongol”, “The Same” y “Grey Hun”, para luego encender al público con “The Gereg”, “Wolf Totem”, “Black Thunder” y el ya emblemático “Yuve Yuve Yu”.
En medio del set, un leve fallo en un micrófono de viento fue solucionado al instante, sin afectar el flujo del concierto. Lo esencial fue la conexión: Gala, el vocalista principal, tomó el micrófono en uno de los interludios para decir: “Hagamos este momento juntos”, y no mentía. Desde los primeros compases, se desató una oleada de crowdsurfing, palmas al unísono y una entrega colectiva que trascendió el idioma. Fue un momento de comunión casi espiritual: los tambores antiguos marcaban el pulso de una ceremonia contemporánea donde la emoción y la fuerza ancestral se fundieron en una sola voz. The Hu no solo ofreció un concierto: ofreció una experiencia.
A las 22:45, Within Temptation tomó el control del Opus Stage con la precisión de un engranaje sin desgaste. Con casi tres décadas de trayectoria, el grupo liderado por Sharon den Adel ofreció un espectáculo que conjugó potencia sinfónica con sensibilidad escénica, demostrando que la experiencia también puede emocionar sin necesidad de estridencias. A su lado, Ruud Jolie y Stefan Helleblad tejieron con exactitud las capas de guitarra que sustentan el sonido de la banda, mientras Jeroen van Veen al bajo y Mike Coolen en batería mantuvieron un pulso firme, sin dejar espacio para la vacilación. Vikram Shankar, sustituyendo a Martijn Spierenburg en los teclados, aportó una atmósfera envolvente sin romper la coherencia estética del conjunto.
Abrieron con “We Go to War” y “Bleed Out”, del disco homónimo de 2023, seguidas por “Faster” y “In the Middle of the Night”. Las transiciones fueron fluidas, sin titubeos ni momentos de desconexión. “Stand My Ground” buscó encender al público; Sharon, con gesto sereno, pidió acompañamiento coral. La respuesta fue contenida (el calor y el cansancio del día pasaban factura), pero no por ello ausente de emoción.
En “What Have You Done” y “Don’t Pray for Me”, se percibió una entrega íntima, casi confesional. El sonido no presentó flaquezas: la mezcla conservó un equilibrio cristalino, donde los medios y agudos convivieron sin enredarse, y los graves no invadieron el espacio melódico.
Los momentos de mayor conexión llegaron con “Paradise (What About Us?)”, “Supernova” y el bis de “Mother Earth”, donde la nostalgia se transformó en celebración silenciosa. La interpretación vocal de den Adel, como es habitual, se mantuvo sin afectación: afinada, controlada, genuina. No hubo acrobacias innecesarias ni poses forzadas, sólo una frontwoman en plena madurez artística, consciente de lo que da y de lo que no necesita demostrar.
En entrevistas previas, la banda ha adelantado que el próximo álbum buscará un enfoque más introspectivo, menos orquestado, centrado en la vulnerabilidad y el relato humano. Este concierto pareció abrazar esa transición: majestuoso, pero comedido; emocional, sin grandilocuencias.
Muse había sido la gran incógnita del cartel. ¿Cómo encajaría una banda frecuentemente etiquetada como “rock alternativo” o “pop progresivo” en uno de los festivales más implacablemente metaleros del mundo? La respuesta no tardó en revelarse: riffs reformulados, guiños certeros a bandas como Gojira o Rage Against the Machine, y la capacidad de reconvertir su universo sonoro en una experiencia visceral. En Clisson, Muse no solo se adaptó: mutó.
La noche descendía con densidad sobre el Mainstage 1 cuando el trío de Devon hizo su entrada triunfal, marcando su debut en Hellfest. Desde su anuncio, el escepticismo no faltó entre los puristas: “¿Qué pinta Muse aquí?”, se oía con frecuencia. Pero Matt Bellamy ya lo había anticipado: “Queremos enfrentarnos a la energía real del Hellfest”. Y no lo dijeron, lo tocaron.
Abrieron con “Unravelling”, y una parte instrumental oscura en afinación baja, casi djent, donde la guitarra de ocho cuerdas se rechinaba contra una base rítmica monolítica. “Stockholm Syndrome” apareció a continuación, prometiendo dinamita… hasta que un fallo en la mezcla dejó la guitarra de Bellamy casi inaudible y el bajo sobrecargado ahogó la caja de batería; risas nerviosas en el público, miradas a los técnicos, tensiones. Pero en “Psycho” todo se afinó: los médiums retomaron pulso y las frecuencias graves se homogeneizaron, devolviendo coherencia sonora a la banda.
Con “Kill or Be Killed”, Muse dio por inaugurado su dominio. Riffs cargados de distorsión, breaks rotos, y un sample de “Duality” de Slipknot, empaparon de metal el recinto. Inmediatamente después, “Won’t Stand Down” demostró una estructura casi industrial: bombos graves, guitarras densas y surtidos de efectos modulados. Entonces llegó el himno que lo consolidó todo: “Hysteria”, con ese palm mute cortante y el bajo de Chris Wolstenholme sonando tan profundo que pareció abrir grietas en el suelo. Allí, en ese estallido, el público cambió de estado: saltos, puños, intenso vínculo colectivo.
Pero el momento más hipnótico fue el medley reivindicativo: un mapa de influencias que desplegó un fragmento de “Stranded” de Gojira (guiño en negrita al metal francés), un eco de “Heart Shaped Box” y un prólogo crudo con “Calm Like a Bomb” antes de entrar en “New Born”. La guitarra de ocho cuerdas afiló su filo, y pulsó como un nuevo himno de ruptura.
A mitad de “New Born”, un nuevo tropiezo: Bellamy perdió señal en su guitarra. Técnica corriendo al rescate, pedalera reajustada y Matt soltó una frase oportunista: “Even guitars need to catch their breath in Clisson”. Risas que bajaron tensión, aplausos y continuación con una banda más suelta, confiada.
El tramo final fue un crescendo demoledor: “Citizen Erased”, “Time Is Running Out” y “Supermassive Black Hole” se sucedieron con precisión mecánica, visuales oscuros, breaks limpios y ritmos intensos. El pulso ya era colectivo, y las pantallas reforzaban la estética posapocalíptica del set. El broche vino con “Plug In Baby” (riff neoclásico que brilló cortante) y el himno final: “Knights of Cydonia”, precedido por el “Man With a Harmonica” de Ennio Morricone, en un arranque épico que arrancó puños, saltos y gritos en masa.
El setlist completo: “Unravelling”, “Stockholm Syndrome”, “Psycho”, “Kill or Be Killed”, “Won’t Stand Down”, “Hysteria”, medley de intros/homenajes, “New Born”, “Citizen Erased”, “Time Is Running Out”, “Supermassive Black Hole”, “Plug In Baby”, “Knights of Cydonia”.
Muse no solo se adaptó al espíritu Hellfest: lo hizo suyo. Tocaron más pesado, más directo, más crudo. Con problemas técnicos incluidos, demostraron que un headliner no necesita validación de género cuando ofrece autenticidad, potencia y respeto por su público. Lejos de impostar una actitud metalera, Muse entendió el terreno que pisaba y respondió con una puesta en escena diseñada para resistir cualquier prejuicio. En un festival donde el purismo a veces domina el discurso, ellos apostaron por el riesgo: reconfiguraron su identidad sin traicionarla, y construyeron una experiencia sonora a la altura del evento. Fue, sin exagerar, una consagración inesperada, no por falta de talento, sino por el lugar y el momento. Y en esa fricción entre estilos, Muse encontró su espacio más genuino.
Cuando los relojes marcaban la 1:00 AM, el Val de Moine se transformó en un caos controlado. Sex Pistols, en una versión actualizada con Frank Carter al micrófono, irrumpieron como si nunca se hubieran ido. En el escenario estaban los miembros originales Steve Jones (guitarra), Paul Cook (batería) y Glen Matlock (bajo), en una formación cargada de historia, rabia y actitud.
Desde el primer acorde de “Holidays in the Sun”, se entendió que esto no sería un ejercicio de nostalgia. Carter, lejos de imitar a Rotten, trajo su propia furia: una energía física, directa, que combinaba la agresividad del punk original con el brío escénico de una nueva generación. El público, bañado en sudor y adrenalina tras casi quince horas de música, respondió al instante: pogos, gritos, coros y una entrega total.
El repertorio incluyó clásicos como “Seventeen”, “Pretty Vacant”, “Bodies”, “God Save the Queen”, “No Feelings” y “Problems”, ejecutados con una solidez sorprendente. Si bien hubo un par de momentos de desajuste en los tempos (en particular durante “No Fun”), la actitud compensó cualquier fisura técnica. Jones mantuvo su característico sonido sucio y cortante, Cook fue metrónomo punk sin florituras, y Matlock aportó ese colchón de groove que da cohesión a la furia.
El punto más álgido llegó con “God Save the Queen”. En un momento donde la crítica social y la provocación parecen domesticadas, escuchar este himno fue como recibir una bofetada necesaria. Carter lo interpretó con una mezcla de ironía y respeto, y al cerrar con “Problems”, la sensación era clara: el punk aún tiene filo.
Conclusión del día 2
El segundo día de Hellfest fue un compendio de contrastes llevados al extremo: la brutalidad técnica de Nervosa, la potencia melódica de The Warning, la elegancia épica de Within Temptation, el tribalismo magnético de The HU, y la reinvención contundente de Muse, coronados por el regreso desfachatado de los Sex Pistols.
Todo esto sucedió bajo temperaturas extremas, con el sol actuando como un antagonista permanente. Aun así, el público no cedió. Lo que se vivió en Clisson fue una jornada de resistencia, donde el cuerpo se desgasta, pero el espíritu se multiplica. Porque si algo quedó claro es que el Hellfest ya no es solo un festival de metal: es una celebración de todas las formas en que el ruido, la actitud y la honestidad escénica pueden seguir sacudiendo al mundo.
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