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Crónica de Discípulos de Dionisos + Aterkings en Bilbao: Eficientes soldados del placer

Existen diversas maneras de constatar que uno ha vivido un concierto de los que hacen época. Podemos fijarnos en el factor tiempo, si los minutos se suceden a la velocidad de luz, entonces lógicamente hablaremos de un recital antológico. Otro indicativo fundamental es salir del recinto con un pitido persistente en los oídos, el rastro de una descarga sónica a un volumen ensordecedor. Al igual que alguien decía que ninguna buena historia comenzaba comiéndose una ensalada, ningún bolo decente sucede con inofensivos vatios de música de ascensor o de consulta del dentista.

El infatigable promotor Txarly Romero había montado otra juerga más de las que se recordarán al juntar en un mismo cartel a los adalides del porno punk Discípulos de Dionisos con la esperanza del punk rock que llegó desde Markina, los míticos Aterkings. Un cartel de esos que no se repetiría a menudo, por lo que la asistencia era obligada para cualquier persona decente, aunque hoy en día, con tanta oferta cultural, la mera posibilidad de hacerse un hueco ya resultaba complicada.

A pesar de la tendencia contracorriente, algo que se incrementaba viendo a ingentes multitudes de gente acudiendo al concierto que los populares La M.O.D.A. daban a escasos metros, la bilbaína sala Mytho se convirtió en reducto de rockeros y amantes de los sonidos potentes. Un concierto de esa calidad hubiera merecido todavía abarrotarlo más, pero de sobra es sabido que no vivimos en un mundo justo.

Aterkings

En cualquier caso, el desenfreno llegaría igualmente con Aterkings, que ofrecieron un show loquísimo, a toda pastilla, y con un frontman que sin duda podría haber estado poseído por un espíritu, no demoniaco, sino del puro rock n’ roll. Una auténtica bestia que se revolcaba por los suelos cual gorrino en lodazal, provocaba pogos y hasta se lanzó contra la peña al grito de “¡Rock n’ roll!”. Y al acabar cada canción, decía: “¡Siguiente!”. Como si estuviera en una charcutería con un machete despachando filetes o chuletones.

“Estrella del porno” o “Pintan bastos” fueron algunas de las bombas que alborotaron tanto a la parroquia que ponerse a tirar fotos se había convertido en una actividad de riesgo. Hay bandas que por donde ofician no vuelve a crecer la hierba, estos veteranos de la escena pertenecen por completo a esa estirpe. Apabullantes.

Discípulos de Dionisos, oficiando ante los devotos.

Muy alto había quedado el listón para Discípulos de Dionisos, que pisaron del mismo modo el acelerador a fondo desde el inicio con “Mi obligación”, “Alijo” o la no menos adrenalínica “Coca ardiendo”. Al igual que con los anteriores, ahí si uno parpadeaba, pues ya se perdía bastante, pero alcanzaron un punto álgido cuando se arrancaron con su himno antigeneracional “Odio a los chavales”, más necesaria que nunca en ese mundo poblado de zombis pegados a pantallas que se nos ha quedado. Para tatuarse la letra de principio a fin, con frases tan memorables como “No les pido que lean a Kant, sino que respeten mi espacio vital”.

No se bajaron del punto elevado que habían alcanzando y mantuvieron el ímpetu con “Mi novia es fascista”, y más tarde con “Seventeen Vol. IV”, de las joyas de su frenético catálogo. Hacía tiempo que no recalaban por la capital vizcaína, por lo que los fieles les pillaron con ganas, creando el ambientazo de las grandes ocasiones.

Discípulos de Dionisos, en pleno éxtasis.

Si en algo coincidía el vocalista y guitarrista Juan con Johnny Ramone, aparte de la costumbre de tocar las seis cuerdas casi a la altura de las rodillas, era en esa intención de tomarse los conciertos como si se tratara de una importante misión. Para desempeñar la tarea era preciso llamar a filas a unos peculiares efectivos, los “Soldados del orgasmo”, que se pusieron manos a la obra después de realizar una especie de juramento “por la búsqueda del placer de nuestras parejas”. Los objetivos claros.

Alguno se quejó de que el sonido estaba demasiado alto, aunque a nosotros nos pareció en el punto exacto para que piezas como “Cuarto oscuro” o “Ginger Lee” se sintieran cual bofetadas a mano abierta. Esto no era para todo el mundo, al igual que un concierto de Swans. Catequistas contemporáneos con ganas de censurar u ofendiditos tampoco pintarían nada en el lugar.

Discípulos de Dionisos, sin perder ni un segundo

“El lado oscuro de tu amor” no aflojó la tónica de la velada, en la que no se sintió ni un medio tiempo ni nada que se le pareciera, ya sabíamos a lo que veníamos y los donostiarras lo brindaron con creces. No habíamos catado en directo temas de su último disco hasta la fecha, ‘¡Apolo debe morir!’, pero brillaron en ese sentido “Romance digital”, “Noches de amor y M.D.M.A.” o “La mujer del Doctor Soler”, con los pogos brotando por doquier, como debía ser.

El frontman restó importancia al mito de los pintxos donostiarras y alabó la gastronomía local antes de “Patatas bravas”, ese plato tan difícil de encontrar en condiciones dignas por estas latitudes. La cosa acabó con tal nivel de chaladura que hasta se pudo ver a un tipo con un cono de obra en la cabeza. Todo un detalle surrealista.

En los estertores finales proclamaron su fidelidad a lo analógico en pleno mundo digital, su himno “Vagina eléctrica” ejerció de perfecto ejemplo contra la modernidad. Y “Vas a probar mi puño” sirvió para llegar al clímax por última vez, la estocada para acabar reventado.

Se agradeció el regreso de los eficientes soldados del placer con un show incendiario de los de no dejar títere con cabeza. Al salir del recinto un inequívoco zumbido nos acompañaba en el camino al metro. No quedaba duda, había sido un bolazo.

Alfredo Villaescusa

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