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Crónica de Fito & Fitipaldis en Madrid: La confianza exitosa

Madrid anoche parecía haber bajado el volumen. Afuera, la ciudad seguía su ritmo habitual, pero dentro del recinto todo se movía de otra manera, como si el tiempo hubiera decidido estirarse un poco más de lo normal.

La gente entraba sin prisa, buscando su sitio, conscientes de que lo importante no era empezar cuanto antes, sino estar preparados para cuando ocurriera. No se respiraba ansiedad ni euforia anticipada, se respiraba confianza. Dos noches con todo vendido da para ello, para los protagonistas y para los que nos reunimos a su vera. Una vez más.

Cuando Fito & Fitipaldis aparecieron en el escenario, el aplauso fue largo y sostenido. No fue una explosión repentina, sino un reconocimiento pausado, casi solemne. Como si el público no estuviera celebrando una llegada, sino agradeciendo una presencia. El inicio con “A contraluz”, tras un telón y las siluetas marcando los primeros sonidos, confirmó enseguida que la noche no iba a ir de fuegos artificiales. La canción avanzó despacio, dejando espacio entre frase y frase, permitiendo que cada palabra encontrara su lugar antes de seguir adelante. Fito cantaba sin forzar, con esa voz que no necesita imponerse para ser escuchada. Me parece de lo mejorcito de su último lanzamiento, así que personalmente agradecí este arranque.

“Un buen castigo” empezó a mover el pulso del concierto. La banda sonaba firme, elegante, perfectamente ensamblada. Nada sobraba. Cada gesto parecía medido, natural, como si todo estuviera exactamente donde tenía que estar. Con “Por la boca vive el pez”, el público terminó de entrar. El coro fue inmediato, colectivo, sin necesidad de indicaciones. Miles de voces cantando algo que ya forma parte de su propia historia. “Me equivocaría otra vez” reposa, contrarresta y guía la velada.

El concierto avanzaba sin sobresaltos, pero con una intensidad constante de fondo. “Los cuervos se lo pasan bien”, con el recuerdo de rigor a Robe y con lo que me pareció un amago de salirse del tiesto con “Ama…”, y “Entre la espada y la pared fueron cayendo como capítulos conocidos, reforzando esa sensación de recorrido compartido. No había necesidad de grandes discursos ni explicaciones, las canciones hablaban solas y el público las entendía. De hecho, en estos primeros compases, me dio la sensación de que nuestro protagonista estaba menos dicharachero que otras veces, como muy metido en el ritual. Poco a poco se fue soltando y acabó de forma habitual, eso sí.

“A quemarropa” me ganó, a falta de “Medalla de cartón” o algún otro corte de los más rabiosos, enarboló la bandera del ruido. Uno de los momentos más densos de la noche llegó con “El monte de los aullidos”. El ambiente se volvió más oscuro, más introspectivo. La canción creció despacio, envolviendo el espacio con una tensión contenida. No era un tema para celebrarse, sino para escucharse con atención. El silencio entre versos tenía peso, y el público lo respetó, dejando que la música hiciera su trabajo. Y al rebufo sonó “Volverá el espanto”, encadenando un minutaje sobrio pero soberbio.

“Cielo hermético” pesa, retumba, una gozada. Mientras, “Cada vez cadáver” y “Whisky barato” devolvían una cercanía casi doméstica, esa sensación de bar conocido donde todo el mundo se siente a salvo. “Acabo de llegar” sonó luminosa, como un pequeño respiro, recordando que incluso después de tanto camino todavía hay margen para seguir avanzando. La melancolía retornó en “Como un ataúd”, mientras la eficacia de “Acabo de llegar” aunaba griteríos, abrazos y bailes.

Con “La casa por el tejado”, el concierto alcanzó uno de sus puntos más reconocibles. Las palmas y los coros surgieron solos, sin empujes ni órdenes. Fue uno de esos momentos en los que la canción deja de ser del escenario y pasa a ser de todos. “Soldadito marinero” llegó cargada de una emoción especial, contenida, consciente de que hay temas que ya no pertenecen a quien los escribió, sino a quienes los han llevado consigo durante años. Se ha hecho ya obligatorio que la noche se ilumine con los móviles.

Tras una breve retirada, más simbólica que real, arranca el bis. “La noche más perfecta” sonó serena, casi agradecida, como si mirara hacia atrás sin nostalgia; me sorprendió su posición en el repertorio. La brutal Entre dos mares”, grande en origen y grande en su rebautizo, llevó a Fito de lado a lado del escenario para cantar en los bordes de las pasarelas a lo James Hetfield. “Antes de que cuente diez” aportó el último empujón de energía, manteniendo el equilibrio.

Cuando las luces se encendieron, nadie parecía tener prisa por marcharse. Quedó la certeza de haber compartido una noche honesta.

Se presentó a la banda con calma, se recibió el saludo de Gijón y mandamos el nuestro para los madrileños de la segunda tanda, degustamos exquisitas sonoridades de Gibson y Fender por doquier, vivimos junto a la banda la meticulosidad y el contrapunto de lo orgánico, repasamos un setlist bien tejido… ¿Qué más quieres?

No vinieron a demostrar nada. Vinieron a tocar canciones que saben esperar, que no necesitan correr para llegar. Y Madrid, anoche, supo escucharlas, sentirlas y vivirlas.

Redacción

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