La noche en la ciudad condal no era una más. El aire vibraba con la expectativa de miles de almas que, entre el público local y una gran comunidad de argentinos, esperaban el desembarco de la "aplanadora del rock”, Divididos. Cuando las luces se apagaron, un silencio reverencial dio paso al Himno Nacional Argentino, que resonó con solemnidad. Era el preludio perfecto para la entrada de los tres titanes: Ricardo Mollo, con su icónica escarapela en la correa de la guitarra; Diego Arnedo, con su bajo y ese andar lento y pesado de un maestro; y el imparable terremoto en la batería, Catriel Ciavarella.
El show arranca con una furia incontrolable. "Paisano de Hurlingham" hace temblar el piso, y la energía se mantiene con "Haciendo cosas raras" y la emotiva "Alma de budín". El público se entrega por completo, cantando cada verso, sabiendo que presencia algo histórico. La banda demuestra que, tras más de tres décadas, su poder sigue intacto.
El concierto es un viaje a través de la historia del rock nacional, plagado de homenajes que resuenan en cada nota. El cover de Sandro, el Elvis argentino, con su banda Los de Fuego, trae un momento de pura emotividad con el clásico "Tengo", que es seguido por la cruda potencia de "Salir a asustar". Pero la sala se detiene cuando Mollo, solo en el escenario con su guitarra, empieza a tocar los acordes de "Spaghetti del rock". El público se une en un coro monumental que llena cada rincón de la sala y demuestra la profunda conexión entre la banda y sus seguidores.
En "Azulejo", la banda de Mollo y Arnedo, que tiene en sus entrañas la historia del rock argentino, intercala la canción con "Qué tal", un poderoso solo de líneas de bajo que solo Arnedo podría hacer, para arrancar con "La rubia tarada" de Sumo. La sala explotó en un pogo descontrolado. Las canciones de Sumo son la argentinidad al palo, la herencia del italiano errante Luca Prodan.
La noche continúa con el funk de "Sábado". El bajo de Arnedo rompe el silencio con ese riff inconfundible que todos esperan. La batería de Catriel Ciavarella se une con un ritmo firme y contundente, mientras la guitarra de Ricardo Mollo entra con un sonido lleno de groove. La banda se adentra en la canción y la sala entera se llena de energía. Mollo canta la letra, esa que habla de los pequeños rituales del fin de semana, y la gente lo acompaña en cada estrofa. El estribillo, simple y poderoso, hace que todos canten a viva voz.
"Vida de topos" demuestra la versatilidad de la banda. Los homenajes no se detienen. Con "Voodoo Child (Slight Return)" de The Jimi Hendrix Experience, Mollo demuestra por qué es uno de los mejores guitarristas de Latinoamérica. En un momento de pura magia, alguien del público le lanza un zapato, y Mollo, sin pensarlo dos veces, lo usa como púa para la intro. Para rematar, termina el solo tocando con la boca, en una jugada de otro planeta que enloquece a la multitud.
El concierto es un viaje a través de la geografía y la historia del rock. Con "Guanuqueando", la banda transporta al público al altiplano. El invitado chileno, Patricio Contardo, se une con un emotivo solo de quena que, acompañado por la guitarra de Mollo y el ritmo del bombo, conecta con la esencia de la música de Ricardo Vilca.
El viaje continúa con "Huelga de amores", un poderoso himno que reivindica la fuerza de Latinoamérica. Sin embargo, durante la canción, surge un momento de humor y camaradería: Diego Arnedo tiene problemas técnicos con su endemoniada guitarra Gibson SG en tres ocasiones. Mollo no para de reír, vociferando que su guitarra está embrujada y haciendo evidente la complicidad entre ellos.
Lejos de frustrarse, la banda se lo toma con total calma. En un giro inesperado, Catriel, el terremoto en la batería, toma el bajo de Arnedo para tocar. Mientras tanto, en un momento de pura improvisación, Arnedo deja su instrumento a un lado y toma una armónica para tocar "El burrito". Este gesto, motivado por la creatividad y el buen humor, no solo demuestra la versatilidad de Arnedo, sino que también resalta la genuina conexión y espontaneidad de la banda. En medio de esa atmósfera, una chica en el público alza una camiseta con las leyendas "Justice and Human Rights" y "Free Palestine", un poderoso mensaje de paz que se eleva en la vorágine del rock.
El show mantiene su intensidad con el tributo a Pappo en "Sucio y desprolijo", puro rocanrol a tope, seguido por la velocidad de "Rasputín / Hey Jude".
La explosión final llega con "El 38". La energía es tal que el rugido del público supera el sonido del micrófono de Mollo. El bullicio es el de un estadio en pleno clásico, demostrando la conexión única entre la banda y sus seguidores.
El concierto llega a su emotivo final con dos himnos que sellan la noche. La banda cierra con "Ala delta", un clásico de su álbum ‘Acariciando lo áspero’, que envuelve al público en una atmósfera de vuelo y libertad. Luego, de manera explosiva, tocan "El ojo blindado", un himno de Sumo, que se convierte en una descarga de energía pura. La interpretación de ambos temas es una poderosa demostración de su maestría musical.
La noche termina con un público afónico, extasiado y con el corazón en un puño. Divididos no se limita a tocar sus canciones; entrega una experiencia inolvidable. Es una descarga de rock puro, cargada de conciencia social, humor y una maestría musical incomparable. Salimos de la sala con la certeza de que la aplanadora del rock sigue más viva que nunca.
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2 respuestas
Cojonudo resumen hacia la gran actuación que se curraron unos históricos del Rock argentino como fueron DIVIDIDOS en la ciudad condal a través de tan conocidos temas.
Que pinta el himno argentino en un concierto de rock???..siempre iguales estos argentinos de los cojones!!...