La falta de seriedad reinante puede que nos haga volver a las antiguas tradiciones. Alguna certeza habrá de ejercer a modo de brújula en tiempos de incertidumbre en los que a menudo se invierten los papeles y lo que antes era puro pensamiento lógico ahora se torna una auténtica amenaza para los que viven cavando trincheras y desconfiando del de al lado, no sea que se haya pasado al bando enemigo. Las cazas de brujas florecen en terrenos de acomplejados incapaces de la más mínima autocrítica, y así de aquellos polvos, estos lodos.
Una costumbre que se ha abierto camino en la capital vizcaína es la del recital navideño de los vasco-argentinos Cápsula en el Kafe Antzokia. Todos los años por estas fechas nos brindan una de las pocas certezas incontestables del universo y que lleva además aparejada varias conclusiones, como por ejemplo, su infalibilidad en las distancias cortas. Al igual que antaño se libraba al Sumo Pontífice de la posibilidad de cometer error por la asistencia del Espíritu Santo, he aquí una banda que jamás ofrecerá un bolo flojo, o por lo menos ligeramente mediocre. Con la ayuda del rock n’ roll, por supuesto.
Acudir con este mantra suponía una indescriptible sensación de bienestar, y probablemente sintiera algo parecido la multitud que volvió a abarrotar el bilbaíno Kafe Antzokia en uno de sus ritos más legendarios. Quizás fuera por la presencia de los teloneros, pero lo cierto es que esta vez se pudo contemplar un mayor contingente juvenil que en ocasiones previas, para los que digan que la pura electricidad ya no interesa a las nuevas generaciones.
Abrieron la prometedora velada Laguna Goons, malagueños mudados a Getxo que han hecho algo de ruido en la escena local con un post punk que lo mismo bebe de Cala Vento que de The Psychedelic Furs y otros combos británicos. El rollo que llevan no desentonaría con propuestas contemporáneas como las de La Trinidad o incluso Carolina Durante. Tal vez ese sea el motivo por el que se montó cierta gresca durante su bolo con bastantes pogos recatados y luego uno más salvaje cerca del final. Ya solo piezas en plan Buzzcocks o Gang of Four como “Satisfaction” o “Teachers” garantizan una actuación con garra y entretenida, algo que tampoco abunda por doquier en el panorama alternativo. Mejor de lo que recordábamos.
A Cápsula daba igual las veces que uno les haya visto, siempre conseguirán epatar por su actitud sobre las tablas, dispuestos a dejarse el sudor, la sangre y lo que haga falta. Nos sorprendió de primeras un sonido apabullante que era como si te soplara una ráfaga de viento en plena cara, algo imposible de obviar y que ejerció de poderoso atractivo desde el intenso y guitarrero comienzo de “Hacia el sur”.
No tardó en reivindicar su espacio la bajista y vocalista Coni, que brilló en temas del calibre de “Candle Candle” o en el acelerado protopunk a lo The Stooges “(In the Garden of) Narcissus”, qué trallazo. Como suele ser habitual en ellos, se habían subido a las tablas para no dejar títere con cabeza, por lo que el repertorio en general fue bastante guitarrero, con la importancia debida a su último largo hasta la fecha ‘Primitivo astral’, en este sentido “La luz azul” resultó uno de los momentos más memorables de la velada.
No descuidaron su faceta garajera con “Go To The Desert”, otro de los cortes que te agarraba por las solapas y no te permitía despistarte ni unos segundos, pensábamos acercarnos a la barra para pillar un trago, pero nos hipnotizó tanto el bolo que apenas pudimos movernos de la primera fila. Al margen de la electricidad desatada, hubo también instantes psicodélicos sublimes, como el que colaron en plan The Doors en “The Möbius Strip”, o ese inicio que casi parece cumbia en “All My Friends” antes de descender a los contagiosos ritmos escuela The Cramps.
No hacía falta, pero recalcaron el carácter especial de esa noche, ya que actuaban en la ciudad que les había acogido como si fuera su casa, por lo que quisieron tener algún detalle con el respetable estrenando un tema nuevo como “Walk The Fire” y luego otro que Martín presentó como “un blues”, “The Stranger”, si no me equivoco, que podría gustar hasta a David Lynch.
“Esferas” siguió manteniendo la atención con su pulso constante e incrementaron todavía más la tensión con la siempre colosal revisión de “Mejor no hablar de ciertas cosas” de los argentinos Sumo, otro de los instantes álgidos del show. Echamos de menos aquella noche “Russian Roulette” de The Lords of the New Church, pero todo no podía ser. Lo que quedaba constatado era el buen gusto que tenían para picar en el cancionero ajeno, aportando su propio enfoque, en vez de limitarse a copiar con la fidelidad del estudiante. Ellos ya eran maestros, se lo podían permitir.
“Automatical Soul” se transformó en un cántico ritual, para entonar alrededor de una hoguera acordándose de Manitú y otras deidades. Dicen que existen danzas para incitar a la lluvia, pues lo que se estaba conjurando en aquel recinto era un monumento a la electricidad desbocada. En este emocionado contexto, no extrañó que alargaran la pieza para que el personal se sumara a esa consigna coral que cada vez adquiría mayor fuerza. El epílogo perfecto.
Uno de los indicadores de que se ha vivido una experiencia irrepetible es salir con pitido en los oídos, pero los veteranos de los conciertos eso ya a veces ni lo sentimos. Lo que sí que nos llevamos para casa por parte de estos rudos primitivos fue un leve dolor de cuello al día siguiente, la indefectible señal de que habíamos contemplado una descarga antológica una vez más.
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