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Crónica de Errobi en Bilbao: Música de otra época

Hay grupos que deberían estar por encima de géneros y de prejuicios sin sentido. Durante años se intentó enfrentar a los punks con los fans del progresivo, como si no hubiéramos visto nunca bandas que mezclaban ambos estilos con notable acierto sin que se produjera ningún cataclismo. Todo depende de la amplitud de miras de cada cual, ahí tenemos como claro exponente de aperturismo al otrora vocalista de Sex Pistols, John Lydon, un gran fan de propuestas tan peculiares como las de Can o Kate Bush, entre otras.

En la península hubo gente que realmente hizo historia de la música al plantar la semilla del rock sinfónico y encima aderezarlo con sonidos de la tierra. En este sentido, podríamos acordarnos de los siempre reivindicables Triana o de Itoiz, que realizaban algo similar desde la otra punta del país, pero incorporando la cultura vasca. Precisamente, respecto a esto último, existía toda una corriente que combinaba psicodelia con el folclore en la que estaban los antes mencionados, Izukaitz, Haizea o los Errobi que protagonizan esta crónica.

Pero pongámonos en antecedentes. Allá por marzo de 2024 los pioneros Errobi anunciaban un concierto especial en el Palacio Euskalduna para conmemorar su 50º aniversario, que se dice pronto. Y como les sucedió también a los históricos Delirium Tremens, las sensaciones y la demanda popular fueron tan enormes que decidieron prolongar su regreso. Les pudimos ver en el último BBK Bilbao Music Legends Fest celebrado en Miribilla y ahora se despedían de los fieles vizcaínos con un concierto en el Kafe Antzokia con motivo de su 30º aniversario, todo un dinamizador de la vida cultural de la villa.

Como era de esperar, el recinto estuvo a reventar, pese a que el bolo comenzaba bien pronto para los que curran por la tarde. Cualquier melómano debería estar ahí, y el que no lo hizo, a casa a estudiar. Todavía les quedaba a los vascofranceses una despedida final en Donostia el 30 de diciembre, pero no convenía dejar pasar esa oportunidad única, probablemente irrepetible.

Con una espectacular formación que combinaba a los veteranos y cabezas visibles de Errobi, Anje Duhalde y Mixel Ducau, con la savia nueva que aportaban tres jovenzuelos (el batería era el hijo de Duhalde), lo cierto es que podían presumir de filo contemporáneo. Frente a otras resurrecciones artificiales que parecen más impostadas que otra cosa, he aquí una vuelta a la actividad con fuste, fecha de caducidad, y una actitud que poco tenía que ver con la mera nostalgia.

Como si pretendieran crear una especie de círculo, empezaron y acabaron con “Agur t’ erdi”, una repetición que no molestó en absoluto, pues la misma pieza se sintió primero como intro y luego como coda. No tardaron en tocar la fibra sensible del envejecido respetable con “Gure lekukotasuna”, piedra angular del rock progresivo vasco. Mencionar que tanto Duhalde como Ducau se mantuvieron en activo tras la disolución de Errobi en 1985, quizás eso explique lo bien que suenan y empastan las voces en las distancias cortas.

“Kanpo” destilaba aroma setentero por los cuatro costados, e incluso podría emparentarse con las piezas más psicodélicas de los mesetarios Asfalto. Y “Aitarik ez dut” supuso uno de los momentos cumbres de la velada, con la muchedumbre elevando las gargantas y aplaudiendo a rabiar al final de lo genial que les quedó. Una maravilla con pasajes instrumentales dignos de enmarcar.

“Ametsaren bidea” fue otra bañada, con desarrollos de cátedra y hasta algún intervalo de flauta, en plan los Genesis de Peter Gabriel, eso por no mentar las melodías vocales que daba gloria oírlas. “Andere” resultó del mismo modo colosal con la aportación del saxofón y ese aire progresivo setentero en el fondo tan reconocible y que hermana de un plumazo a Triana, Itoiz, Errobi y otros.

“Xileko Langileria” sirvió a Duhalde para alertar sobre la vuelta del fascismo en Chile tras las últimas elecciones y cambiaron por completo de rollo con “Rock eta rollin’”, la canción más directa que tocaron, un rock n’ roll a la vieja usanza, como podría intuirse por su clarificador título. El contagioso ritmo y el saxofón provocaron que la multitud se contoneara levemente a modo de señal de aprecio, tampoco pidamos pogos frenéticos.

En cuanto a mensaje, quizás “Telebista” se les haya quedado algo obsoleta hoy en día con Facebook, Instagram, TikTok y demás plataformas idiotizantes, pero la bordaban en directo, que era lo más importante. “Lantegiko hamar manamenduak” seguramente se nos vaya de las manos por su acercamiento al folk y rollo verbenero, pero para gustos, colores. Algunos aprovecharían para recrearse en su irónica letra, que tampoco era mal plan.

“Nora goaz” tuvo un doble propósito, pues desempolvó articulaciones en su acelerón final y además valió para retirarse con la satisfacción de la labor bien hecha. Todavía les quedaba munición para los bises, que abrieron con la bucólica “Gure zortea”, otro de esos cortes muy para canturrear, antes de recuperar “Agur t’erdi” y así cerrar con la máxima dignidad posible.

Habían sido casi dos horas, pero se esfumaron como si se trataran de cinco minutos. Y eso que acudir a un concierto un lunes siempre resulta algo duro, una sensación que se disipó gracias la espectacular competencia de una banda que desde luego no merecía abandonar el panorama. Música de otra época en la que los textos importaban y la conciencia de clase no se limitaba a un ente abstracto sin apenas significado. Maestros.

Alfredo Villaescusa

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